jeudi 21 mars 2013

El verdadero poder es el servicio

SANTA MISA
IMPOSICIÓN DEL PALIO
Y ENTREGA DEL ANILLO DEL PESCADOR
EN EL SOLEMNE INICIO DEL MINISTERIO PETRINO
DEL OBISPO DE ROMA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Plaza de San Pedro
Martes 19 de marzo de 2013
Solemnidad de San José

Queridos hermanos y hermanas

Doy gracias al Señor por poder celebrar esta Santa Misa de comienzo del ministerio petrino en la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal: es una coincidencia muy rica de significado, y es también el onomástico de mi venerado Predecesor: le estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud.

Saludo con afecto a los hermanos Cardenales y Obispos, a los presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos. Agradezco por su presencia a los representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, así como a los representantes de la comunidad judía y otras comunidades religiosas. Dirijo un cordial saludo a los Jefes de Estado y de Gobierno, a las delegaciones oficiales de tantos países del mundo y al Cuerpo Diplomático.

Hemos escuchado en el Evangelio que «José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer» (Mt 1,24). En estas palabras se encierra ya la misión que Dios confía a José, la de ser custos, custodio. Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato Juan Pablo II: «Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo» (Exhort. ap. Redemptoris Custos, 1).

¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad y total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como en los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús

¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio; y eso es lo que Dios le pidió a David, como hemos escuchado en la primera Lectura: Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu. Y José es «custodio» porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, para salvaguardar la creación.

Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos. Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón. Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres. Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de Dios.

Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido. Por desgracia, en todas las épocas de la historia existen «Herodes» que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer.


Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos «custodios» de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro. Pero, para «custodiar», también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.

Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura.

Hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que comporta también un poder. Ciertamente, Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero ¿de qué poder se trata? A las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el amor, sigue la triple invitación: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas. Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar.

En la segunda Lectura, san Pablo habla de Abraham, que «apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza» (Rm 4,18). Apoyado en la esperanza, contra toda esperanza. También hoy, ante tantos cúmulos de cielo gris, hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor; es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza. Y, para el creyente, para nosotros los cristianos, como Abraham, como san José, la esperanza que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está fundada sobre la roca que es Dios.

Custodiar a Jesús con María, custodiar toda la creación, custodiar a todos, especialmente a los más pobres, custodiarnos a nosotros mismos; he aquí un servicio que el Obispo de Roma está llamado a desempeñar, pero al que todos estamos llamados, para hacer brillar la estrella de la esperanza: protejamos con amor lo que Dios nos ha dado.

Imploro la intercesión de la Virgen María, de san José, de los Apóstoles san Pedro y san Pablo, de san Francisco, para que el Espíritu Santo acompañe mi ministerio, y a todos vosotros os digo: Rezad por mí. Amén.



vendredi 15 mars 2013

Centrándonos en lo fundamental

Pudiera ser que los últimos e importantísimos acontecimientos sucedidos en el seno de la Santa Madre Iglesia nos hayan hecho “olvidar” que estamos en Cuaresma. De ser así, nada mejor que releer el mensaje para la Cuaresma 2013 del Santo padre Benedicto XVI.

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En un tiempo de cambios más rápidos de los que aconseja la Tradición, me ha parecido conveniente traer a la bitácora un fragmento de la Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis del Santo Padre Benedicto XVI, al episcopado, al clero, a las personas consagradas y a los fieles laicos, sobre la Eucaristía, fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia:

La celebración participada interiormente

Catequesis mistagógica

…La gran tradición litúrgica de la Iglesia nos enseña que, para una participación fructuosa, es necesario esforzarse por corresponder personalmente al misterio que se celebra mediante el ofrecimiento a Dios de la propia vida, en unión con el sacrificio de Cristo por la salvación del mundo entero. Por este motivo, el Sínodo de los Obispos ha recomendado que los fieles tengan una actitud coherente entre las disposiciones interiores y los gestos y las palabras. Si faltara ésta, nuestras celebraciones, por muy animadas que fueren, correrían el riesgo de caer en el ritualismo. Así pues, se ha de promover una educación en la fe eucarística que disponga a los fieles a vivir personalmente lo que se celebra. Ante la importancia esencial de esta participatio personal y consciente, ¿cuáles pueden ser los instrumentos formativos idóneos? A este respecto, los Padres sinodales han propuesto unánimemente una catequesis de carácter mistagógico que lleve a los fieles a adentrarse cada vez más en los misterios celebrados.

En particular, por lo que se refiere a la relación entre el ars celebrandi y la actuosa participatio, se ha de afirmar ante todo que «la mejor catequesis sobre la Eucaristía es la Eucaristía misma bien celebrada ». En efecto, por su propia naturaleza, la liturgia tiene una eficacia propia para introducir a los fieles en el conocimiento del misterio celebrado. Precisamente por ello, el itinerario formativo del cristiano en la tradición más antigua de la Iglesia, aun sin descuidar la comprensión sistemática de los contenidos de la fe, tuvo siempre un carácter de experiencia, en el cual era determinante el encuentro vivo y persuasivo con Cristo, anunciado por auténticos testigos. En este sentido, el que introduce en los misterios es ante todo el testigo. Dicho encuentro ahonda en la catequesis y tiene su fuente y su culmen en la celebración de la Eucaristía. De esta estructura fundamental de la experiencia cristiana nace la exigencia de un itinerario mistagógico, en el cual se han de tener siempre presentes tres elementos:

a) Ante todo, la interpretación de los ritos a la luz de los acontecimientos salvíficos, según la tradición viva de la Iglesia. Efectivamente, la celebración de la Eucaristía contiene en su infinita riqueza continuas referencias a la historia de la salvación. En Cristo crucificado y resucitado podemos celebrar verdaderamente el centro que recapitula toda la realidad (cf. Ef 1,10). Desde el principio, la comunidad cristiana ha leído los acontecimientos de la vida de Jesús, y en particular el misterio pascual, en relación con todo el itinerario veterotestamentario.

b) Además, la catequesis mistagógica ha de introducir en el significado de los signos contenidos en los ritos. Este cometido es particularmente urgente en una época como la actual, tan imbuida por la tecnología, en la cual se corre el riesgo de perder la capacidad perceptiva de los signos y símbolos. Más que informar, la catequesis mistagógica debe despertar y educar la sensibilidad de los fieles ante el lenguaje de los signos y gestos que, unidos a la palabra, constituyen el rito.

c) Finalmente, la catequesis mistagógica ha de enseñar el significado de los ritos en relación con la vida cristiana en todas sus facetas, como el trabajo y los compromisos, el pensamiento y el afecto, la actividad y el descanso. Forma parte del itinerario mistagógico subrayar la relación entre los misterios celebrados en el rito y la responsabilidad misionera de los fieles. En este sentido, el resultado final de la mistagogía es tomar conciencia de que la propia vida se transforma progresivamente por los santos misterios que se celebran. Por otra parte, toda la educación cristiana tiene como objetivo formar al fiel como «hombre nuevo», con una fe adulta, que lo haga capaz de testimoniar en su propio ambiente la esperanza cristiana que lo anima.

Para realizar en nuestras comunidades eclesiales esta tarea educativa, hay que contar con formadores bien preparados. Ciertamente, todo el Pueblo de Dios ha de sentirse comprometido en esta formación. Cada comunidad cristiana está llamada a ser ámbito pedagógico que introduce en los misterios que se celebran en la fe. A este respecto, durante el Sínodo los Padres han subrayado la conveniencia de una mayor participación de las comunidades de vida consagrada, de los movimientos y demás grupos que, por sus propios carismas, pueden aportar un renovado impulso a la formación cristiana. También en nuestro tiempo el Espíritu Santo prodiga la efusión de sus dones para sostener la misión apostólica de la Iglesia, a la cual corresponde difundir la fe y educarla hasta su madurez.

Veneración de la Eucaristía

Un signo convincente de la eficacia que la catequesis eucarística tiene en los fieles es sin duda el crecimiento en ellos del sentido del misterio de Dios presente entre nosotros. Eso se puede comprobar a través de manifestaciones específicas de veneración de la Eucaristía, hacia la cual el itinerario mistagógico debe introducir a los fieles. Pienso, en general, en la importancia de los gestos y de la postura, como arrodillarse durante los momentos principales de la Plegaria eucarística. Para adecuarse a la legítima diversidad de los signos que se usan en el contexto de las diferentes culturas, cada uno ha de vivir y expresar que es consciente de encontrarse en toda celebración ante la majestad infinita de Dios, que llega a nosotros de manera humilde en los signos sacramentales…

En Roma, junto a san Pedro, el 22 de Febrero, fiesta de la Cátedra del Apóstol san Pedro, del año 2007, segundo de mi Pontificado.





jeudi 14 mars 2013

Caminar, construir, confesar, siempre con la cruz de Cristo


Ciudad del Vaticano, 14 marzo 2013 (VIS).-El Santo Padre Francisco ha celebrado esta tarde a las 17.00 en la Capilla Sixtina la Santa Misa Pro Ecclesia con los 114 cardenales electores y los conclavistas.

La primera lectura ha sido el cántico del profeta Isaías que comienza con las palabras “Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor” y prosigue con las célebres frases: “Será el árbitro de las naciones, el juez de los pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo,no se adiestrarán para la guerra”. Después, se ha leído la primera Carta de San Pedro dedicada al sacerdocio común de los fieles que dice: “También vosotros, como piedras vivas, sois edificados como edificio espiritual para un sacerdocio santo” y exhorta a ser “linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido en propiedad, para que pregonéis las maravillas de Aquel que os llamó de las tinieblas a su admirable luz”. El Evangelio ha sido el relato que de la Confesión de Pedro hace San Mateo, cuando Cristo pregunta a los discípulos: “Y vosotros ¿quien decís que soy yo? y a la respuesta de Pedro: “Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”, Jesús contesta: “Y yo te digo que tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.

En su primera homilía como Papa y hablando en italiano, sin leer ningún texto, Francisco ha observado que las tres lecturas tienen algo en común: “el movimiento. En la primera de ellas, el movimiento es camino; en la segunda el movimiento está en la construcción de la Iglesia ; en el Evangelio, el movimiento está en la confesión. Caminar, construir, confesar”.

El Pontífice ha recordado que lo primero que Dios dijo a Abraham fue: “Camina en mi presencia y se perfecto.. Nuestra vida es un camino. Cuando nos detenemos, hay algo que no funciona. Caminar, siempre, en presencia del Señor, a la luz del Señor, intentando vivir con la perfección que Dios pide a Abraham”.

Construir - ha dicho- Edificar la Iglesia; se habla de piedras: las piedras son consistentes; pero son piedras vivas, piedras ungidas por el Espíritu Santo. Edificar la Iglesia, la Esposa de Cristo, sobre la piedra angular que es el Señor mismo”.

Confesar.... Podemos caminar cuanto queramos, podemos construir tantas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, no vale. Nos convertiríamos en una ONG filantrópica, pero no seríamos la Iglesia, esposa del Señor. Cuando no andamos, nos detenemos... retrocedemos. Cuando no se construye sobre las piedras ¿qué pasa? Nos pasa lo mismo que a los niños cuando hacen castillos de arena en la playa: terminan cayéndose porque no tienen consistencia”. Y, citando a Leon Bloy, el Santo Padre ha afirmado: "El que no reza al Señor, reza al diablo" porque “cuando no se confiesa a Jesucristo se confiesa la mundanidad del demonio”.


Caminar, edificar, construir, confesar. Pero no es tan fácil, porque cuando se camina, se construye, se confiesa, a veces hay sacudidas, hay tirones, que no son movimientos propios del camino porque nos hacen retroceder”.

En el Evangelio, ha proseguido el Papa, “incluso Pedro que ha confesado a Jesucristo, le dice: “Tu eres Cristo, el hijo de Dios vivo. Yo te sigo, pero no hablemos de la Cruz. Es algo que no tiene nada que ver... Te sigo, sin la Cruz”. Pero “cuando caminamos sin la Cruz, cuando construimos sin la Cruz y cuando confesamos a un Cristo sin la Cruz... no somos discípulos del Señor: somos mundanos; somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor”.

Y yo quisiera que todos, después de estos días de gracia, tengamos el valor; sí, el valor, de caminar en presencia del Señor, con la Cruz del Señor, de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor que se derramó en la Cruz; y de confesar la única gloria: a Cristo crucificado. Y así, la Iglesia irá hacia delante. Deseo para todos nosotros que el Espíritu Santo y la oración de la Virgen, nuestra Madre, nos conceda esta gracia: caminar, edificar, confesar a Jesucristo”.

Terminada la homilía, en las oraciones de los fieles se ha rezado por el nuevo pontífice y también por Su Santidad Benedicto XVI para que “sirva a la Iglesia en el retiro con una vida dedicada a la oración y la meditación”. También se ha pedido que los responsables de las naciones “no actúen movidos por la fuerza o por el interés ni tiranicen a las personas y sean conscientes de que todo poder procede de Dios” y se ha recordado “a cuantos sufren, a cuantos luchan desamparados en la vida para que Cristo, el Pastor supremo, los conforte y consuele dándoles la corona de la gloria”.

Una vez finalizada la Misa el Pontífice ha visitado el apartamento papal en el palacio apostólico.

Annuntio vobis gaudium magnum; habemus Papam.

Como nos pasa a muchos católicos, hoy me es imposible dejar de pensar en la Santa Madre Iglesia y en el sucesor de San Pedro. De modo que estoy tratando de poner algo de orden y tranquilidad en mi alma.

En el tiempo pasado desde el anuncio de la renuncia de Benedicto XVI hasta la tarde de ayer, hemos pasado de la sorpresa, la perplejidad, y el asombro, a la reflexión, la meditación y la oración, llegando finalmente de nuevo a la sorpresa cuando tras la última puesta del sol hemos asistido a la proclamación de nuestro primer Papa nacido en la América española, y miembro de la Compañía de Jesús que fundara San Ignacio de Loyola.

Respecto a la renuncia de Benedicto XVI, después de leer y escuchar reacciones de todo signo y opiniones encontradas, unas más serenas que otras, algunas mucho más autorizadas que otras y en general bastantes bobadas, personalmente he acogido e interiorizado el sorprendente acontecimiento con toda la serenidad, tranquilidad y normalidad que me ha sido posible.

Es pública la admiración, respeto y agradecimiento que he tenido siempre por Joseph Ratzinger, más allá de disputas teológicas, desde la espiritualidad cristiana, como católico pero en este caso sobre todo como ser humano, creo firmemente que Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, es el hombre más inteligente, la mente más brillante, en definitiva el mayor sabio vivo sobre la faz de la Tierra.

Y nuestra relación personal, la relación entre Joseph Ratzinger y este humilde pecador, como no podía ser de otra manera, se ha desarrollado y seguirá desarrollándose a través de la palabra escrita, él como escritor y yo como agradecido lector.


Como corresponde a los grandes hombres, sólo con el paso de los años se llega apreciar su inmensa labor, tras la cual, siempre hemos de lamentar la inmensa labor que dejan por hacer. Así es la vida del hombre en este mundo, pasajera y corta como un suspiro. La de los sabios y la de los humildes.

Mi reflexión personal es que nuestro Santo Padre Francisco cuenta con la inmensa bendición de disponer del mejor consejero posible, los años que Dios Nuestro Señor quiera aún conceder a Joseph Ratzinger.

En cuanto al Papa, que hasta ayer era el cardenal Jorge Mario Bergoglio, y hoy es el Papa Francisco, aparte de mi alegría y alivio como católico al ver de nuevo un Romano Pontífice a la cabeza de la Santa Madre Iglesia, sólo haré unas breves reflexiones, poco más allá de las obviedades.

Que su procedencia americana conviene a la catolicidad, la universalidad de la Iglesia, parece evidente. Y el hecho de ser hijo de inmigrantes italianos, y haber nacido y ejercido su ministerio precisamente en Argentina, se me aparece un buen símbolo de la correcta comprensión de esta universalidad.

