jeudi 15 mai 2014

De pistolas y urnas

Un par de reflexiones a vuelapluma sobre el momento actual en España, en concreto sobre el asesinato de la política leonesa Isabel Carrasco y las próximas elecciones al Parlamento Europeo.

Sobre el asesinato estoy más que seguro de que, con el paso de los días o los meses, se irán conociendo más detalles, pero me atrevo a hacer ya un resumen general.

No es necesario decir que la política actual no es más que un cenagal inmundo y profundamente amoral de avaricia, egoísmo y corrupción. Cada vez que un juez se decide, no ya a investigar, simplemente a revisar la documentación oficial, nos encontramos brutalmente de frente con ese lodazal criminal que ha conseguido convertir la España que en 1975 era un ejemplo de orden, progreso, moralidad, y actividad económica eficiente y ordenada, en un páramo de desolación moral y económica.

Para formar parte de ese mundo, en el que se pueden obtener cantidades inimaginables de dinero, dónde es posible disfrutar de los lujos y vicios más caros y depravados, es preciso estar dispuesto a vender el alma al diablo, y encontrar a alguien interesado en comprarla.

Una vez obtenido el ingreso en tan deleznable empresa, las cantidades ingentes de dinero, los coches de alta gama, las viviendas  de superlujo, las comilonas, las borracheras, las drogas, el sexo más depravado, y todo tipo de otros vicios al alcance de muy pocos, van esclavizando al recién llegado con la terrible cadena del miedo a perderlo todo.

Un pequeño error, un descuido, un desaire al maestro, o en ocasiones cualquier intento de avanzar a mayor velocidad de la permitida, hacen que el incauto se encuentre de la noche a la mañana expulsado de todo.

Y “desengancharse” de todo aquello es poco menos que imposible.

Imposible desde luego cuando hemos dado la espalda a todo lo bueno, a los principios, a la moral, a la Verdad y en definitiva a Dios.

Este último crimen, no me cabe duda, es tan sólo una pequeña muestra, la punta del iceberg como se suele decir, un ejemplo de la desesperación del que lo ha perdido todo, empezando por su alma, y la expresión brutal de su odio contra la persona que encarnaba el poder del demonio en esta sociedad oscura y triste desde que dio la espalda a la Luz del mundo.

Y en un par de semanas los habitantes de las naciones que forman parte de ese proyecto internacional de sometimiento a los dictados del Nuevo Orden llamado Unión Europea, están convocados para elegir a los miembros del Parlamento Europeo.

El Parlamento Europeo es la única institución de la Unión en la que sus miembros son elegidos de modo directo por los ciudadanos. Por eso es la institución europea con menos atribuciones, por no decir ninguna, más allá de enviar el excedente de profesionales de las políticas nacionales, a un exilio dorado donde disfrutar aún de más prebendas, de sueldos aún más inmoralmente elevados, y en definitiva de más corrupción salvaje.

El verdadero poder en la Unión Europea lo ejercen los gobiernos de las naciones miembro, por supuesto en función de su relevancia económica y política real.

No reflexionaré ahora sobre la conveniencia de votar a candidaturas “antisistema” que defiendan los principios católicos tradicionales, no votar, votar en blanco o votar nulo. Cada cual conocerá argumentos a favor y en contra de cada opción.


Pero si como es de temer, el próximo 25 de mayo, una mayoría más o menos numerosa de ciudadanos europeos continúan dando su voto a los partidos del sistema, en España al PP, PSOE, IU, UPyD, C’s, VOX… entonces no sería de extrañar que el asesinato político de esta semana no sea el último.

mercredi 14 mai 2014

Lo que Franco hizo bien

Obviamente no estoy de acuerdo con todo lo que expone el autor del opúsculo “Siete cosas que Franco hizo bien”, y de hecho estoy en profundo desacuerdo con algunos puntos que resultarán evidentes para el reducido pero selecto grupo de lectores de mi bitácora.

Sin embargo he creído interesante reproducir aquí la introducción de la obra, que constituye un magnífico resumen de lo desarrollado por el autor en las siguientes treinta páginas.

Si nos abstraemos de las opiniones personales del autor, Ultano Kindelan Everett, que únicamente constituyen una pequeña parte de lo expuesto, estoy seguro que la visión esquemática de la obra del Generalísimo Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios, resultará a todos muy interesante.

