mardi 28 septembre 2010

Otoño

El “hombre moderno” acostumbra a deprimirse en otoño, cuando de nuevo se enfrenta a su anodina y miserable existencia tras pasar el verano holgazaneando.

A mí, que no soy moderno en absoluto, me encanta el otoño.

Pasear sin prisas por los campos castellanos, recoger con los niños algunas ciruelas de ese árbol que nadie plantó, llenarse de espinas las manos y la ropa buscando moras para hacer mermelada, buscar setas, la vendimia…, y terminar el día disfrutando un buen vino mientras algo de cerdo o cordero se asa al fuego de las gavillas de sarmientos.

Tal vez porque acostumbro a hacer todo esto en tierras sorianas, me vienen a la memoria versos de Bécquer…

¡Qué hermoso es ver el día
coronado de fuego levantarse
y a su beso de lumbre
brillar las olas y encenderse el aire!

¡Qué hermoso es, tras la lluvia
del triste otoño en la azulada tarde,
de las húmedas flores
el perfume aspirar hasta saciarse!

¡Qué hermoso es cuando en copos
la blanca nieve silenciosa cae,
de las inquietas llamas
ver las rojizas lenguas agitarse!

¡Qué hermoso es cuando hay sueño
dormir bien... y roncar como un sochantre...
Y comer... y engordar... y qué desgracia
que esto sólo no baste!

Ser tradicional también significa seguir viviendo al ritmo natural, al ritmo que marcan las estaciones, en contacto con la tierra, sin que esto tenga nada que ver con un falso ecologismo moderno o las absurdas reivindicaciones neopaganas.

Y por supuesto, el ritmo de las estaciones va íntimamente unido en nuestra Sagrada Tradición al del año litúrgico.

Uno de los muchos momentos que Dios Nuestro Señor me ha regalado este pasado fin de semana que me ha hecho ponerme tan poético, ha sido escuchar, en la iglesia del convento carmelita donde acudimos a misa este XXVI domingo del tiempo ordinario, la hermosísima parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro.

No me resisto a traer aquí el comentario que sobre este pasaje del Evangelio (Lc 16,19-31) escribió San Juan Crisóstomo, doctor de la Iglesia, (hacia 345-407), presbítero en Antioquia y después obispo de Constantinopla.

Reconocer a Cristo pobre

¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo contemplas desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que ha dicho: «Esto es mi cuerpo» (Mt 26,26), y con su palabra llevó a que fuera real lo que decía, afirmó también: «Tuve hambre y no me disteis de comer» y también «Siempre que dejasteis de hacerlo a uno de estos pequeñuelos, a mi en persona lo dejasteis de hacer» (Mt 25, 42.45). Aquí el cuerpo de Cristo no necesita vestidos, sino almas puras; allí hay necesidad de mucha solicitud... Dios no tiene necesidad de vasos de oro sino de almas semejantes al oro.

No os digo esto con el fin de prohibir la entrega de dones preciosos para los templos, pero sí que quiero afirmar que, junto con estos dones y aun por encima de ellos, debe pensarse en la caridad para con los pobres... ¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento, y luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo. ¿Quieres hacer ofrenda de vasos de oro y no eres capaz de dar un vaso de agua? (Mt 10,42)... Piensa, pues, que esto es lo que haces con Cristo, cuando lo contemplas errante, peregrino y sin techo y, sin recibirlo, te dedicas a adornar el pavimento, las paredes y las columnas del templo; con cadenas de plata sujetas lámparas, y te niegas a visitarlo cuando él está encadenado en la cárcel. Con esto que te digo no pretendo impedirte hacer tales generosidades, sino que te exhorto a acompañar o mejor preceder esos actos por actos a favor de tu hermano... Por tanto, al adornar el templo, procura no despreciar al hermano necesitado, porque este templo es mucho más precioso que aquel otro.

dimanche 26 septembre 2010

Un poco de humor

A un hombre de unos 70 años le está entrevistando un periodista en televisión.
El entrevistado se expresa del siguiente modo:

Soy hijo de exiliados.
Hasta los 27 años y poco antes de la transición no pude volver a España por culpa de Franco.
A mi padre , pobrecito, no sabíamos ni dónde enterrarlo.
Mi madre estuvo muchos años en silla de ruedas.
Ahora tengo 70 años.
Hace meses me sacaron el 30 % de un pulmón.
Mi mujer es inmigrante.
Tengo tres hijos con ella.
De los tres sólo trabaja una, la del medio,... pero no cobra nada.
Todos, incluidos los nietos, viven de mi asignación.
La mayor se acaba de divorciar.
Mi yerno se daba a las drogas y la ha dejado con dos niños.
El pequeño de mis hijos aún no se ha ido de casa y además se ha casado con una divorciada y la ha traído a vivir con nosotros.
Esa señora antes trabajaba, tenía muy buen puesto, pero desde que vino a mi casa ya no hace nada.
Ahora tienen dos niñas que también viven bajo nuestro techo.
Y para colmo este año, con lo de la crisis, casi no nos hemos podido ir de vacaciones y si me apuras... ni he podido celebrar que España ha ganado el Mundial.

