La situación política de España en estos momentos podría ser calificada de “extremadamente interesante”, por cuanto la gravedad de los males que desde hace años la asolan ha llegado a un punto que, sin temor a equivocarnos, resulta de “vida o muerte”.
Sin embargo, y aunque me asalta desde hace días la tentación de escribir al respecto, creo sinceramente que las aguas andan demasiado revueltas para ver nada con la claridad necesaria para una reflexión serena.
Por otro lado, el tiempo litúrgico en el que nos encontramos, el Adviento, es de una importancia capital, y sinceramente, me apetece mucho más escribir sobre algo tan esperanzador como la Parusía, que sobre la sucia ciénaga en que se ha convertido la política patria.
En resumidas cuentas, pese a quien pese, vivir la espera de la celebración de la primera venida de Dios a la Tierra, la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, es la mejor y más conveniente manera de preparar la espera de su segunda venida, el fin de los tiempos, la Parusía, según nos muestran las Sagradas Escrituras.
Todos los que aún reflexionamos sobre el sentido de nuestras palabras cuando recitamos el Credo en la Santa Misa, “y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin”, o al declarar que “anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”, entendemos nuestra existencia como una espera confiada.
Si bien, en lo fundamental, el mejor consejo para vivir verdaderamente cualquier aspecto de nuestra Fe, sería “liturgia, liturgia, liturgia”, también es cierto que, al contrario de lo que predican los actuales falsos profetas, la religión no puede encerrarse en los templos o en el secreto de la intimidad personal, ya que su fuerza y veracidad inundan, invaden e impregnan hasta el último resquicio de nuestro ser. Por ello la celebración del Adviento, uno de los tiempos más fuertes del Calendario Litúrgico, debe llenarse, como enseña la Tradición, de signos externos de profundo significado.
Hoy quiero abrir una reflexión sobre uno que en tiempos suscitó cierta polémica entre los tradicionalistas patrios, el Árbol de Navidad.
La absurda polémica que lo enfrentaba a nuestros queridísimos “nacimientos” o “belenes”, ha ensombrecido esta piadosa costumbre, cuyo origen atribuimos a San Bonifacio, el Apóstol de los Germanos.
Para no extenderme demasiado, presentaré en unas pinceladas el sentido que San Bonifacio concedió al Árbol de Navidad, en su evangelización de los pueblos germánicos del este del Rin.
Se trata en general de un abeto o similar, árbol de hoja perenne, que por tanto simboliza la eternidad. El famoso “villancico” alemán “O Tannenbaum” lo deja muy claro en su primera estrofa (“O Tannenbaum, o Tannenbaum, wie treu sind deine Blätter! Du grünst nicht nur zur Sommerzeit, nein, auch im Winter, wenn es schneit. O Tannenbaum, o Tannenbaum, wie treu sind deine Blätter! ”), que podríamos traducir como “¡Oh abeto!, ¡cuán fieles son tus hojas!, verdes no solamente en verano, sino también en invierno cuando nieva”.
Como árbol, es signo también del Árbol del Bien y del Mal, de cuya fruta prohibida comieron nuestros primeros padres provocando la expulsión del Paraíso, y de aquel cuyos maderos sirvieran para construir el trono desde el que reina Nuestro Señor Jesucristo y el origen de nuestra salvación, la Cruz.
Por eso sus primeros “adornos” fueron manzanas, fruta que la Tradición identifica con la que Eva ofreciese a Adán a instancias de Satanás, combinadas con velas, en representación de Jesucristo, la Luz del Mundo.
No puedo evitar un pequeño paréntesis en este punto, al hablar de “La Luz del Mundo” que es el título del librito en que Peter Seewald ha plasmado seis horas de entrevistas con el Santo Padre Benedicto XVI y que estoy leyendo todo lo reposadamente que las circunstancias me permiten.
La lectura del anterior volumen, “La Sal de la Tierra”, me resultó de muchísima utilidad en su día, y cada vez que lo consulto como ayuda a mis reflexiones, ilumina y clarifica mis ideas.
Sin duda unas lecturas más que recomendables en los tiempos que corren.
En lo referente a las torpes conclusiones periodísticas, centradas en absurdas y obsesivas “pontificaciones” sobre las excelencias de los preservativos, mejor ni hablar.
Retomando el asunto del Árbol Navideño, las manzanas son hoy en día esferas de colores y las velas normalmente luces eléctricas. Lo importante es ser consciente de su verdadero significado y tratar de transmitirlo y explicarlo correctamente a las nuevas generaciones, a fin de que la tendencia relativista que trata de transformar la Navidad en lo que no es, la fiesta del consumo desenfrenado y la alegría superficial sin sentido ni profundidad, les termine engañando y arrebatándoles el legado que tienen derecho a recibir.
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