lundi 29 avril 2013

Ortopraxis

Tomado de la web de la Asociación Cruz de San Andrés

Algunas disciplinas básicas de la Iglesia están siendo disimuladamente removidas: Importa, por ello, refrescar el conocimiento de sus fundamentos evangélicos y de los pronunciamientos básicos del magisterio:

1ª. Narra el evangelista San Marcos que “ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. El les dijo: Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio” (Mc 10, 10-11).

El apóstol Pablo, en su primera carta a los Corintios, advierte: “Quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del cuerpo y la sangre del Señor (1 Co 11, 27) y come y bebe su propio castigo (1 Co 11, 29).”

Dar la Sagrada Comunión a divorciados vueltos a emparejar sin propósito de modificar su estado no será jamás un acto de misericordia sino una profanación de la Eucaristía y un engaño a sus protagonistas.

La Misericordia sólo la otorga Jesucristo y requiere enmienda.


Cruz de San Andrés

2ª. La declaración de la S. C. para la Doctrina de la Fe, Inter insigniores de 15 de octubre de 1976 explicó que el ejemplo de Cristo, al elegir únicamente como apóstoles a varones, sirve de pauta a la Iglesia para rechazar la ordenación de mujeres y no estaba condicionado por “motivos sociológicos o culturales propios de su tiempo”.

Por lo tanto – añadió Juan Pablo II en su carta apostólica Ordinatio sacerdotalis de 22 de Mayo de 1994 – con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22, 32) declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia.

3ª. Catecismo de la Iglesia Católica nº 2120: El sacrilegio consiste en profanar o tratar indignamente los sacramentos y las otras acciones litúrgicas, así como las personas, las cosas y los lugares consagrados a Dios. El sacrilegio es un pecado grave sobre todo cuando es cometido contra la Eucaristía, pues en este sacramento el Cuerpo de Cristo se nos hace presente substancialmente.

Catecismo de la Iglesia Católica nº 1125: Por eso ningún rito sacramental puede ser modificado o manipulado a voluntad del ministro o de la comunidad. Incluso la suprema autoridad de la Iglesia no puede cambiar la liturgia a su arbitrio, sino solamente en virtud del servicio de la fe y en el respeto religioso al misterio de la liturgia.

Sacramentum caritatis, Benedicto XVI, 22 de febrero del 2007: Quien sea consciente de estar en pecado grave no celebre la Misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad. En este caso hágase un acto de contrición perfecta y propósito de confesar cuanto antes.

4ª. Declaración de la Sgda. C. de la Docrina, Dominus Iesus, 6 de agosto del 2000: “Por ello el diálogo, aunque forme parte de la misión evangelizadora, constituye sólo una de las acciones de la Iglesia en su misión ad gentes. La paridad, que es presupuesto del diálogo, se refiere a la igualdad de la dignidad personal de las partes, no a los contenidos doctrinales – ni mucho menos a Jesucristo, que es el mismo Dios hecho hombre – comparado con los fundadores de las otras religiones. De hecho la Iglesia, guiada por la caridad y el respeto por la libertad, debe empeñarse primariamente en anunciar a todos los hombres la verdad definitivamente revelada por el Señor, y a proclamar la necesidad de la conversión a Jesucristo y la adhesión a la Iglesia a través del bautismo y los otros sacramentos, para participar plenamente de la comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo”.

"Debe ser, en efecto, firmemente creída la afirmación de que en el misterio de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, el cual es “el camino, la verdad y la vida” (cf. Jn 14, 6) se da la revelación de la plenitud de la verdad divina".

Javier A. Domínguez


Ortopraxis*: La palabra "ortopraxis" viene de las palabras griegas orthós, que significa recto o correcto, y praxis, que significa hecho, acción o práctica. La ortopraxis está evidentemente orientada a ser entendida en comparación con la ortodoxia. Si la ortodoxia tiene que ver con la creencia correcta, la ortopraxis se orienta a la acción correcta; más bien representa una relación crítica entre doctrina o teoría, por una parte, y acción o práctica, por la otra. Doctrina y acción se condicionan o mediatizan la una a la otra. La doctrina debe demostrar su verdad en la práctica; la práctica debe estar inspirada por la doctrina y dar lugar a una nueva reflexión doctrinal.





vendredi 26 avril 2013

Apostasía

Epístola del Apóstol San Pablo a los Romanos

Pablo, siervo de Jesucristo, apóstol por la llamada de Dios, elegido para predicar el evangelio de Dios, que por sus profetas había anunciado antes en las Escrituras Santas, acerca de su Hijo (nacido de la estirpe de David según la carne, constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de Santificación por su resurrección de la muerte) Jesucristo, nuestro Señor, por quien hemos recibido el don del apostolado para conseguir en honor de su nombre que obedezcan a la fe todos los pueblos, entre los cuales estáis también vosotros, llamados por Jesucristo.

A todos los que estáis en Roma, predilectos de Dios, llamados y consagrados, os deseo la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor.

En primer lugar doy gracias a mi Dios, por medio de Jesucristo, por todos vosotros, porque vuestra fe es conocida en todo el mundo.

Dios, a quien sirvo de todo corazón predicando el evangelio de su Hijo, es testigo de que os recuerdo constantemente, pidiendo a Dios que, si es su voluntad, pueda algún día por fin ir a visitaros.

Tengo muchas ganas de veros, para comunicaros algún don espiritual que os fortalezca.

Así nos animaríamos mutuamente unos a otros con la fe, la vuestra y la mía.

Quiero que sepáis, hermanos, que muchas veces me he propuesto ir a veros (pero hasta el presente no he podido) para lograr algún fruto también entre vosotros como entre los demás pueblos.

Me debo por igual a griegos y a extranjeros, a sabios y a ignorantes.

De aquí mi deseo de evangelizaros también a vosotros, los que estáis en Roma.

Yo no me avergüenzo del evangelio, que es poder de Dios para la salvación de todo el que cree, del judío primero y también del griego.

Porque la justicia de Dios se manifiesta en él por la fe en continuo crecimiento, según está escrito: El justo vivirá por la fe.

La ira de Dios se manifiesta desde el cielo contra toda la impiedad e injusticia de los hombres que detienen la verdad con la injusticia; ya que lo que se puede conocer de Dios, ellos lo tienen a la vista, pues Dios mismo se lo ha manifestado.

Desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se pueden descubrir a través de las cosas creadas. Hasta el punto que no tienen excusa porque, conociendo a Dios, no lo glorificaron ni le dieron gracias; por el contrario, su mente se dedicó a razonamientos vanos y su insensato corazón se llenó de oscuridad.

Alardeando de sabios, se hicieron necios; y cambiaron la gloria del Dios inmortal por la imagen del hombre mortal, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.

Por eso Dios los abandonó a sus bajas pasiones y a la inmoralidad, de forma que ellos mismos degradan sus propios cuerpos; cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y dieron culto a la criatura en lugar de al creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.

Por esto Dios los abandonó a sus pasiones vergonzosas; pues, por una parte, sus mujeres cambiaron las relaciones naturales del sexo por otras contra la naturaleza.

Por otra, también los hombres, dejando las relaciones naturales con la mujer, se entregaron a la homosexualidad, hombres con hombres, cometiendo acciones vergonzosas y recibiendo en su propio cuerpo el castigo merecido por su extravío.

Y como no se preocuparon de tener el conocimiento cabal de Dios, Dios los abandonó a su mente depravada, que los empuja a hacer lo que no deben.

Están llenos de injusticia, malicia, perversidad, codicia, maldad; rebosantes de odio, de asesinatos, de disputas, de engaño, de malignidad; chismosos, calumniadores, aborrecedores de Dios, insolentes, altaneros, soberbios, inventores de maldades, desobedientes a los padres, insensatos, desleales, sin amor y sin piedad; saben bien que Dios declara reos de muerte a los que hacen tales cosas y, sin embargo, ellos las hacen y aplauden a los que las hacen.

lundi 22 avril 2013

Español, lee y difunde.

Un hombre en pie: pensamiento de un carlista de Leiza
(Del blog de “El Brigante”)

El pasado Martes Santo, 26 de marzo de 2013, el ayuntamiento de Leiza acordó por mayoría absoluta (9 concejales –de la izquierda abertzale– sobre 11) retirar el nombramiento de hijo predilecto de Leiza a don Antonio Lizarza, carlista e hijo de la villa. Otro hijo de Leiza, el concejal Silvestre Zubitur, intervino valientemente en el pleno del consistorio en protesta contra esa cobarde decisión:


“Las revanchas son una forma triste de ajustar cuentas con el pasado. Es posible que retirar un reconocimiento honorífico a una persona que pensó de un modo distinto a los que hoy tienen el poder produzca satisfacción en los que mandan, pero eso no es nada en comparación con la decepción y dolorosa sensación de que las ideas callan cuando la fuerza se impone. Y si con actos así las ideas callan, las preguntas resuenan.

Por ejemplo,

¿Cómo pudo ser que un pueblo como Leiza, tan vasco y tan trabajador y popular, fuera durante la mayor parte de la época contemporánea un bastión del carlismo?

¿Cómo pudo ser que, hasta la aparición del nacionalismo, la inmensa mayoría de los leizarras, sencillos trabajadores y pequeños propietarios, fueran carlistas de corazón dispuestos al sacrificio por defender sus convicciones?

¿No habrá tenido nada que ver el carlismo en la preservación de la cultura vasca de Leiza?

¿Aquél viejo carlismo no sería una fuerza de defensa de las libertades populares frente al centralismo liberal invasor?

¿No habrá tenido el carlismo parte en la formación de una conciencia celosa, por los derechos de la gente, y una intolerante, frente a los abusos?

Pero no se detienen ahí las preguntas que durante demasiado tiempo se han querido prohibir a los hijos de Leiza y de muchos pueblos vascos:

¿Cómo podía ser que los carlistas leizarras amaran Euskal-herria como su patria y al mismo tiempo se emocionaran con el ideal de las Españas, sin encontrar contradicción en ello?

Quizás no hay contradicción ninguna entre Euskal-herria y las Españas.

Pero hay más,

¿No enseñaban los viejos carlistas a venerar las libertades populares que llamaban fuero y a defenderlas con la misma vida?

¿No tendremos que preguntarnos qué relación tendrá aquel viejo fuero con el deseo de verdaderas libertades para Euskal-herria?

También aquí se da una contradicción, de que los que hoy hablan de fuero han logrado la abolición de su esencia y quienes buscan otro “marco institucional” para los vascos, ignoran la hermosa raíz que el fuero tiene en esta tierra de Leiza.

Por último y más importante:

¿Cómo podía ser que aquellos vascos carlistas amaran a Dios sobre todas las cosas y se enorgullecieran de llevar una vida humilde y cristiana, desde la mañana hasta la noche, desde la infancia hasta la muerte?

¿Quizá no habrá ninguna incompatibilidad entre ser vasco y la religión?

O más aún, ¿es que no fue el amor a Dios lo principal que custodiaban aquellos vascos, españoles, carlistas y leizarras?

Dejadme decir que la verdad se defiende sola. Podremos ocultarla, podremos privar a las generaciones actuales de su derecho a conocerla, pero no podremos cambiarla. El carlismo en esta tierra no fue nunca planta trasplantada que necesitara aclimatarse: fue sencillamente el decantarse de una historia milenaria que aunaba amor a Dios, al prójimo, a la justicia y a la propia identidad vasca. Por eso mismo fue siempre integrador: Dios y patria, fueros y rey. Integrar, solidarizarse, vivir en permanente auzolan, sin otra exclusión que la mentira, que el odio y que el rencor.

