vendredi 15 juillet 2011

El yugo y las flechas

Mucho y muy bien hablamos los Carlistas de la auténtica bandera de las Españas, la Cruz de San Andrés, Cruz de Borgoña, roja sobre fondo blanco, sin duda el símbolo español por excelencia en la historia.

Pero hoy me referiré a otro símbolo español que en el tradicionalismo, por haberlo adoptado en el siglo pasado la Falange de José Antonio Primo de Rivera, no recibe la misma consideración, pese a ser aún más antiguo y tradicional.

Me refiero claro está al yugo y las flechas.

Aunque entre mis queridos y cultísimos correligionarios no es preciso hacer cierto tipo de aclaraciones, e incluso pudieran parecer insultantes, puntualizaré ciertos detalles en atención a algún improbable lector poco avezado en la tradición hispánica.

Aunque hay mucho escrito, y muchas teorías más o menos fundadas, sobre la simbología heráldica de los Reyes Católicos, lo cierto es que el yugo, perteneciente a Fernando el Católico, Rey de Aragón, hace alusión al nudo gordiano de Alejandro Magno.

Respecto a las flechas, propias de Isabel la Católica, Reina de Castilla, su significado es más discutible, yendo desde simbolizar la unión de los territorios sobre los que reinaba, hasta explicaciones más complicadas sobre sus proyectos universales. Incluso varía el número, siendo en ocasiones siete o múltiplo de siete y cinco en la versión más habitualmente aceptada. En todo caso el haz de flechas, como las fasces de los líctores romanos, es símbolo de unidad (¿De aquí su identificación con el fascismo?)

Comentan también algunos historiadores el hecho de que el yugo del Rey Fernando sea palabra que empieza por Y, como el nombre de su esposa Isabel (según la grafía de la época), y las flechas de la Reina Isabel comiencen por F, como Fernando.

Pero lo que me atrae a escribir hoy es precisamente el yugo con las ataduras que componían el nudo gordiano.

Como sabemos se trataba de un campesino de la península de Anatolia (Gordión, capital de Frigia) que uncía sus bueyes con un yugo atado con un nudo de cuerdas tan complicado que era imposible de deshacer. La profecía contaba que sólo aquel capaz de desatar el nudo podría conquistar Oriente.

Alejandro, que finalmente conquistaría Oriente, decidió cortar el nudo con su espada, ya que al final el resultado es el mismo si se desata un nudo o si se cortan las cuerdas directamente. Esta reflexión dio lugar al que sería el lema de Fernando el Católico, “tanto monta”, es decir que lo mismo da una cosa como la otra.

La tradición popular ha querido identificar el “tanto monta” con la igualdad de poderes entre Isabel y Fernando, considerados los primeros Reyes de España, con permiso de los Reyes Godos, de Sancho el Mayor…

Me gusta especialmente este símbolo heráldico, el yugo con el nudo gordiano roto por la espada, ya que los enemigos de España y de la Cristiandad acostumbran, como en el caso actual, a tender una maraña de engaños y trampas imposible de deshacer por más que se intente, pretendiendo tener a los hombres de bien, infructuosamente entretenidos desatándola.

Que si el tribunal supremo, que si el constitucional. Que si Bildu, que si ETA, que si el PNV. Que si autonomía, que si independencia. Que si sufragio universal, que si democracia representativa, que si partidos políticos, que si listas cerradas, abiertas o mediopensionistas. Que si libertad religiosa, que si prohibición de crucifijos. Que si salud reproductiva, que si aborto. Que si muerte digna, que si eutanasia. Que si derechos humanos, que si impunidad para los criminales. Que si déficit, que si deuda, que si inflación, que si paro, que si flexibilización del mercado laboral, que si despido libre, que si productividad, que si Lehman Brothers, que si Moody’s…

¿Y saben lo que les digo? Que para conquistar el futuro, como Alejandro conquistó Oriente o Aragón el Mediterráneo, no hay que perder un minuto más jugando con sus reglas. Que ya basta de volvernos locos para deshacer el nudo. Un buen tajo con la espada y a otra cosa mariposa. Ustedes ya me entienden ¿no?

dimanche 10 juillet 2011

Memoria histórica en directo

Como comenté hace unos días, entre mis lecturas de verano he incluido este año el famoso panfleto de Chateaubriand “De Buonaparte y de los Borbones”.