El periodista pone los ojos muy redondos y comenta:
Majestad, no creo que su situación sea tan mala.

mercredi 22 septembre 2010

Pero vosotros… ¿qué queréis?

Efectivamente, criticar es tarea fácil. Decir en la barra del bar, en una reunión familiar o incluso en internet, que este sistema no funciona, que el mundo está hecho un desastre, que así no podemos seguir… eso lo puede hacer cualquiera, o casi cualquiera.

Lo complicado es encontrar una solución, una propuesta, una salida. Y como siempre, sólo la historia, el conocimiento, el estudio y, sobre todo, la religión y la tradición, pueden ayudarnos en esta tarea.

¿Cómo debe organizarse la sociedad? La respuesta es tan evidente como lógica, de tal modo que casi parece una perogrullada: Como Dios manda.

No, Venerables Hermanos —preciso es recordarlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores—, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la sociedad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la ciudad nueva por edificar en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la ciudad católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: omnia instaurare in Christo". San Pío X (Notre charge apostolique)

¿Entonces defiende usted la teocracia? En cierto modo, pero de acuerdo a nuestra sabia tradición, nada que ver con las repúblicas islámicas, ayatollahs, mullahs o salvajes descerebrados por el estilo.

De hecho, como ya he comentado en otras ocasiones, la famosa separación Iglesia-Estado es una conquista del cristianismo, que se opone desde sus inicios al culto divino al emperador. La religión y la política deben permanecer separadas, claro está, pero, y aquí reside la característica fundamental del tradicionalismo, como es lógico y natural, es la política la que debe someterse a la religión, y no a la inversa como es dogma en el liberalismo masónico imperante en lo que otrora fue el mundo civilizado.

Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos…Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la Religión Cristiana fue igualada con las demás religiones falsas, y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: Hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la Religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios.” Pio XI (Quas primas)

Sentadas estas bases, el sistema político de organización de la sociedad que, por historia y tradición, más se adecua a la necesaria garantía del Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo, es sin duda la monarquía tradicional, que nada tiene que ver con el absolutismo, estilo de régimen político cuyos legítimos “herederos” modernos, a la vista de sus usos y costumbres, son las modernas repúblicas liberales “democráticas”, entre las que, por desgracia, cabe incluir a nuestra nación, por más que el jefe del estado utilice impresa en sus escritos oficiales, que no sobre la cabeza (él sabrá el porqué), una corona.

Presidentes de gobierno como el que padecemos actualmente, elegidos “democráticamente” por los monolíticos aparatos de los partidos políticos, ejercen el poder, literalmente, como tiranos. Y como bien nos enseña el padre Juan de Mariana en su “De rege et regis institutione”, el tiranicidio es un derecho natural.

Continuará…

dimanche 19 septembre 2010

Un tipo verdaderamente curioso

En la última entrada de la bitácora “Libro de horas y hora de libros” que dirige “Maestro Gelimer”, gran amigo de “La comedia humana”, de la que tiene el honor de haber sido el primer seguidor oficial, nuestro ínclito amigo se define como anarco-tradicionalista.


Leer esta entrada me ha resultado como siempre un gran placer, y sus reflexiones, que puedo suscribir casi literalmente, son interesantísimas y muy acertadas.

Pero en concreto la expresión “anarco-tradicionalista” me resulta especialmente simpática. Me ha hecho recordar a uno de los personajes más simpáticos de la historia de Francia en el siglo XX, al que, entre otras muchas cosas, se le llamó “anticomunista pro-bolchevique”.

Se trata del canónigo Félix Kir, nacido en 1876 en el seno de una familia de origen alsaciano que se había instalado en Borgoña seis años antes.

Habiendo destacado como gran orador, patriota, escritor y luchador incansable por el bien de sus feligreses, defendiendo, con la palabra y la obra, las enseñanzas de León XIII en la “Rerum novarum” y oponiéndose con igual pasión a todos los totalitarismos, “comunistas o hitlerianos”, usando sus propias palabras, su hora de saltar a la primera línea de la lucha política llegó en junio de 1940.

Una vez que los políticos locales, con el alcalde a la cabeza, hubiesen huido por miedo al avance imparable de las tropas del tercer Reich, dejando, como suele ser habitual en la clase política, a sus conciudadanos abandonados ante el peligro, el canónigo Kir y un puñado de valientes se hicieron cargo de la administración de la ciudad de Dijon.