Me podréis decir que deliro, que dibujo un panorama idílico e inexistente. No es verdad. La razón de ello es que no hablo de ninguna ideología (y podría extenderme en las mentiras que se han vertido sobre el carlismo, vinculándolo con enemigos históricos, como el fascismo), sino de un pueblo que tan sólo quiere construir su propia vida y defender las tradiciones que le han dado su identidad. Por supuesto, que entre los carlistas hubo de todo, pero no porque eran carlistas. En tanto que carlistas eran hijos del pueblo y de Dios y sus errores personales no ensombrecen ese glorioso empeño común.

Dejadme deciros una última cosa: vosotros queréis construir una patria con una ideología. Los carlistas nunca tuvimos una ideología, sino una patria que conservar, que merecer, que transmitir. Por eso, vosotros podéis haber visto en los carlistas de ayer y de hoy enemigos que no tienen cabida en vuestra patria soñada. Esa ventaja tenéis sobre nosotros: nosotros, sin embargo, os necesitamos, aunque vosotros creéis que no nos necesitéis, porque para reconstruir la patria, el pueblo, la vida en común no podríamos prescindir de nadie, porque todos estamos llamados a ayudarnos a vivir una vida más digna y más humana. Ésa es nuestra debilidad, pero ésa también es nuestra gloria.

Mi defensa de un hijo del pueblo no es una defensa personal ni partidista, es una llamada de atención, un recordatorio a unas cuantas preguntas que todavía se acallan.”


[Esta intervención fue acompañada de la lectura del siguiente “escrito en contra de la iniciativa del ayuntamiento de Leiza para la retirada del nombramiento de hijo adoptivo de Leiza de D. Antonio Lizarza”].


En primer lugar diré que por la diferencia de edad no he conocido a D. Antonio aunque si conocí a su hermano D. Nazario, que vivía en Leiza, cuando nosotros éramos pequeños, y también a todos sus sobrinos, hijos de su hermano D. Rufino y los hijos de este y los nietos, pues son de mi edad y por último los biznietos que son de la edad de mis hijos. Lo que si, he tenido la oportunidad de conocer a dos de los hijos de D. Antonio, D. Javier y D. José Antonio con los cuales he mantenido y mantengo una gran amistad por su personalidad y fidelidad en todo momento y como representante de este ayuntamiento por el honor y la dignidad de todos ellos y con todo merecimiento quiero hacer esta defensa.

En segundo lugar diré que siempre me ha gustado escuchar a las personas mayores en sus tertulias y entre ellos hablaban muchísimo de D. Antonio y de lo que les ocurrió aquí y allá, pero tengo que reconocer que entre aquellas vivencias y a menudo estremecedoras, nunca escuche una conversación con el mínimo rencor hacia las personas que habían sido sus adversarios, al contrario la mayoría de aquellos hombres y mujeres supieron rehacer sus vidas pasando todos, toda clase de penurias, se respetaron y convivieron en adelante, dejando ejemplo para la posteridad.

A D. Antonio Lizarza el pueblo de leiza le nombró hijo adoptivo, y ahora el pueblo de Leiza le va a retirar. ¡Pobre Leiza como te han cambiado! Pero yo os diré que a D. Antonio Lizarza, jefe carlista en Navarra, que no era hijo adoptivo de Leiza, sino que natural de Leiza y a mucha honra para él y para muchos Leizarras, eso sí que no le vais a quitar porque cambiareis la historia pero nunca, nunca, nunca la realidad.

Y por todo ello también diré que esta iniciativa que habéis presentado no hace más que demostrarme que yo en algo estaba equivocado, pensaba que aquellas tertulias de nuestros mayores, aplacaban a toda persona que no quería que sus hijos pasaran por lo que ellos tuvieron que pasar, pero veo el rencor y el odio de otras personas siguen buscando el enfrentamiento.”

Silvestre Mª Zubitur





vendredi 19 avril 2013

La Expedición Real (VI)

…¿Pesaron las experiencias anteriores en la mente de los oficiales isabelinos y carlistas? Indudablemente, los 12.000 soldados carlistas no eran comparables a los 30.000 franceses de 1808, pero eran una fuerza más disciplinada y veterana que los 2.800 guardias sublevados en 1822: hubieran podido plantear batalla y tomar la capital, pese a la resistencia de las fuerzas liberales, contabilizadas en unos 6.000 hombres aproximadamente.

El propio capitán general de Madrid, Antonio Quiroga, al terminar su conversación con el coronel Fernando Fernández de Córdoba sobre los medios disponibles para la defensa, reconoció, pese a su pesar, que ese día (12 de septiembre de 1837) entrarían los carlistas en la Villa y Corte. Con escasa artillería, las puertas de la ciudad y su muro exterior no representaban una barrera infranqueable.

¿Por qué el Rey don Carlos ordenó la retirada? Tal como señala Alfonso Bullón de Mendoza, no fueron motivos militares, sino políticos, los que habían dado origen a la Expedición Real, por lo que esos mismos motivos fueron decisivos para su fracaso. Al cabo de unas horas de espera, los pocos dirigentes carlistas que se encontraban al tanto del proyecto de transacción debieron comprender que, por el motivo que fuese, María Cristina no se iba a presentar en sus filas. No obstante, los carlistas hubieran podido atacar Madrid pero los riesgos habían aumentado, pues un ejército liberal al mando del general Baldomero Espartero se encontraba tan sólo a una jornada de la capital y en ese corto espacio de tiempo debían acabar con todos los focos interiores de resistencia y tener las tropas dispuestas para un nuevo combate.

Algunos oficiales carlistas —con la moral alta por la proximidad de la victoria y el final del conflicto— opinaron que, tomada la capital, las tropas de Espartero se disolverían y acatarían la victoria legitimista. Por otra parte, no importaba tanto no envolver la ciudad con tropas, pues el mismo Napoleón —en diciembre de 1808— había logrado la capitulación de la Villa sin que ésta estuviera totalmente cercada, contentándose con desplegar las tres divisiones del cuerpo del mariscal Víctor frente a los sectores septentrionales y orientales de la ciudad, en la orilla izquierda del Manzanares.

Pero, como señala Bullón de Mendoza, la disolución de las fuerzas liberales era sólo una remota posibilidad para otros oficiales, entre los cuales se contaba el propio jefe de Estado Mayor de don Carlos, general Vicente González Moreno.

