vendredi 28 janvier 2011

¿Absurdo?

Hace unos meses, un buen amigo mío me regaló un ejemplar de las “Oeuvres anthumes” de Charles-Alphonse Allais, escritor y periodista francés (1854-1905).

El libro me ha deparado agradables ratos de lectura relajada, muy adecuada para alguien como yo, con tendencia a centrarme demasiado en los “grandes asuntos” de la realidad cercana, casi siempre demoledoramente trágica.

Al tratarse fundamentalmente de libros humorísticos, género considerado menor, Allais no recibe el reconocimiento que merecería como escritor y ni tan siquiera ha sido publicado nunca en castellano, que yo sepa, problema del que ya he hablado en otras ocasiones (¡Hay bastantes libros de Dumas que no han sido publicados nunca en castellano!).

El humor de Allais es un tipo de crítica social muy diferente a la que estamos acostumbrados, basada en el absurdo, en el disparate, y tratando de modo divertido asuntos verdaderamente dramáticos. De hecho, en el prólogo del libro que me regaló mi amigo, se dice que entre los relatos de Allais hay más muertes violentas que en una recopilación de cuentos fantásticos o en una novela negra, por lo que se recomienda al lector que los vaya contando para poder sorprenderse, al final, de la cantidad de cadáveres sobre los que se ha reído. El título del libro recopilatorio de sus escritos, normalmente narraciones cortas de carácter periodístico, con cierto aire de artículos de Larra, “Oeuvres anthumes”, algo así como “obras ántumas”, por oposición a las obras póstumas, es de un humor cuando menos bastante original.

Incluyo como ejemplos, algunos de los pocos relatos que he encontrado en Internet traducidos al castellano:

La Mutua del delito
(Compañía de Seguros Contra los Riesgos de la Detención penal)

El Profesor Casimir, reputado jurisconsulto, me envía la siguiente comunicación, rogándome en términos conmovedores que le preste la mayor difusión y publicidad en mi periódico Le Sourire.
Tiene usted la palabra, querido Profesor:
LA MUTUA DEL DELITO
Hace apenas dos años, se fundó en París una “Compañía de seguros contra el robo” cuya prosperidad creciente es la mejor prueba de que el ejercicio del delito ha entrado definitivamente en nuestras costumbres y constituye incluso una especie de pasatiempo de lo más corriente. La idea que inspira esta institución es ingeniosa y aplaudiríamos sin reserva su aplicación práctica si no fuera porque esta Compañía, que se muestra tan celosa por defender los intereses del robado, no se ha preocupado lo más mínimo de los del autor del robo. Si hay robados es porque hay ladrones y uno no entiende por qué se otorga una protección a los primeros y se les niega a los segundos.
Bajo un régimen perfecto de igualdad y libertad como el que disfrutamos, este olvido, voluntario o no, se nos aparece como una clamorosa injusticia. Y añado más, es completamente inmoral; pues, en resumidas cuentas ¿en quién recae el honor de la acción siempre atrevida y a menudo peligrosa si no es en el ladrón mismo?
Un viejo amigo, Juez de Instrucción que ha extraído del estudio de los dosieres criminales un conocimiento profundo en los asuntos del ladronicio, lo que le hace un hombre doblemente peligroso, me contaba las hazañas de uno de sus mejores clientes. Es maravilloso. Son proezas, prodigios de audacia hacia los cuales, las grandes gestas de los caballeros de antaño eran simples sanjuanadas. Cuando se piensa en todo lo que se ha necesitado en paciencia y largos estudios para dominar esta ciencia en medio de una sociedad casi siempre hostil a este tipo de comportamientos, uno sólo puede experimentar un verdadero sentimiento de admiración por estos humildes trabajadores de la ganzúa y la palanqueta.
Por otra parte, el oficio no puede ser más ingrato; pues, mientras el asaltado, confiando en la policía, permanece impasible en su casa sin hacer nada que facilite el robo sino todo lo contrario, poniendo trabas a su ejecución, el ladrón no tiene un solo minuto de reposo; día y noche patea los caminos de nuestros campos o las calles de nuestras ciudades. Incluso a veces, tiene que batirse con burgueses recalcitrantes que tratan de dificultar aún más su labor. Los gendarmes, estimulados por magistrados crueles, emprenden contra él una caza feroz; verdadera presa de la Ley, es acosado sin descanso. Su libertad, incluso su vida, está siempre en juego.
¿Y cree usted que tras tantas vicisitudes, si un robo ha sido limpia y elegantemente concebido y ejecutado, se le hará justicia a su autor? No se equivoque; todas las simpatías irán hacia el atracado, hacia “la víctima”, que decimos. Del ladrón no se dirá nada, o si se dice, será para verter sobre su persona los epítetos más desagradables.
Ante tamaña injusticia no quiero ni pensar en lo que ocurriría si, desengañados de un oficio que no engrandece su talento, a los carteristas, a los reventadores y afines, les diera por ponerse en huelga. La huelga de los ladrones; sería como decir el fin de todo. Primero, si “la propiedad es el robo” (Proudhon); ¡sin robo no hay propiedad, y por consiguiente, tampoco propietarios, ni notarios, ni contratos! ¿Se da usted cuenta? Y a esto habría que sumarle la desaparición de los tribunales: ¿De qué vivirían los jueces y los funcionarios de justicia?
El peligro es real y se trata de conjurarlo, y para ello hay que interesarse por la suerte que corren estas valientes personas. Por tanto, proponemos la creación de una “Compañía de Seguros Contra los Riesgos de la Detención penal” destinada a indemnizar a los desgraciados que una sociedad madrastra envía a lamentarse sobre la paja mojada de los calabozos.
LA MUTUA DEL DELITO es el nombre que propongo para la nueva Compañía. Tendrá sede central en París y sucursales en todas las provincias; también en localidades en las que el peligro de condena sea previsible.
La Compañía asumiría todos los riesgos derivados de la detención, incluidos los de asesinato o delito político. En este último caso, la prima sería mayor, dado que estos delitos son cada vez más frecuentes. Por lo demás, LA MUTUA DEL DELITO no asumirá los riesgos derivados de persecuciones ante el Tribunal Supremo. Mediante un ligero aumento de la prima, la póliza cubrirá también palizas, redadas y cualquier otro riesgo o accidente a los que expone la vida en la calle. Para una orden de registro e interrogatorio ante el Juez de instrucción se establecerá una tasa especial en función de la ideología del magistrado o la divisa política del asegurado.
El seguro contra los riesgos de la detención penal se recomienda no sólo al ladrón de profesión, sino a todas las personas que puedan ser objeto de una orden de ingreso en prisión. En este sentido, puede ser tal útil al Diputado, Senador o Ministro, como al ladrón normal o al pequeño ladronzuelo. Para finalizar: en una época en la que los errores judiciales tienden a multiplicarse, una póliza suscrita en nuestra Compañía, será para el pobre inocente condenado el único medio práctico de evitar la ruina total.
Este es, en resumen, el organismo que de una vez por todas quisiéramos ver funcionando en Francia. Y sobre él llamo la atención a nuestros lectores con la completa seguridad de que le prestarán toda la atención moral y financiera que merece. Se trata de humanidad y patriotismo.