Lo estoy leyendo en la reciente edición publicada por la editorial Acantilado, que ha sido un auténtico descubrimiento. Ardo en deseos de adquirir alguna de las múltiples obras de Zweig que incluyen en su catálogo.

El panfleto de Chateaubriand resulta de una actualidad increíble, pese a tener aproximadamente doscientos años. Su manera de presentar las virtudes de la Tradición frente a los vicios horrendos de las revoluciones, y su excelente descripción de tiranos y dictadores sedientos de sangre como Napoleón, en cuya descripción a veces nos parece estar viendo a Hitler o a Stalin, de los que el pequeño usurpador corso fue el claro precedente, como la revolución francesa lo fue de la bolchevique, frente a la serenidad, el cumplimiento del deber y el amor a la Patria y a su pueblo de los monarcas cristianos legítimos, resumen magistralmente toda una teoría de la historia, veraz, auténtica y clarividente, cuya lectura por los jóvenes estudiantes podría desarrollar en ellos un espíritu crítico frente a las falacias que componen los manuales oficiales actualmente en vigor en escuelas, institutos y universidades.

Resultaría tal vez entonces posible que muchos se replanteasen las patrañas que les han contado como dogmas de obligada aceptación sobre Luis XVI, ese gran Rey de Francia sobre el que tantas mentiras se han escrito para justificar el baño de sangre criminal y terrorífico de los asesinos de las guillotinas.

Tal vez algunos empezaran entonces a mirar con otros ojos esas engañosas trampas como los “derechos humanos”, “la democracia”, “el derecho internacional humanitario” y tantas otras sandeces con que los masónicos dueños actuales del planeta han intentado suplantar los sagrados principios de gobierno de la Tradición Católica.

En un orden de cosas menos universal, si es que algo puede ser español sin ser a la vez universal, nuestra visión de Francia, tan emponzoñada por los crímenes napoleónicos, podría aclarase al descubrir el rechazo que estos actos causaron en la verdadera Francia.

En palabras del Vizconde de Chateaubriand:

Cada nación tiene sus peculiares vicios, y no son los de los Franceses la alevosía, la ingratitud y el encono. La muerte del duque de Enghien, la tortura y el asesinato de Pichegru, la guerra de España y la cautividad del Papa, anuncian en Buonaparte su cuna extranjera. Aunque abrumados con las cadenas que en nuestros hombros cargaban, no menos compasivos con la desgracia que amantes de la gloria, lloramos al duque de Enghien, a Pichegru, a Georges y a Moreau; tributamos nuestra admiración a Zaragoza, y nuestro respetuoso homenaje a un Pontífice cargado de grilletes. El que robó sus Estados al venerable sacerdote que había puesto en su frente la corona; el que tuvo la osadía de poner en Fontainebleau la mano en el Sumo Pontífice, y arrastrar por sus canas al padre de las fieles, creyendo acaso alcanzar un nuevo triunfo, no sabía que le quedaba al heredero de Jesucristo el cetro de caña, y la corona de espinas que tarde o temprano vencen el poderío de los perversos.

Vendrá tiempo , según espero , que declaren con un acto solemne los Franceses libres que no han sido cómplices de estos horrores tiránicos , que el asesinato del duque de Enghien , la cautividad del Papa y la guerra de España son acciones impías , sacrílegas , odiosas , y más que todo anti-francesas, y que toda su ignominia recae en la cabeza de un extranjero.”

vendredi 8 juillet 2011

Un recordatorio muy necesario

La última entrada publicada en « El Brigante », sobre la Sagrada Comunión y las condiciones precisas para su recepción, es sencillamente brillante. Y lo es por su sencillez, por eso que en España conocemos como “llamar al pan, pan, y al vino, vino”, expresión muy apropiada si hablamos precisamente de las especies del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.

El artículo original al que se refiere la entrada contiene además una referencia final que quisiera destacar hoy aquí.

Se trata de señalar un error presente en aquello que se ha dado en llamar el Catolicismo Tradicional o Tradicionalista, de cuyas posturas y planteamientos yo mismo me siento muy cercano, más que cercano podría decir, sin que ello me desvíe un ápice de la obediencia a la Santa Madre Iglesia, acogiéndome siempre, en caso de duda, a su infalible Magisterio.