Por otra parte, ¿cómo respondería el pueblo madrileño ante la entrada de Su Monarca Legítimo en medio de la sangre y la violencia? En 1808 y 1814, Fernando VII había entrado pacíficamente en medio de grandes manifestaciones de apoyo popular.

Sólo José I y Napoleón habían entrado en la capital en medio de la indiferencia y el resentimiento, y al propio Emperador le había costado tres días conseguir la rendición de la Villa.

Además, el asalto a Madrid elevaría el número de muertos en los dos bandos; tal vez se podría llegar a capturar a la “gobernadora” y sus dos hijas, pero ¿y si lograban escapar a la fuerza o voluntariamente con el Gobierno y mantenían la resistencia en otra ciudad? En este último caso, la guerra no finalizaría y las tropas de Espartero —frescas y deseosas de revancha— atacarían a las carlistas, cansadas por la toma de la capital, sin apenas tiempo para resistir, lejos de sus bases de refuerzos y en medio de tierra de nadie.

González Moreno optó por la carta menos arriesgada: decidió que, si deseaba entrar y consolidarse en Madrid, lo primero que debía hacer era batir a Espartero en un campo de batalla adecuado, por lo que ordenó la retirada de la capital con el beneplácito del Rey don Carlos. Así, una vez derrotada la columna liberal, la entrada en la Villa no debería revestir ningún problema. Ordenó a las fuerzas carlistas que se encontraban en Aranda de Duero, al mando de Zaratiegui, que se unieran a la Expedición Real, mientras buscaba un punto donde reforzar sus fuerzas con más voluntarios. Por eso sus tropas se dirigieron a Mondéjar donde, en tres días, la división castellana aumentó en más de 2.000 hombres.

Sin embargo, su propuesta de presentar batalla frente a las fuerzas de Espartero en Alcalá de Henares no fue respaldada por los consejeros de don Carlos...


• “Las Guerras Carlistas” por Antonio Manuel Moral Roncal (Premio Internacional de Historia del Carlismo Luis Hernando de Larramendi en 1999), Silex Ediciones S.L., (2009).

• “El ejército carlista ante Madrid (1837): la Expedición Real y sus precedentes” por Antonio Manuel Moral Roncal, “Madrid, revista de arte, geografía e historia”, nº7 (2005).



mercredi 17 avril 2013

La Expedición Real (V)

…La Junta Carlista de Madrid había impreso clandestinamente una proclama, la cual fue repartida furtivamente entre algunos de sus miembros. No circuló mucho por la capital, si es que pudo entregarse a alguna persona.

En su primera parte se hacían explícitos los acuerdos a los que habían llegado don Carlos y María Cristina sobre la cuestión dinástica, mientras se trataba de asegurar la paz y el perdón a los seguidores de la Reina, utilizando un lenguaje mucho más templado que en otras proclamas y manifiestos legitimistas.


Junta Superior de Castilla la Nueva.

Castellanos: las armas vencedoras del invicto Carlos, se preparan a venir sobre la capital del reino, para salvaros del ominoso yugo de un puñado de ambiciosos y cobardes, manchados con todos los crímenes más horrorosos.

El general de nuestro siglo, el vencedor de Morella, ocupará muy en breve esta corte, pero no temáis; todo está definitivamente arreglado, por la mediación de las potencias del Norte: el príncipe de Asturias empuñará el cetro español, que su augusto padre le cede, conservando el gobierno de la Monarquía; la hija de Fernando VII será su esposa, y la augusta viuda marchará a Italia a disfrutar lo que de derecho la corresponde. Olvido de los errores pasados, indulto de los delitos políticos, reconciliación sincera entre los partidos, asegurará para siempre la paz, el orden y la justicia, de que tanto necesita esta desgraciada Monarquía, harto trabajada por los horrores de una guerra fratricida y asoladora.

En el segundo párrafo se buscó conciliar ideas absolutistas con la promesa de una convocatoria de Cortes estamentales, al igual que en la restauración fernandina de 1814, mientras se trataba de desligar al carlismo de los ataques liberales, especialmente de la unión de esta bandera con la vuelta de la Inquisición, oficialmente disuelta en 1820 y no restaurada durante la tercera etapa del reinado fernandino. Igualmente, la proclama intentó acercar a los carlistas con los absolutistas moderados del bando isabelino, pero amenazó severamente a los liberales.

Castellanos: oíd la voz de la razón y de la clemencia; una sola bandera tiene España, rey, religión, y patria, bajo ella pueden acogerse todos los hombres amantes de la prosperidad nacional. El rey convocará las antiguas cortes de España, y las necesidades políticas de la época serán satisfechas con el tino y circunspección que requieren las reformas sociales. Los tiempos de la Inquisición y del despotismo pasaron ya, y no han peleado por entronizar al uno ni lo otro, los invictos navarros y vascongados, ni los heroicos aragoneses y catalanes, no; unos y otros combaten por las leyes, por la justicia, por su felicidad: una inmensa mayoría del partido cristino pelea por la misma causa; discordábamos en los medios, pero ya nos entendemos, ya cesarán nuestras sangrientas discordias, y de hoy más, todos seremos dignos del nombre español, ultrajado por unos pocos, que no escaparán de la justa venganza de las leyes.

Castellanos: obediencia al rey y a las leyes; que así os lo encarga vuestra Junta Superior de Gobierno.

Madrid, 12 de septiembre de 1837.

El Rey Carlos, finalmente, con todo su Estado Mayor, se retiró hacia Arganda, donde se encontró la población iluminada y con un ambiente de fiesta que elevó la moral de los carlistas, que, sorprendidos por la retirada, no pudieron por menos de pensar que entrarían en Madrid al amanecer. Además, llegaron noticias de la captura de una amplia yeguada —doscientas cabezas— en Vaciamadrid.

Sin embargo, al día siguiente, la retirada de Madrid se confirmó cuando los oficiales carlistas ordenaron a sus soldados emprender la marcha hacia Mondéjar, atravesando el Tajuña y dejando Alcalá de Henares al Norte.