De no ser así, mis disculpas a los agraviados, que tienen abierta, como siempre, la posibilidad de publicar cuantos comentarios civilizados consideren oportunos:


Falta poco para que se cumplan cuarenta años de la desaparición de Francisco Franco Bahamonde, evento que, muchos de los que hoy tengan menos de cincuenta años imaginarán fue celebrado con inmensa alegría por la mayoría de los españoles, que veían por fin desaparecer al tirano, que según nos vienen repitiendo rutinariamente los medios desde hace años, oprimió y torturó a los españoles, especialmente a sus oponentes, durante su terrible dictadura.

Sin embargo, sorprendentemente no fue así. No hubo quemas de efigies, ni destrucción de estatuas, ni grandes manifestaciones de alegría, ni en España, ni en el extranjero. En cambio, los visitantes a la capilla ardiente donde se velaron sus restos, se contaron por cientos de miles.

Otro hecho que posiblemente sorprenda a los que conocen a Franco, y al franquismo, solamente a través de nuestros medios actuales, es que cuando los españoles recuperaron su libertad política, y ejercieron su voto, no votaran mayoritariamente a favor de los partidos que, supuestamente lideraron la lucha contra el dictador, el PSOE y el PCE, sino que, prefirieron una opción, que se puede describir como evolucionista, la opción de la UCD de Adolfo Suárez.

Esos dos hechos, nos dicen que Franco no debió dejar tan mal recuerdo en muchos españoles, ni su régimen tampoco. De hecho, creo que puedo afirmar sin faltar a la verdad, que la mayoría de los españoles que vivieron bajo su régimen, reconocen que el balance de su gestión, salvo en lo que a libertades políticas se refiere, fue rotundamente positivo.

¿Por qué? Preguntarán esos lectores, que no hayan cumplido los cincuenta años; ¿cómo es posible que ese abominable dictadorzuelo no dejase un pésimo recuerdo?

Pues porque Franco, durante los 38 años que rigió los destinos de España, hizo algunas cosas, las fundamentales, bien. Y es hora de reconocerlo.

-Lo primero que hizo bien, fue ganar la guerra civil, liberando a los españoles de caer en la dictadura comunista que, con total seguridad, hubiese seguido a su derrota.

Sí, repito, con total seguridad, pues desde principios de 1938 el Frente Popular fue dominado por Moscú de forma cada vez más férrea. De haber vencido en la guerra civil, ese Frente Popular no hubiese podido contener a Hitler, que con gran probabilidad hubiese invadido España, convirtiéndola otra vez en un campo de batalla, más sanguinario aún que la guerra civil. Y en el caso, poco probable, que España no hubiese sido invadida, su destino hubiese sido la dictadura comunista. Las dictaduras comunistas de la segunda mitad del siglo XX en Europa, hacen que, los que vivimos bajo la de Franco, en comparación, nos hayamos considerado muy afortunados.


-Lo segundo que hizo bien, fue hacerse con todo el poder político desde el principio de la guerra civil, unificando a falangistas con carlistas y otros partidos minoritarios de derechas, en una institución que llamó “Movimiento Nacional”, evitando el dominio del nuevo régimen por la falange, aunque dejara que esta tuviera una importante cota de poder, que fue erosionando con los años. Franco se sentó encima de una olla a presión durante cuarenta años, lo que permitió el guiso de una nueva España. El no buscó esa posición, como tampoco fue el causante de la guerra civil como repiten tantas veces los medios, y se enseña en muchos colegios. La guerra civil vino por muchas razones, pero la principal fue la insumisión de la izquierda al Estado de Derecho; de su declarada intención de imponer “La Dictadura del Proletariado", (eslogan entonces omnipresente, afortunadamente olvidado hoy), a la fuerza si fuera necesario; y de su desacato continuado a la autoridad y leyes de la República, que luego pretendieron defender, abrogándose, sin derecho alguno, el nombre de “republicanos”.

-Lo tercero que hizo bien, fue contener la inevitable represión que siguió a su victoria. Es un hecho que, en la España de Franco, la represión no alcanzó, ni de lejos, el nivel de los regímenes totalitarios conocidos. Fue mucho menor incluso que la que aplicaron franceses e italianos al término de la 2ª Guerra Mundial a los colaboracionistas con el nazismo. Además el Estado no eliminó la propiedad privada, ni monopolizó la actividad económica, salvo en proyectos de gran envergadura, sino que procuró el crecimiento de la inversión privada, tanto nacional como extranjera, evitando también nacionalizar la banca.

Por otra parte, si los vencedores hubiesen sido los frentepopulistas, ya totalmente dominados por los comunistas, ¿hubiese sido la represión más moderada? El encarnizamiento de estos contra sus compañeros de armas durante la guerra, bien documentado, y los asesinatos a sangre fría de más de ocho mil religiosos durante la guerra civil, no son precisamente un presagio de moderación en la eventualidad de una victoria frentepopulista.

-Lo cuarto que hizo bien fue evitar entrar en la Segunda Guerra Mundial, algo inmensamente difícil dadas las deudas contraídas con Hitler y Mussolini. Un logro en el que, si bien tuvo mucho que ver la suerte, también se debe sin duda a la astucia y prudencia de Franco.

-Lo quinto que hizo bien, fue utilizar su imagen de anticomunista acérrimo para obtener una alianza con los Estados Unidos, clave para sacar a España del aislamiento internacional en que se encontraba, abriendo la puerta al desarrollo de nuestra economía. Economía, que en 1975 al morir Franco era mayor que la de Rusia y la de China, (sí, es correcto, mayor que la de Rusia y la de China), por no hablar de las de países comunistas más parecidos a España por sus recursos y demografía.

-Lo sexto que hizo bien, fue declarar a España reino, y preparar a Juan Carlos de Borbón para rey de España. Durante los casi 40 años de franquismo, el país cambió radicalmente, y los españoles conseguimos dejar el odio atrás, como demuestra la ejemplar transición política que desembocó en la Constitución de 1978. La visión de Franco al seleccionar, preparar, y finalmente establecer a Juan Carlos como su sucesor en la jefatura del estado “a título de Rey”, fue la pieza clave de una estrategia de apertura gradual hacia un régimen democrático.

-Lo séptimo que hizo bien, fue llevar una vida austera y honesta, dedicada al gobierno de la nación según su mejor criterio. Criterio tachado, con razón, de pacato y paternalista, en que primaba un sincero interés por el bien de los españoles, y que con los años le llevó a ganar una cuota de popularidad con la que soñarían los políticos de nuestra actual democracia. Probablemente, porque muchos de los españoles de entonces coincidirían con Franco, en preferir su gobierno a repetir las experiencias de la segunda república.

Las siete realidades que acabo de reseñar, son las que hicieron que el fin de Franco fuera sentido por la gran mayoría de los españoles. Lo cual no es incompatible con un sentimiento de liberación, y de mayoría de edad, después de tantos años de carencia de libertad política. Sentimiento de liberación matizado por miedo a lo desconocido, o mejor dicho, a lo recordado. En cualquier caso, tengo bien presente la ilusión con que recibimos la nueva etapa que se abría con el fin del franquismo; pero no recuerdo rencores, ni ansias de revanchismo.

¿Significaría el fin de la dictablanda franquista, una vuelta al descontrol anárquico que terminó con la Segunda República?

La historia demuestra que no fue así, y la transición española permitió la instauración de una monarquía democrática, que con todos sus defectos, ha permitido décadas de estabilidad política, y el reconocimiento de España como una democracia madura en el concierto internacional.

Ello fue posible porque los españoles se habían reconciliado con ellos mismos, después de casi cuarenta años de inanición política. Durante esos años, España, y el mundo, habían cambiado para siempre, y el tiempo se encargó de mitigar el dolor de la guerra y enterrar odios. Pero la opresión del franquismo, con los años más bien latente que real, en ocasiones volvía a surgir, resaltando en estos casos lo anacrónico de la dictadura, en un país cada vez más abierto y cercano a Europa. Por ello, el futuro sin Franco, y sobre todo sin los franquistas, se veía ilusionante y prometedor.

El hecho es que, Franco y su régimen, esa denostada dictadura, dejó un pueblo en paz, próspero, y sin tensiones que no se pudieran resolver en debates democráticos. Una sociedad con instituciones mayormente respetables, y respetadas. Por otra parte, la limitación de libertades políticas, que tanto ofende a los medios y progresía actuales, fue considerada durante muchos años, como un mal menor por la mayoría de españoles.