Y de ese problema trata la parte final del artículo, que trato de traducir para los que no dominen el francés:

Una de las facetas de la herejía jansenita fue confundir la condición con el resultado. Los enemigos de Jesucristo y su Iglesia pretendían que es necesario ser santo para comulgar, siendo que la santidad es fruto de la Santa Comunión: no es producto de nuestro esfuerzo (aunque sea necesario), si no la acción de Jesucristo infinitamente santo presente en el Sacramento.

Un error similar e igualmente nefasto circula hoy en día en los medios llamados tradicionales: consiste en afirmar que la conformidad con la Tradición de la Iglesia es condición previa a la infalibilidad del Magisterio, siendo que dicha conformidad es el resultado de la infalibilidad. Este error forjado para escapar a la lógica de la fe es mucho más grave que un simple desprecio: hace vano el Magisterio de la Iglesia, imposibilita el conocimiento cierto de la Revelación Divina, destruye la fe sin la que resulta imposible agradar a Dios.”

El artículo sin duda debe movernos a reflexión para que nuestras posturas de fidelidad absoluta a la única fe verdadera no nos lleven, por orgullo, falta de caridad o rebeldía, a alejarnos de nuestra Santa Madre Iglesia, la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo, impidiéndonos ser aquello que precisamente luchamos por seguir siendo frente a viento y marea, Católicos.

Termino traduciendo el párrafo final:

Lejos de estos dos errores devastadores, atémonos a Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre. En la Santa Iglesia y por ella, Él nos concede estos dos regalos que manifiestan su bondad infinita: la virtud de la fe, por la que nos ilumina con la Verdad eterna; la Santa Comunión, por la que anticipa en nuestras almas la Vida Eterna, y nos da los medios para perseverar.”

mercredi 6 juillet 2011

Unidos en lo esencial

Al hilo de las reflexiones de Firmus y Rusticus sobre la legitimidad de tomar las armas contra la propia Patria cuando ésta se encuentra en manos de un ilegítimo poder depravado, o de colaborar con ese poder, por ser de hecho el gobierno, y del manifiesto del Núcleo de la Lealtad, de adhesión inquebrantable a la Secretaría Política de Don Sixto de Borbón y Parma, que Dios guarde muchos años, marcando distancias con la iniciativa de la Comunión Tradicionalista Carlista de tratar de aunar esfuerzos en la Liga Tradicionalista, mi pensamiento se vuelve como siempre a lo esencial.

No está en mi ánimo enfrentarme ni atacar a unos u a otros, más bien expresar mi respeto, consideración y apoyo incondicional a cuantos se baten por desenmascarar a los auténticos enemigos de la Patria, y buscan el bien de todos los españoles, a la mayor gloria de Dios y de España.

En mi humilde bitácora permanecen los enlaces al órgano de difusión de la Secretaría del Abanderado de la Tradición y al de la CTC, sin que hasta el día de hoy mi apoyo a ambos me haya provocado problema interno alguno de pensamiento o conciencia.

Por que lo esencial, como digo, es la defensa de un gobierno confesional católico para las Españas, y para todos los pueblos del mundo. Sin eufemismos ni paliativos.

Me viene a la cabeza algún fragmento de esa magnífica novela de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, y excepcional película de Burt Lancaster, “El Gatopardo”:
“…En pocas palabras, ustedes los señores se han puesto de acuerdo con los liberales, qué digo liberales, con los masones, a nuestra costa y a la de la Iglesia. Porque evidentemente nuestros bienes, esos bienes que son el patrimonio de los pobres, serán arrebatados y repartidos de cualquier modo entre los jefecillos más desvergonzados. Y ¿quién, después, quitará el hambre a la multitud de infelices a quienes todavía hoy la Iglesia sustenta y guía? — El príncipe callaba —. ¿Cómo se las compondrán entonces para aplacar a las turbas desesperadas? Yo se lo diré, excelencia. Se lanzarán a arrasar primero una parte, luego otra y finalmente todas sus tierras. Y de este modo Dios cumplirá su justicia, aunque sea por mediación de los masones. El Señor curaba a los ciegos del cuerpo, pero ¿dónde acabarán los ciegos del espíritu?...”
“…No somos ciegos, querido padre, sólo somos hombres. Vivimos en una realidad móvil a la que tratamos de adaptarnos como las algas se doblegan bajo el impulso del mar. A la santa Iglesia le ha sido explícitamente prometida la inmortalidad; a nosotros, como clase social, no. Para nosotros un paliativo que promete durar cien años equivale a la eternidad. Podremos acaso preocuparnos por nuestros hijos, tal vez por los nietos, pero no tenemos la obligación de esperar acariciar más lejos con estas manos. Y yo no puedo preocuparme de lo que serán mis eventuales descendientes en el año 1960. La Iglesia sí debe preocuparse, porque está destinada a no morir. En su desesperación se halla implícito el consuelo. ¿Y cree usted que si pudiese salvarse a sí misma, ahora o en el futuro, sacrificándonos a nosotros no lo haría? Cierto que lo haría y haría bien…”