• “Las Guerras Carlistas” por Antonio Manuel Moral Roncal (Premio Internacional de Historia del Carlismo Luis Hernando de Larramendi en 1999), Silex Ediciones S.L., (2009).

• “El ejército carlista ante Madrid (1837): la Expedición Real y sus precedentes” por Antonio Manuel Moral Roncal, “Madrid, revista de arte, geografía e historia”, nº7 (2005).



Fidelidad y prudencia

…Surge la pregunta: ¿Por qué la recepción del Concilio, en grandes zonas de la Iglesia, se ha realizado hasta ahora de un modo tan difícil? Pues bien, todo depende de la correcta interpretación del Concilio o, como diríamos hoy, de su correcta hermenéutica, de la correcta clave de lectura y aplicación. Los problemas de la recepción han surgido del hecho de que se han confrontado dos hermenéuticas contrarias y se ha entablado una lucha entre ellas. Una ha causado confusión; la otra, de forma silenciosa pero cada vez más visible, ha dado y da frutos.

Por una parte existe una interpretación que podría llamar "hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura"; a menudo ha contado con la simpatía de los medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna. Por otra parte, está la "hermenéutica de la reforma", de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino.

La hermenéutica de la discontinuidad corre el riesgo de acabar en una ruptura entre Iglesia preconciliar e Iglesia posconciliar. Afirma que los textos del Concilio como tales no serían aún la verdadera expresión del espíritu del Concilio. Serían el resultado de componendas, en las cuales, para lograr la unanimidad, se tuvo que retroceder aún, reconfirmando muchas cosas antiguas ya inútiles. Pero en estas componendas no se reflejaría el verdadero espíritu del Concilio, sino en los impulsos hacia lo nuevo que subyacen en los textos: sólo esos impulsos representarían el verdadero espíritu del Concilio, y partiendo de ellos y de acuerdo con ellos sería necesario seguir adelante. Precisamente porque los textos sólo reflejarían de modo imperfecto el verdadero espíritu del Concilio y su novedad, sería necesario tener la valentía de ir más allá de los textos, dejando espacio a la novedad en la que se expresaría la intención más profunda, aunque aún indeterminada, del Concilio. En una palabra: sería preciso seguir no los textos del Concilio, sino su espíritu.

De ese modo, como es obvio, queda un amplio margen para la pregunta sobre cómo se define entonces ese espíritu y, en consecuencia, se deja espacio a cualquier arbitrariedad. Pero así se tergiversa en su raíz la naturaleza de un Concilio como tal. De esta manera, se lo considera como una especie de Asamblea Constituyente, que elimina una Constitución antigua y crea una nueva. Pero la Asamblea Constituyente necesita una autoridad que le confiera el mandato y luego una confirmación por parte de esa autoridad, es decir, del pueblo al que la Constitución debe servir.

Los padres no tenían ese mandato y nadie se lo había dado; por lo demás, nadie podía dárselo, porque la Constitución esencial de la Iglesia viene del Señor y nos ha sido dada para que nosotros podamos alcanzar la vida eterna y, partiendo de esta perspectiva, podamos iluminar también la vida en el tiempo y el tiempo mismo.

Los obispos, mediante el sacramento que han recibido, son fiduciarios del don del Señor. Son "administradores de los misterios de Dios" (1 Co 4, 1), y como tales deben ser "fieles y prudentes" (cf. Lc 12, 41-48). Eso significa que deben administrar el don del Señor de modo correcto, para que no quede oculto en algún escondrijo, sino que dé fruto y el Señor, al final, pueda decir al administrador: “Puesto que has sido fiel en lo poco, te pondré al frente de lo mucho" (cf. Mt 25, 14-30; Lc 19, 11-27). En estas parábolas evangélicas se manifiesta la dinámica de la fidelidad, que afecta al servicio del Señor, y en ellas también resulta evidente que en un Concilio la dinámica y la fidelidad deben ser una sola cosa.

A la hermenéutica de la discontinuidad se opone la hermenéutica de la reforma, como la presentaron primero el Papa Juan XXIII en su discurso de apertura del Concilio el 11 de octubre de 1962 y luego el Papa Pablo VI en el discurso de clausura el 7 de diciembre de 1965. Aquí quisiera citar solamente las palabras, muy conocidas, del Papa Juan XXIII, en las que esta hermenéutica se expresa de una forma inequívoca cuando dice que el Concilio "quiere transmitir la doctrina en su pureza e integridad, sin atenuaciones ni deformaciones", y prosigue: “Nuestra tarea no es únicamente guardar este tesoro precioso, como si nos preocupáramos tan sólo de la antigüedad, sino también dedicarnos con voluntad diligente, sin temor, a estudiar lo que exige nuestra época (...). Es necesario que esta doctrina, verdadera e inmutable, a la que se debe prestar fielmente obediencia, se profundice y exponga según las exigencias de nuestro tiempo. En efecto, una cosa es el depósito de la fe, es decir, las verdades que contiene nuestra venerable doctrina, y otra distinta el modo como se enuncian estas verdades, conservando sin embargo el mismo sentido y significado".

