El estilo surge cuando se agota lo racional y le sigue lo emocional y lo intuitivo. Es el pathos que sigue al logos. El estilo arrastra, incluso hasta la muerte, cantando himnos no siempre cartesianos, mucho más que una teoría académica racional. Es la música, es la poesía, es el arte. Por eso en política, la presencia sensible de un estilo coincide con la crisis del racionalismo y del liberalismo, a los que viene a decir que hay que atender a algo más que a ellos (…). No se es carlista solamente por conocer la historia del Carlismo, su doctrina y sus documentos, aunque se haga de manera exhaustiva, como han hecho incluso algunos de sus enemigos, sino que -además- hay que tener un “estilo” carlista (…).
El gesto y la vestimenta
El gesto es el movimiento de algunas partes del cuerpo para apoyar una expresión. Se encuentra medido y escaso en otras áreas políticas, y más suelto, libre y espontáneo y acompañante más utilizado de la expresión oral en los carlistas. En la administración global de los gestos se percibe una cierta despreocupación general, que por otro lado, como pronto veremos, es otro elemento diferencial del estilo carlista.
Se nota en nuestros amigos un cierto desorden, leve y aceptable, pero cierto, en el regimiento de sus pertenencias, que cuando se extrapola a la conducta menoscaba la puntualidad. Pertenece a otra galaxia política la tríada, clásica en psicología de “limpieza exagerada, orden minucioso y vanidad”.
La forma de vestir de nuestros amigos está en consonancia con las posturas, gestos y despreocupación dichos, que les alejan de lo atildado y cuidadosamente arreglado y completado con “complementos” de la ropa, que se encuentran más fácilmente en los devotos de la rama borbónica liberal y democrática, en miembros de su aristocracia y en personas que quisieran serlo y les imitan con pretensiones elitistas. (…)
La prenda de cabeza de los carlistas es la boina roja que, además, sirve para identificarles. Hay que considerar en ella el color y la manera de ponérsela, el aire. Es más propia de los requetés, o soldados de la Tradición, pero por extensión informal la han llevado en momentos de exaltación miembros adultos civiles de la parte política del Carlismo. Se ha convertido en un símbolo que han hecho suyo publicaciones y otras cosas (…). La boina blanca es propia de las mujeres carlistas, las “margaritas”, que la ostentan como una especialización amorosa (…).
La boina roja puede llevar hasta cuatro complementos, a saber: el aro; la chapa o remate en su vértice, variable según las épocas; la borla, ceñida o colgante y de diversos colores expresivos y, en su caso, las insignias de mando militar, estrellas como en el Ejército, o flores de lis, plateadas o doradas para los mandos políticos civiles hasta la Unificación de abril de 1937, en que desaparecieron. Estos exponentes de militarización del mando político civil, un poco a rastras de la producida en la Falange, su rival político en la posguerra, nunca tuvieron mucho ambiente (…).
Elementos psicológicos del estilo carlista
Entre el aspecto esbozado, y la mentalidad que sigue, hay en los estilos de los carlistas una constante intermedia y mixta, que es el talante campechano, sencillo y llano, de buen humor, y poco dado a encastillarse en diferencias sociales favorables. Muy lejos, sin embargo, de la mala educación que está vinculada a la democracia. También lejos del igualitarismo de los marxistas y totalitarios, chabacano y panteísta (tuteo, “camaradería”, arremangamiento, etc.), fruto de la revolución francesa y proscrito implícitamente por el Rey Don Alfonso Carlos en los fundamentos intangibles de la legitimidad que recoge su citado Real Decreto de 23 de enero de 1936. Nada más anticarlista que un Ministerio de la Igualdad (…).
Los carlistas proclaman su fe católica sin respetos humanos y alguna vez hasta con un puntito de jactancia. Véase el contraste entre las dos actitudes que siguen. El coronel de Caballería don José Sanz de Diego, carlista famoso que mandó el Tercio de Requetés de “El Alcázar”, charlaba un día de los del más exasperado caudillismo con otros militares de alta graduación. Empezó a criticar a Franco, hasta que el general don Carmelo Medrano Ezquerra le detuvo con esta reticencia: “No dudo de que usted es incondicional del Generalísimo”. Silencio y expectación. Al fin de unos segundos interminables, Sanz de Diego le contesta cachazudo: “Pues no, mi general. Yo no soy incondicional más que de Nuestro Señor Jesucristo”. Silencio y, ahora, rompan filas en el corro. Compárese en el otro extremo con esta moda asquerosa de algunos políticos de la democracia cristiana que tratan de justificarse diciendo que ellos ya tienen una veta de inspiración en el humanismo cristiano. (…)
Los carlistas no tienen prisa y no les importa morir sin ver el triunfo de la Causa, que imaginan con visos de Parusía y escatología, a diferencia de otros políticos, y más aún de los abolengo fascista, que hacen ridiculeces para forzar el adelantamiento del triunfo de su proyecto y así poder verlo realizado. Si no lo van a ver, ya no les interesa. En muchos carlistas se encuentra una especie de reflejo de la frase de Nuestro Señor, “Mi Reino no es de este mundo”, que les lleva a desinteresarse e inhibirse de asuntos políticos episódicos, mostrándose apasionados e intervencionistas solamente en los que ellos consideran grandes causas, a las que su larga duración llaman intemporales. (…).
