Al parecer ya no vamos a morir
todos de ébola, gracias a una vacuna milagrosa que no será gratis, y tampoco van
a organizar los politicastros catalanes un referéndum separatista. Que el
político honrado es un personaje de ficción ya lo sabíamos todos mucho antes de
lo de Pujol y las tarjetas negras, y a lo mejor ni siquiera ganan las próximas elecciones
los bolcheviques de “Podemos”.
Por cierto que no se me ocurre un
nombre más apropiado que ese de “Podemos” para un grupo de bolcheviques
posmoderno como el que lidera con mano de hierro el tal Pablo Iglesias. Un
nombre tan presuntuoso y vacuamente arrogante, que parece el alarido del
demonio ante las palabras de Cristo: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos.
El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí
no podéis hacer nada.”
Así que procuremos serenar
nuestro ánimo y hablar de lo que verdaderamente importa.
“Nada te turbe, nada te espante, todo
se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada
le falta: Sólo Dios basta.”
Andan los obispos de la Santa Madre
Iglesia reunidos en Roma con el Papa para hablar de las familias. Y dicen cosas
que ponen los pelos de punta.
Sucesores de San Pedro ha habido
en la historia que han dado ejemplo de santidad y fidelidad a Nuestro Señor Jesucristo
y al Evangelio, siendo una bendición para el Pueblo de Dios.
Otros en cambio fueron
escandalosamente pecadores y llevaron la barca de Pedro al límite del
naufragio.
“Eleva tu pensamiento, al cielo
sube, por nada te acongojes, nada te turbe. A Jesucristo sigue con pecho
grande, y, venga lo que venga, nada te espante.”
Parecen muy preocupados los
pastores de la Iglesia con la situación de las familias, que es tanto como
decir de la humanidad, pues esta no es otra cosa que el conjunto de aquellas.
Y viendo como ya es imposible
negar que la humanidad sufre de un modo indecible una destrucción que ha
comenzado por sus propias raíces, reflexionan sobre la actitud a adoptar. Y
parece ser que todas sus reflexiones, de un modo u otro, consisten en hallar el
modo de adaptarse a la nueva situación, en vez de combatirla.
En nombre de la caridad y la misericordia,
se nos propone acoger a los pecadores sin tratar de arrancarlos del pecado, no
sea que eso les cause dolor.
Pero la verdadera caridad, el
amor al prójimo, para cualquiera que haya leído los Evangelios, consiste sin
duda en hacer todo lo humanamente posible para liberar al pecador de la
esclavitud del pecado, con la ayuda de Dios. Aunque que sea doloroso.
“ ¿Ves la gloria del mundo? Es
gloria vana; nada tiene de estable, todo se pasa. Aspira a lo celeste, que
siempre dura; fiel y rico en promesas, Dios no se muda.”
Que los discípulos de Cristo no
podemos adaptarnos al mundo es algo que debería ser evidente. “Si el mundo os
odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo,
el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os
he sacado del mundo, por eso os odia el mundo.” Son palabras de Nuestro Señor Jesucristo.
Y también fue Jesucristo el que
dijo: “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con
qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.”
No exagero ni un ápice si digo que
la situación es catastrófica.
Los hombres modernos se
encuentran absolutamente desamparados tras la destrucción sistemática de los
principios sobre los que se asentaba la institución familiar. Sin familia el
hombre se encuentra desesperadamente solo frente al mundo.
Se trata por tanto de llamar a
las cosas por su nombre, denunciar públicamente las causas de tanto sufrimiento
y luchar con todas nuestras fuerzas por que la humanidad recupere la cordura.
La familia proporciona al hombre
el único entorno humano realmente estable donde desarrollarse como hombre. Los
vínculos familiares son indestructibles, mis padres siempre serán mis padres
pase lo que pase y mi hermano será siempre mi hermano.
Pero esos vínculos
indestructibles tienen su origen en la fundación de cada familia, que se inicia
con el matrimonio de los padres. “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su
madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.”
Si ese vínculo no es
indestructible la familia se desmoronará antes o después.
Con el mismo ímpetu con el que
denunciamos que el aborto es un crimen abominable en toda circunstancia, o de
hecho con mucho más ímpetu y muchas menos concesiones que hasta la fecha,
debemos denunciar y luchar contra el divorcio.
Si el matrimonio no es
indisoluble, sencillamente no es matrimonio, y sin matrimonio no hay familia.
Que la generalización de los
divorcios y uniones adúlteras entre divorciados es causa de terribles sufrimientos
no es ninguna sorpresa para un católico. O no debiera serlo. “Quien repudie a
su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia
a su marido y se casa con otro, comete adulterio.”
“Ámala cual merece bondad
inmensa; pero no hay amor fino sin la paciencia. Confianza y fe viva mantenga
el alma, que quien cree y espera todo lo alcanza.”
No tengamos miedo a llamar a las
cosas por su nombre. Defender la Verdad no es tratar de imponer nuestro
criterio, es ofrecer a todos el tesoro que nos entregó Cristo y que gracias a
la salvaguarda y transmisión de la Tradición que sólo las familias cristianas
pueden hacer, se ha conservado hasta nuestros días.
“Del infierno acosado aunque se
viere, burlará sus furores quien a Dios tiene. Vénganle desamparos, cruces,
desgracias; siendo Dios tu tesoro nada te falta.”
También parece preocupar al Sínodo
el sufrimiento de los que se entregan a la sodomía y otras prácticas
aberrantes, y de nuevo parecen plegarse los obispos a los planteamientos
mundanos, buscando algo de bueno entre la podredumbre del pecado.
Sin duda debemos ofrecer a estos
pecadores todo nuestro amor, y precisamente por ello nos es imposible aceptar
sus pecados contra la familia y contra su propio cuerpo, templo del Espíritu
Santo.
De nuevo es preciso llamar a cada
cosa por su nombre, señalando cual es el significado de cada palabra, que es el
que es y no el que cada cual quiera que sea.
Que el amor no entiende de
diferencias entre seres humanos, ni por sexo ni por ninguna otra cosa, no es
algo tenga que venir nadie a enseñarnos, porque ya nos lo enseño Nuestro Señor Jesucristo
extensamente.
Pero de lo que hablan los
enemigos de la familia y del hombre no es de amor, es de concupiscencia, egoísmo,
prácticas aberrantes y placeres deshonestos.
Que muchos no son capaces de
vencer las tentaciones del demonio ya lo sabemos y sabemos la causa. Sin Fe,
sin oración y sin confianza en Dios es imposible vencer al pecado.
“Id, pues, bienes del mundo; id
dichas vanas; aunque todo lo pierda, sólo Dios basta.”
Así que empecemos de una vez a
mostrar al mundo donde está la causa de la destrucción y el sufrimiento humano
y no caigamos en la tentación de escoger el camino fácil de la transigencia y
la mansedumbre desprovista de firmeza moral. Cristo es el único Camino, y se
recorre con una Cruz a cuestas.
Nuestro Señor no nos ordenó ser
estúpidos como borregos, lo que nos dijo fue que nos enviaba “como ovejas en
medio de lobos: sed pues astutos como serpientes y sencillos como palomas.”
Seamos astutos y sencillos.
Si un matrimonio no es
indisoluble no es un matrimonio, de modo que una unión civil en un juzgado,
ayuntamiento o registro civil no es un matrimonio y un católico no debe
rebajarse a participar en él. Mucho menos si se trata de la unión de
divorciados.
Y si la unión civil con
posibilidad de divorcio de un hombre y una mujer no es un matrimonio, qué decir
de la de dos hombres, dos mujeres o lo siguiente que se les ocurra para atacar
y ridiculizar la sagrada institución del matrimonio.
Si de verdad amamos a todos los
hombres defendamos la Verdad y luchemos por ofrecer a la humanidad doliente lo
que verdaderamente necesita.
No se puede ser católico y
admitir leyes que promuevan el aborto, el divorcio, o la homosexualidad. Y el
que comete cualquiera de estos pecados y se acerca a recibir a Jesús
Sacramentado, por su sacrilegio condena eternamente su alma.
Esa es la defensa de la familia
que nos exige nuestra Fe, que es la única verdadera.
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