dimanche 25 novembre 2012

Campo de la realeza de Cristo


En los individuos y en la sociedad

(De la Carta Encíclica Quas Primas del Sumo Pontífice Pío XI sobre la fiesta de Cristo Rey)

… Él es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de Él no hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo por el cual debamos salvarnos.

Él es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos. No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria. Lo que al comenzar nuestro pontificado escribíamos sobre el gran menoscabo que padecen la autoridad y el poder legítimos, no es menos oportuno y necesario en los presentes tiempos, a saber: «Desterrados Dios y Jesucristo —lamentábamos— de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que... hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad privada de todo apoyo y fundamento sólido».

En cambio, si los hombres, pública y privadamente, reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia. La regia dignidad de Nuestro Señor, así como hace sacra en cierto modo la autoridad humana de los jefes y gobernantes del Estado, así también ennoblece los deberes y la obediencia de los súbditos. Por eso el apóstol San Pablo, aunque ordenó a las casadas y a los siervos que reverenciasen a Cristo en la persona de sus maridos y señores, mas también les advirtió que no obedeciesen a éstos como a simples hombres, sino sólo como a representantes de Cristo, porque es indigno de hombres redimidos por Cristo servir a otros hombres: Rescatados habéis sido a gran costa; no queráis haceros siervos de los hombres.
Y si los príncipes y los gobernantes legítimamente elegidos se persuaden de que ellos mandan, más que por derecho propio por mandato y en representación del Rey divino, a nadie se le ocultará cuán santa y sabiamente habrán de usar de su autoridad y cuán gran cuenta deberán tener, al dar las leyes y exigir su cumplimiento, con el bien común y con la dignidad humana de sus inferiores. De aquí se seguirá, sin duda, el florecimiento estable de la tranquilidad y del orden, suprimida toda causa de sedición; pues aunque el ciudadano vea en el gobernante o en las demás autoridades públicas a hombres de naturaleza igual a la suya y aun indignos y vituperables por cualquier cosa, no por eso rehusará obedecerles cuando en ellos contemple la imagen y la autoridad de Jesucristo, Dios y hombre verdadero.

En lo que se refiere a la concordia y a la paz, es evidente que, cuanto más vasto es el reino y con mayor amplitud abraza al género humano, tanto más se arraiga en la conciencia de los hombres el vínculo de fraternidad que los une. Esta convicción, así como aleja y disipa los conflictos frecuentes, así también endulza y disminuye sus amarguras. Y si el reino de Cristo abrazase de hecho a todos los hombres, como los abraza de derecho, ¿por qué no habríamos de esperar aquella paz que el Rey pacífico trajo a la tierra, aquel Rey que vino para reconciliar todas las cosas; que no vino a que le sirviesen, sino a servir; que siendo el Señor de todos, se hizo a sí mismo ejemplo de humildad y estableció como ley principal esta virtud, unida con el mandato de la caridad; que, finalmente dijo: Mi yugo es suave y mi carga es ligera.


¡Oh, qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las sociedades se dejaran gobernar por Cristo! Entonces verdaderamente —diremos con las mismas palabras de nuestro predecesor León XIII dirigió hace veinticinco años a todos los obispos del orbe católico—, entonces se podrán curar tantas heridas, todo derecho recobrará su vigor antiguo, volverán los bienes de la paz, caerán de las manos las espadas y las armas, cuando todos acepten de buena voluntad el imperio de Cristo, cuando le obedezcan, cuando toda lengua proclame que Nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de diciembre de 1925.

vendredi 23 novembre 2012

Las elecciones catalanas del próximo día 25


Los principios del régimen liberal y democrático, al asentar la legitimidad del gobierno sobre el barro movedizo de las pasiones y tendencias individuales, implican la destrucción de la armonía que permite la convivencia de los hombres en sociedad. Una vez despreciada la religión verdadera como fundamento de la vida en común; una vez que en su lugar se ha colocado la llamada voluntad popular, con aplauso incluso de mucho eclesiástico, los vaivenes de la tornadiza ambición política conducen bien al estatismo avasallador que destruye las peculiaridades y costumbres regionales, bien a todo tipo de sedición e incluso a la secesión.

El texto constitucional, que pretende sustituir la estructura natural de nuestra sociedad y en el cual muchos ponen ingenuas esperanzas para la estabilidad de la patria, fue hecho a base de recortes y concesiones incoherentes, cuya eficacia real quedaba a expensas de las interpretaciones que los partidos gobernantes quisieran darle. Más concretamente, lo que dice sobre las comunidades autónomas y los municipios dentro de la nación tiene tal ambigüedad que sólo se explica por el designio de dar carta blanca a los políticos en su aplicación. De hecho, los partidos mayoritarios lo han usado como moneda de cambio para negociar el apoyo de los grupos regionales, concediéndoles, poco a poco, tan exorbitantes transferencias de poder que han hecho de las comunidades autónomas verdaderos estados dentro del estado. De ello ha resultado una organización social intrínsecamente imposible, porque sabido es que, para formar una unidad orgánica, las partes no pueden ser de la misma naturaleza que el todo.

El carlismo siempre ha propugnado la estructura foral, o, si se quiere, federativa, de nuestra patria, en la cual las diversas regiones y sociedades intermedias se unifican bajo la institución monárquica y bajo el principio fundamental de la unidad católica. Por eso, porque ninguna de esas cosas es mantenida por la democracia liberal, se ha opuesto constantemente a ella con todos sus medios. Cuando ha podido, se ha enfrentado a ella por las armas y, cuando no, lo ha hecho, aunque con cierta repugnancia, formando partidos desde los cuales ha tratado de de defender unos u otros de sus principios, dependiendo de las contingencias siempre cambiantes de los regímenes democráticos.

En tres guerras defendieron los carlistas la libertad de las regiones frente al centralismo liberal; en 1907 Vázquez de Mella decía “yo brindo por las libertades regionales, una de las bases y de los fundamentos esenciales de nuestro programa (de la Comunión Tradicionalista); y brindo, como su coronamiento natural, por la unidad española y por la unidad del Estado, que sobre esa unidad ha de fundar la suya. Y brindo por esas dos unidades apoyadas en los principios históricos y tradicionales”. Y, aunque en la guerra del 36 hubieron de oponerse a los nacionalistas vascos y catalanes, que absurdamente optaron por la República, eso no les impidió defender la foralidad de esas regiones y municipios frente al verticalismo del régimen posterior.

Tras la muerte de Franco, el verdadero carlismo se opuso a la implantación del régimen constitucional, entre otras cosas porque veía que, más pronto o más tarde, volvería a propiciar la tensión artificial entre las regiones y la unidad de la patria. Pero como la situación religiosa nacida del Concilio Vaticano II, junto a la defección de Carlos Hugo, mermó mucho sus fuerzas, hubo de mantenerse fuera del juego de partidos y, por regla general, tuvo que propiciar la abstención como manifestación de su repulsa al régimen. Lo cual no es óbice para que hoy, como en otras ocasiones, matice transitoriamente su política de oposición radical al sistema, para defender un bien común, aunque parcial, en virtud de las gravísimas circunstancias actuales.

Por ello, ante la pujante amenaza del separatismo, la Comunión Tradicionalista se conforma con recordar, junto a Santo Tomás, que apoyar la secesión y la sedición es siempre pecado mortal, porque se oponen a la unidad y la paz del Reino (S. T. 2.2. a. 42), y con concluir que no es lícito en modo alguno secundar la separación de Cataluña. Al mismo tiempo, a título de mera opinión orientativa y sin que medie compromiso alguno por su parte, la Comunión Tradicionalista destaca que, entre los partidos no nacionalistas, Plataforma por Cataluña mantiene una postura potencialmente próxima a la suya. Primero, porque parece declararse confesionalmente católica; segundo, porque se ha enfrentado a la solapada invasión musulmana, que constituye una de las mayores amenazas para el futuro de esa región y, tercero, porque, aun haciéndolo con mucha oscuridad, parece sostener las libertades catalanas, sin abjurar de la unidad de España.

Bien sabe la Comunión que cualquier participación en la democracia actual sólo puede posponer los conflictos inherentes a la naturaleza destructiva del sistema. Pero siempre es preferible retrasar cuanto se pueda una contienda, tan probable como carente de sentido, a la espera de que la Divina Providencia propicie circunstancias más favorables para el restablecimiento del régimen cristiano y legítimo.


jeudi 22 novembre 2012

Llamamiento a los corazones españoles



Juan Vázquez de Mella y Fanjul
(Cangas de Onís, 8 de junio de 1861.
Madrid, 26 de febrero de 1928, Madrid)
 Mutatis mutandis…

"Estamos presenciando la caída de un sistema. Toda la España liberal se desmorona. El edificio levantado sobre logias y barricadas está agrietado, y su techumbre cruje. Un vaho de muerte se levanta de la laguna parlamentaria, y envuelve con sus siniestros vapores los viejos muros, testigos en otro tiempo de la orgía en que se devoró la herencia de nuestros padres y el patrimonio de nuestros hijos. El árbol de la libertad liberal, plantado en sus orillas y regado con un río de sangre y de lágrimas, no ha producido más que bellotas y espinas.

Cuando se mira al pasado y se contempla después el presente, sufre vértigos la cabeza y ansias indecibles la voluntad, preguntándose al fin el espíritu, lleno de estupor al observar la rapidez inverosímil del descenso., si la Guerra de la Independencia estará a tres siglos de nosotros, y por un fenómeno inexplicable habrá desaparecido de la memoria del pueblo español un periodo entero de su historia, para que una serie larga y no interrumpida de torpezas y debilidades seculares explique la sima que el parlamentarismo nos ofrece como término de sus hazañas. Levantarse gallardamente en los comienzos del siglo contra Napoleón, y hollar con arrogancia soberana las águilas imperiales acostumbradas a posarse sobre los tronos más altos...y gemir, al terminar esta centuria bajo las botas de Cánovas... es cosa que, por lo extraordinario, obliga a preguntar sobrecogidos de asombro; ¿Ha cambiado totalmente la población de España y no existe entre los gigantes de antes y los enanos de ahora más vínculo que el territorio en que aquellos alzaron su heroísmo y éstos exponen su vergüenza? ¿Qué ha pasado entre la gloria de ayer y la ignominia de hoy? Un ciclón de tiranías sin grandeza, y de pasiones sin valor; once Constituciones entre natas y nonatas; más de cien oligarquías ministeriales; una docena de pronunciamientos de primera clase, que montan y desmontan la máquina infernal de exóticas instituciones sobre el pueblo infeliz juguete de sofismas y pretorianos, y tres guerras civiles provocadas por un régimen que obligó a los creyentes a ser cruzados para no ser apóstatas... Todo ha pasado por España en menos de un siglo y aún está en pie la Patria... Era tan grande la España tradicional y el liberalismo español tan raquítico, que ni siquiera ha podido servirle de sepulcro ni darle la muerte. ¡Aún no ha muerto la tradición, todavía no se ha extinguido la raza; aún queda en el hogar de la patria el rescoldo de una brisa celeste, o el viento de una catástrofe, puede convertir en magnífica hoguera que calcine las osamentas de extrañas tiranías y alumbre los horizontes, como la aurora de una nueva edad y de una vida nueva!"

(El Correo Español, 14 de febrero de 1893)