Resistente desde la primera hora, su lucha incansable durante toda la guerra es digna de la mejor película de aventuras de Hollywood.

En 1945 fue elegido alcalde de Dijon, cargo que no abandonaría, reelección tras reelección, hasta el día de su muerte.

Fue Consejero General de Côte-d'Or y diputado de la Asamblea Nacional entre 1945 y 1967, en las filas del CNIP (Centre national des indépendants et paysans), siendo el decano de la Asamblea de 1953 a 1967 y el último clérigo en ejercer un mandato legislativo.

Pero, lo que son las cosas, si por algo es conocido el canónigo Félix Kir, tras haber sobrevivido a las bombas alemanas, a la Gestapo y a los colaboracionistas franceses, o tras haber organizado la fuga de miles de prisioneros de guerra, es por haber dado nombre a uno de los cócteles franceses más populares a la hora del aperitivo.

Con el fin de impulsar los productos locales, Félix Kir siempre agasajaba a sus visitas oficiales con un vaso de “blanc-cass”, es decir, 1/3 de crema de cassis de Dijon, licor de grosellas, con 2/3 de “Bourgogne Aligoté”, el famoso vino blanco de Borgoña.

Finalmente el “Kir royal”, la variante que sustituye el vino blanco por champán, en una proporción de 1 medida de cassis por 10 de champán, es actualmente la más popular.

Debo reconocer que mi conocimiento de la existencia del canónigo Kir, me llegó por mi afición a este cóctel y no por haberme interesado directamente por la historia del más famosos de los alcaldes de Dijon. De hecho suelo aprovechar mis viajes a Francia para adquirir la “crème de cassis” que es difícil de encontrar fuera del “hexágono”.

Por cierto, la variante “doble K”, que añade vodka a la mezcla, es conmemorativa de su “amistad” con Nikita Khrouchtchev, y de ahí lo de “anticomunista pro-bolchevique”.

Y ahora termino esta entrada para prepararme un kir a la salud de "Maestro Gelimer" y todos los lectores de "La comedia humana", los de mi bitácora y los de Balzac. ¡A vuestra salud!

vendredi 10 septembre 2010

Ciencia, religión, fe, razón...

La “Brevísima historia del tiempo de Stephen W. Hawking y Leonard Mlodinov, la versión de 2005 del célebre libro publicado por primera vez en 1988, es sin duda un imprescindible de cualquier biblioteca.

En concreto la edición ilustrada de la editorial Crítica de Barcelona, traducida por David Jou, catedrático de física de la materia condensada de la Universidad Autónoma de Barcelona, que mi querida esposa me regaló aquel año, es uno de esos libros que retomo de vez en cuando de la estantería de mi biblioteca, como la Historia de España de Ubieto/Reglá/Jover/Seco, para releer algún capítulo.

Aunque el propósito general de la obra es divulgativo, dudo mucho que el público en general sea capaz de entender todas las ideas, teorías y reflexiones en ella contenidas, incluyéndome a mí, claro está.

Es en el final del libro, en las conclusiones, donde el autor nos habla de la búsqueda de una teoría capaz de “explicarlo todo”, de la ruptura entre filosofía y ciencia en los siglos XIX y XX, y por supuesto de Dios.

Hawking termina afirmando que en el caso de encontrar dicha teoría completa, “sería el triunfo último de la razón humana, ya que entonces comprenderíamos la mente de Dios”.

Esta afirmación, difícilmente comprensible sin haber leído en profundidad el libro completo, y el anuncio de la próxima publicación del nuevo libro de los mismos autores titulado «The grand design», ha dado lugar en los últimos días, quién sabe con qué motivo o intenciones aparte de las puramente económicas de los editores, a multitud de absurdos artículos periodísticos en la prensa internacional y española, con titulares aún más absurdos y comentarios ridículos en los foros de la red.

Teniendo reciente mi lectura de la vida de San Bernardo de Claraval, creo muy apropiado recordar la catequesis del Santo Padre sobre su vida, y sobre todo sus enseñanzas sobre el modo de aproximarse a los misterios divinos, sin olvidar nunca que ante Dios, toda la ciencia y el pensamiento humano son sólo necedad.

BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL (miércoles 21 de octubre de 2009)

San Bernardo de Claraval

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy quiero hablar sobre san Bernardo de Claraval, llamado el "último de los Padres" de la Iglesia, porque en el siglo XII, una vez más, renovó e hizo presente la gran teología de los Padres. No conocemos con detalles los años de su juventud, aunque sabemos que nació en el año 1090 en Fontaines, en Francia, en una familia numerosa y discretamente acomodada. De joven, se entregó al estudio de las llamadas artes liberales —especialmente de la gramática, la retórica y la dialéctica— en la escuela de los canónigos de la iglesia de Saint-Vorles, en Châtillon-sur-Seine, y maduró lentamente la decisión de entrar en la vida religiosa. Alrededor de los veinte años entró en el Císter, una fundación monástica nueva, más ágil respecto de los antiguos y venerables monasterios de entonces y, al mismo tiempo, más rigurosa en la práctica de los consejos evangélicos. Algunos años más tarde, en 1115, san Bernardo fue enviado por san Esteban Harding, tercer abad del Císter, a fundar el monasterio de Claraval (Clairvaux). Allí el joven abad, que tenía sólo 25 años, pudo afinar su propia concepción de la vida monástica, esforzándose por traducirla en la práctica. Mirando la disciplina de otros monasterios, san Bernardo reclamó con decisión la necesidad de una vida sobria y moderada, tanto en la mesa como en la indumentaria y en los edificios monásticos, recomendando la sustentación y la solicitud por los pobres. Entretanto la comunidad de Claraval crecía en número y multiplicaba sus fundaciones.

En esos mismos años, antes de 1130, san Bernardo inició una vasta correspondencia con muchas personas, tanto importantes como de modestas condiciones sociales. A las muchas Cartas de este período hay que añadir numerosos Sermones, así como Sentencias y Tratados. También a esta época se remonta la gran amistad de Bernardo con Guillermo, abad de Saint-Thierry, y con Guillermo de Champeaux, personalidades muy importantes del siglo XII. Desde 1130 en adelante empezó a ocuparse de no pocos y graves asuntos de la Santa Sede y de la Iglesia. Por este motivo tuvo que salir cada vez más a menudo de su monasterio, en ocasiones incluso fuera de Francia. Fundó también algunos monasterios femeninos, y fue protagonista de un notable epistolario con Pedro el Venerable, abad de Cluny, del que hablé el miércoles pasado. Dirigió principalmente sus escritos polémicos contra Abelardo, un gran pensador que inició una nueva forma de hacer teología, introduciendo sobre todo el método dialéctico-filosófico en la construcción del pensamiento teológico.

Otro frente contra el que san Bernardo luchó fue la herejía de los cátaros, que despreciaban la materia y el cuerpo humano, despreciando, en consecuencia, al Creador. Él, en cambio, sintió el deber de defender a los judíos, condenando los rebrotes de antisemitismo cada vez más generalizados. Por este último aspecto de su acción apostólica, algunas decenas de años más tarde, Ephraim, rabino de Bonn, rindió a san Bernardo un vibrante homenaje. En ese mismo periodo el santo abad escribió sus obras más famosas, como los celebérrimos Sermones sobre el Cantar de los cantares. En los últimos años de su vida —su muerte sobrevino en 1153— san Bernardo tuvo que reducir los viajes, aunque sin interrumpirlos del todo. Aprovechó para revisar definitivamente el conjunto de las Cartas, de los Sermones y de los Tratados. Es digno de mención un libro bastante particular, que terminó precisamente en este período, en 1145, cuando un alumno suyo, Bernardo Pignatelli, fue elegido Papa con el nombre de Eugenio III. En esta circunstancia, san Bernardo, en calidad de padre espiritual, escribió a este hijo espiritual suyo el texto De Consideratione, que contiene enseñanzas para poder ser un buen Papa. En este libro, que sigue siendo una lectura conveniente para los Papas de todos los tiempos, san Bernardo no sólo indica cómo ser un buen Papa, sino que también expresa una profunda visión del misterio de la Iglesia y del misterio de Cristo, que desemboca, al final, en la contemplación del misterio de Dios trino y uno: "Debería proseguir la búsqueda de este Dios, al que no se busca suficientemente —escribe el santo abad—, pero quizá se puede buscar mejor y encontrar más fácilmente con la oración que con la discusión. Pongamos, por tanto, aquí término al libro, pero no a la búsqueda" (XIV, 32: PL 182, 808), a estar en camino hacia Dios.

