Imaginemos a un padre de familia al que, a pesar de no tener una gran formación académica o profesional, le iban bien las cosas en el sentido material. Digamos que era por ejemplo albañil, ahorró algo de dinero, montó con unos compañeros su propia empresa de reformas, el trabajo le sobraba, contrató o algo parecido a varias cuadrillas de inmigrantes para dar abasto con las reformas de pisos, la pintura, fontanería, carpintería, suelos, etc.
El dinero no paraba de entrar en casa, compró un piso de lujo en buena zona, con una considerable hipoteca a la que no parecía problemático hacer frente, un par de coches de alta gama, matriculó a los niños en un colegio de “ricos”, clases de equitación, vacaciones de “alto standing”…
El final de la historia es el de siempre, no sabemos qué demonios pasó en una calle de Nueva York, y de repente no se pone un ladrillo más, la gente se vuelve a pintar el piso ellos solitos, el banco nos exige pagar las deudas, los ahorros han desaparecido, y la situación se hace desesperada por momentos.
Aparece un día un tipo que nos ofrece un préstamo con el que hacer frente a todas nuestras deudas para seguir viviendo algún tiempo sin apuros y ¿a alguien en su sano juicio le parece eso una buena noticia?
Si hubiese aparecido alguien ofreciendo trabajo, o un cliente dispuesto a pagar en efectivo por un servicio de dimensiones considerables, o en el peor de los casos alguien dispuesto a adquirir a un precio razonable la empresa de nuestro pobre y poco previsor padre de familia, haciéndose cargo de las deudas, no digo yo que no fuese para celebrarlo, pero un prestamista nunca trae buenas noticias.
Lo de este sábado sólo es más deuda para pagar los platos rotos de la avaricia de la banca, y por supuesto es un rescate, ¿o cómo se llama a un crédito extraordinario de otros países a España?, algo que ya se inició con la compra masiva de deuda española por el BCE en verano de 2011.
No es una solución sino, como todo préstamo, una forma de ganar tiempo a la espera del crecimiento económico y la vuelta a “la confianza”, algo bastante difícil a la vista de las experiencias irlandesa, portuguesa o griega.
El círculo absurdo de la deuda emitida por el estado y comprada por la banca a la que el estado inyecta capital, es un suicidio colectivo a todas luces. Y lo demás son patrañas y cuentos chinos.
No cabe duda de que lo único positivo, si se puede considerar así, es que queda claro que Alemania no nos puede dejar solos. No puede, que querer es otra cosa, y es comprensible. Pero echarnos de la unión monetaria implicaría el fracaso absoluto de todo. Vamos, mal de muchos, que como todos sabemos es consuelo de tontos.
Pero el futuro del “proyecto europeo”, que un proyecto económico, exclusivamente, se prevé más oscuro e incierto que el Reinado de Witiza.
Por supuesto, el rescate es para la banca, que a los padres de familia como el del ejemplo no los rescata nadie. En este barco, como en el Titanic, sólo hay balsas para los de primera clase, faltaría más.
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