Pues si bien que la Iglesia Católica es universal es un hecho cierto, no debemos olvidar el verdadero significado de su universalidad, que no consiste en aunar en una informe amalgama lo que procede de los cuatro puntos cardinales, sino más bien en extender hasta los extremos de la Tierra la Buena Noticia, la Verdad, que ha sido revelada a los hombres desde el inicio de los tiempos en las orillas del Mare Nostrum.

Y aquí de nuevo, como en tantas ocasiones, debo ceder la palabra a Don Marcelino Menéndez Y Pelayo: “España era, o se creía, el pueblo de Dios, y cada español, cual otro Josué, sentía en sí fe y aliento bastante para derrocar los muros al son de las trompetas, o para atajar al sol en su carrera. Nada parecía ni resultaba imposible; la fe de aquellos hombres, que parecían guarnecidos de triple lámina de bronce, era la fe que mueve de su lugar las montañas. Por eso en los arcanos de Dios les estaba guardado el hacer sonar la palabra de Cristo en las más bárbaras gentilidades; el hundir en el golfo de Corinto las soberbias naves del tirano de Grecia, y salvar, por ministerio del joven de Austria, la Europa Occidental del segundo y postrer amago del islamismo; el romper las huestes luteranas en las marismas bátavas con la espada en la boca y el agua a la cintura, y el entregar a la iglesia romana cien pueblos por cada uno que le arrebatara la herejía.
España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; esta es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra.”


L'OSSERVATORE ROMANO
Precisamente en este párrafo inmortal tantas veces repetido se resume todo lo que hoy quería decir del Santo Padre Francisco.

- Que procede de Argentina, cuyos habitantes son católicos en su práctica totalidad, gracias a la Fe que España llevó hasta el nuevo mundo, y que en el conjunto de las repúblicas tristemente separadas de la Madre Patria, es sin duda la más “española”.

- Que es miembro de la Compañía de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola, soldado y santo español por excelencia, y por tanto dedicado a “militar para Dios bajo la bandera de la Cruz y servir sólo al Señor y a la Iglesia, su Esposa, bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra”.

- Y finalmente que conociendo y hablando los idiomas civilizados del mundo, reza en español, de lo que toda la Cristiandad debe regocijarse, ya que tal como señaló sabiamente Víctor Hugo, el inglés es ideal para hablar de negocios, el alemán se hizo para las ciencias, el francés es el lenguaje del amor, y en cuanto al español, sentenció: “¡Ah, el español, ese es el idioma para hablar con Dios!”. No en vano en español escribieron San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús las obras cumbres de la mística universal.


Termino ya, reproduciendo un párrafo sobre el nuevo Papa de L’Osservatore Romano de hoy: «Mi gente es pobre y yo soy uno de ellos», ha dicho más de una vez para explicar la opción de vivir en un apartamento y de prepararse la cena él mismo. A sus sacerdotes siempre les ha recomendado misericordia, valentía apostólica y puertas abiertas a todos. Lo peor que puede suceder en la Iglesia, explicó en algunas circunstancias, «es aquello que De Lubac llama mundanidad espiritual», que significa «ponerse a sí mismo en el centro». Y cuando cita la justicia social, invita en primer lugar a retomar en mano el catecismo, a redescubrir los diez mandamientos y las bienaventuranzas. Su proyecto es sencillo: si se sigue a Cristo, se comprende que «pisotear la dignidad de una persona es pecado grave».

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PS: Me doy cuenta de que no reparado en la elección del nombre de Francisco. Sencillamente creo que completa el círculo de cuanto he apuntado en esta entrada. El más universal de los santos italianos como guía de un Sumo Pontífice hijo de italianos.
Un pontificado basado en las virtudes y enseñanzas de San Frascisco de Asís, la humildad, la pobreza, el sacrificio, el entusiasmo en el anuncio del Evangelio, la alegría y la fidelidad a la Iglesia de Cristo, es sin duda lo que más necesita este mundo asolado por el triste y desolador relativismo anticristiano de la modernidad.