samedi 28 janvier 2012

La Santa Misa ( y III ) El ángel cuenta los pasos


... Por eso deberíamos estimarnos afortunados cada vez que se nos ofrece la posibilidad de oír una Santa Misa, y no echarnos atrás ante cualquier sacrificio para no perderla, especialmente los días de precepto (domingos y festivos) en los que la obligación de participar en la Santa Misa es grave, y que, por tanto, el que no va comete pecado mortal. Pensemos en Santa María Goretti, quien para ir a Misa los domingos recorría a pie, entre ida y vuelta, ¡24 kilómetros! Pensemos en Santina Campana que se iba a Misa teniendo una fiebre altísima.
Pensemos en San Maximiliano Mª Kolbe que celebraba la Santa Misa en unas condiciones de salud tan impresionantes que hacía falta que lo sostuviera un Hermano en el altar para que no se cayese. Y ¿cuántas veces San Pío de Pietrelcina celebró la Misa preso de la fiebre y sangrando?
Y si las enfermedades impedían a los santos tomar parte en la Santa Misa, al menos se unían espiritualmente a los sacerdotes celebrantes en todas las iglesias de la tierra. Así lo hizo Santa Bernardita cuando tuvo que estar clavada al lecho durante mucho tiempo. Decía a sus hermanas: “La Misas se celebran perpetuamente en uno u otro sitio del mundo; yo me uno a todas estas Misas, sobre todo durante las noches que paso sin coger el sueño”.
En nuestra vida de cada día debemos preferir la Santa Misa a cualquier otra cosa buena, porque como dice San Bernardo: “Se obtiene más mérito oyendo devotamente una Santa Misa que distribuyendo a los pobres toda la sustancia propia y andando de peregrinación por toda la tierra”. Y no puede ser de otra manera porque no puede haber ninguna cosa en el mundo que pueda tener el valor infinito de una Santa Misa. “El martirio no es nada –decía el Santo Cura de Ars– en comparación con la Misa, porque el martirio es el sacrificio del hombre a Dios, mientras que la Misa es ¡el sacrificio de Dios por el hombre!”.
Tanto más debemos preferir la Santa Misa a las diversiones en las que se pierde el tiempo sin ninguna ventaja para el alma. San Luis IX, rey de Francia, oía varias Misas todos los días. Algún ministro se quejó de eso diciendo que podía dedicar ese tiempo en asuntos del reino. El santo rey le dijo: “Si emplease el doble de tiempo en diversiones y en la caza, nadie tendría nada que criticar”.
Seamos generosos y hagamos voluntariamente algún sacrificio para no perder un bien tan grande. San Agustín decía a sus cristianos: “Todos los pasos que da uno para ir a oír la Santa Misa, los va contando un Ángel, y Dios concederá un premio incomparable en esta vida y en la eternidad”. Y el Santo Cura de Ars añade: “¡Qué feliz se siente el Ángel de la Guarda que acompaña a un alma a la Santa Misa!”.

dimanche 22 janvier 2012

La Santa Misa (II) Gracias sublimes


Los efectos saludables que produce además cada Sacrificio de la Misa en las almas de los que participan en ella son admirables; obtiene el arrepentimiento y el perdón de las culpas, disminuye la pena temporal debida por los pecados, debilita el imperio de Satanás y los ardores de la concupiscencia, consolida los vínculos de la incorporación a Cristo, preserva de los peligros y desgracias, abrevia la duración del Purgatorio, procura un grado mayor de gloria en el Cielo. San Lorenzo Justiniano dice: “Ninguna lengua humana puede enumerar los favores que tienen su origen en el sacrificio de la Misa: El pecador se reconcilia con Dios, el justo se hace más justo, se cancelan las culpas, se aniquilan los vicios, se alimentan las virtudes y los méritos, y se rebaten las insidias diabólicas”. Por eso San Leonardo de Puerto Mauricio no paraba de exhortar a las multitudes que le escuchaban: “Oh pueblo engañado ¿qué haces? ¿Por qué no corres a la iglesia a oír todas las misas que puedas? ¿Por qué no imitas a los ángeles que cuando se celebra la Misa bajan en escuadrones desde el Cielo y se quedan en torno a nuestros altares, en adoración, para interceder por nosotros?”.
Si es verdad que todos tenemos necesidad de tener gracias para esta vida y para la otra, con nada se pueden obtener como con la Santa Misa. San Felipe Neri decía: “Con la oración pedimos a Dios las gracias; en la Santa Misa le obligamos a dárnoslas”. La oración hecha durante la Santa Misa implica a todo nuestro sacerdocio, bien sea el ministerial exclusivo del sacerdote, bien sea el común a todos los fieles. En la Santa Misa, nuestra plegaria va unida con la plegaria sacrificada de Jesús que se inmola por nosotros.
Especialmente durante el Canon, que es el corazón de la Misa, la plegaria de todos nosotros se convierte en la plegaria de Jesús presente entre nosotros. Los dos momentos del Canon Romano en los que se puede recordar a los vivos y a los difuntos son los momentos de oro de nuestra súplica: Podemos rezar por nuestras necesidades, podemos encomendar a las personas queridas, vivas y difuntas, precisamente en los instantes supremos de la Pasión y Muerte de Jesús entre las manos del sacerdote.
Aprovechémonos con delicadeza; los santos tenían mucha, y cuando se encomendaban a la plegaria de los sacerdotes les pedían que los recordasen sobre todo en el Canon.