Esas realidades, olvidadas hoy por muchos, son las que hicieron posible que el proceso de transición a una monarquía democrática, tuviera lugar en un clima de concordia y fraternidad ejemplares.

Antes de terminar esta introducción, debo señalar, que una cosa es que Franco hiciera cosas bien, y otra que fuera una persona dotada de cualidades excepcionales, que le hicieran especialmente admirable, fuera de su demostrado valor, y capacidad de mando.

Precisamente fue esa falta de excepcionalidad, lo que forjó su perfil conservador y desconfiado.

Franco fue un hombre con suerte, mucha suerte. La tuvo en la guerra de África, donde expuso su vida con indudable valor en multitud de ocasiones; luego durante la guerra civil donde se las vio con un adversario inicialmente cinco veces más poderoso, y, sobre todo, durante su largo mandato, enmarcado inicialmente por la segunda guerra mundial, y luego por la guerra fría, acontecimientos que sembraron amenazas muy reales contra él y su régimen, amenazas que otros acontecimientos se encargaron de desactivar. Como decían los soldados moros que lucharon con él, “Franco tenía Barraka”.

Desde su religiosidad, Franco interpretó su suerte como un don divino, y dedujo que Dios le había señalado para salvar a España, algo de lo que murió convencido. De ahí el manto de nacional catolicismo con que envolvió su régimen desde que asumió la Jefatura del Estado. Ese nacional catolicismo fue realmente su única ideología, y explica su actitud hacia el comunismo y la masonería, herejías que se sintió con la divina misión de extirpar; así como su imposición de la censura “moral”.

Por lo demás, Franco fue un excelente militar, reconocido como tal por la Monarquía y la República, dedicado a su trabajo, y sin intereses fuera de él. Recelaba del mundo de la cultura por sus inclinaciones izquierdistas, así como de todo tipo de ideología política incluida la fascista, como demuestra su tratamiento de la falange. De su falta de carisma, podemos dar fe todos los españoles que soportamos sus discursos, y de su astucia, y frialdad, todos los que le trataron. Por otra parte, si no hubiera habido guerra civil, pocos recordarían hoy a Franco

En esta obra analizo esas siete cosas que Franco hizo bien, repasando la actuación de Franco como Jefe de Estado español, desde que terminó la guerra civil hasta su muerte, no con el ánimo de hacer un panegírico, sino de poner las cosas en su sitio; que ya va siendo hora, pues Franco, nos guste a no, puso los cimientos de nuestra democracia, y los puso muy bien.

Madrid, Diciembre de 2103

ISBN 13: 978-84-941203-5-0

Título: Siete cosas que Franco hizo bien
Autor/es: Kindelán Everett, Ultano
Lengua de publicación: castellano
Edición: 1ª ed., 1ª imp.
Fecha Edición: 01/2014
Publicación: Marisol Kindelán
Descripción: 1 ePub
Materia/s: BGH - Biografía: histórica, política y militar


Precio: 3,99 Euros

jeudi 1 mai 2014

Dos de mayo

D. Luis Daoiz y Torres nació en Sevilla el 10 de febrero del Año de Gracia de 1767. A los 15 años ingresó en el Real Colegio de Artillería de Segovia, institución que celebra este año 2014 su 250 aniversario, y a los 19 egresó con el empleo de Subteniente.

Participó brillantemente en las defensas frente al moro de las plazas españolas de Ceuta y de Orán, alcanzando el empleo de Teniente.

Un año más tarde, pasó destinado al Ejército del Rosellón, donde por primera vez se enfrentaría a las tropas revolucionarias, en aquella guerra del Reino de España contra el gobierno francés denominado Convención Nacional que, tras ajusticiar su Rey, sometería a su propia nación al periodo conocido como El Terror.

Allí sufrió cautiverio siendo trasladado a Toulouse.

Liberado en 1797, embarcó en la Escuadra de la Mar Océana donde ejerció como artillero e intérprete, gracias a su dominio de cinco idiomas.

Fue a la edad de 33 años cuando alcanzó el empleo de Capitán Segundo y con 35 era ya Capitán Primero.