Alphonse Allais (Traducción de Elías Alfonso)

Irreverencia

La juventud actual tiene muchos defectos, pero desde luego entre ellos no está el que se les pueda acusar de profesar un excesivo respeto por sus antepasados ilustres o por sus mayores.
La juventud actual considera en suma, que una porción importante de la humanidad nacida antes de la guerra se compone básicamente de viejos estúpidos o de sórdidos crápulas.
Yo no pienso entretenerme en aumentar lo exagerado de tales aseveraciones y paso a continuación a la parte puramente anecdótica del asunto.
El día de las exequias de Pasteur, el hijo de uno de mis amigos se encogía de hombros y decía:
- ¡Pasteur! ¡Si tuviéramos un gobierno serio en lugar de los fantoches que nos dirigen, en una casa de locos tenía que haber muerto este viejo tarambana que envenena a la humanidad con sus sucias vacunas!
Diréis que para empezar no está mal, pero él iba todavía más lejos:
-¿Encuentra usted algo bueno en este gusano? ¡Pero si es como la poesía completamente empalagosa de Víctor Hugo!
Todas las afirmaciones de nuestro joven se mantienen en el mismo tono.
A Monsieur de Monthyon, cuya memoria es respetada por todos, ¿sabéis cómo le llama?
Le llama: ¡el viejo cochino de Monthyon!
Y todo porque este hombre, dice él, habría dado su nombre a una calle en la que los placeres del amor son variados y no exentos de un lado comercial.
¿Qué podemos contestar ante tanta mala fe?
¿Conoce alguien en la historia del Arte industrial un ejemplo más conmovedor, más heroico que el de Bernard de Palissy quemando su mobiliario y sus grabados para terminar la cocción de sus remarcables cerámicas?
Pues bien, tampoco la gesta de Bernard de Palissy ha encontrado reconocimiento ante la irrespetuosidad de este joven tan moderno: le llama, la vieja chocha de Palissy.
¿Por qué? le pregunté yo, algo desconcertado.
- ¡Pues porque no se puede ser más tonto! ¡Hay que ser un cretino integral como lo era este hugonote, para quemar un maravilloso mobiliario de época: soberbios armarios Henri II, bellísimas camas Charles IX, admirables sillones François I, y todo esto para obtener un plato que se puede conseguir por 4,50 francos en cualquier gran almacén de la calle Drouot! ¡Tenía que haber muerto en la Bastilla, su Bernard! ¡Y bien que han hecho!
Y la conversación se mantiene todo el tiempo en los mismos términos.
Ya empezaba a cansarme.
Pero, la verdad es que no pude contener un vivo sobresalto cuando oí proferir a mi joven interlocutor:
-¡Es como ese viejo granuja de San Vicente de Paúl! …
La verdad, no creo que se me pueda acusar de ser un ultramontano insensible: he leído a Voltaire, Diderot y los enciclopedistas, pero conservo suficiente libertad de espíritu para reconocer el mérito allá donde se encuentre y siento, sin compartir sus ideas, una profunda estima por la personalidad de San Vicente de Paúl. Por tanto me indigné:
- No atentes a la memoria de San Vicente de Paúl, que era un santo, un verdadero santo cuyo nombre brilla entre los mártires de la Humanidad.
Soltó una risotada enorme:
- ¡San Vicente de Paúl! ¿Dígame que ha hecho de extraordinario su admirado San Vicente?
- Salvó de la muerte a miles y miles de huérfanos.
- ¡Salvó de la muerte a miles y miles de huérfanos! Bonito verso.
- ¿Y los mencionados huérfanos donde están a esta hora?
- Pues…muertos
- ¡Ah, para que vea, usted lo ha dicho! ¡Están muertos! ¡El no ha salvado de nada a estos famosos huérfanos! ¡DE NADA! ¡Era un estafador y usted un snob incurable!
Después de todo, fue un alivio que este joven sólo me calificara como snob.

Alphonse Allais (Traducción de Elías Alfonso)

Otro sorprendente asunto para el Derecho