Es claro que este esfuerzo por expresar de un modo nuevo una determinada verdad exige una nueva reflexión sobre ella y una nueva relación vital con ella; asimismo, es claro que la nueva palabra sólo puede madurar si nace de una comprensión consciente de la verdad expresada y que, por otra parte, la reflexión sobre la fe exige también que se viva esta fe. En este sentido, el programa propuesto por el Papa Juan XXIII era sumamente exigente, como es exigente la síntesis de fidelidad y dinamismo. Pero donde esta interpretación ha sido la orientación que ha guiado la recepción del Concilio, ha crecido una nueva vida y han madurado nuevos frutos. Cuarenta años después del Concilio podemos constatar que lo positivo es más grande y más vivo de lo que pudiera parecer en la agitación de los años cercanos al 1968. Hoy vemos que la semilla buena, a pesar de desarrollarse lentamente, crece, y así crece también nuestra profunda gratitud por la obra realizada por el Concilio…


Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a los cardenales, arzobispos, obispos y prelados superiores de la Curia Romana (jueves, 22 de diciembre de 2005)


mardi 16 avril 2013

La Santa Misa Católica de ayer, hoy y siempre




















La Expedición Real (IV)

Enfrentamiento entre las tropas isabelinas y las carlistas
en la tarde del día 12 de septiembre de 1837 en la zona Este de la capital.
El dibujante ha tratado de situar el Hospital de San Carlos
y el Observatorio astronómico como telón de fondo.
…El Infante don Francisco de Paula, tío de la que sería llamada por los liberales Isabel II y hermano menor del Rey don Carlos V, recorrió a caballo, acompañado de sus ayudantes, toda la línea de defensa por la mañana, y por la tarde lo hizo la “reina gobernadora”, tratando de infundir ánimo entre los milicianos nacionales. El Congreso de los Diputados celebró su sesión para ofrecer una imagen de normalidad constitucional y fuerza, la cual, no obstante, fue bastante lánguida. Al concluirse, los diputados tomaron las armas que tenían dispuestas por si resultaba necesaria su cooperación en la defensa de la ciudad, por lo cual prestaron servicio activo en rondas (hasta los liberales de aquel entonces tenían un mínimo de vergüenza). Por la puerta de Alcalá y Atocha llegaron numerosos carros que conducían a la Milicia Nacional y soldados de caballería de los depósitos cercanos, situados en la dirección de los pueblos de Cuenca y Guadalajara.

Por la tarde, mientras la alarma iba en aumento se produjo la primera escaramuza entre fuerzas liberales y carlistas en esa misma zona, donde se presentaron varios escuadrones de granaderos de la Guardia Real con dos piezas de artillería. Ante la vista de Fernández de Córdoba y del brigadier Facundo Infante, gobernador militar de Madrid, tras la refriega de disparos, los legitimistas capturaron al coronel Diego Cardón y a varios granaderos de la Guardia Real, pasándose a sus filas un par de soldados.

A punto estuvieron las dos piezas de caer en sus manos también, pero los liberales lograron introducirlas de nuevo en la Villa.

En el casco urbano, la actividad de los carlistas madrileños fue nula debida a las fuertes medidas de represión y a la escasa capacidad de organización que había sido invalidada por las autoridades isabelinas durante los cuatro años anteriores (*).

Tan sólo se registró un incidente que, de no ser por el protagonista liberal, tal vez no hubiera ni constado. Un partidario de don Carlos se paseó en esos momentos por la Puerta del Sol en “actitud provocativa”, lo que molestó a José María Calatrava, jefe del anterior Gabinete de la Reina y guardia nacional en funciones, que salió en su persecución con tal mala fortuna que tropezó, cayó de cabeza y sufrió leves contusiones. No obstante, el carlista fue detenido por otros nacionales.

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(*) El proceso de implantación del liberalismo en España no sólo estuvo marcado por su larga duración, sino también por su alto grado de violencia; de hecho, puede considerarse que se desarrolló en un contexto de guerra prolongada, durante el medio siglo delimitado por el inicio de la Revolución Francesa de 1789 y el final de la Primera Guerra Carlista en 1840. Los distintos conflictos acaecidos durante esos cincuenta años sirvieron de escenario a la lucha por el establecimiento de los modelos de Estado y de sociedad que habían emergido en el contexto de creciente debilidad del Antiguo Régimen. Así, el binomio revolución-contrarrevolución fue desarrollado por el estallido de la Guerra de la Independencia, de la lucha armada de los realistas durante el Trienio Constitucional y de la Guerra de los Siete Años (1833-1840).” «Del Rey abajo, ninguno»: La depuración política de la Real Casa y Patrimonio durante la crisis del antiguo régimen (1814-1835), por Antonio Manuel Moral Roncal.


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• “Las Guerras Carlistas” por Antonio Manuel Moral Roncal (Premio Internacional de Historia del Carlismo Luis Hernando de Larramendi en 1999), Silex Ediciones S.L., (2009).

• “El ejército carlista ante Madrid (1837): la Expedición Real y sus precedentes” por Antonio Manuel Moral Roncal, “Madrid, revista de arte, geografía e historia”, nº7 (2005).



dimanche 14 avril 2013

La Expedición Real (III)


Matanza de frailes en Madrid en el verano de 1834.
Este hecho debe enmarcarse no sólo en medio de una crítica coyuntura de Guerra Civil,
 sino del amplio programa depurador del gobierno liberal sobre los leales al Rey legítimo.

…En esta nueva ocasión de peligro, el ayuntamiento liberal madrileño, tras celebrar una sesión por la mañana, convocó otra extraordinaria por la noche, constituyéndose en sesión permanente desde las doce de la noche de ese día hasta las ocho de la tarde del día trece. Cuatro horas después del comienzo de la reunión, se acordó realizar una llamada a los habitantes de la Villa para que trabajaran en las fortificaciones, mientras que se solicitaba que acudieran al antiguo convento de San Felipe el Real aquellos civiles que desearan participar como voluntarios en la defensa armada. De acuerdo con las órdenes del gobierno, el ayuntamiento pasó oficio a los jefes de las oficinas administrativas para que se presentaran en otro convento aquellos empleados que no fueran absolutamente necesarios, pues también se les reclamó para tomar las armas.

El capitán general de Madrid, Antonio Quiroga, en previsión de cualquier posible acción violenta de los carlistas leales en Madrid, ordenó que se retirasen a sus domicilios todos los habitantes que no estuvieran comprometidos en la defensa de la Villa.

El aspecto normalmente bullicioso de la capital se transformó en poco tiempo: la mayor parte de tiendas y talleres cerraron, el comercio se paralizó y la población apenas circuló por las calles. Las tapias fueron coronadas por los milicianos nacionales, el cuerpo armado del liberalismo más radical. Las autoridades se dirigieron a los madrileños, intentando difundir ánimo y confianza en el sistema liberal y en la fuerza del gobierno.


