dimanche 19 février 2012

Nunca hemos visto una cosa igual


Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 2, 1-12

Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa.
Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la palabra.
Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico.
Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico:
– «Hijo, tus pecados quedan perdonados.»
Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros:
– « ¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?»
Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo:
– « ¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico "tus pecados quedan perdonados" o decirle "levántate, coge la camilla y echa a andar"?
Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados... »
Entonces le dijo al paralítico:
– «Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.»
Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo:
– «Nunca hemos visto una cosa igual.»

Como tantas otras veces, la lectura del Evangelio de la Santa Misa de este último domingo antes de la Cuaresma del año 2012, es capaz de dejarnos reflexionando durante toda la semana. De hecho se trata de la descripción de hechos bastantes sorprendentes, extraños podríamos decir, y cuando en el Evangelio se describen acontecimientos especialmente complicados o extravagantes, la catequesis que encierran suele ser fortísima.

Para empezar, los cuatro hombres que tratan de llevar en camilla a un quinto, paralítico, ante Nuestro Señor Jesucristo, no se les ocurre otra cosa que aparecer cuando Jesús está ya rodeado de una multitud que llena la casa donde se encuentra, e incluso se agolpa fuera de ella. Llegan tarde. No parece muy razonable, conociendo la fama de atraer multitudes que tenía el Mesías.

Y no se les ocurre otra cosa que… ¡subirse al tejado con una escalera, retirar las tejas y descolgar la camilla hasta los pies de Cristo! Auténticas ideas de peregrino, que se decía antiguamente ¿no?

¿Quién es ese paralítico? ¿A quién representa? Sin duda a todos y cada uno de nosotros. Paralíticos inmovilizados por el peso de nuestros pecados. Incapaces de avanzar, de levantarnos, de dar ni un solo paso.

Pero al paralítico le llevan cuatro hombres, que son capaces de superar cualquier dificultad para llevar al hombre a los pies de Jesucristo. Y esos cuatro apoyos de la camilla, capaces de llevarnos hasta Cristo, no resulta muy difícil descubrir que se trata de los cuatro Evangelios. Sí, sólo con la ayuda de San Juan, San Marcos, San Lucas y San Mateo podremos avanzar hasta llegar a Nuestro Señor Jesucristo.

Sin dedicar tiempo a la lectura del Evangelio, todo cuanto hagamos será en vano. Nuestros proyectos humanos, de principio a fin, nos harán permanecer inmóviles en la eternidad, no podremos sanar de nuestra parálisis.

Con esos cuatro puntales, nuestra camilla avanzará hasta su meta, prevaleciendo ante todas las dificultades, por insuperables que parezcan. Porque para avanzar en la Fe, es necesario enfrentarse a las dificultades. No se puede avanzar sin luchar. En el catolicismo no hay cuentos de hadas ni varitas mágicas. Los cuentos de hadas no existen en la vida real, y la religión católica es la religión verdadera, la de la vida real, tal cual es, dura, difícil y llena de luchas desiguales.

Las niñerías, el sentimentalismo y el “buenismo”, quedan para las religiones falsas y la demagogia barata e “idiotizante”. El católico es un “tipo duro”, sin miedo, dispuesto a batirse con cualquier enemigo cuando sea preciso.

Y finalmente el paralítico es depositado a los pies de Jesús, y Él le perdona sus pecados. Porque la parálisis se identifica con el pecado. Porque habiendo nacido el hombre, todos los hombres, con el peso del pecado original, necesitamos el perdón que sólo Dios puede darnos.

El pecado original que está en el corazón del hombre, le impulsa a querer ser dueño y señor de todo, a dominar incluso en su relación con Dios mismo, con su creador. El hombre se cree tan poderoso que no acepta injerencias externas. Hoy en día, muchos cristianos, católicos incluso, niegan a la Santa Madre Iglesia la capacidad de inmiscuirse en sus asuntos. “La Iglesia no debe meterse en política”, “no debe opinar sobre cómo se organiza la sociedad”, “la religión es una cuestión personal que no debe imponerse a otros”, bla, bla, bla. Y niegan que la Santa Madre Iglesia pueda defender que, por ejemplo, las leyes que permiten el crimen abominable del aborto sean absolutamente ilegítimas, como los son todas aquellas que atacan al matrimonio o la familia (divorcio, uniones antinaturales…)

Por eso para sanar al paralítico, Nuestro Señor Jesucristo tiene que perdonar sus pecados. Porque son nuestros pecados los que nos impiden andar.

Este fragmento del Evangelio está lleno de enseñanzas, en cada frase y casi en cada palabra. Enseñanzas y reflexiones necesarias, que no pueden contenerse en todos los libros del mundo, cuánto menos en esta humilde bitácora.

Cuando Jesús nos dice “levántate”, nos dice además “coge tu camilla”, ¿por qué? ¿Qué falta nos hace la camilla ahora que estamos sanos? ¿No sería mejor dejarla atrás?

Pero sólo llevando siempre a cuestas nuestra camilla, nos acordaremos de porqué ahora podemos andar y antes éramos paralíticos. No olvidaremos cómo sanamos de nuestra parálisis y quién nos perdonó nuestros pecados para permitirnos valernos por nosotros mismos.

También leemos en el Evangelio que Jesús le dice al paralítico “vete a tu casa”. ¿No puede ir a otra parte el que antes era paralítico? Al trabajo, al templo, con sus amigos… No, Jesús le manda a casa.

Él mismo nos dará la clave la noche de su Pasión, cuando explique que se dirige a la Casa del Padre, que tiene muchas moradas, para prepararnos un sitio. El camino del católico conduce siempre a casa.

Se acerca el tiempo central de nuestra Fe, la Cuaresma con la Semana Santa y la Pascua de Resurrección. Preparémonos como es debido, antes que nada implorando de Nuestro Señor Jesucristo el perdón que nos libere del peso de nuestros pecados que nos convierten en paralíticos, para que, portando nuestras camillas, podamos retomar el camino a casa. 

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