Efectivamente éste es el origen de todos los males, el estado laico, la revolución, la libertad de cultos…

Una vez despojada la Santa Madre Iglesia de su natural prevalencia divina sobre los gobiernos, y arrebatados sus bienes, expolio del que en España tenemos claro ejemplo en las criminales “desamortizaciones”, sus hijos, los pobres, el pueblo, se vieron y se ven hasta hoy, tal vez más claramente que nunca, desamparados ante la codicia de los poderosos contra la que les había protegido la Iglesia por mandato divino desde el principio de la Cristiandad.

Banqueros, explotadores y gobernantes corruptos sin conciencia pueden, ahora que la Iglesia se encuentra atada de pies y manos, esclavizar al pueblo con hipotecas, salarios de miseria, horarios de esclavitud y la promoción descarada del vicio y el crimen.

Leamos de nuevo, como muy acertadamente recomienda el Núcleo de la Lealtad, lo que nuestro Sumo Pontífice León XIII nos dijo sobre la “libertad de cultos”:
“… Para dar mayor claridad a los puntos tratados es conveniente examinar por separado las diversas clases de libertad, que algunos proponen como conquistas de nuestro tiempo. En primer lugar examinemos, en relación con los particulares, esa libertad tan contraria a la virtud de la religión, la llamada libertad de cultos, libertad fundada en la tesis de que cada uno puede, a su arbitrio, profesar la religión que prefiera o no profesar ninguna. Esta tesis es contraria a la verdad. Porque de todas las obligaciones del hombre, la mayor y más sagrada es, sin duda alguna, la que nos manda dar a Dios el culto de la religión y de la piedad. Este deber es la consecuencia necesaria de nuestra perpetua dependencia de Dios, de nuestro gobierno por Dios y de nuestro origen primero y fin supremo, que es Dios. Hay que añadir, además, que sin la virtud de la religión no es posible virtud auténtica alguna, porque la virtud moral es aquella virtud cuyos actos tienen por objeto todo lo que nos lleva a Dios, considerado como supremo y último bien del hombre; y por esto, la religión, cuyo oficio es realizar todo lo que tiene por fin directo e inmediato el honor de Dios, es la reina y la regla a la vez de todas las virtudes. Y si se pregunta cuál es la religión que hay que seguir entre tantas religiones opuestas entre sí, la respuesta la dan al unísono la razón y naturaleza: la religión que Dios ha mandado, y que es fácilmente reconocible por medio de ciertas notas exteriores con las que la divina Providencia ha querido distinguirla, para evitar un error, que, en asunto de tanta trascendencia, implicaría desastrosas consecuencias. Por esto, conceder al hombre esta libertad de cultos de que estamos hablando equivale a concederle el derecho de desnaturalizar impunemente una obligación santísima y de ser infiel a ella, abandonando el bien para entregarse al mal. Esto, lo hemos dicho ya, no es libertad, es una depravación de la libertad y una esclavitud del alma entregada al pecado…”
“… Considerada desde el punto de vista social y político, esta libertad de cultos pretende que el Estado no rinda a Dios culto alguno o no autorice culto público alguno, que ningún culto sea preferido a otro, que todos gocen de los mismos derechos y que el pueblo no signifique nada cuando profesa la religión católica. Para que estas pretensiones fuesen acertadas haría falta que los deberes del Estado para con Dios fuesen nulos o pudieran al menos ser quebrantados impunemente por el Estado. Ambos supuestos son falsos. Porque nadie puede dudar que la existencia de la sociedad civil es obra de la voluntad de Dios, ya se considere esta sociedad en sus miembros, ya en su forma, que es la autoridad; ya en su causa, ya en los copiosos beneficios que proporciona al hombre. Es Dios quien ha hecho al hombre sociable y quien le ha colocado en medio de sus semejantes, para que las exigencias naturales que él por sí solo no puede colmar las vea satisfechas dentro de la sociedad. Por esto es necesario que el Estado, por el mero hecho de ser sociedad, reconozca a Dios como Padre y autor y reverencie y adore su poder y su dominio. La justicia y la razón prohíben, por tanto, el ateísmo del Estado, o, lo que equivaldría al ateísmo, el indiferentismo del Estado en materia religiosa, y la igualdad jurídica indiscriminada de todas las religiones. Siendo, pues, necesaria en el Estado la profesión pública de una religión, el Estado debe profesar la única religión verdadera, la cual es reconocible con facilidad, singularmente en los pueblos católicos, puesto que en ella aparecen como grabados los caracteres distintivos de la verdad. Esta es la religión que deben conservar y proteger los gobernantes, si quieren atender con prudente utilidad, como es su obligación, a la comunidad política. Porque el poder político ha sido constituido para utilidad de los gobernados. Y aunque el fin próximo de su actuación es proporcionar a los ciudadanos la prosperidad de esta vida terrena, sin embargo, no debe disminuir, sino aumentar, al ciudadano las facilidades para conseguir el sumo y último bien, en que está la sempiterna bienaventuranza del hombre, y al cual no puede éste llegar si se descuida la religión…”