En particular, en la hora de la muerte, las misas oídas devotamente serán nuestro mayor consuelo y esperanza; y una Misa oída durante la vida será más saludable que muchas misas oídas por otros a favor nuestro cuando hayamos muerto. San José Cottolengo garantiza una muerte santa a quien participa frecuentemente en la Santa Misa. También San Juan Bosco considera un signo de predestinación oír muchas Misas. “Estate segura –dijo Jesús a Santa Gertrudis– de que yo mandaré tantos de mis santos cuantas hayan sido las Misas bien oídas por quien oye devotamente la Santa Misa para protegerle y ayudarle en los últimos instantes de su vida”.
¡Qué consolador es esto! Tenía razón el Santo Cura de Ars al decir: “Si conociéramos el valor del Santo Sacrificio de la Misa, ¡cuánto mayor celo pondríamos en oírla!”.
Y San Pedro Julián Eymard exhortaba así: “Entérate, oh cristiano, de que la Misa es el acto más santo de nuestra Religión; tú no podrías hacer nada más glorioso para Dios ni más provechoso para tu alma que oírla piadosamente y con la mayor frecuencia posible”.

Continuará…

mardi 17 janvier 2012

El Derecho Constitucional Católico

Muchos católicos de nuestros días se sienten desencantados o perdidos en política, e incluso, en las más de las ocasiones, profundamente errados a causa de las muchas mentiras que, a fuerza de ser repetidas, son consideradas verdades irrefutables.

Este clima de confusión y error creado por aquellos que indigna e ilegítimamente detentan el poder en nuestros días, conduce a las masas hacia las ideologías, que si bien son paupérrimas en sus razonamientos y simplonas en sus planteamientos, conceden una cómoda prisión para el pensamiento.

Por el contrario la Santa Madre Iglesia, Católica, Apostólica y Romana, ha elaborado a los largo de los siglos, fundamentada en el Evangelio, las Sagradas Escrituras y su Sacrosanta Tradición, un corpus doctrinal que abarca todos los elementos de la existencia humana, espiritual y material, incluyendo como no podía ser de otro modo, las realidades políticas y sociales.

En contraposición a las ideologías, los razonamientos y planteamientos socio-políticos de la Iglesia Católica, son claros, ordenados, bien fundamentados y su lectura constituye un placer inusitado en el piélago de confusiones en el que nos vemos obligados a vivir los hombres de este siglo.

El desconocimiento que los fieles católicos tienen de este inmenso tesoro, condensado en multitud de Encíclicas de los Santos Padres, hace que ya no resulte sorprendente escuchar a muchos católicos que se tienen y se muestran abierta y públicamente como tales, e incluso a clérigos y sacerdotes, en ocasiones desde el púlpito, defender exactamente lo contrario de lo que la Santa Madre Iglesia establece como doctrina en muchos ámbitos de la vida de un discípulo de Nuestro Señor Jesucristo.

Un punto clave al que la mayoría de los católicos modernos dan la consideración de anatema, es la correcta y ordenada relación entre la Iglesia y el Estado. La mera alusión a la defensa de la necesaria confesionalidad estatal da lugar a los más enconados ataques.

Y sin embargo, ese estado laico en el que la única religión verdadera es colocada la mismo nivel que las religiones falsas, dónde la voluntad del pueblo es considerada la fuente fundamental del derecho y que, al menos en teoría, hace residir la soberanía en la nación, ese estado nacido de la revolución francesa de 1789 y fundamentado en los principios que inspiraron dicha sanguinaria revolución, fue condenado y rebatido por los Santos Padres en diversas Encíclicas, resultando sin duda especialmente esclarecedora la de Leon XIII, Immortale Dei, sobre la Constitución Cristiana del Estado, dada en 1885.