Ahora quiero detenerme sólo en dos aspectos centrales de la rica doctrina de san Bernardo: se refieren a Jesucristo y a María santísima, su Madre. Su solicitud por la íntima y vital participación del cristiano en el amor de Dios en Jesucristo no trae orientaciones nuevas en el estatuto científico de la teología. Pero, de forma más decidida que nunca, el abad de Claraval relaciona al teólogo con el contemplativo y el místico. Sólo Jesús —insiste san Bernardo ante los complejos razonamientos dialécticos de su tiempo—, sólo Jesús es "miel en la boca, cántico en el oído, júbilo en el corazón" (mel in ore, in aure melos, in corde iubilum)". Precisamente de aquí proviene el título, que le atribuye la tradición, de Doctor mellifluus: de hecho, su alabanza de Jesucristo "fluye como la miel". En las intensas batallas entre nominalistas y realistas —dos corrientes filosóficas de la época— el abad de Claraval no se cansa de repetir que sólo hay un nombre que cuenta, el de Jesús Nazareno. "Árido es todo alimento del alma —confiesa— si no se lo rocía con este aceite; insípido, si no se lo sazona con esta sal. Lo que escribes no tiene sabor para mí, si no leo allí a Jesús". Y concluye: “Cuando discutes o hablas, nada tiene sabor para mí, si no siento resonar el nombre de Jesús" (Sermones in Cantica canticorum xv, 6: PL 183, 847). Para san Bernardo, de hecho, el verdadero conocimiento de Dios consiste en la experiencia personal, profunda, de Jesucristo y de su amor. Y esto, queridos hermanos y hermanas, vale para todo cristiano: la fe es ante todo encuentro personal íntimo con Jesús, es hacer experiencia de su cercanía, de su amistad, de su amor, y sólo así se aprende a conocerlo cada vez más, a amarlo y seguirlo cada vez más. ¡Que esto nos suceda a cada uno de nosotros!

En otro célebre Sermón en el domingo dentro de la octava de la Asunción, el santo abad describe en términos apasionados la íntima participación de María en el sacrificio redentor de su Hijo. "¡Oh santa Madre —exclama—, verdaderamente una espada ha traspasado tu alma!... Hasta tal punto la violencia del dolor ha traspasado tu alma, que con razón te podemos llamar más que mártir, porque en ti la participación en la pasión del Hijo superó con mucho en intensidad los sufrimientos físicos del martirio" (14: PL 183, 437-438). San Bernardo no tiene dudas: “per Mariam ad Iesum", a través de María somos llevados a Jesús. Él atestigua con claridad la subordinación de María a Jesús, según los fundamentos de la mariología tradicional. Pero el cuerpo del Sermón documenta también el lugar privilegiado de la Virgen en la economía de la salvación, dada su particularísima participación como Madre (compassio) en el sacrificio del Hijo. Por eso, un siglo y medio después de la muerte de san Bernardo, Dante Alighieri, en el último canto de la Divina Comedia, pondrá en los labios del Doctor melifluo la sublime oración a María: "Virgen Madre, hija de tu Hijo, / humilde y elevada más que cualquier criatura / término fijo de eterno consejo, ..." (Paraíso 33, vv. 1 ss).

Estas reflexiones, características de un enamorado de Jesús y de María como san Bernardo, siguen inspirando hoy de forma saludable no sólo a los teólogos, sino a todos los creyentes. A veces se pretende resolver las cuestiones fundamentales sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo únicamente con las fuerzas de la razón. San Bernardo, en cambio, sólidamente fundado en la Biblia y en los Padres de la Iglesia, nos recuerda que sin una profunda fe en Dios, alimentada por la oración y por la contemplación, por una relación íntima con el Señor, nuestras reflexiones sobre los misterios divinos corren el riesgo de ser un vano ejercicio intelectual, y pierden su credibilidad. La teología remite a la "ciencia de los santos", a su intuición de los misterios del Dios vivo, a su sabiduría, don del Espíritu Santo, que son punto de referencia del pensamiento teológico. Junto con san Bernardo de Claraval, también nosotros debemos reconocer que el hombre busca mejor y encuentra más fácilmente a Dios "con la oración que con la discusión". Al final, la figura más verdadera del teólogo y de todo evangelizador sigue siendo la del apóstol san Juan, que reclinó su cabeza sobre el corazón del Maestro.

Quiero concluir estas reflexiones sobre san Bernardo con las invocaciones a María que leemos en una bella homilía suya: “En los peligros, en las angustias, en las incertidumbres —dice— piensa en María, invoca a María. Que Ella no se aparte nunca de tus labios, que no se aparte nunca de tu corazón; y para que obtengas la ayuda de su oración, no olvides nunca el ejemplo de su vida. Si la sigues, no puedes desviarte; si la invocas, no puedes desesperar; si piensas en ella, no puedes equivocarte. Si ella te sostiene, no caes; si ella te protege, no tienes que temer; si ella te guía, no te cansas; si ella te es propicia, llegarás a la meta..." (Hom. ii super "Missus est", 17: PL 183, 70-71).

mercredi 8 septembre 2010

Un nuevo curso empieza en nuestra pobre España

Acabo de terminar de poner el nombre en la portada de los libros de texto de mis hijos. Mientras lo hacía, no he podido resistir la tentación de fijarme en los títulos, hojear alguno…

Realmente todo empezó ayer por la tarde, cuando fui a comprarlos, o mejor dicho unos días antes, cuando recibí una atenta carta de la “presidenta de la comunidad de Madrid”, absurdo nombre oficial de la provincia que albergó en tiempos la corte de los monarcas de las Españas, y que siempre, que yo sepa, formó parte del territorio del Reino de Castilla.