lundi 4 juillet 2011

No podemos seguir huyendo

Cuando pasamos unos días alejados de esta masa gigantesca de cemento y asfalto que intenta cada día ahogar nuestra humanidad, ciertos pequeños pero inmensos detalles acostumbran a reconfortar nuestros espíritus.

Como hace calor, el sábado dormimos en la casa del pueblo con las ventanas abiertas. Posiblemente el nivel de “ruido”, medido en decibelios, debió de ser esa noche similar al de la gran ciudad, pero en vez del atronador zumbido de motores, bocinas de automóvil, sirenas, gritos, etc., se trataba del viento, la lluvia azotando la tierra, los cantos de los pájaros, y sus chillidos también por supuesto…

Durante el día sin embargo la nota fundamental fue como siempre el silencio, algo que mis hijos aprecian especialmente. “¿Has oído papá? ¡No se oye nada!”.

Pero es casi imposible escapar de la modernidad que nos acosa como a presas en una cacería cruel y despiadada.

El domingo fuimos a misa en el convento de carmelitas descalzos que hay a pocos kilómetros de la aldea. La iglesia, aunque por supuesto tiene un altar en el que se celebra la misa según el “Novus Ordo Missae”, mantiene aún el sagrario en el centro del retablo, con su propio altar tradicional, dando al menos algo de sentido a las reverencias del sacerdote.

Normalmente las misas suelen ser, si no especialmente acordes al misal, si al menos bastante más correctas y sin las extravagancias propias de las parroquias modernas.

Sin embargo este domingo todo empezó a torcerse desde el principio. El sacerdote era de esos que se deleitan en ir introduciendo sus propias “morcillas” a lo largo del ritual y en la tribuna trasera había un coro con acompañamiento de instrumentos de cuerda, guitarras y laúdes o similar.

Puesto que ya he hablado muchas veces de cómo una música excesivamente profana puede ser perjudicial para la liturgia de la misa, hoy sólo me detendré en algunos detalles especialmente desagradables, rayanos en lo sacrílego.

Normalmente este tipo de acompañamientos musicales, que en vez de adaptarse y realzar la liturgia, tratan de robarle el protagonismo, no respetan ni las palabras con las que Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó a orar, el Padre Nuestro, ni el Silencio Eucarístico tras la Comunión.

Pero lo de este domingo fue el no va más. El coro “acompañó” la consagración con un modestísimo “uh, uh, uh” similar al que perpetran durante el Padre Nuestro.