Desempeñó diversas comisiones facultativas, hasta que en 1808, después de haber servido desde 1805 en el Departamento de Artillería de Sevilla, pasó al de Segovia y posteriormente fue destinado a Madrid como responsable de la tropa de artillería de la Plaza, en el Parque de Artillería de Monteleón.

La moderación, la prudencia y la templanza destacaron en su proceder de forma muy precoz, tanto, que ya en su época de cadete sus compañeros le apodaban “el anciano”. Entre sus virtudes cabe destacar el culto a la disciplina y la lealtad, que alimentó siempre con una conducta meditada e irreprensible.

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D. Pedro Velarde y Santillán nació doce años más tarde,  el 19 de octubre de 1779, en Muriedas, en el valle cántabro de Camargo, y también con apenas 15 años ingresó en el Real Colegio de Artillería de Segovia, esa fuente inagotable de héroes y prohombres de la Patria, donde desde el primer momento dio pruebas de clarísima inteligencia, constante aplicación y vivo espíritu. Durante su último año como alumno fue Brigadier de Cadetes. A los 19 años finalizó sus estudios en el Real Colegio con el empleo de Subteniente, iniciando una meteórica carrera.

Tomó parte en aquella grave consecuencia de las manipulaciones de los gobernantes españoles por parte de Napoleón, la Guerra de las Naranjas contra Portugal.

Con 22 años ascendió a Teniente y con 24 a Capitán Segundo, empleo con el que fue destinado como profesor al Real Colegio de Artillería.

En 1806, y debido a sus conocimientos, fue destinado a la Secretaría de la Junta Superior de Artillería de Madrid, donde permanecía al llegar el 2 de Mayo de 1808.

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Recordemos ahora la situación de nuestra Patria en los funestos albores del siglo XIX, marcados por aquel baño de sangre que conocemos como Revolución Francesa.

Sangre hasta entonces del propio pueblo francés, primera víctima de los agitadores, y que con la ascensión de aquel corso llamado Napoleone Buonaparte, tornó en horrible sangría por todo el continente europeo.

En 1807, los ejércitos de Napoleón habían sometido ya a sangre y fuego toda Europa y se habían adentrado también en el norte de África.

Reinaba en España Su Católica Majestad Carlos IV de Borbón, y en su nombre gobernaba Manuel Godoy, de tan triste recuerdo.

Bajo el pretexto de tomar parte en una nueva guerra contra Portugal, un ejército napoleónico al mando de Jean-Andoche Junot había cruzado ya la frontera entrando en la península.

La felonía del pequeño usurpador corso se consumaba, siendo su primera y única intención derrocar al legítimo Rey de España y sustituir en toda Europa la centenaria dinastía de los Capetos por la suya propia.

El Rey de España, incapaz de imaginar en un emperador tal desprecio por el honor y la dignidad, sería una víctima fácil en los perversos planes napoleónicos.

A primeros de marzo de 1808 las fuerzas francesas dentro de España sumaban 90.000 hombres, que se habían apoderado ya de enclaves fundamentales. Las órdenes que tenían los capitanes generales y gobernadores españoles eran no dar motivo de queja a los generales franceses y conservar con sus tropas la mejor armonía.

Mas no tardarían mucho tiempo en conocerse las aviesas intenciones de los bonapartistas, cuyo objetivo nunca fue atacar Portugal, si no anexionarse el Reino de España y combatir su Tradición.

Aquel mismo mes de marzo, la Corte acosada se desplazó a Aranjuez, y fue allí donde, por primera vez, el pueblo español con sus nobles señores al frente, empezó a tomar parte activa en la terrible situación.

En aquel motín terminó apaleado y preso el felón Godoy, y la Corona de España pasó al Príncipe de Asturias, Su Católica Majestad Fernando VII de Borbón, por abdicación de su augusto padre.

Conocida por el pueblo español la exaltación al trono de su nuevo Rey legítimo, el júbilo se extendió por todo el Reino de España.

Pero como esta sucesión en la corona de España chocaba con sus execrables planes, los agentes napoleónicos se aprestaron de nuevo a manipular con métodos perversos a Carlos IV, obligándole a desdecirse de la abdicación e iniciando un artificial pleito sucesorio favorable a los revolucionarios.