En la carta en cuestión, la mencionada “presidenta” se mostraba muy compungida por el esfuerzo económico que nos supone a las familias numerosas el inicio del curso escolar. Para remediarlo había decidido concederme graciosamente unas becas para adquirir los libros de texto.

Leer la carta me resultó doblemente absurdo. En primer lugar, si a alguien le preocupase de verdad el gasto innecesario que supone el que todos los alumnos tengan que adquirir cada año libros nuevos para tirarlos literalmente a la basura al finalizar el curso, hace años que se habría impuesto el sistema que, por ejemplo, se utiliza en Francia, donde cada niño recibe gratuitamente los libros al empezar el curso y está obligado a devolverlos al acabar, en correcto estado de conservación. Cada libro debe durar una media de cinco años, tras los cuales se reemplaza con cargo al estado.

De este modo, además, se acostumbra a los alumnos a tratar correctamente los libros. Por no hablar del dispendio en papel, los árboles del Amazonas, el cambio climático y todas esas cosas de las que se les llena la boca a los políticos cuando les conviene y que, al parecer, en este caso no tienen mayor importancia.

Pero claro, entonces se reducirían a menos de la quinta parte los pingües beneficios de las editoriales.

El segundo absurdo consistió sencillamente en que la cantidad concedida como beca, que corresponde aproximadamente a un tercio del precio de los libros, viene a ser, euro arriba euro abajo, la ayuda familiar que el estado francés concede a cada familia, sin necesidad de solicitarlo, mensualmente.

Pero, como he dicho al inicio, además se me ha ocurrido echar un vistazo somero a los libros.

Aparte de estupideces supinas como el “Atlas histórico geográfico de la Comunidad de Madrid”, que me ha hecho recordar el viejo chiste del vasco que entra en una librería y pide un mapamundi de Bilbao, y de comprobar como los libros de texto españoles son cada vez más ñoños y simplones, otras cuestiones me causaron alguna preocupación más seria.

Por no extenderme, únicamente mencionaré algunas de las más llamativas.

Por lo visto un chaval de diez años no es capaz de leer el Quijote tal y como lo escribió Cervantes, y la versión que he tenido que comprar empieza literalmente así: “En una aldea de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía – no hace mucho tiempo – un hidalgo de mediana edad. Tendría unos cincuenta años. Era delgado, sus piernas eran largas y flacas, y su cara seca. Le gustaba madrugar e ir de caza”. Ni lanza en astillero, ni adarga antigua, ni rocín flaco y sin mención alguna al galgo corredor.

El libro titulado “Pequeña historia de España” es sencillamente una acumulación de inexactitudes, tergiversaciones y manipulaciones ideológicas, desde la prehistoria hasta la actualidad. Por supuesto los carlistas son “fanáticos absolutistas que decían luchar por Dios y por el Rey”. De los capítulos que van del siglo XIX a nuestros días mejor no hablar.

Para terminar, como no, haré mención a la tan traída y llevada “educación para la ciudadanía”. En resumen diré que en mi opinión, al menos en el libro de quinto de primaria, lo más peligroso no tiene nada que ver con la iniciación al sexo, la homosexualidad o sandeces por el estilo, que no me ha parecido ver. Como suele decirse, el diablo se esconde en los detalles.

Dentro de la moralina edulcorada que rezuma todo el texto, no apto para diabéticos, se encuentran perlas como “los seres humanos han descubierto que la democracia es la mejor manera de organizar el gobierno de un país”, “la democracia es un sistema político que reconoce la igualdad de todos los ciudadanos y su participación en el poder político”, o una crítica furibunda a la sociedad tradicional en la que “injustamente” las mujeres “sólo debían ocuparse de las labores de la casa y de cuidar de los hijos”.

Por lo visto es mucho mejor que padres y madres se vean obligados a obtener un salario trabajando mañana, tarde y noche lejos del hogar, para poder hacer frente a los intereses usureros de la hipoteca sobre un piso ridículamente diminuto, mientras los hijos se crían en soledad.

dimanche 5 septembre 2010

Dios, el Reino, el Imperio…

Ando en estos días un poco perdido, adaptándome a una nueva ciudad, un nuevo trabajo, distintas costumbres…

Por eso me resulta más difícil animarme a escribir y por eso agradezco especialmente a Firmus et Rusticus el comentario que acaba de añadir a mi primera entrada de abril sobre el origen divino de la monarquía. Por su interés y su coherencia intelectual, me permito publicarlo como entrada independiente:

Comentario a “El origen divino de la monarquía - (I) "La Sainte Ampoule"”
Por Firmus et Rusticus