“No ha comentado usted nada, me reprochan algunos lectores, sobre el caso de M. Laguille, uno de nuestros más recientes decapitados”.
No he dicho nada sobre este caso, sencillamente porque no había nada que decir sobre un vulgar delincuente.
Pero donde voy a desquitarme es con lo que sigue:
Tomad nota, por favor, de este artículo extraído de un órgano de lo más serio (su nombre lo garantiza): Anales de la Medicina y Cirugía extranjera
El 18 de abril de 1868, en la prisión de Villarica (provincia de Mines-Geras), en Brasil, ha tenido lugar la doble ejecución capital de los llamados Aveiro y Carines.
Según la costumbre, la ejecución se realizó a puerta cerrada en la misma prisión y en presencia del doctor Lorenzo Carmo, de Río de Janeiro, sabio bien conocido por sus remarcables trabajos sobre la electricidad aplicada a la fisiología y sus grandes éxitos en operaciones de cirugía plástica.
Apenas las dos cabezas rodaron por el suelo, el doctor Lorenzo y uno de sus ayudantes volvieron a colocar la cabeza de Aveiro sobre su tronco, uniéndola nuevamente con numerosos puntos de sutura.
Los polos de una potente batería eléctrica fueron aplicados a la base del cuello y al pecho; por influencia del contacto, volvieron los movimientos respiratorios. La sangre fluía abundantemente oponiéndose al paso del aire y el doctor Lorenzo se vio obligado a practicar una traqueotomía. La respiración comenzó a normalizarse.
Tras setenta y dos horas de trabajo ininterrumpido, el doctor Lorenzo pudo comprobar con satisfacción que se reanudaba la circulación sanguínea. Tres días después, la respiración, ya sin ayuda eléctrica, quedó completamente restablecida. Los miembros, hasta entonces inmóviles, comenzaron a agitarse débilmente.
El doctor Lorenzo, sorprendido por los resultados obtenidos, continuaba su tarea con increíble ardor. Alimentos líquidos fueron introducidos en el estómago mediante una sonda esofágica.
Pero estaba escrito que al doctor le esperaría una sorpresa tras otra. Y así fue como el director de la prisión, penetrando por primera vez en la sala de los experimentos, reconoció un error trascendental, resultado de la precipitación con la cual se había realizado la operación. Le habían colocado a Aveiro la cabeza de Carines.
Después de tres meses, añaden los Anales, la cicatrización era completa y los movimientos eran cada vez más fluidos.
Al cabo de siete meses y medio, Aveiro-Carines pudo levantarse y andar sin experimentar otra cosa que un ligero picor en el cuello y una mínima debilidad en los miembros.
Ahora bien, esta mañana he recibido las siguientes líneas:
Querido amigo:
Mi tío Carines, del cual te he hablado a menudo, acaba de morir por segunda vez, y esta es la definitiva.
Como yo esperaba, me ha legado toda su fortuna, que es considerable.
Pero he aquí que, otros herederos más próximos que yo se disponen a impugnar la validez del legado bajo pretexto de que el testamento no está firmado con su mano, sino con la de su antiguo compinche Aveiro.
¿Tú que piensas?
Si fuera cierto que el óbito de mi pobre tío Carines hubiera ocurrido el 18 de abril de 1868 yo no tendría nada que alegar.
¿Pero, después de transcurridos treinta y siete años, la antigua mano de Aveiro no se ha convertido propiamente en la de mi tío?
Tú que te llevas bien con Heckel, pregúntale a ese viejo mercader de psicoplasma que te aclare este curioso berenjenal psico-fisiológico.
A la espera, querido amigo, etc., etc.,
Tuyo.
PEDRO CARINES
Las palabras “berenjenal psico-fisiológico”, en efecto, no resultan excesivas en esta circunstancia.
Que la ciencia se pronuncie.
Pero yo os agradecería cualquier sugerencia.

Alphonse Allais (traducción de Elías Alfonso)

jeudi 27 janvier 2011

Economía

En los debates políticos sobre la actual situación de crisis del sistema capitalista, como el producido en la última “sesión de control al gobierno”, en el que el propio presidente del gobierno de España se manifestó incapaz de solucionar problemas como el empleo de los jóvenes, y en el que de nuevo quedó clara y manifiesta la ausencia de soluciones internas del capitalismo (ni desde el socialismo, ni desde el liberalismo) a los problemas que el propio sistema ha creado, se discute mucho sobre la falta de ideas y propuestas “imaginativas”.

Aquí van un par de reflexiones muy claras sobre economía:

“…Si el obrero percibe un salario lo suficientemente amplio para sustentarse a sí mismo, a su mujer y a sus hijos, dado que sea prudente, se inclinará fácilmente al ahorro y hará lo que parece aconsejar la misma naturaleza: reducir gastos, al objeto de que quede algo con que ir constituyendo un pequeño patrimonio. Pues ya vimos que la cuestión que tratamos no puede tener una solución eficaz si no es dando por sentado y aceptado que el derecho de propiedad debe considerarse inviolable. Por ello, las leyes deben favorecer este derecho y proveer, en la medida de lo posible, a que la mayor parte de la masa obrera tenga algo en propiedad. Con ello se obtendrían notables ventajas, y en primer lugar, sin duda alguna, una más equitativa distribución de las riquezas.

La violencia de las revoluciones civiles ha dividido a las naciones en dos clases de ciudadanos, abriendo un inmenso abismo entre una y otra. En un lado, la clase poderosa, por rica, que monopoliza la producción y el comercio, aprovechando en su propia comodidad y beneficio toda la potencia productiva de las riquezas, y goza de no poca influencia en la administración del Estado. En el otro, la multitud desamparada y débil, con el alma lacerada y dispuesta en todo momento al alboroto. Mas, si se llegara prudentemente a despertar el interés de las masas con la esperanza de adquirir algo vinculado con el suelo, poco a poco se iría aproximando una clase a la otra al ir cegándose el abismo entre las extremadas riquezas y la extremada indigencia. Habría, además, mayor abundancia de productos de la tierra. Los hombres, sabiendo que trabajan lo que es suyo, ponen mayor esmero y entusiasmo. Aprenden incluso a amar más a la tierra cultivada por sus propias manos, de la que esperan no sólo el sustento, sino también una cierta holgura económica para sí y para los suyos. No hay nadie que deje de ver lo mucho que importa este entusiasmo de la voluntad para la abundancia de productos y para el incremento de las riquezas de la sociedad. De todo lo cual se originará otro tercer provecho, consistente en que los hombres sentirán fácilmente apego a la tierra en que han nacido y visto la primera luz, y no cambiarán su patria por una tierra extraña si la patria les da la posibilidad de vivir desahogadamente. Sin embargo, estas ventajas no podrán obtenerse sino con la condición de que la propiedad privada no se vea absorbida por la dureza de los tributos e impuestos. El derecho de poseer bienes en privado no ha sido dado por la ley, sino por la naturaleza, y, por tanto, la autoridad pública no puede abolirlo, sino solamente moderar su uso y compaginarlo con el bien común. Procedería, por consiguiente, de una manera injusta e inhumana si exigiera de los bienes privados más de lo que es justo bajo razón de tributos…”

Carta Encíclica “Rerum Novarum” del Sumo Pontífice León XIII sobre la situación de los obreros


“…Nuestra sociedad moderna, en la cual sólo unos pocos poseen los medios de producción, hallándose necesariamente en equilibrio inestable, tiende a alcanzar una condición de equilibrio estable mediante la implantación del trabajo obligatorio, legalmente exigible a los que no poseen los medios de producción, para beneficio de los que los poseen.

Con este principio de compulsión aplicado contra los desposeídos, tiene que producirse también una diferencia en su estatus; y a los ojos de la sociedad y de la ley positiva, los hombres serán divididos en dos clases: la primera, económica y políticamente libre, en posesión, ratificada y garantizada, de los medios de producción; la segunda, sin libertad económica ni política, pero a la cual, por su misma falta de libertad, se le asegurará al principio la satisfacción de ciertas necesidades vitales y un nivel mínimo de bienestar, debajo del cual no caerán sus miembros…”

Hilaire Belloc (de la introducción a “El Estado Servil”)




mercredi 26 janvier 2011

Más claro… agua

Al hilo de algunas sandeces, mentiras y paparruchas, como las que va soltando Alfonso Usía:


CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE

NOTA DOCTRINAL sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política

“…A partir de aquí se extiende la compleja red de problemáticas actuales, que no pueden compararse con las temáticas tratadas en siglos pasados. La conquista científica, en efecto, ha permitido alcanzar objetivos que sacuden la conciencia e imponen la necesidad de encontrar soluciones capaces de respetar, de manera coherente y sólida, los principios éticos. Se asiste, en cambio, a tentativos legislativos que, sin preocuparse de las consecuencias que se derivan para la existencia y el futuro de los pueblos en la formación de la cultura y los comportamientos sociales, se proponen destruir el principio de la intangibilidad de la vida humana. Los católicos, en esta grave circunstancia, tienen el derecho y el deber de intervenir para recordar el sentido más profundo de la vida y la responsabilidad que todos tienen ante ella. Juan Pablo II, en línea con la enseñanza constante de la Iglesia, ha reiterado muchas veces que quienes se comprometen directamente en la acción legislativa tienen la «precisa obligación de oponerse» a toda ley que atente contra la vida humana. Para ellos, como para todo católico, vale la imposibilidad de participar en campañas de opinión a favor de semejantes leyes, y a ninguno de ellos les está permitido apoyarlas con el propio voto. Esto no impide, como enseña Juan Pablo II en la Encíclica Evangelium vitae a propósito del caso en que no fuera posible evitar o abrogar completamente una ley abortista en vigor o que está por ser sometida a votación, que «un parlamentario, cuya absoluta oposición personal al aborto sea clara y notoria a todos, pueda lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños de esa ley y disminuir así los efectos negativos en el ámbito de la cultura y de la moralidad pública».

En tal contexto, hay que añadir que la conciencia cristiana bien formada no permite a nadie favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral. Ya que las verdades de fe constituyen una unidad inseparable, no es lógico el aislamiento de uno solo de sus contenidos en detrimento de la totalidad de la doctrina católica. El compromiso político a favor de un aspecto aislado de la doctrina social de la Iglesia no basta para satisfacer la responsabilidad de la búsqueda del bien común en su totalidad. Ni tampoco el católico puede delegar en otros el compromiso cristiano que proviene del evangelio de Jesucristo, para que la verdad sobre el hombre y el mundo pueda ser anunciada y realizada.

Cuando la acción política tiene que ver con principios morales que no admiten derogaciones, excepciones o compromiso alguno, es cuando el empeño de los católicos se hace más evidente y cargado de responsabilidad. Ante estas exigencias éticas fundamentales e irrenunciables, en efecto, los creyentes deben saber que está en juego la esencia del orden moral, que concierne al bien integral de la persona. Este es el caso de las leyes civiles en materia de aborto y eutanasia (que no hay que confundir con la renuncia al ensañamiento terapéutico, que es moralmente legítima), que deben tutelar el derecho primario a la vida desde de su concepción hasta su término natural. Del mismo modo, hay que insistir en el deber de respetar y proteger los derechos del embrión humano. Análogamente, debe ser salvaguardada la tutela y la promoción de la familia, fundada en el matrimonio monogámico entre personas de sexo opuesto y protegida en su unidad y estabilidad, frente a las leyes modernas sobre el divorcio. A la familia no pueden ser jurídicamente equiparadas otras formas de convivencia, ni éstas pueden recibir, en cuánto tales, reconocimiento legal. Así también, la libertad de los padres en la educación de sus hijos es un derecho inalienable, reconocido además en las Declaraciones internacionales de los derechos humanos. Del mismo modo, se debe pensar en la tutela social de los menores y en la liberación de las víctimas de las modernas formas de esclavitud (piénsese, por ejemplo, en la droga y la explotación de la prostitución). No puede quedar fuera de este elenco el derecho a la libertad religiosa y el desarrollo de una economía que esté al servicio de la persona y del bien común, en el respeto de la justicia social, del principio de solidaridad humana y de subsidiariedad, según el cual deben ser reconocidos, respetados y promovidos «los derechos de las personas, de las familias y de las asociaciones, así como su ejercicio». Finalmente, cómo no contemplar entre los citados ejemplos el gran tema de la paz. Una visión irenista e ideológica tiende a veces a secularizar el valor de la paz mientras, en otros casos, se cede a un juicio ético sumario, olvidando la complejidad de las razones en cuestión. La paz es siempre «obra de la justicia y efecto de la caridad»; exige el rechazo radical y absoluto de la violencia y el terrorismo, y requiere un compromiso constante y vigilante por parte de los que tienen la responsabilidad política…”

El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la audiencia del 21 de noviembre de 2002, ha aprobado la presente Nota, decidida en la Sesión Ordinaria de esta Congregación, y ha ordenado que sea publicada.

Dado en Roma, en la sede de la Congregación por la Doctrina de la Fe, el 24 de noviembre de 2002, Solemnidad de N. S Jesús Cristo, Rey del universo.

JOSEPH CARD. RATZINGER
Prefecto

TARCISIO BERTONE, S.D.B.
Arzobispo emérito de Vercelli
Secretario








mardi 25 janvier 2011

Explicar lo incomprensible

Un buen amigo me ha hecho llegar un interesantísimo folleto, que sinceramente creo necesario leer y difundir lo más posible.

El folleto se titula “La ideología de género explica lo incomprensible”, y en él se pueden encontrar armas para luchar contra esta amenaza de Satanás que se cierne sobre nuestros hijos, la sociedad, la civilización y la humanidad entera.

Adjunto el enlace para descargar el folleto y una carta del Arzobispo de Burgos.



Transcribo un fragmento del folleto para ir entrando en materia:

En materia de propaganda, por medio de la persuasión explícita, directa y lógica, la ideología de género ha tenido muy poco éxito debido a su carácter antinatural y su falta de sentido común. Más aún, la presentación de un razonamiento ordenado, claro y simple, provocaría un gran rechazo en la opinión pública.

Entretanto, ella se utiliza de conocidas técnicas de manipulación del lenguaje y de las imágenes que actúan en el subconsciente de las personas, preparándolas psicológica y tendencialmente para aceptar comportamientos e ideas que recusarían si se les presentasen abiertamente.

Es lo que se llama el “trasbordo ideológico inadvertido” que, por lo menos, desde los tiempos del comunismo no violento, viene siendo utilizado para innumerables fines revolucionarios en Occidente.

Una de las estratagemas más eficaces, en esta línea, es la utilización de las palabras-talismán. El punto de partida de este método es realzar alguna injusticia, algún peligro o algún sufrimiento, unilateralmente, creando un estado de espíritu favorable a recibir la nueva ideología que se quiere implantar.

Se escogen palabras o términos con significados elásticos que despierten impresiones, emociones, simpatías o antipatías y que los medios de comunicación ponen de moda. Una vez aceptado el término, a estas palabras se les va dando un significado más radical que evidencia la idea que realmente se busca implantar.

Los ejemplos en materia de ideología de género son abundantísimos.

Se comienza con expresiones que el hombre de la calle fácilmente acepta, sin mayor análisis. Por ejemplo, género en substitución a sexo. Embarazo no deseado e interrupción del embarazo, para hacer menos chocante el asesinato del hijo en el vientre materno.

Salud sexual y reproductiva y sexo seguro para justificar los ataques a la vida mediante el uso de preservativos, anticonceptivos, abortos, etc.

Orientación sexual y homofobia, son palabras talismán para defender las conductas homosexuales y lésbicas. Violencia de género para culpar al sexo masculino de subyugar a la mujer. Pareja, para evitar el sentido heterosexual que tienen las palabras matrimonio o esposos. Modelos de familia: cambia el único sentido que tiene la palabra familia, por otros tipos de uniones.

Sexismo, feminismo y machismo, son términos que preparan psicológicamente al lector para aceptar la teoría de la «lucha de clases» entre los sexos, que la ideología de género sustenta haber sido la clave que ha caracterizado toda la injusta historia de la Humanidad hasta la actual liberación, que ella preconiza.

Educación sexual, Educación para la ciudadanía, Plan de Salud Sexual y Reproductiva, son las expresiones-talismán para enmascarar un colosal programa de iniciación precoz de los niños en el sexo, con el respectivo adoctrinamiento de género que lo justifique.

PS: Para los que hablen francés, o lo chapurreen, dejo estos otros enlaces interesantísimos.

Revista “Familia Cristiana”. Recomiendo especialmente el pequeño artículo-testimonio de la página 10 sobre la familia Barrett:

Sitio web de la revista:

jeudi 20 janvier 2011

Inventando la pólvora

Hace algunos días leí un artículo en ABC de Álvaro Delgado-Gal, que no es precisamente santo de mi devoción, en el que aludía a un breve ensayo reciente de Anthony de Jasay, el economista anarcocapitalista (ja, ja, ja) anglo-húngaro, residente en Francia, titulado algo así como “lo mejor de lo peor: ¿qué precio tiene la democracia?”.

Delgado-Gal titulaba su artículo “esto se pone raro”.

Sin entrar en los motivos de uno y otro para cuestionar o no, lo que actualmente conocemos con el pomposo y falso nombre de “democracia”, que cualquiera puede leer tranquilamente en los enlaces que incluyo, el motivo del título del artículo merece una pequeña reflexión.



La frase clave del artículo es la siguiente: “Los hombres razonables preferirán, sin duda, una democracia a una dictadura horrenda. Pero no a sistemas autoritarios más eficientes en lo económico y donde estén garantizados el imperio de la ley y el mercado. La última es, en mi opinión, la tesis auténtica, y no demasiado recóndita, de Anthony de Jasay.”

Curiosamente De Jasay es conocido por sus ataque contrarios al “Estado”.

En resumidas cuentas, cada vez más voces defienden la necesidad, absolutamente práctica, y hoy en día perentoria, de situar los estados bajo una autoridad no sometida a los caprichosos u orquestados vaivenes electorales.

Por supuesto nadie quiere monstruosos dictadores sangrientos como José Stalin o Adolfo Hitler, o los múltiples ejemplos de África, Asia o Hispanoamérica. Es necesario encontrar mecanismos de control de la autoridad, a los que ésta se someta, y que generen la suficiente confianza.

A estas alturas, los carlistas, tradicionalistas, católicos… que hayan aguantado leyendo hasta este párrafo, estarán pensando, ¡si eso está ya inventado!

Efectivamente, se trata del fundamento mismo de la Tradición política. El poder del Rey, que verdaderamente gobierna en su reino, procede de Dios, como todo poder en el Cielo y en la Tierra, y por tanto el trono se somete, hacia arriba, a la suprema guía espiritual del altar, de la Santa Madre Iglesia, y hacia abajo, respecto a sus súbditos y a los territorios que gobierna, la relación es de doble vía, el famoso “si non, non” del Reino de Aragón, y el “que somos tanto como vos, y junto más que vos”, ejercido a través de las verdaderas y tradicionales Cortes de cada Reino.

Va a resultar que somos todos anarco-tradicionalistas, y los que me siguen desde hace tiempo sabrán por qué lo digo.

Que este sistema no funciona, no puede funcionar, y que ha transformado nuestra Patria, la tierra y hogar de nuestros padres, en “una cueva de ladrones”, lo sabe incluso Álvaro Delgado-Gal, aunque lo niegue. Nuestro Señor Jesucristo nos dejó muy claro qué debe hacerse cuando se mancilla la casa del padre de uno.

mercredi 12 janvier 2011

Nihil novum sub sole

El tiempo de Navidad ha pasado; el domingo pasado celebramos el bautismo de Nuestro Señor Jesucristo, y toca ahora enfrentarse de nuevo con el mundo, en este inicio del tiempo ordinario.