No me es posible transcribirla por completo en esta bitácora, por lo que invito a todos a leerla desde el enlace correspondiente, pero no me resisto a traer algún fragmento, que evidentemente sólo pueden comprenderse por completo en una lectura total del documento:

“… Ahora bien: ninguna sociedad puede conservarse sin un jefe supremo que mueva a todos y cada uno con un mismo impulso eficaz, encaminado al bien común. Por consiguiente, es necesaria en toda sociedad humana una autoridad que la dirija. Autoridad que, como la misma sociedad, surge y deriva de la Naturaleza, y, por tanto, del mismo Dios, que es su autor. De donde se sigue que el poder público, en sí mismo considerado, no proviene sino de Dios. Sólo Dios es el verdadero y supremo Señor de las cosas. Todo lo existente ha de someterse y obedecer necesariamente a Dios. Hasta tal punto, que todos los que tienen el derecho de mandar, de ningún otro reciben este derecho si no es de Dios, Príncipe supremo de todos. «No hay autoridad sino pos Dios». Por otra parte, el derecho de mandar no está necesariamente vinculado a una u otra forma de gobierno. La elección de una u otra forma política es posible y lícita, con tal que esta forma garantice eficazmente el bien común y la utilidad de todos. Pero en toda forma de gobierno los jefes del Estado deben poner totalmente la mirada en Dios, supremo gobernador del universo, y tomarlo como modelo y norma en el gobierno del Estado …”

“… El principio supremo de este derecho nuevo es el siguiente: todos los hombres, de la misma manera que son semejantes en su naturaleza específica, son iguales también en la vida práctica. Cada hombre es de tal manera dueño de sí mismo, que por ningún concepto está sometido a la autoridad de otro. Puede pensar libremente lo que quiera y obrar lo que se le antoje en cualquier materia. Nadie tiene derecho a mandar sobre los demás. En una sociedad fundada sobre estos principios, la autoridad no es otra cosa que la voluntad del pueblo, el cual, como único dueño de sí mismo, es también el único que puede mandarse a sí mismo. Es el pueblo el que elige las personas a las que se ha de someter. Pero lo hace de tal manera que traspasa a éstas no tanto el derecho de mandar cuanto una delegación para mandar, y aun ésta sólo para ser ejercida en su nombre.

Queda en silencio el dominio divino, como si Dios no existiese o no se preocupase del género humano, o como si los hombres, ya aislados, ya asociados, no debiesen nada a Dios, o como si fuera posible imaginar un poder político cuyo principio, fuerza y autoridad toda para gobernar no se apoyaran en Dios mismo. De este modo, como es evidente, el Estado no es otra cosa que la multitud dueña y gobernadora de sí misma. Y como se afirma que el pueblo es en sí mismo fuente de todo derecho y de toda seguridad, se sigue lógicamente que el Estado no se juzgará obligado ante Dios por ningún deber; no profesará públicamente religión alguna, ni deberá buscar entre tantas religiones la única verdadera, ni …”

“… La sola razón natural demuestra el grave error de estas teorías acerca de la constitución del Estado. La naturaleza enseña que toda autoridad, sea la que sea, proviene de Dios como de suprema y augusta fuente. La soberanía del pueblo, que, según aquéllas, reside por derecho natural en la muchedumbre independizada totalmente de Dios, aunque presenta grandes ventajas para halagar y encender innumerables pasiones, carece de todo fundamento sólido y de eficacia sustantiva para garantizar la seguridad pública y mantener el orden en la sociedad. Porque con estas teorías las cosas han llegado a tal punto que muchos admiten como una norma de la vida política la legitimidad del derecho a la rebelión. Prevalece hoy día la opinión de que, siendo los gobernantes meros delegadas, encargados de ejecutar la voluntad del pueblo, es necesario que todo cambie al compás de la voluntad del pueblo, de donde se sigue que el Estado nunca se ve libre del temor de la revoluciones …”

Apasionante ¿no les parece?

lundi 16 janvier 2012

Encadenados a la galera

Quiero pensar que el periodo histórico que nos ha tocado vivir no es radicalmente distinto de ningún otro anterior.

Las dificultades que un hombre justo encuentra hoy en día para sobrevivir rodeado de iniquidad sin dejarse corromper, también las sufrieron todos los justos que en el mundo han sido, desde el principio de los tiempos.