El día 12 de septiembre se presentó ante Madrid el ejército carlista con el Monarca al frente en el mismo portazgo de Vallecas, y allí esperaron.

Como relató un testigo de los hechos, el coronel Fernando Fernández de Córdoba:

El enemigo se presentaba a nuestra vista en la forma siguiente: ocho columnas, cuyas cabezas se veían con claridad, ocultaban su fondo en las alturas que atraviesa el camino de Vallecas.



Esta infantería formaba en línea de masas con intervalos de medios batallones y ocupaba el terreno más elevado. Otra columna de caballería apoyábase en el camino real, en el que sólo tenía dos o tres escuadrones; el resto ocultábase también entre los repliegues del terreno.

Pero delante de la posición, al pie de su descenso y apoyados en un espeso olivar, habían desplegado en guerrilla uno o dos batallones con sus correspondientes reservas, que se tiroteaban contra un escuadrón de granaderos de la Guardia, inmediato al arroyo de Abroñigal; combate inferior para nuestras armas, en el que numerosas guerrillas de infantería se batían contra débiles y reducidas fuerzas montadas y armadas de tercerolas de poquísimo alcance.

Las balas llegaban hasta las tropas que tenía a mis órdenes y que había detenido al lado de las tapias del Retiro, por mi propia autoridad, sin ejercer en realidad ninguna. Pero no habiendo allí otro jefe más graduado para cederle el mando, y considerando el inminente riesgo que corría la capital en aquel instante, me decidió a tomarlo yo bajo mi única responsabilidad. Entonces envié un oficial al cuartel de artillería del Retiro para mandar que volviese la batería que momentos antes se había retirado…



• “Las Guerras Carlistas” por Antonio Manuel Moral Roncal (Premio Internacional de Historia del Carlismo Luis Hernando de Larramendi en 1999), Silex Ediciones S.L., (2009).



• “El ejército carlista ante Madrid (1837): la Expedición Real y sus precedentes” por Antonio Manuel Moral Roncal, “Madrid, revista de arte, geografía e historia”, nº7 (2005).

samedi 13 avril 2013

San Hermenegildo


Es el gran defensor de la fe católica en la España de su tiempo contra los durísimos ataques de la herejía arriana.

Su gloria consiste en haber padecido el martirio por negarse a recibir la comunión de manos de un obispo arriano y en ser, de hecho, el primer pilar de la unidad religiosa de la nación española, que llegaría poco después con la conversión de su hermano Recaredo.

Hermenegildo, gobernador de la Bética durante la dominación visigótica, convertido del arrianismo al catolicismo por influjo de su esposa y de san Leandro, se alzó en armas contra su padre, Leovigildo, que pretendía imponer las doctrinas de Arrio. Vencido y apresado en Córdoba, fue a parar a Tarragona donde fue decapitado el 13 de abril del año 586.

Oración: Oh Dios, que suscitaste en tu Iglesia a san Hermenegildo, mártir, como intrépido defensor de la fe, concédenos a cuantos veneramos hoy la memoria de su martirio la unidad en la confesión de tu nombre y la perseverancia en tu amor. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

vendredi 12 avril 2013

La Expedición Real (II)

Los carlistas a la vista de Madrid. Ilustracción del Panorama Español (1842).
Se advierte el Obsevatorio astronómico y las tapias de El Retiro
…El 11 de septiembre de 1837, la Expedición Real partió de Tarancón a las cinco de la mañana, tomando el camino real hacia la capital para llegar a Fuentidueña del Tajo al poco tiempo. Los soldados atravesaron el río sin novedad y con una prontitud que asombró a sus propios mandos, gracias a una serie de maderos de pino que, transportados por unos cuarenta jornaleros valencianos por el Tajo, sirvieron para que las tropas atravesaran las aguas, sin encontrar resistencia armada en la otra orilla. Según las fuentes carlistas, los habitantes de Fuentidueña del Tajo les recibieron “con el ramo de olivo y con los brazos abiertos”, atentos a la venida de don Carlos.

El Rey fue ovacionado y celebró un Te Deum en la iglesia, mientras una división, al mando de don Ramón Cabrera, se adelantaba hacia Madrid. Hacia las cuatro de la tarde, después de almorzar, la Expedición Real emprendió de nuevo la marcha, atravesando Villarejo de Salvanés, nuevamente entre aclamaciones. Una comparsa de jóvenes, vestidas de blanco y flores, acompañaron a don Carlos, bailando desde su entrada hasta la salida del pueblo. El ejército legitimista atravesó el río Tajuña, llegando a las nueve a Perales, donde hizo noche.

A la mañana siguiente —como en otras poblaciones— el Rey Carlos V asistió a misa muy temprano en la iglesia principal y a las siete se puso en marcha por el camino real, alcanzando Arganda en muy poco tiempo. Los carlistas se encontraron con su Plaza Mayor preparada como en los días de festejos, con gradas y andamios para celebrar corridas de toros, mientras los vivas, las aclamaciones, la música y el repique de campanas se sucedieron en su honor.

Don Carlos, aconsejado por sus íntimos, se aposentó en la mejor casa de la villa, donde recibió a cuantas personas solicitaron el honor de besarle la mano, demostración a la que estaba acostumbrado desde su salida de territorio vasco.

El Infante don Sebastián Gabriel y su Estado Mayor se trasladaron a la villa de Vallecas, en las proximidades de la capital, donde se encontraba ya el general Cabrera con sus soldados. A ojos de los legitimistas, resultaba increíble que el gobierno de la “regente” no hubiera enviado fuerzas para enfrentarse a ellos antes de encontrarse tan cerca de la Villa y Corte.

Desde Tarancón, el Cuartel Real de don Carlos había cursado órdenes para que se concentraran inmediatamente todas las partidas de guerrilleros carlistas al mando de Tercero, Jara, Palillos y Orejita, atravesando Aranjuez, donde se les informaría de la dirección que había tomado la Expedición Real. Sin embargo, los mensajes fueron interceptados por el comandante isabelino de Quintanar de la Orden, Manuel de Villapadierna, por lo que no tuvo efecto la unión de efectivos legitimistas.