Para que no me tachen de fariseo o intransigente, no me referiré al Motu Proprio “Tra le sollecitudini” de San Pío X, “...nada, por consiguiente, debe ocurrir en el templo que turbe, ni siquiera disminuya, la piedad y la devoción de los fieles; nada que dé fundado motivo de disgusto o escándalo; nada, sobre todo, que directamente ofenda el decoro y la santidad de los sagrados ritos y, por este motivo, sea indigno de la casa de oración y la majestad divina.” Me bastará con la constitución “Sacrosanctum Concilium” sobre la sagrada liturgia del Vaticano II: “La música sacra, por consiguiente, será tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica, ya sea expresando con mayor delicadeza la oración o fomentando la unanimidad, ya sea enriqueciendo la mayor solemnidad los ritos sagrados.”

No creo que sea tan difícil de entender, o tan retrógrado y trasnochado el afirmar que el centro de la misa, y de la vida cristiana, es precisamente el milagro de la consagración y transubstanciación de las especies de pan y vino en el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, y que en esos breves instantes, salvo imposibilidad grave de salud física, los fieles deben estar arrodillados y en la más profunda adoración y el más absoluto silencio.

Pero eso no fue todo. El coro de marras no solamente se permitió como de costumbre modificar a su gusto las palabras de Cristo en el Padre Nuestro, introduciendo múltiples y gravísimos errores doctrinales, si no que de hecho la letra con que suplantaron la oración que Cristo nos enseñó fue realmente espeluznante.

Cuando empezaron canturreando “Padre nuestro que estás en la tierra”, mis hijos dieron un respingo sobresaltado y me miraron con estupor. “No eres un dios que se queda alegremente en su cielo, tu alientas a los que luchan para que llegue tu reino”, “Padre nuestro que estás en la calle, entre el tráfico, el ruido y los nervios”, “Padre nuestro que sudas a diario, en la piel del que arranca el sustento”… ¿para qué seguir?

Nos costó bastante sobreponernos tras escuchar aquello, pero intentamos al menos comulgar con cierto sosiego en el alma.

Tras intentar en vano orar un poco después de recibir el Cuerpo de Cristo, mientras el coro seguía dando la tabarra, el “fin de fiesta” fue acorde con lo que había sido la celebración. Nada más y nada menos que la versión cantada por “Mocedades” de la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak, sin ahorrarse ni un “la, la, la” ni un “tururú, tururú”, y sin la más mínima referencia litúrgica o religiosa.

Termino con un fragmento del discurso del Santo Padre Benedicto XVI con ocasión del centenario del Instituto Pontificio de Música Sacra: “Pero tenemos que preguntarnos siempre de nuevo: ¿quién es el auténtico sujeto de la liturgia? La respuesta es sencilla: la Iglesia. No es el individuo o el grupo que celebra la liturgia, sino que esta es ante todo acción de Dios a través de la Iglesia, que tiene su historia, su rica tradición y su creatividad. La liturgia, y en consecuencia la música sacra, «vive de una relación correcta y constante entre sana traditio y legitima progressio», teniendo siempre muy presente que estos dos conceptos —que los padres conciliares claramente subrayaban— se integran mutuamente porque «la tradición es una realidad viva y por ello incluye en sí misma el principio del desarrollo, del progreso.”

Empiezo a estar desesperado, se lo aseguró. Huir no es solución. No podemos recluirnos en los pocos templos en que aún se puede asistir a una misa tradicional. Es necesario luchar, enfrentarse, defender la verdad. Hay que repetir a hora y a deshora que estas misas profanas están contribuyendo a la labor de los enemigos de Cristo, arrebatando a los cristianos la esencia de su fe.

Hay que involucrarse en las comisiones parroquiales de liturgia y denunciar, entre otras cosas, el empleo de canciones profanas con textos contrarios a la doctrina. Hay que exigir el respeto a lo que ordena la Santa Madre Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica, y no mil iglesias independientes en las que cada cual pudiera obrar como le petase.

Otro día me detendré en cómo los fieles que leen las lecturas en muchas iglesias, no son capaces de proyectar la voz convenientemente, ni de respetar los signos de ortografía, puntos, comas y demás, dando la entonación correcta a cada frase, de modo que finalmente resulta imposible comprender una sola palabra de los textos sagrados. Es así sencillamente por que no están acostumbrados a leer las Escrituras en casa con la debida asiduidad, ni a leer texto alguno a lo que sospecho, y ni siquiera repasan con cuidado antes de la misa la lectura que les corresponde, ya que normalmente se les asigna segundos antes de empezar, sin ningún criterio ni selección. Y lo siento por mis queridísimas y piadosas ancianitas, pero normalmente ya no están para esos trotes.