Esta pequeña reflexión introductoria me concede la esperanzadora idea de que si hoy, tras milenios de civilización humana, seguimos existiendo hombres y mujeres, pocos o muchos, dispuestos a enfrentarnos al enemigo, e incluso a nosotros mismos, para avanzar en el camino de la perfección, si todas las poderosísimas fuerzas del mal no han conseguido exterminar del alma humana la luz divina del bien, es posible que tampoco ahora puedan con nosotros.

Dicho esto, la ofensiva demoníaca que empieza en estos albores del año 2012 empieza a tomar forma patente en España.

La horrenda y maléfica nave del capitalismo parece haber encallado, y sus pérfidos gobernantes se disponen a conseguir que continúe su horrible travesía de sufrimiento y esclavitud.

Para ello emplean las armas de costumbre, aumentar el ritmo de boga de los galeotes, reducir las raciones de alimento de los condenados, desterrar cualquier atisbo de benevolencia o esperanza en las miserables vidas de los esclavos, y por supuesto encadenarlos a la nave, para dejar claro que, si la nave naufraga, su destino será ahogarse con ella.

En román paladino, los sueldos bajan, las condiciones de trabajo empeoran, los horarios se hacen aún más infernales, el despido más fácil, y además se suprimen festividades y descansos semanales.

Lo terrible no es sólo todo eso. Lo que no puedo soportar es la testaruda negativa de los católicos a reconocer la evidencia; que todas las medidas que se recogen en los planes del nuevo gobierno, son radicalmente anti-cristianas.

Creo que la primera obligación de los católicos en este año que empieza es leer con atención y de forma pormenorizada, al menos las encíclicas Rerum Novarum de León XIII (1891) y Quadragésimo Anno de Pío XI (1931).

Tal vez entonces empiecen, todos nuestros hermanos en la Fe, a ver con claridad que no podemos aceptar que el sueldo de los obreros y sus condiciones de trabajo se decidan al margen del Estado, en función del beneficio que su trabajo reporte al empleador, sin que las cargas y necesidades de sus familias tengan nada que ver en ello.


Tal vez entonces estén dispuestos a defender el derecho inviolable al descanso dominical, cuyo fin no es permitir al obrero reparar sus fuerzas para servir con más eficacia a su patrón, sino disponer de una jornada de cada siete para dar a Dios la Gloria y Alabanza debidas, para dedicar al crecimiento personal y espiritual, y para compartir y disfrutar en paz con la familia.


Tal vez entonces empecemos a ver a todos los hijos de la Santa Madre Iglesia, oponerse a que el gobierno se permita decidir sobre las festividades religiosas, modificando arbitrariamente su fecha de celebración, o incluso aboliéndolas, sin que se escuche alzarse la voz acusatoria de nuestros obispos ante tamaña herejía.


En ocasiones anteriores de gobierno de eso que dan en llamar “la derecha”, hemos vivido tímidas concesiones al “electorado católico” para acallar conciencias “flexibles” y acomodaticias. En este momento no hay atisbo alguno. Las factorías de la muerte abortistas continúan en pleno rendimiento al amparo de una legislación criminal, el adoctrinamiento liberal de niños y jóvenes sigue imparable, los ataques a las familias, en forma de divorcios rápidos, uniones contra natura y otras aberraciones se multiplican sin freno, y el descrédito de cualquiera que alce la bandera de la Tradición Católica es norma de obligado cumplimiento.

En fin, al menos usted, estimado lector, no deseche la idea de leer o releer las encíclicas básicas de la Doctrina Social de la Iglesia, y cuando alguno de sus familiares, amigos o conocidos, respetables y responsables votantes del Partido Popular, le traten de explicar las bondades y excelencias de los planes con los que nuestro flamante nuevo gobierno devolverá a España la prosperidad, cuya pérdida sólo es imputable a los errores y mentiras de gobiernos socialistas, no dude en iluminar su ceguera con los sabios argumentos doctrinales que nos legaron, entre otros, nuestros prudentísimos Sumos Pontífices León XIII y Pío XI.

mercredi 11 janvier 2012

La Santa Misa (I): El altar y el Calvario

Quiero en primer lugar desear a cuantos me hacen el honor de leer mis humildes reflexiones en esta bitácora, un próspero, feliz y santo nuevo año 2012.

Es mi deseo en este nuevo año comenzar mis aportaciones centrándome en lo fundamental y dejando de lado lo accesorio, lo que no tiene importancia, el ruido del mundo.