El día 11 de septiembre, las autoridades liberales de la capital tomaron medidas para afrontar la situación. En primer lugar, se restableció el Real Decreto de 6 de agosto de ese año que declaraba a Castilla la Nueva en estado de guerra.

Por esa fecha, ante la toma de Segovia por la expedición del general carlista Zaratiegui, el Gobierno había organizado la defensa de Madrid con el apoyo del ayuntamiento, la diputación y su jefe político, el conde del Asalto. Se habían formado entonces compañías de “ciudadanos honrados” para conservar la tranquilidad en los barrios, mientras la Milicia Nacional se distribuía por los distritos, adoptaba medidas de defensa y esperaba el ataque de los legitimistas. Sin embargo, la llegada del general Espartero con tropas de refresco abortó cualquier tentativa de los oficiales carlistas, animando al gobierno y a la propia María Cristina, ante cuya vista desfilaron las fuerzas liberales.

Pero los liberales habían seguido, sin saberlo, los planes carlistas, pues la intención última de Zaratiegui no había sido sino acercarse a Torrelodones para que se extendiera la alarma en el campo isabelino y acudieran a la corte rápidamente las tropas liberales que perseguían a la Expedición Real



• “Las Guerras Carlistas” por Antonio Manuel Moral Roncal (Premio Internacional de Historia del Carlismo Luis Hernando de Larramendi en 1999), Silex Ediciones S.L., (2009).

• “El ejército carlista ante Madrid (1837): la Expedición Real y sus precedentes” por Antonio Manuel Moral Roncal, “Madrid, revista de arte, geografía e historia”, nº7 (2005).



jeudi 11 avril 2013

La Expedición Real (I)

Carlos V, Rey legítimo de las Españas.
…María Cristina, bastante asustada por el golpe militar de La Granja y el desbordamiento del régimen hacia los exaltados, decidió entablar negociaciones con su cuñado, el Rey legítimo de las Españas Carlos V, a través de la corte de Nápoles. Así, el embajador extraordinario de Fernando II de las Dos Sicilias en el Cuartel Real, el barón de Milanges, propuso un acuerdo dinástico que contemplaba el reconocimiento de don Carlos como rey, el matrimonio de su hijo mayor Carlos Luis con su prima Isabel, hija de María Cristina, el mantenimiento del título de Reina viuda para la “regente” y la concesión de perdón a quienes, en el bando liberal, habían defendido la candidatura al trono de Isabel II pero no las ideas revolucionarias de su Gobierno.

Con el objeto de conseguir apoyos, también se acordó la conservación de honores y grados de los personajes civiles y militares que ayudaran a realizar este acuerdo. Sin embargo, para que este plan fuera coronado por el éxito era necesario que don Carlos se acercara con su ejército a Madrid, desde donde la “regente” —junto a sus dos hijas— se reuniría con él. Durante los siguientes meses, don Carlos y sus consejeros evaluaron las posibilidades de la propuesta, que siempre contó con el apoyo del Gobierno napolitano.

Ante la derrota carlista en la batalla de Luchana, los altos mandos legitimistas decidieron apoyar el plan y así don Carlos comunicó a la corte de Nápoles su disposición a presentarse ante la Villa y Corte. Tras unas semanas de preparativos, el 20 de mayo de 1837 partió de territorio carlista una gran expedición militar formada por 10.780 soldados y 1.200 jinetes, al frente de la cual se encontraba el propio Carlos V, su sobrino el Infante don Sebastián Gabriel, sus ministros y más de treinta generales, seguros de que el fin del conflicto bélico se encontraba próximo.


Cuatro días más tarde, en los alrededores de la ciudad de Huesca, el ejército legitimista batió a las tropas liberales comandadas por el general Iribarren, nombrado virrey de Navarra. El 27 llegaron a Barbastro, donde se les unieron dos mil carlistas catalanes. Sorprendidos el 2 de junio por una columna de 14.000 hombres al mando del general Oráa, los expedicionarios obtuvieron una segunda victoria, lo que les decidió a penetrar en Cataluña con la intención de poner el Principado bajo la autoridad de don Carlos.

Sin embargo, esta campaña concluyó con un fracaso total tras la batalla de Grao Guissona. Así, los carlistas decidieron trasladarse a Solsona y el Levante, llegando a Valencia el 11 de julio. Pero un encontronazo entre Cheste y Chiva con las tropas de Oráa debilitó aún más a los efectivos de la expedición y aumentó las divisiones en el alto mando legitimista. Este hecho imposibilitó el inicio de la conquista de Madrid, por lo que los expedicionarios iniciaron una penosa retirada hasta las inmediaciones de Cantavieja, capital carlista del Maestrazgo.

En Madrid, el Gobierno Calatrava, consciente de los planes de María Cristina, comenzó a pensar en un traslado de la Familia Real, lo cual alarmó aún más a “la regente”, que envió un mensaje a su hermano, Fernando II, solicitando ayuda para escapar de aquella jaula dorada que era la Corte. Los emisarios napolitanos presionaron a don Carlos para que se presentase cuanto antes en la capital, al cual no le resultó tan sencillo por la persecución que las fuerzas liberales emprendieron contra él.

El 24 de agosto se produjo una nueva batalla en Villar de los Navarros entre los dos ejércitos, con un evidente saldo favorable a los carlistas, que lograron capturar a tres mil prisioneros, muchos de los cuales se incorporaron a las filas de don Carlos. La moral de los legitimistas se elevó de tal manera que, seis días más tarde, emprendieron la marcha hacia la capital…



• “Las Guerras Carlistas” por Antonio Manuel Moral Roncal (Premio Internacional de Historia del Carlismo Luis Hernando de Larramendi en 1999), Silex Ediciones S.L., (2009).

• “El ejército carlista ante Madrid (1837): la Expedición Real y sus precedentes” por Antonio Manuel Moral Roncal, “Madrid, revista de arte, geografía e historia”, nº7 (2005).