El panorama político no ha variado mucho entre el final de 2010 y el inicio de 2011, pero parece un buen momento para reflexionar sobre el “estado de las autonomías”, el “nacionalismo catalán”, las treguas trampas de los terroristas vascos…

Si el cinematógrafo pudiera aplicarse a la historia y, condensados en breves minutos, corriesen ante nosotros los cuatro últimos siglos de vida española, veríamos que, de 1580 hasta hoy, cuanto en España acontece es decadencia y desintegración. El proceso incorporativo va en crecimiento hasta Felipe II. El año vigésimo de su reinado puede considerarse la divisoria de los destinos peninsulares. Hasta su cima, la historia de España es ascendente y acumulativa; desde ella hacia nosotros, la historia de España es decadente y dispersiva. El proceso de desintegración avanza en rigoroso orden de la periferia al centro. Primero se desprenden los Países Bajos y el Milanesado; luego, Nápoles. A principios del siglo XIX se separan las grandes provincias ultramarinas, y a finales de él, las colonias menores de América y Extremo Oriente. En 1900, el cuerpo español ha vuelto a su nativa desnudez peninsular. ¿Termina con esto la desintegración? Será casualidad, pero el desprendimiento de las últimas posesiones ultramarinas parece ser la señal para el comienzo de la dispersión intrapeninsular. En 1900 se empieza a oír el rumor de regionalismos, nacionalismos, separatismos… Es el triste espectáculo de un larguísimo multisecular otoño, laborado periódicamente por ráfagas adversas que arrancan del inválido ramaje enjambres de hojas caducas.

El proceso incorporativo consistía en una faena de totalización: grupos sociales que eran todos aparte quedaban integrados como partes de un todo. La desintegración es el suceso inverso: las partes del todo comienzan a vivir como todos aparte. A este fenómeno de la vida histórica llamo particularismo y si alguien me preguntase cuál es el carácter más profundo y más grave de la actualidad española, yo contestaría con esa palabra.

Todo el que en política y en historia se rija por lo que se dice, errará lamentablemente. Lo que la gente piensa y dice – la opinión pública – es siempre respetable, pero casi nunca expresa con rigor sus verdaderos sentimientos. La queja del enfermo no es el nombre de su enfermedad. El cardíaco suele quejarse de todo su cuerpo menos de su víscera cordial. A lo mejor nos duele la cabeza, y lo que tienen que curarnos es el hígado.

La esencia del particularismo es que cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás. No le importan las esperanzas o necesidades de los otros y no se solidarizará con ellos para auxiliarlos en su afán. Como el vejamen que acaso sufre el vecino no irrita por simpática transmisión a los demás núcleos nacionales, queda éste abandonado a su desventura y debilidad. En cambio, es característica de este estado social la hipersensibilidad para los propios males. Enojos o dificultades que en tiempos de cohesión son fácilmente soportados, parecen intolerables cuando el alma del grupo se ha desintegrado de la convivencia nacional.

En este esencial sentido podemos decir que el particularsmo existe hoy en toda España, bien que modulado diversamente según las condiciones de cada región. En Bilbao y Barcelona, que se sentían como las fuerzas económicas mayores de la Península, ha tomado el particularismo un cariz agresivo, expreso y de amplia musculatura retórica. En Galicia, tierra pobre habitada por almas rendidas, suspicaces y sin confianza en sí mismas, el particularismo será reentrado, como erupción que no puede brotar, y adoptará la fisonomía de un sordo y humillado resentimiento, de una inerte entrega a la voluntad ajena, en que se libra sin protestas el cuerpo para preservar tanto más, la íntima adhesión.

Cuando una sociedad se consume víctima del particularismo, puede siempre afirmarse que el primero en mostrarse particularista fue precisamente el Poder central. Y esto es lo que ha pasado en España. Castilla ha hecho a España y Castilla la ha deshecho.

Si Cataluña o Vasconia hubiesen sido las razas formidables que ahora se imaginan ser, habrían dado un terrible tirón de Castilla cuando ésta comenzó a hacerse particularista, es decir, a no contar debidamente con ellas. La sacudida en la periferia hubiese acaso despertado las antiguas virtudes del centro y no habrían, por ventura, caído en la perdurable modorra de idiotez y egoísmo que ha sido durante tres siglos nuestra historia.

Así pues, yo encuentro que lo más importante en el catalanismo y el bizcaitarismo es precisamente lo que menos suele advertirse en ellos: lo que tienen de común, por una parte, con el largo proceso de secular desintegración que ha segado los dominios de España; por otra parte, con el particularismo latente o variamente modulado que existe hoy en el resto del país. Lo demás, la afirmación de la diferencia étnica, el entusiasmo por sus idiomas, la crítica de la política central, me parece que, o no tiene importancia, o si la tiene, podría aprovecharse en sentido favorable.

Estas reflexiones no tendrían nada de particular, si no fuese porque no las he escrito yo hoy. Las escribió José Ortega y Gasset en 1921.

“Lo que fue, eso mismo será; lo que se hizo, eso mismo se hará: ¡no hay nada nuevo bajo el sol!” Eclesiastés 1.9.