Podría haber una misteriosa causa común a la mayor contemplación de asuntos grandes y a un cierto aire distraído y despreocupado de las pequeñas cosas de cada día que ya hemos señalado al principio. En alguna ocasión hemos oído a algunos carlistas defenderse de la acusación, amistosa, de no haberse molestado en recoger la parte del botín que les correspondía, diciendo que “nosotros servimos a Dios de balde y a España por Dios”, Esta frase a tenido cierto éxito, pero como todas las frases bellas debe ser estudiada a fondo. Hacer de la necesidad virtud es bueno a veces, sí, y otras no.
Nuestros amigos son poco proselitistas y dicen que “el que quiera picar, que pique”, en parte porque en el fondo se consideran miembros de un pueblo elegido. Por eso, no les obsesiona como a los demócratas ensanchar la base al precio de contaminaciones, y prefieren dedicarse más a mantener afilado y libre de impurezas el ariete del avance de su organización.(…)
Los carlistas no son aficionados a sutilezas ni a enredos políticos, Al pan, pan; y al vino, vino. Les molesta el narcisismo intelectual de los heterodoxos que tratan de involucrarles en lo complicado e inseguro. La sencillez y la lealtad favorecen la caballerosidad, que siempre ha sido celosamente cultivada en las filas de la Tradición. Esto les diferencia de las izquierdas, que no tienen sentido del honor. Siempre han despreciado la táctica inmoral, que muchos presentan como si fuera una maravillosa obra de orfebrería, de infiltrarse (como el cuco en el nido ajeno) para influir, instrumentalizando recursos y posibilidades ajenas, como una traición. La fidelidad a la palabra dada, a veces entendida de una forma un tanto positivista, es parte de la caballerosidad, sostiene la intransigencia y bloquea algunas maniobras políticas. La aversión de los carlistas a algunos altos perjuros no se debe tanto a las discrepancias políticas estrictas, y a las vinculaciones familiares, como al hecho del perjurio en sí mismo.
Los ingleses tienen una sentencia referida a terceros, que dice: “Es demasiado listo para ser un gentleman”. Los carlistas prefieren ser caballeros a listillos. (…)
Son celosos de su independencia y del carácter cartesiano de sus razonamientos, y poco disciplinados. Tienen cierta preocupación, a veces exagerada, por no dejarse engañar, como tantos de muchos partidos políticos se dejan. Una de sus salidas contra la posibilidad de ser engañados es la simplificación de las posibles celadas que les buscan, siendo poco propicios a los diálogos interminables y, a la vez, como alternativa, decididos prematuros al empleo de la fuerza física. Este, con ciertas especificaciones, puede encontrarse dentro de la más pura ortodoxia católica. Entre los infinitos grupos y escuelas cristianas destacan los carlistas por no escamotearlo, como los otros, sino por tenerlo siempre a la vista, en la misma esencia de su ideario, junto con la confesionalidad católica del Estado.
Esta predisposición al empleo de la fuerza física, dentro siempre de las condiciones que impone la moral católica, ha llevado a algunos a decir que el Carlismo tiene olor a pólvora. Esto es cierto en comparación con otras ideologías, pero en sentido absoluto es una exageración, porque en la historia del Carlismo hay mucho más tiempo con olor a tinta que a pólvora. (…)
No se libran los carlistas de las cruces de esta vida, Pero les llevan más a la tristeza que a la amargura. Su religiosidad y temperamento mencionados hacen que el porcentaje de amargados sea en los círculos tradicionalistas inferior al que hay entre las izquierdas, donde los amargados abundan, probablemente más por razones de conciencia ocultos que por otros de índole política. La izquierda es el espacio de los amargados y el Carlismo el de los “salaos”, protagonistas de incesantes anécdotas.
Nuestros amigos disfrutan de las simpatías de una buena parte de la masa neutra y pasiva de los espectadores, que les consideran paternalmente como pintorescos. El carlista es el grupo político que con respecto al número de afiliados tiene un mayor porcentaje de simpatizantes externos incontrolados.
(Manuel de Santa Cruz: “El estilo de los carlistas”. En A los 175 años de carlismo. M. Ayuso ed., Itinerarios, Madrid 2011, pp. 27-39).
Tomado de la página web de la Comunión Tradicionalista
1 commentaire:
¡Qué grande es Don Manuel!
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