1. Durante
los últimos treinta años, so pretexto del “espíritu del Concilio”, la doctrina
de los deberes cristianos de las sociedades fue silenciada, se la quiso dar por
abandonada, e incluso fue vituperada por algunos, llegando con todo ello a
haber sido generalmente olvidada.
En tanto que forma parte de la doctrina de la
Iglesia, su importancia intrínseca se ve aumentada de modo circunstancial por
el relegamiento de que ha sido y es objeto. Conviene tratar de ella
precisamente para salvar esa carencia que existe hoy en la formación social de
los católicos. Conviene tratar de ella porque orienta y da sentido al conjunto
de la doctrina social, que tanto interés despierta, pero manifestado en
iniciativas parciales.
2. Pero
además de la conveniencia, existe también la oportunidad.
Los años noventa, con el derrumbe del bloque
soviético, terminaron con el equívoco malminorista de la aproximación de los católicos
a la democracia liberal. Desaparecida la amenaza del totalitarismo, cada vez es
mayor la conciencia de que Occidente vive sumido en un ateísmo práctico,
viviendo “como si no hubiera Dios”, lo que es claramente incompatible con la
exigencia cristiana.
En cierto modo, la relación de la Iglesia respecto
de la civilización ha retornado a la situación anterior a la irrupción de los totalitarismos
de entreguerras. Y con ella ha vuelto el enfrentamiento con el liberalismo, que
hacía a la Iglesia insistir en torno a la idea de los deberes cristianos de los
Estados. La Iglesia, que no está en contra de la libertad ni los regímenes
populares, muy al contrario, no puede admitir el principio liberal de la
libertad absoluta de los hombres, legislando sin ningún límite, principio en el
que reside todo el mal, aunque de él son siempre más visibles sus aplicaciones
extremas. Es toda la “civilización de la muerte” que el Papa denuncia, a la par
que reafirma el íntimo lazo de la moralidad con la verdad que se rechaza, lo
que en ese principio liberal está contenido.
Las últimas encíclicas de Juan Pablo II, ya en los
años 90, reflejan esa confrontación con el liberalismo, sea en su teoría de la
libertad, sea como absolutismo democrático o en faceta económica.
Y a la vez, por consecuencia providencial de los
movimientos católicos “comprometidos”, incluso de sus corrientes desviadas, existe
un mayor despego de los católicos hacia el sistema político imperante.
El escándalo de un sistema que legaliza
sistemáticamente toda inmoralidad, y muy particularmente el aborto, sin que
partido alguno se atreva desmarcarse de esa tiranía denunciando sus principios,
hace que los católicos se encuentren a la espera de una política distinta, que
sea satisfactoriamente católica. De una política que reconozca a Cristo Rey.
3. Desde
el punto de vista doctrinal, la publicación del Catecismo de la Iglesia
Católica en 1992 también ha supuesto el fin de la etapa de confusión, y abre
nuevas oportunidades de predicar los deberes cristianos de las sociedades.
Frente a la difundida hipótesis del abandono de
dicha parte de la doctrina católica, el Nuevo Catecismo reafirma, con solemne y
postconciliar autoridad, la existencia de una obligación social para con
Cristo, derivada del Primer Mandamiento de la Ley de Dios. Y no sólo eso:
recoge literalmente las dos cláusulas en que la Dignitatis humanae afirma la
continuidad de la doctrina tradicional y la compatibilidad de la
confesionalidad y la libertad religiosa; restringe el abuso sobre el sentido de
dicha libertad religiosa; y expresamente se remite a los documentos
preconciliares más elocuentes sobre la materia, por lo que no se les puede
descartar sin más por decaídos.
Y como el resto del Catecismo está transido de
llamadas a cristianizar la sociedad, y enseña especialmente que toda sociedad, explícita
o implícitamente, profesa una cosmovisión rectora, y que sólo si se ajusta a la
verdad católica no se convierte en totalitaria, facilita todas las bases de la
argumentación de la confesionalidad pública. Se trata ahora sólo de extraer y
mostrar su fruto.
4. Se
dan por otra parte circunstancias concretas que facilitan una oportunidad
adicional, casi un pretexto, para plantear de nuevo toda la cuestión.
En el año 1995 coincidió el setenta aniversario de
la encíclica Quas primas, que establece la doctrina de Cristo Rey, e instituye
su fiesta con finalidad de recordatorio político, con el trigésimo aniversario
de la clausura del Concilio Vaticano II, que hizo referencia explícita a que
«deja íntegra la doctrina tradicional acerca del deber moral de los hombres y
de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo».