Varias veces me he preguntado como ha sido compatible esta predilección por el rey de Francia con la institución del Imperio (germánico) en 800 a.D. Compatible, quiero decir, teniendo en cuenta la vocación imperial que siempre ha tenido espiritualmente nuestra civilización Romana y Católica (Papado+Imperio, y no Papado+Pluralidad de Reinos). Ahora me doy cuenta que este honor conferido a Clodoveo es una preparación, si se me permite la licencia, para la dignidad imperial, que aparece como un puesto que está destinado a ocupar (esto es, obviando la realidad del imperio del Este, pues una pluralidad de emperadores ha de plantear tanta controversia dentro de este esquema "teo-político" como una pluralidad de papas). Si luego Francia y el Imperio germánico pierden la unidad que tuvieron con Carlomagno, es por cosa de los hombres.

Y en esos días de confusión de títulos de predilección como defensor de la Cristiandad, ya aparecen las Españas que, careciendo de títulos (más allá del "Católico" de sus reyes, que me parece más bien pobre comparado con el imperial y el de "hijo mayor de la Iglesia"), asumen la dirección de esta defensa "por los hechos".

Y ahora caigo en que esta desunión en nuestro "destino de civilización" no se ha remediado desde entonces, salvo con la intentona de Napoleón de utilizar los rasgos exteriores de esta vocación de unidad para su designio destructor. Pues ya veo que no es coincidencia que Napoleón, francés, se erigiera en emperador, en una ceremonia a la que asistía el Papa (menos que voluntariamente), y que poco más tarde el Sacro Imperio Romano fuera destruido por él. La coronación como rey de Italia con la corona de hierro de Lombardía no hace más que añadir evidencia. Así, el dominio continental europeo que ambicionó adquiere "justificación" histórica, y lo que es esencialmente dominación puramente militar por un país que ya había abrazado de lleno la idea revolucionaria del estado-nación, se cubre con el disfraz de la universalidad cristiana del antiguo Imperio.

Esta farsa de Napoleón me lleva a pensar que, si bien por una parte no hay que abandonarse al lirismo político que puedan inspirar las reflexiones sobre nuestros "destinos de civilización" (que culminan en la Cristiandad), y hay que dar a los móviles terrenales y humanas ambiciones todo el peso que merecen históricamente, no por eso deja de haber un fundamento Divino en esta misión de universalidad, y es evidente que cuando se usurpan sus rasgos exteriores sin asumir su verdadero significado (como Napoleón) estos no dejan de ser artificio.

P.D. Después de hacer estas elucubraciones tan peregrinas y farragosas, tengo que hacer una cura en salud y hacer una protestación como una catedral, más que lo normal, pues entro en un terreno donde meter la pata es de lo más fácil. ¡Cuidado, sólo son primeras impresiones!

Firmus et Rusticus

samedi 4 septembre 2010

De muertos y de vivos, de ayer y de hoy (II)

Juaristi y el carlismo

Sr. Director: El ABC del pasado domingo 29 publica un artículo de Jon Juaristi titulado "Carlismos", donde analiza las actividades políticas de don Carlos Hugo de Borbón y le proporciona post mortem los consejos culinarios que le hubieran llevado a ocupar un sabroso puesto en la transición. Aplaude Juaristi su designio de aprovechar la masa del pueblo carlista y la elevada temperatura del horno durante el franquismo decadente, para cocinar un buen pastel con crema de socialismo, fina capa de regionalismo y churretón de progresismo por encima. Lamenta, sin embargo, que no supiera aprovechar esos sabrosos elementos en tan excelente ocasión y que equivocara el aderezo, poniendo el insípido legitimismo y la foránea especia autogestionaria, en lugar de añadir una pizca de inspiración cristiana, una brizna de democratismo y un sí es no es de sindicalismo, que es lo debería haber hecho.

El artículo, además de ofrecer un visión sintética del fracasado partido carlista y de su líder, pone de manifiesto la experiencia del articulista en la escuela de repostería política cuyo exponente autóctono más conspicuo fue Martínez de la Rosa, con razón apodado "rosita la pastelera". Tanto don Carlos Hugo como Jon han aprovechado los ingredientes de su despensa de manera similar. El uno, bajo excusa de aggiornamento, usó la autoridad que la legitimidad de cuna le deparó, para intentar el transvase ideológico del carlismo hacia su personal mejunje ideológico, lo cual sólo produjo escisiones y defecciones entre los carlistas. El pueblo carlista, mucho más crítico de lo que se piensa, le fue abandonando y él se quedó a solas con unos corifeos reclutados fuera del tradicionalismo. El fracaso acompañó a su deslealtad, por no decir traición, y así será recordado por la historia. El otro, con la excusa de sucesivas conversiones personales, ha empleado sus talentos para buscar el éxito a lo largo de todo el espectro político: desde ETA, a la que sirvió de correveidile con el falso carlismo, hasta el PP madrileño, pasando por el comunismo, el socialismo, el judaísmo y de qué se yo cuántos ismos más. Colmada de honores y prebendas, su vida no pasará, sin embargo, a historia alguna, a no ser que algún literato le dé por contarla y le granjee un merecido lugar junto al buscón don Pablos, a Guzmán de Alfarache y a Gil de Blas de Santillana.

Salvadas las distancias, ambos han confundido la técnica del gatuperio, para procurarse poder y honores con el noble arte del político. La política, enmarcada desde Aristóteles en la ética, debiera acomodar prudentemente a las circunstancias cambiantes de España los principios del saber político que nos ha legado el occidente cristiano. Legado que une al propio Estagirita con San Agustín y Santo Tomás y a los maestros de la escolástica española postrenacentista con los pensadores carlistas, que lo recogieron y enraizaron en las costumbres españolas.

Uno y otro no sólo aparentan desconocer todo eso, sino que se han mostrado incapaces de concebir doctrina alguna a la que servir, para bien de la comunidad, sin convertirla en objeto de chalaneo para otros fines. Los carlistas tenemos que agradecer las despectivas palabras de Juaristi hacia nosotros. Primero, porque otra cosa nos hubiera sonado a insulto, y, segundo, porque evidencia ese gusanillo de intranquilidad que sigue produciendo el carlismo. No tanto por nosotros mismos, que ahora estamos empequeñecidos (menos de lo que Juaristi cree), sino porque la doctrina carlista tiene tanta vitalidad intrínseca que ya tenemos por costumbre ver su esquela en los periódicos sin inmutarnos.

Profesor José Miguel Gambra
Jefe de la Secretaría Política de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón

jeudi 2 septembre 2010

De muertos y de vivos, de ayer y de hoy.

El domingo pasado, como suele ser habitual en él, Jon Juaristi confundía y mezclaba, en un artículo del ABC, conceptos que no alcanza a entender o que se niega a aceptar, tergiversando la tozuda realidad, cada vez más evidente, para tratar de obtener la cuadratura del círculo, intentando ofrecer un panegírico de Carlos Hugo de Borbón y Parma a los lectores dominicales del diario, que en su mayoría ignoran de quién se trata.

Acierta sin duda el articulista al cifrar la fortaleza del carlismo en la defensa de la Tradición (“ese complejo armónico que sus gentes llamaban tradición), y en cierto modo al destacar la necesaria unidad de estado y religión, la coherencia entre lo privado y lo público, cuando se lucha para que Cristo reine en los corazones y en las naciones.

Después acomete una defensa teórica del devenir del malogrado príncipe, en una argumentación que no resiste el más somero análisis, achacando finalmente a la mala suerte lo que ni siquiera él es capaz de justificar en modo alguno.

Con todo debemos agradecerle al señor Juaristi la publicidad no solicitada que hace en su artículo a “los grupos residuales del carlismo, todos ellos extraparlamentarios y sin recursos económicos, como tantos que pueblan la blogosfera”. A lo mejor a algunos lectores aburridos y curiosos del ABC se les ocurre buscarnos en la red y, con suerte, alguno llega a darse cuenta de aún en el siglo XXI se puede pensar con claridad y vivir en coherencia con lo que se piensa y se cree, sin engañar ni engañarse.

En otro orden de cosas, después de unos meses de cambios, mudanzas y viajes, mi familia y yo estamos casi instalados en nuestra nueva residencia, y una nueva etapa de nuestras vidas acaba de empezar.

Dudé qué libro leer tras cerrar la última página del libro de Max Gallo sobre San Bernardo, “La cruzada del monje”, que tan magistralmente presenta la vida del que podría ser considerado realmente como el fundador de la orden del Císter, aunque de facto no lo fuese. Posiblemente dedique también una entrada en esta bitácora al epílogo del libro, que lo es de la trilogía de la que he hablado en anteriores ocasiones, ya que cierra con brillantez el prólogo que presenté hace unos meses.

Finalmente, aunque me tentó y me hice con un ejemplar de “La promesa del alba” de Romain Gary, que se menciona en la película de Gérard Depardieu de la que hablé hace poco y que he visto que ha llegado a los cines de España en versión doblada al castellano, haciendo honor al título de mi bitácora, me decidí por “Le Père Goriot”, traducido al castellano como “El padre Goriot” o “El tío Goriot”, sin duda la forma más recomendable de sumergirse en “La Comédie humaine”, el gran universo novelesco de Balzac en el que se encierra tanta sabiduría sobre el ser humano de ayer, hoy y siempre.

Como era previsible, el tiempo que dedico diariamente a su lectura es uno de los mejores momentos de la jornada.