JUAN MANUEL DE PRADA
Un cristiano es asesinado en el mundo cada cinco minutos; pero de este holocausto, voluminoso como un camello, el mundo nada quiere saber. A Libia, uno de los pocos países musulmanes donde, hasta hace unos pocos meses, los cristianos no eran asesinados a mansalva, Occidente mandó sus avioncitos para que defecaran bombas. El gabacho con alzas en los zapatos, el promotor de la «laicidad positiva», ese chisgarabís con ínfulas napoleónicas que responde al nombre de Sarkozy justificó entonces, puesto a colar mosquitos, el envío de los avioncitos «en nombre de la conciencia universal que nos dicta que los crímenes de Gadafi son intolerables». Y, mientras lo decía, poniéndose de puntillas en el estrado, se guardaba en el bolsillo la carta de los insurgentes libios que le garantiza la explotación de los yacimientos petrolíferos del país, a cambio de su «apoyo permanente». Entretanto, los insurgentes libios, inflamados de fervor democrático, se pueden dedicarse a apiolar inmigrantes llegados de Mauritania, Nigeria, Sudán o el Chad, en su mayoría de fe cristiana. Pero aquí la «conciencia universal», experta en colar mosquitos y tragar camellos, se calla como una putita.
La sangre de los cristianos, derramada copiosamente por los arrabales del atlas, es menos valiosa que el petróleo; y su hedor no lastima la pituitaria de Occidente, encantadísimo de prestar su apoyo a la «primavera árabe», como la Bestia de la Tierra se muestra encantadísima de prestar el suyo a la Bestia del Mar en las visiones de San Juan. Esta alianza entre un Islam que se dedica cada vez con mayor entusiasmo al exterminio de los cristianos y un Occidente que blasona de «libertad religiosa», «laicidad positiva» y demás caramelitos políticamente correctos, mientras azuza sibilinamente el odio cristofóbico, es uno de los signos escatológicos más gigantescos de nuestro tiempo; tan gigantesco que, para ignorarlo, es preciso ser un cínico de tomo y lomo, o bien tener la «conciencia universal» arrasada por el napalm de la propaganda (y así, con la conciencia reducida a fosfatina, ya nos pueden imprimir la marca de la Bestia).
Mientras los cristianos son asesinados o condenados a la diáspora en los arrabales del atlas, a la propaganda occidental le basta con mirar para otro lado. Cuando la persecución enseña sus garras en su propio predio, la propaganda occidental difunde siempre las mismas especies: si la persecución es de baja intensidad (católicos vejados en su fe, iglesias profanadas, etcétera) se computa como expresión de «libertad religiosa», que como toda señora libertad que se precie necesita a veces desfogarse y celebrar sus cuchipandas; y si la persecución adopta manifestaciones cruentas, los crímenes se explican aduciendo que quien los perpetró padecía un trastorno mental. Algunas veces tal explicación resulta rocambolesca, como cuando se pretendió que el chófer que asesinó al presidente de la conferencia episcopal turca, siguiendo al dedillo el ritual yihadista, era un perturbado en pleno rapto vesánico. Otras veces la explicación es meramente simplista, como acaba de ocurrir después de que un endemoniado irrumpiera en una iglesia de El Pinar de Chamartín, disparara contra varias feligresas y se quitara la vida, de rodillas ante el altar. A nadie se le ocurre pensar que tal endemoniado pudiera tener las meninges arrasadas por los demonios de la propaganda cristofóbica que cada día nos inyectan en vena. Pero la «conciencia universal» reducida a fosfatina, como los fariseos del Evangelio, cuela el mosquito y se traga el camello; y los católicos, como sentenció un famoso padre de la patria, «sólo entienden del palo».
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire