mercredi 20 juin 2012

Fin de ciclo

En unas horas llegará oficialmente el verano, y con él la época en la que acostumbramos a ralentizar nuestras actividades, tomar un descanso, y al menos en mi caso volver a plantearnos qué queremos hacer con nuestras vidas a partir de ahora.

Tras un par de años viviendo y trabajando en Madrid, ciudad en la que nací y en la que he pasado muchos años a lo largo de mi vida, tras esta pausa estival nos trasladaremos a vivir y trabajar en una localidad, española eso sí, que posiblemente sea de las menos parecidas a la capital.

De los tres millones y pico de madrileños, pasaremos a convivir con unas doce mil almas, en una ciudad de origen romano, como tantas en Hispania, que tras ser destruida por los musulmanes en el año 714, fue reconquistada sólo treinta años más tarde. Y por hoy no daré más pistas.

No veo la hora de encontrarnos instalados en la España rural, en el corazón de uno de los más antiguos Reinos de las Españas. Parece que fuese ayer cuando regresábamos de pasar varios años viviendo en Francia, y de nuevo empaquetamos nuestros bártulos para empezar una nueva etapa.

Como es natural, durante algún tiempo no creo que pueda prodigarme mucho por la bitácora y por internet. En cuanto esté instalado me propongo retomar mis aportaciones, en la medida que mis nuevas obligaciones me lo permitan.

Por otra parte, el trabajo que se me ha encomendado realizar en mi nuevo puesto es realmente un proyecto y una responsabilidad que me llena de satisfacción, que colma mis expectativas y que emprendo lleno de ilusiones.

Espero que todos mis amigos internautas pasen un feliz verano, repongan fuerzas físicas y espirituales, y que volvamos a encontrarnos muy pronto.

Antes de emprender el traslado tengo programado un viaje familiar a la isla en la que se encuentran los orígenes españoles de mi familia. Quedo también comprometido a relatar lo que pueda cuando pase la canícula.

Dije que no daría más datos, pero no puedo resistirme a decir que vamos a vivir en pleno Camino de Santiago. Igual nos cruzamos como peregrinos, ¿quién sabe?



mardi 12 juin 2012

¡Viva Belmonte!

Me precio de haber leído muchísimos libros, unos mejores y otros peores. Pero el que estoy leyendo estos días, voy por algo más de la mitad, es especial. Un libro para reír a carcajadas, para llorar como un niño, y sobre todo, para sentir en lo más profundo del alma la esencia de eso que se llama ser español.

Podría hablar del autor, que no sé muy bien si es Manuel Chaves Nogales o el propio Juan Belmonte García, pero lo único que voy a hacer es recomendar a todos que lo lean.

No se puede ser español, lo siento, sin sentir un gusto especial por el toreo, y si no se ha leído este libro, yo el primero, no se tiene ni puñetera idea de toros.

Pero el libro, esta biografía titulada “Juan Belmonte, matador de toros”, no habla sólo de tauromaquia, porque de este arte genuinamente español poco se puede decir con palabras y con muy pocas palabras ya está todo dicho. Es un retrato de España, la de verdad, la de la calle, en los inicios del siglo XX, desde los ojos de uno de sus más destacados protagonistas y testigo de excepción, ya que convivió con los más humildes de entre los humildes y con las figuras más destacadas del arte y el pensamiento, como Don Ramón María del Valle-Inclán, y además se paseó por el mundo, descubriendo cuán diferente resulta más allá de los límites patrios.

Es realmente impresionante descubrir de primera mano qué diferente era aquella España, y al mismo tiempo lo poco que ha cambiado.

Dejo un pequeño fragmento para animar:

El miedo llega sigilosamente antes de que uno se despierte, y en ese estado de laxitud, entre el sueño y la vigilia, en que nos sorprende, se adueña de nosotros antes de que podamos defendernos de su asechanza. Cuando el torero que ha de torear aquel día guiña un ojo al ras de la almohada y le hiere la luz de la mañana que se filtra por las rendijas, es ya una infeliz presa del miedo. El mozo de espadas, encargado de despertarle, lo sabe bien. Si no hay grande hombre para su ayuda de cámara, ¿qué torero habrá que sea valiente a los ojos de su mozo de estoques?

Acurrucado todavía entre las sábanas, con el embozo subido hasta las cejas, el torero empieza su dramático diálogo con el miedo. Yo, al menos, entablo con él una vivísima polémica.

No sé lo que harán los demás toreros. Al miedo yo le venzo o, al menos, le contengo a fuerza de dialéctica. Es un diálogo incoherente, como el de un loco con un ser sobrenatural.

“Ea, mocito -me dice el miedo, con su feroz impertinencia, apenas me he despertado-: a levantarte y a irte a la plaza a que un toro te despanzurre. “

“Hombre -replica uno desconcertado-, yo no creo que eso ocurra…”

“Bueno, bueno -reitera el miedo-; allá tú. Pero yo, que soy tu amigo de veras, te advierto que esto que haces es una temeridad. Llevas demasiado tiempo tentando a la fortuna.”

“No todo es buena fortuna. Yo sé torear.”

“A veces los toros tropiezan, ¿no lo sabes? ¿Qué necesidad tienes de correr ese albur insensato?”

“Es que como ya estoy comprometido…”

“¡Bah! ¿Qué importancia tienen los compromisos? El único compromiso serio que se contrae es el de vivir. No seas majadero. No vayas a la plaza.”

“No tengo más remedio que ir.”

“¿Pero es que crees que se hundiría el mundo si no fueses?”

“No se hundiría el mundo, pero yo quedaría mal ante la gente…”

“¿Qué más te da quedar mal o bien? ¿Crees que dentro de cinco años, de diez, se acordará nadie de ti ni de cómo has quedado hoy?”

“Sí se acordarán… Hay que vivir decorosamente hasta el final. Me debo a mi fama. Dentro de muchos años los aficionados a los toros recordarán que hubo un torero muy valiente.”

“Dentro de unos años, a lo mejor, no hay ni aficionados a los toros, ni siquiera toros. ¿Estás seguro de que las generaciones venideras tendrán en alguna estima el valor de los toreros? ¿Quién te dice que algún día no han de ser abolidas las corridas de toros y desdeñada la memoria de sus héroes? Precisamente, los gobiernos socialistas…”

“Eso sí es verdad. Puede ocurrir que los socialistas, cuando gobiernen…”

“¡Naturalmente, hombre! ¡Pues imagínate que ha ocurrido ya! No torees más. No vayas esta tarde a la plaza. ¡Ponte enfermo! ¡Si casi lo estás ya!”

“No, no, Todavía no se han abolido las corridas de toros. “

“¡Pero no es culpa tuya que no lo hayan hecho! Y no vas a pagar tú las consecuencias de ese abandono de los gobernantes.”

“¡Claro! -exclama uno, muy convencido-. ¡La culpa es de los socialistas, que no han abolido las corridas de toros, como debían! ¡Ya podrían haberlo hecho!”

Advierto al llegar aquí que el miedo, triunfante, me está haciendo desvariar, y procuro reaccionar enérgicamente.

“Bueno, bueno. Basta de estupideces. Vamos a torear. Venga el traje de luces.”

“¡Eso es! A vestirse de torero y a jugarse el pellejo por unos miles de pesetas que maldita la falta que te hacen.”

“No. Yo toreo porque me gusta.”

“¡Que te gusta! Tú no sabes siquiera qué es lo que te gusta. A ti te gustaría irte ahora al campo a cazar o sentarte sosegadamente a leer, o enamorarte quizá. ¡Hay tantas mujeres hermosas en el mundo! Y esta tarde puedes quedar tendido en la plaza, y ellas seguirán siendo hermosas y harán dichosos a otros hombres más sensatos que tú…”

Al llegar a este punto, uno se sienta en el borde de la cama, abatido por un profundo desaliento. El mozo de estoques va y viene silenciosamente por la habitación, mientras prepara el complicado atalaje del torero. Éste, como un autómata, deja que el servidor le maneje a su antojo. El miedo se ha hecho dueño del campo momentáneamente. Hay una pausa penosísima. El torero intenta sobornar al miedo.

“¡Si yo comprendo que tienes razón! Verás… Esto de torear es realmente absurdo; no lo niego. Hasta reconozco, si quieres, que he perdido el gusto de torear que antes tenía. Decididamente, mo torearé más. En cuanto termine los compromisos de esta temporada dejaré el oficio.”

“¿Pero cómo te haces la ilusión de salir indemne de todas las corridas que te quedan?”

“Bueno; no torearé más que las dos o tres corridas indispensables.”

“Es que en esas dos o tres corridas, un toro puede acabar contigo.”

“Basta. No torearé más que la corrida de esta tarde.”

“Es que hoy mismo puede…”

“¡Basta he dicho! La corrida de hoy la toreo aunque baje el Espíritu Santo a decirme que no voy a salir vivo de la plaza.”

El miedo se repliega al verle a uno irritado, y hace como que se va; pero se queda allí, en un rinconcito, al acecho. Uno, satisfecho de su momentáneo triunfo va y viene nerviosamente por la habitación. Luego se pone a canturrear. Yo empiezo a tararear cien tonadillas y no termino ninguna. Entretanto, voy haciendo las reflexiones más desatinadas. Por la menor cosa se enfada uno con el mozo de estoques y discute violentamente. La irritabilidad del torero en esos momentos es intolerable. Todo le sirve de pretexto para la cólera. El mozo de estoques, eludiéndole, le viste poco a poco. Y así una hora y otra, hasta que, poco antes de salir para la plaza comienzan a llegar los amigos. Antes de que llegue el primero, por muy íntimo que sea, uno le pega una patada al miedo y le acorrala en un rincón donde no se haga visible.

“¡Si chistas, te estrangulo!”

“¡Qué más quisieras tú que poder estrangularme! Anda, anda, disimula todo lo que puedas delante de la gente; pero no te olvides de que aquí estoy yo escondidito.”

“Me basta con que seas discreto y no escandalices”, le dice uno a ver si por las buenas se le domina.

Este altercado con el miedo es inevitable. Yo, por lo menos, no me lo ahorro nunca, y creo que no hay torero que se libre de tenerlo. El ser valiente en la plaza o no serlo depende de que previamente haya sido reducido a la impotencia este formidable contradictor, este enemigo malo que es el miedo. Para mí es, como digo, una cuestión de dialéctica.

lundi 11 juin 2012

¿Rescate?

Imaginemos a un padre de familia al que, a pesar de no tener una gran formación académica o profesional, le iban bien las cosas en el sentido material. Digamos que era por ejemplo albañil, ahorró algo de dinero, montó con unos compañeros su propia empresa de reformas, el trabajo le sobraba, contrató o algo parecido a varias cuadrillas de inmigrantes para dar abasto con las reformas de pisos, la pintura, fontanería, carpintería, suelos, etc.

El dinero no paraba de entrar en casa, compró un piso de lujo en buena zona, con una considerable hipoteca a la que no parecía problemático hacer frente, un par de coches de alta gama, matriculó a los niños en un colegio de “ricos”, clases de equitación, vacaciones de “alto standing”…

El final de la historia es el de siempre, no sabemos qué demonios pasó en una calle de Nueva York, y de repente no se pone un ladrillo más, la gente se vuelve a pintar el piso ellos solitos, el banco nos exige pagar las deudas, los ahorros han desaparecido, y la situación se hace desesperada por momentos.

Aparece un día un tipo que nos ofrece un préstamo con el que hacer frente a todas nuestras deudas para seguir viviendo algún tiempo sin apuros y ¿a alguien en su sano juicio le parece eso una buena noticia?

Si hubiese aparecido alguien ofreciendo trabajo, o un cliente dispuesto a pagar en efectivo por un servicio de dimensiones considerables, o en el peor de los casos alguien dispuesto a adquirir a un precio razonable la empresa de nuestro pobre y poco previsor padre de familia, haciéndose cargo de las deudas, no digo yo que no fuese para celebrarlo, pero un prestamista nunca trae buenas noticias.

Lo de este sábado sólo es más deuda para pagar los platos rotos de la avaricia de la banca, y por supuesto es un rescate, ¿o cómo se llama a un crédito extraordinario de otros países a España?, algo que ya se inició con la compra masiva de deuda española por el BCE en verano de 2011.

No es una solución sino, como todo préstamo, una forma de ganar tiempo a la espera del crecimiento económico y la vuelta a “la confianza”, algo bastante difícil a la vista de las experiencias irlandesa, portuguesa o griega.

El círculo absurdo de la deuda emitida por el estado y comprada por la banca a la que el estado inyecta capital, es un suicidio colectivo a todas luces. Y lo demás son patrañas y cuentos chinos.

No cabe duda de que lo único positivo, si se puede considerar así, es que queda claro que Alemania no nos puede dejar solos. No puede, que querer es otra cosa, y es comprensible. Pero echarnos de la unión monetaria implicaría el fracaso absoluto de todo. Vamos, mal de muchos, que como todos sabemos es consuelo de tontos.

Pero el futuro del “proyecto europeo”, que un proyecto económico, exclusivamente, se prevé más oscuro e incierto que el Reinado de Witiza.

Por supuesto, el rescate es para la banca, que a los padres de familia como el del ejemplo no los rescata nadie. En este barco, como en el Titanic, sólo hay balsas para los de primera clase, faltaría más.

vendredi 8 juin 2012

Héroes olvidados: D. Diego Flomesta Moya


Teniente de Artillería D. Diego Flomesta Moya

Cruz de San Fernando de 2° Clase, Laureada. Concedida por Real Orden de 28 de junio de 1923 (Diario Oficial núm. 142) por el valor demostrado en la defensa de Abarrán el 1 de junio de 1921.

El día 1 de junio de 1921, el teniente de artillería D. Diego Flomesta Moya, perteneciente al Regimiento Mixto de Artillería de Melilla, se encontraba en la posición de monte Abarrán.

Después de agotadas las municiones de las piezas que mandaba, sosteniendo la defensa del frente atacado con preferencia por el enemigo, a pesar de estar herido, negándose a ser curado.

Organizó las de los demás frentes, por haber sido muertos o heridos de gravedad todos los demás oficiales, armando a los artilleros que quedaban útiles, e imponiéndose a los indígenas que se resistían a cooperar; inutilizó por sí una pieza y ordenó que inutilizaran las demás cuando el enemigo se disponía a asaltar la posición, permaneciendo en el puesto de inminente peligro que su honor militar le señalaba, haciendo personalmente fuego con el fusil hasta que fue invadida la referida posición por el enemigo.

El teniente Flomesta fue hecho prisionero por los rifeños, que le ordenaron que les enseñase el manejo de las piezas de artillería capturadas. El teniente se opuso a lo solicitado y se negó a tomar alimento alguno desde entonces, por lo que falleció en cautiverio el 30 de junio.

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EXTRACTO DE UNA CARTA DEL TENIENTE DE ARTILLERÍA D. ERNESTO NOUGUÉS Y BARRERA

Don Angel Ruiz de la Fuente y Sánchez Puerta, auditor de brigada, secretario relator del Consejo Supremo de Guerra y Marina.

CERTIFICO: Que en la información gubernativa instruída para esclarecer los antecedentes y circunstancias que concurrieron en el abandono de las posiciones del territorio de la Comandancia general de Melilla en el mes de Julio de 1921, figura al folio 1.320 lo siguiente:

Copia de una carta escrita en Annual en 12 de julio de 1921 por el teniente de Artillería D. Ernesto Nougués y Barrera, muerto en la defensa de aquella posición.

"Ahora estamos en un periodo estacionario, pues los avances demasiado rápidos, sin consolidar bien lo ocupado, han creado una situación bastante difícil; en este campamento (el más avanzado del territorio) es raro el día que no tenemos que tirar, y como tenemos delante una harka numerosa y hasta organizada, no se puede dar un paso sin la seguridad de quedar bien, pues otro desastre como el de Abarrán sería horroroso. Hemos atravesado por unos días tristísimos de enorme depresión moral; se desconfiaba de las fuerzas indígenas, se hablaba de una insurrección en el territorio; nos encontramos impotentes, faltos de elementos... Sucedió lo que tenía que suceder: que mientras la cosa iba bien nadie se preocupó de las deficiencias, pero cuando han venido los palos se ha visto que estábamos haciendo equilibrios, y eso no puede ser. En fin, que hay África para rato si Dios no lo remedia... El teniente de Artillería que estaba en la posición que se comieron (se refiere al teniente D. Diego Flomesta Moya) ha muerto en el cautiverios hace pocos días. El pobre ha debido pasar ratos horribles; fue el único oficial que cogieron vivo, y como era de Artillería, intentaron curarle las dos heridas que tenía y utilizarle después para instruirles en el manejo de las piezas; él, que vió el horroroso porvenir que se le presentaba, se negó a tomar alimentos y ha muerto de hambre. Un verdadero héroe al que nadie conoce y del que nadie hablará."

Y para que conste, expido el presente, visado por el excelentísimo señor consejero instructor, en Madrid, a 30 de octubre de 1922.

Angel Ruiz de la Fuente. (Rubricado.)

V° B°: Ayala. (Rubricado.)

lundi 4 juin 2012

El año de la Fe

...Muchos bautizados han perdido su identidad y pertenencia: no conocen los contenidos esenciales de la fe o piensan que la pueden cultivar prescindiendo de la mediación eclesial. Y mientras muchos miran dudosos a las verdades que enseña la Iglesia, otros reducen el Reino de Dios a algunos grandes valores, que ciertamente tienen que ver con el Evangelio, pero que no conciernen todavía al núcleo central de la fe cristiana. El Reino de Dios es don que nos trasciende. Como afirmaba el beato Juan Pablo II, «el Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible» (Redemptoris missio, 18). Por desgracia, es precisamente Dios quien queda excluido del horizonte de muchas personas; y cuando no encuentra indiferencia, cerrazón o rechazo, el discurso sobre Dios queda en cualquier caso relegado al ámbito subjetivo, reducido a un hecho íntimo y privado, marginado de la conciencia pública. Pasa por este abandono, por esta falta de apertura al Trascendente, el corazón de la crisis que hiere a Europa, que es crisis espiritual y moral: el hombre pretende tener una identidad plena solamente en sí mismo.

En este contexto, ¿cómo podemos corresponder a la responsabilidad que el Señor nos ha confiado? ¿Cómo podemos sembrar con confianza la Palabra de Dios, para que cada uno pueda encontrar la verdad de sí mismo, su propia autenticidad y esperanza? Somos conscientes de que no bastan nuevos métodos de anuncio evangélico o de acción pastoral de manera que la propuesta cristiana pueda encontrar mayor acogida y adhesión. En la preparación del Vaticano II, el interrogante principal y al que la Asamblea conciliar pretendía dar respuesta era: «Iglesia, ¿qué dices de ti misma?». Profundizando en esta pregunta, los padres conciliares, por así decirlo, fueron reconducidos al corazón de la respuesta: se trataba de recomenzar desde Dios, celebrado, profesado y testimoniado. En efecto, exteriormente por casualidad, pero fundamentalmente no por casualidad, la primera Constitución aprobada fue la de la Sagrada Liturgia: el culto divino orienta al hombre hacia la Ciudad futura y restituye a Dios su primado, modela a la Iglesia, incesantemente convocada por la Palabra, y muestra al mundo la fecundidad del encuentro con Dios. Nosotros, por nuestra parte, mientras debemos cultivar una mirada de gratitud por el crecimiento del grano de trigo incluso en un terreno que se presenta a menudo árido, advertimos que nuestra situación requiere un renovado impulso, que apunte a aquello que es esencial de la fe y de la vida cristiana. En un tiempo en el que Dios se ha vuelto para muchos el gran desconocido y Jesús solamente un gran personaje del pasado, no habrá relanzamiento de la acción misionera sin la renovación de la calidad de nuestra fe y de nuestra oración; no seremos capaces de dar respuestas adecuadas sin una nueva acogida del don de la Gracia; no sabremos conquistar a los hombres para el Evangelio a no ser que nosotros mismos seamos los primeros en volver a una profunda experiencia de Dios.

Queridos hermanos, nuestra primera, verdadera y única tarea sigue siendo la de comprometer la vida por lo que vale y perdura, por lo que es realmente fiable, necesario y último. Los hombres viven de Dios, de aquel a quien buscan, a menudo inconscientemente o sólo a tientas, para dar pleno significado a la existencia: nosotros tenemos la misión de anunciarlo, de mostrarlo, de guiar al encuentro con él. Sin embargo, siempre es importante recordar que la primera condición para hablar de Dios es hablar con Dios, convertirnos cada vez más en hombres de Dios, alimentados por una intensa vida de oración y modelados por su Gracia. San Agustín, después de un camino de búsqueda, ansiosa pero sincera, de la Verdad llegó finalmente a encontrarla en Dios. Entonces se dio cuenta de un aspecto singular que llenó de estupor y de alegría su corazón: entendió que a lo largo de todo su camino era la Verdad quien lo estaba buscando y quien lo había encontrado. Quiero decir a cada uno: dejémonos encontrar y aferrar por Dios, para ayudar a cada persona que encontramos a ser alcanzada por la Verdad. De la relación con él nace nuestra comunión y se genera la comunidad eclesial, que abraza todos los tiempos y todos los lugares para constituir el único pueblo de Dios.

Por esto he querido convocar un Año de la fe, que comenzará el próximo 11 de octubre, para redescubrir y volver a acoger este don valioso que es la fe, para conocer de manera más profunda las verdades que son la savia de nuestra vida, para conducir al hombre de hoy, a menudo distraído, a un renovado encuentro con Jesucristo «camino, vida y verdad»...


Del discurso del Santo Padre Benedicto XVI a la Asamblea de la Conferencia Episcopal Italiana, Aula del Sínodo, jueves 24 de mayo de 2012.

vendredi 1 juin 2012

El estilo carlista

El estilo surge cuando se agota lo racional y le sigue lo emocional y lo intuitivo. Es el pathos que sigue al logos. El estilo arrastra, incluso hasta la muerte, cantando himnos no siempre cartesianos, mucho más que una teoría académica racional. Es la música, es la poesía, es el arte. Por eso en política, la presencia sensible de un estilo coincide con la crisis del racionalismo y del liberalismo, a los que viene a decir que hay que atender a algo más que a ellos (…). No se es carlista solamente por conocer la historia del Carlismo, su doctrina y sus documentos, aunque se haga de manera exhaustiva, como han hecho incluso algunos de sus enemigos, sino que -además- hay que tener un “estilo” carlista (…).

El gesto y la vestimenta

El gesto es el movimiento de algunas partes del cuerpo para apoyar una expresión. Se encuentra medido y escaso en otras áreas políticas, y más suelto, libre y espontáneo y acompañante más utilizado de la expresión oral en los carlistas. En la administración global de los gestos se percibe una cierta despreocupación general, que por otro lado, como pronto veremos, es otro elemento diferencial del estilo carlista.

Se nota en nuestros amigos un cierto desorden, leve y aceptable, pero cierto, en el regimiento de sus pertenencias, que cuando se extrapola a la conducta menoscaba la puntualidad. Pertenece a otra galaxia política la tríada, clásica en psicología de “limpieza exagerada, orden minucioso y vanidad”.

La forma de vestir de nuestros amigos está en consonancia con las posturas, gestos y despreocupación dichos, que les alejan de lo atildado y cuidadosamente arreglado y completado con “complementos” de la ropa, que se encuentran más fácilmente en los devotos de la rama borbónica liberal y democrática, en miembros de su aristocracia y en personas que quisieran serlo y les imitan con pretensiones elitistas. (…)

La prenda de cabeza de los carlistas es la boina roja que, además, sirve para identificarles. Hay que considerar en ella el color y la manera de ponérsela, el aire. Es más propia de los requetés, o soldados de la Tradición, pero por extensión informal la han llevado en momentos de exaltación miembros adultos civiles de la parte política del Carlismo. Se ha convertido en un símbolo que han hecho suyo publicaciones y otras cosas (…). La boina blanca es propia de las mujeres carlistas, las “margaritas”, que la ostentan como una especialización amorosa (…).

La boina roja puede llevar hasta cuatro complementos, a saber: el aro; la chapa o remate en su vértice, variable según las épocas; la borla, ceñida o colgante y de diversos colores expresivos y, en su caso, las insignias de mando militar, estrellas como en el Ejército, o flores de lis, plateadas o doradas para los mandos políticos civiles hasta la Unificación de abril de 1937, en que desaparecieron. Estos exponentes de militarización del mando político civil, un poco a rastras de la producida en la Falange, su rival político en la posguerra, nunca tuvieron mucho ambiente (…).

Elementos psicológicos del estilo carlista

Entre el aspecto esbozado, y la mentalidad que sigue, hay en los estilos de los carlistas una constante intermedia y mixta, que es el talante campechano, sencillo y llano, de buen humor, y poco dado a encastillarse en diferencias sociales favorables. Muy lejos, sin embargo, de la mala educación que está vinculada a la democracia. También lejos del igualitarismo de los marxistas y totalitarios, chabacano y panteísta (tuteo, “camaradería”, arremangamiento, etc.), fruto de la revolución francesa y proscrito implícitamente por el Rey Don Alfonso Carlos en los fundamentos intangibles de la legitimidad que recoge su citado Real Decreto de 23 de enero de 1936. Nada más anticarlista que un Ministerio de la Igualdad (…).

Los carlistas proclaman su fe católica sin respetos humanos y alguna vez hasta con un puntito de jactancia. Véase el contraste entre las dos actitudes que siguen. El coronel de Caballería don José Sanz de Diego, carlista famoso que mandó el Tercio de Requetés de “El Alcázar”, charlaba un día de los del más exasperado caudillismo con otros militares de alta graduación. Empezó a criticar a Franco, hasta que el general don Carmelo Medrano Ezquerra le detuvo con esta reticencia: “No dudo de que usted es incondicional del Generalísimo”. Silencio y expectación. Al fin de unos segundos interminables, Sanz de Diego le contesta cachazudo: “Pues no, mi general. Yo no soy incondicional más que de Nuestro Señor Jesucristo”. Silencio y, ahora, rompan filas en el corro. Compárese en el otro extremo con esta moda asquerosa de algunos políticos de la democracia cristiana que tratan de justificarse diciendo que ellos ya tienen una veta de inspiración en el humanismo cristiano. (…)

Los carlistas no tienen prisa y no les importa morir sin ver el triunfo de la Causa, que imaginan con visos de Parusía y escatología, a diferencia de otros políticos, y más aún de los abolengo fascista, que hacen ridiculeces para forzar el adelantamiento del triunfo de su proyecto y así poder verlo realizado. Si no lo van a ver, ya no les interesa. En muchos carlistas se encuentra una especie de reflejo de la frase de Nuestro Señor, “Mi Reino no es de este mundo”, que les lleva a desinteresarse e inhibirse de asuntos políticos episódicos, mostrándose apasionados e intervencionistas solamente en los que ellos consideran grandes causas, a las que su larga duración llaman intemporales. (…).

Podría haber una misteriosa causa común a la mayor contemplación de asuntos grandes y a un cierto aire distraído y despreocupado de las pequeñas cosas de cada día que ya hemos señalado al principio. En alguna ocasión hemos oído a algunos carlistas defenderse de la acusación, amistosa, de no haberse molestado en recoger la parte del botín que les correspondía, diciendo que “nosotros servimos a Dios de balde y a España por Dios”, Esta frase a tenido cierto éxito, pero como todas las frases bellas debe ser estudiada a fondo. Hacer de la necesidad virtud es bueno a veces, sí, y otras no.

Nuestros amigos son poco proselitistas y dicen que “el que quiera picar, que pique”, en parte porque en el fondo se consideran miembros de un pueblo elegido. Por eso, no les obsesiona como a los demócratas ensanchar la base al precio de contaminaciones, y prefieren dedicarse más a mantener afilado y libre de impurezas el ariete del avance de su organización.(…)

Los carlistas no son aficionados a sutilezas ni a enredos políticos, Al pan, pan; y al vino, vino. Les molesta el narcisismo intelectual de los heterodoxos que tratan de involucrarles en lo complicado e inseguro. La sencillez y la lealtad favorecen la caballerosidad, que siempre ha sido celosamente cultivada en las filas de la Tradición. Esto les diferencia de las izquierdas, que no tienen sentido del honor. Siempre han despreciado la táctica inmoral, que muchos presentan como si fuera una maravillosa obra de orfebrería, de infiltrarse (como el cuco en el nido ajeno) para influir, instrumentalizando recursos y posibilidades ajenas, como una traición. La fidelidad a la palabra dada, a veces entendida de una forma un tanto positivista, es parte de la caballerosidad, sostiene la intransigencia y bloquea algunas maniobras políticas. La aversión de los carlistas a algunos altos perjuros no se debe tanto a las discrepancias políticas estrictas, y a las vinculaciones familiares, como al hecho del perjurio en sí mismo.

Los ingleses tienen una sentencia referida a terceros, que dice: “Es demasiado listo para ser un gentleman”. Los carlistas prefieren ser caballeros a listillos. (…)

Son celosos de su independencia y del carácter cartesiano de sus razonamientos, y poco disciplinados. Tienen cierta preocupación, a veces exagerada, por no dejarse engañar, como tantos de muchos partidos políticos se dejan. Una de sus salidas contra la posibilidad de ser engañados es la simplificación de las posibles celadas que les buscan, siendo poco propicios a los diálogos interminables y, a la vez, como alternativa, decididos prematuros al empleo de la fuerza física. Este, con ciertas especificaciones, puede encontrarse dentro de la más pura ortodoxia católica. Entre los infinitos grupos y escuelas cristianas destacan los carlistas por no escamotearlo, como los otros, sino por tenerlo siempre a la vista, en la misma esencia de su ideario, junto con la confesionalidad católica del Estado.

Esta predisposición al empleo de la fuerza física, dentro siempre de las condiciones que impone la moral católica, ha llevado a algunos a decir que el Carlismo tiene olor a pólvora. Esto es cierto en comparación con otras ideologías, pero en sentido absoluto es una exageración, porque en la historia del Carlismo hay mucho más tiempo con olor a tinta que a pólvora. (…)

No se libran los carlistas de las cruces de esta vida, Pero les llevan más a la tristeza que a la amargura. Su religiosidad y temperamento mencionados hacen que el porcentaje de amargados sea en los círculos tradicionalistas inferior al que hay entre las izquierdas, donde los amargados abundan, probablemente más por razones de conciencia ocultos que por otros de índole política. La izquierda es el espacio de los amargados y el Carlismo el de los “salaos”, protagonistas de incesantes anécdotas.

Nuestros amigos disfrutan de las simpatías de una buena parte de la masa neutra y pasiva de los espectadores, que les consideran paternalmente como pintorescos. El carlista es el grupo político que con respecto al número de afiliados tiene un mayor porcentaje de simpatizantes externos incontrolados.

(Manuel de Santa Cruz: “El estilo de los carlistas”. En A los 175 años de carlismo. M. Ayuso ed., Itinerarios, Madrid 2011, pp. 27-39).

Tomado de la página web de la Comunión Tradicionalista