Por eso en estos primeros días de enero pretendo traer para el beneficio de todos, unos bellísimos extractos sobre la Eucaristía, escritos por el franciscano Fr. Stefano Maria Manelli O.F.M. (Ordo Fratrum Minorum), nacido en mayo de 1933, sexto de los veintiún hijos de los Siervos de Dios Settimio Manelli y Licia Gualandris, cuyas causas de beatificación se encuentran abiertas en Roma, que siendo muy niño se trasladó con su familia a los alrededores de San Giovanni Rotondo, donde vivía el famoso sacerdote capuchino San Pío de Pietrelcina OFMCap (Ordo Fratum Minorum Cappuccinorum). El santo se convirtió en su confesor, catequista y director espiritual, y el pequeño Stefano recibió su Primera Comunión de las estigmatizadas manos del Padre Pío en 1938, sirviendo en los siguientes años cientos de veces las misas del santo. Por consejo de San Pío de Pietrelcina, ingresó en el seminario menor de los Franciscanos Conventuales en Copertino en diciembre de 1945, cuando contaba con doce años de edad. Profesó sus primeros votos en octubre de 1949, y su Profesión Solemne en mayo de 1954. Fue ordenado sacerdote en la Solemnidad de Cristo Rey el 30 de octubre de 1955 (*).

El extracto que quiero compartir con todos, trata sobre la Santa Misa y el Sacrificio de la Cruz, y comienza con la siguiente reflexión: Solamente en el Cielo comprenderemos la maravilla divina que es la Santa Misa. Por mucho que uno se esfuerce y por mucho que se sea santo y se esté inspirado, no se puede más que balbucear sobre esta obra divina que trasciende los hombres y los ángeles. Un día le dijeron a San Pío de Pietrelcina: “Padre, explíquenos la Santa Misa”. “Hijos míos –repuso el Padre– ¿cómo puedo explicárosla? La Misa es infinita como Jesús... Preguntadle a un ángel qué es una Misa y él os responderá en verdad: Comprendo lo que es y por qué se dice, pero lo que no comprendo es todo lo que vale. Un ángel, mil ángeles, en todo el cielo lo saben y piensan así”.

He aquí la primera parte:

San Alfonso Mª de Ligorio llegó a afirmar: “Dios mismo no puede hacer que haya una acción más santa y más grande que la celebración de una Santa Misa”. ¿Por qué? Porque la Santa Misa se puede decir que es la síntesis de la Encarnación y de la Redención; contiene el Nacimiento, la Pasión y la Muerte de Jesús por nosotros. El Concilio Vaticano II nos enseña: “Nuestro Salvador en la Última Cena, la noche en que iba a ser entregado, instituyó el Sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, en el que perpetuar el Sacrificio de la Cruz a lo largo de los siglos hasta que Él vuelva” (Sacrosanctum Concilium, n. 47).

El papa Pío XII ya había manifestado este pensamiento asombroso: “El altar de nuestras iglesias no es diferente del altar del Gólgota; es también un monte coronado por la Cruz y por el crucifijo en el que tiene lugar la reconciliación de Dios con el hombre”. Y Santo Tomás escribió: “La celebración de la Misa vale tanto como vale la muerte de Jesús en la Cruz”.

Por eso San Francisco de Asís decía: “El hombre debe temblar, el mundo debe estremecerse, el cielo entero debe estar conmovido cuando el Hijo de Dios aparece en el altar entre las manos del sacerdote”.

En realidad, al renovar el Sacrificio de la Pasión y de la Muerte de Jesús, la Santa Misa es algo tan grande que basta por sí sola para contener la Justicia Divina.

“Toda la cólera y la indignación de Dios –afirma San Alberto Magno– cede ante esta ofrenda”.

Santa Teresa de Jesús decía a sus hijas: “Sin la Santa Misa ¿qué sería de nosotras? Todo perecería aquí abajo porque sólo Ella puede parar el brazo de Dios”.

Ciertamente, sin Ella la Iglesia no duraría y el mundo estaría perdido desesperadamente. “Sin la Santa Misa, la tierra estaría aniquilada hace mucho tiempo a causa de los pecados de los hombres”, enseñaba San Alfonso Mª de Ligorio. “Sería más fácil que la tierra se gobernara sin el sol que sin la Santa Misa”, afirmaba San Pío de Pietrelcina, haciéndose eco de San Leonardo de Puerto Mauricio que decía: “Creo que si no hubiera Misa, el mundo ya se habría hundido bajo el peso de su iniquidad. La Misa es el poderoso apoyo que lo mantiene”.

Continuará…

(*) Recordemos que la Solemnidad de Cristo Rey fue promulgada por Pío XI el día 11 de diciembre de 1925 por medio de su Encíclica “Quas primas”, que la fijó en el domingo anterior a la Solemnidad de Todos los Santos.