5. Y
en cuanto a los encargados de hacerlo, pocos más adecuados que los amigos de la
Ciudad Católica, en torno a la revista Verbo. El primer libro de la Editorial
Speiro, libro de cabecera de la Ciudad Católica, lleva precisamente el título
de “Para que Él reine”, y desde entonces, a pesar del ambiente adverso, se ha mantenido
fiel a ese espíritu.
Por eso, nos contamos entre la minoría de católicos
que hoy mantiene una conciencia clara de ese deber, y por eso mismo estamos, no
ya posibilitados, sino obligados a transmitir esa parte de la doctrina que los
demás no han recibido o conservado bien.
Ninguna contribución nuestra al orden social
cristiano es tan preciosa y tan difícilmente sustituible. Embarcados en la
lucha contra el aborto o en ensalzar el fundamento de Derecho Natural del Orden
Cristiano hay muchos otros hermanos en la Fe, pero son escasos los debidamente
capacitados para plantear correctamente la cuestión de la confesionalidad. Por
lo tanto es nuestro deber de caridad concentrarnos en este punto específico,
pues, ¿cómo oirá ni creerá nadie si no hay quien le predique? (Rom. 10,14).
Recomponer, reafirmar, reproponer.
1. Realizar el Reinado Social de Cristo, contribuyendo a ello con todas nuestras
fuerzas, forma parte de los deberes de todos los cristianos por el mismo hecho
de serlo, y muy especialmente de los laicos.
La primera piedra de dicho Reinado consiste hoy en
reconstruir y reproponer la doctrina católica acerca del deber de las sociedades
para con Cristo Rey.
Decimos reconstruir siguiendo la tesis de un
importantísimo artículo al respecto del obispo de Cuenca, José Guerra Campos.
En la medida en que la opinión, la predicación y
las actitudes generalizadas de los pastores han acogido todo tipo de dudas, reservas,
reticencias y negaciones para con la antigua tesis de confesionalidad católica,
en que han admitido la existencia de un corte en la historia, y han omitido o
puesto la máxima sordina a las conclusiones que se derivan de los pasajes del
propio Concilio acerca de los deberes de las sociedades para con la verdadera religión,
se ha hecho preciso volver a erigir, con todo rigor, el edificio doctrinal
correspondiente, teniendo en cuenta todos los principios al respecto, esto es,
junto a «lo de siempre», «lo nuevo» que a ello se haya auténticamente añadido.
Siendo los deberes sociales cristianos un punto clave
en la vida de los fieles, tiene que estar bien iluminado por una doctrina auténtica
y rigurosa. Reelaborarla —por supuesto que nunca puede haber una reelaboración
con mutación sustancial en la Iglesia— es una necesidad, la primera en este
campo.
Porque, inmediatamente después, urge volver a
presentarla, reproponerla, al pueblo cristiano. Para que se cumpla lo que se enseña
hay que volver a enseñar lo que se ha de cumplir, y «hará falta mucha
reafirmación y quizá recomposición de la doctrina para que numerosos fieles y
pastores reconozcan de verdad "in iure" lo que hay de vigente en el
Magisterio. Sólo entonces se moverán a darle vigencia "in facto".
Algo parecido ocurrió durante decenios con la llamada "doctrina
social" de la Iglesia.
No tienen razón quienes alegan que no se puede
predicar una doctrina que ningún partido está dispuesto a cumplir ni de lejos. Precisamente,
si, al cabo de decenios de no exponer los deberes morales concretos a que está
sujeto toda sociedad, remitiéndose a una conciencia vaga, se ha llegado a la
situación de que, incluso los partidos que reciben la mayor parte del voto de
los católicos no procederán a modificar la legalidad del aborto y sancionarán legalmente
las uniones sodomitas, será necesario un buen número de años de predicación
intensa de la doctrina del Reinado Social de Cristo para que se llegue a crear
entre los fieles el estado de opinión preciso para que funden partidos
dispuestos a asumir tales deberes, partidos que luego todavía habrán de crecer.
Y, por lo mismo que el proceso ha de ser lento,
urge iniciarlo con entusiasmo cuanto antes.
1 commentaire:
La verdad estoy totalmente de acuerdo con todo lo que mencionas y creo que estamos en un momento donde hace falta que Cristo reine en los corazones de todos y nos alejemos de toda clase de personas negativas y que sólo buscan hacernos daño. Siempre busco protegerme con un buen salmo de protección como el 91
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