¡Cuánta sangre española se habría de derramar aún aquel siglo por las maquinaciones de los agentes de la revolución contra la tradición sucesoria del Reino a la muerte del Rey Fernando!

Napoleón empleó de nuevo la deslealtad, la traición y el engaño para trasladar cautiva a Bayona a la familia real, y los destinos del Reino de España quedaron en manos de la Junta Suprema de Gobierno, presidida por el Infante D. Alfonso, tío de Fernando VII.

Y así llegó el día dos de mayo de 1808, y el pueblo español de Madrid se agolpó a las puertas del Palacio Real, alarmado por los rumores del inminente traslado a Bayona del último de los miembros de la familia de su amado soberano, el infante D. Francisco.

Allí empezaron las masacres de la mano de aquella bestia inhumana llamada Joachim Murat, que aspiraba a ceñir la Corona Real de España en sus indignas sienes, y que cuando Napoleón la entregase vilmente a su hermano José, no tendría reparo en ceñir la de Nápoles, que también había sido arrebatada por los revolucionarios a su legítimo Rey, pasando sobre la sangre de sus fieles súbditos.

Al mariscal del usurpador no le cupieron escrúpulos para masacrar a la multitud con descargas de fusilería y de metralla, sembrando el suelo patrio de cadáveres de hombres, mujeres y niños.

La noticia se propagó como un reguero de pólvora y la lucha se generalizó por toda la villa de Madrid, dirigiéndose un gran número de paisanos al Parque de Artillería de Monteleón en busca de armas.
…………

El capitán Pedro Velarde, que llegó muy temprano a su despacho en la Junta Superior Facultativa; descompuesto el semblante, inquieto, reflejando su nerviosa  y exaltada agitación, dijo a su jefe: “Mi comandante, vamos a batirnos con los franceses

En esto, sonó por la calle vecina el estruendo de fusiles y de pasos de fuerza disciplinada; al oírlo corrió el capitán Velarde en dirección al Regimiento de Voluntarios del Estado, donde consiguió de su coronel una compañía para reforzar las fuerzas del Parque de Artillería.

El capitán Luis Daoiz, al llegar a su destino, encontró a la compañía napoleónica que guarnecía el Parque, formada y dispuesta para masacrar a tiros a los civiles españoles que en el exterior vitoreaban a España y a su legítimo Rey Fernando, al tiempo que insultaban a los revolucionarios enemigos de Dios y su Tradición.

Sin perder un instante, pasó Daoiz a disponer de su escasa fuerza, dieciséis  artilleros entre sargentos, cabos y soldados, para vigilar tanto la puerta como los movimientos de las tropas que ya sin duda eran las del enemigo.

Cuando Velarde llegó al frente de la Compañía de Voluntarios, se produjo el delirio de la multitud popular de leales súbditos de Su Majestad el Rey de España que inundaba las proximidades del Parque.

El capitán Velarde se dirigió resueltamente al capitán francés, y con su audaz lenguaje, acertó a desarmar y encerrar en las caballerizas a la compañía revolucionaria.

En aquel supremo instante se le planteaba un grave dilema al veterano y reflexivo Daoiz; de un lado, las órdenes recibidas y su responsabilidad como oficial más antiguo del Parque, y de otro el  pueblo español que, a las puertas del Parque, le pedía las armas para defenderse.

Superada cualquier duda, como no podía ser de otro modo, se impuso su sagrada obligación de oficial español ante la que ninguna orden contraria reviste valor alguno, y ordenó abrir las puertas del Parque y armar al pueblo.

Siglos más tarde aún se discutía en otros pueblos si la obediencia debida exime de responsabilidad al que cumple órdenes criminales, cuando ningún militar español en la historia ha dudado un instante ser plenamente responsable de sus actos en toda circunstancia.

Se reunió Daoiz en el patio con los oficiales y artilleros que, proclamando públicamente su lealtad al legítimo Rey Fernando VII y a la independencia del Reino de España, se conjuraron a morir antes que sucumbir al oprobio de la servidumbre a Napoleón. 

Desde los balcones el pueblo colaboraba con los defensores del Parque de Monteleón recibiendo con nutrido fuego al Batallón de Westfalia, que fue rechazado tantas veces como acometidas intentó para forzar la entrada y traspasar la línea defensiva tan fieramente defendida. 

Enterado el cruel y sanguinario Murat de la porfiada defensa del Parque y preso de la ira, dispuso que su propio ayudante, el general Lagrange, atacara sin piedad el recinto con la brigada Lefranc.

Así extendían su falsa liberación aquellos crueles carniceros que con inhumana hipocresía pretendían enarbolar los estandartes de la libertad, la igualdad y la fraternidad. 

Tres veces más fueron rechazados los napoleónicos, hasta que la escasez de municiones, el cansancio físico, nunca de espíritu, y la brutal desproporción de fuerzas, hicieron arribar la desdichada hora del declive y la muerte, en la lucha desigual del pueblo de España por la verdadera libertad.

Velarde fue alcanzado por una bala que le atravesó el corazón y sin un gemido entregó la vida al Altísimo, por su Patria y por su Rey.

Daoiz, con la espada en la mano, herido en una pierna y sosteniéndose a duras penas sobre uno de los cañones, esperaba el inminente final cuando el general Lagrange se dirigió a él de forma ofensiva tocando violentamente el sombrero del héroe.

Un oficial de artillería español, heredero de los cristianos de Covadonga y de Las Navas de Tolosa, no tolera la humillación.

Con el último aliento levantó Daoiz su espada para atacar al general napoleónico. Lagrange paró el golpe, e inmediatamente cayó sobre el bravo artillero la guardia personal del general, asestándole un cobarde bayonetazo.

Mortalmente herido fue llevado a su casa por unos leales, donde expiró a las dos de la tarde, mártir de la verdadera libertad.

…………

-Hay un mal grave, señores, un mal terrible, al cual es preciso combatir -continuó Garrote sin hacer caso de la vieja-.

¿Qué mal es este?

Que los franceses han traído acá la idea de cambiar nuestras costumbres, de echar por tierra todas las prácticas del gobierno de estos reinos, de mudar nuestra vida, haciéndonos a todos franceses, descreídos, afeminados, badulaques, tontos de capirote y eunucos.

¿Y qué ha sucedido? que mientras la mayor parte de los españoles se echaban al campo para extirpar toda la maleza galaica y sahumar con el vapor de la guerra el país infestado de franceses, unos pocos de los nuestros han admitido aquella mudanza.

¡Abominables tiempos, señores! Ved cómo hay en Madrid una casta de miserables sabandijos a quien llaman afrancesados, que son los que visten a la francesa, comen a la francesa y piensan a la francesa. Para ellos no hay España, y todos los que guerreamos por la patria somos necios y locos.

Pero todavía existe una canalla peor que la canalla afrancesada, pues éstos al menos son malvados descubiertos y los otros hipócritas infames. ¿Sabéis a quién me refiero? pues os lo diré. Hablo de los que en Cádiz han hecho lo que llaman la Constitución y los que no se ocupan sino de nuevas leyes y nuevos principios y otras gansadas de que yo me reiría, si no viera que este torrente constitucional trae mucha agua turbia y hace espantoso ruido, por arrastrar en su seno piedras y cadáveres y fango.

¿Queréis pruebas? Pues oídlas. Estos hombres se fingen muy patriotas y aparentan odiar al francés, pero en realidad le aman. ¡Ah! Pasad la vista por sus abominables gacetas. ¿Las habéis leído? Decís que no. Pues yo las he leído y sé que respiran odio a los patriotas, al Rey y a la sacrosanta religión. Son los discípulos de Voltaire, que van por el mundo predicando la nueva de Satanás. 

El cura al oír esto sintió que las lagrimas se agolpaban a sus ojos. Eran lágrimas de admiración. Estaba pálido, mas no de envidia, aunque reconocía que él jamás había dicho en sus sermones cosas tan bellas. 

-Pues bien, señores -añadió Navarro-, hoy voy a combatir contra los franceses y mañana contra los afrancesados que son peores, y después contra los llamados liberales que son pésimos; y si yo no pudiere o si Dios se sirve llamarme a sí sobre el campo de batalla, aquí está mi hijo, a quien entregaré mi espada y que ya tiene mi espíritu.

Benito Pérez Galdós, El equipaje del rey José, capítulo XIV, Episodios Nacionales (Segunda Serie).