El programa de Juan Manuel de Prada en el canal Intereconomía, “Lágrimas en la lluvia”, que recupera el formato “cine-forum” de tan grato recuerdo, está consiguiendo reconciliarnos con el medio a muchos que, ya hace tiempo, decidimos no volver a ver ningún programa de televisión, hartos de que la oferta de cientos de canales se limitase a informativos ideologizados y exhibiciones impúdicas de la degradación humana.
El título por sí mismo, la frase de aquel personaje de “Blade Runner”, es bastante evocador, y los temas y contertulios, y sobre todo el ambiente de verdadera libertad para decir lo que realmente se piensa, cuando se piensa realmente, hacen del programa un pequeño oasis semanal en este desierto de mediocridad en el que nos vemos forzados a habitar.
Solamente le encuentro un defecto, y es su horario de emisión, si bien no demasiado tardío para las costumbres del español actual, si lo es en exceso para alguien tan poco noctámbulo como yo, que me encanta acostarme temprano, dormir y descansar lo suficiente, y levantarme con las primeras luces del día, sobre todo los días que no son lectivos, para aprovechar cada minuto de la jornada.
Siempre me queda ver la grabación en Internet claro está.
El tema de la pasada semana era sencillamente la familia, la institución familiar que dicen los eruditos. Y ciertamente es la estructura básica de la humanidad y merece ser considerada como la institución humana por excelencia, cuando no la única que merece tal consideración.
Y la familia, no lo olvidemos, es por definición el matrimonio monógamo entre seres humanos de distinto sexo, rodeado de los hijos a que de lugar la unión conyugal.
Es eso y ninguna otra cosa. Dos hombres o dos mujeres que viven juntos no son ni pueden ser una familia. Una mujer o un hombre solos que acogen, adoptan, o de cualquier otro modo se constituyen en guardianes de niños, no son una familia. Incluso diría que un matrimonio sin hijos, por el motivo que sea, no llega a ser propiamente una familia.
Y el fundamento de la familia es la indisolubilidad del matrimonio. Si no existe el vínculo inseparable, la familia se desestabiliza, pierde su consistencia, deja de dar seguridad a sus componentes, y queda incapacitada para cumplir su función humana, personal y social.
Un vínculo conyugal susceptible de ser cancelado, no constituye un vínculo en sentido estricto, pasando a ser un mero acuerdo de asociación, válido únicamente mientras las “partes contratantes” lo consideren beneficioso para sus fines personales.
Por eso es cierta la afirmación vertida en el programa de Juan Manuel de Prada el pasado viernes, que ha causado cierta perplejidad, que los matrimonios civiles en España no existen como tales, y en realidad están todos divorciados. Digo están, y no estamos, por que mi esposa y yo nos casamos en una catedral gótica católica, en presencia de un sacerdote, delante de Dios y de la Santa Madre Iglesia, con votos eternos de Santo Matrimonio.
Gracias a la vigencia del Concordato de España con la Santa Sede, no nos fue necesario acudir al simulacro civil de matrimonio, al tener plena validez administrativa el matrimonio católico ante el estado español.
Y como he dicho en otras ocasiones, mi visión personal de la indisolubilidad del matrimonio, va más allá del conocido “hasta que la muerte los separe”. Nuestro Señor Jesucristo venció ya a la muerte, y por eso lo que Dios une, no sólo no pueden separarlo los hombres, tampoco la muerte tiene poder suficiente.
Mi esposa será mi esposa por la eternidad, y ni aún en el terrible caso de que uno de los dos falleciese antes que el otro, le sería lícito al superviviente volver a contraer matrimonio con un tercero.
No quieren decir sin embargo mis reflexiones de los párrafos anteriores que el matrimonio sea una obra completa y terminada en el momento de su constitución. Y por supuesto no se fundamenta en el “amor romántico”, el enamoramiento, la atracción física o los sentimientos pasajeros.
El matrimonio es un proyecto vital y personal fundamental. Su base es el firme compromiso de hacer de la felicidad y el bien de los otros miembros de la familia el primero de los deberes ineludibles del contrayente. Muy por encima de sus propias aspiraciones, por legítimas que sean.
Para mí no hay ni habrá nunca nada que supere en importancia, y a lo que en consecuencia dedique mayor esfuerzo, que a la felicidad de mi esposa e hijos, su protección, sostenimiento y apoyo. Y por encima de todo, la salvación de sus almas inmortales.
Sólo un matrimonio así constituido puede proporcionar al ser humano su plena realización. Sólo un matrimonio así constituido puede servir a los hijos para formarse de un modo plenamente correcto, encontrando en sus padres ejemplo, consejo y dedicación sin límites ni condiciones. Sólo así pueden los padres sentirse parte integrante de la historia, a través de un linaje, como hijos y padres, continuadores y transmisores de una Tradición, inmortales eternamente a través de su descendencia.
Y del mismo modo, sólo matrimonios verdaderos como establece la Santa Madre Iglesia, pueden constituir sociedades sanas y prósperas, capaces de resistir los ataques deshumanizantes de plagas como el liberalismo, el socialismo, el laicismo, el relativismo… que tanto daño han hecho a la humanidad en general y cada hombre en particular.
Por eso igual que debemos luchar frontalmente contra leyes criminales como las de legalización del aborto, en cuya crueldad monstruosa es fácil encontrar argumentos para convencer a los hombres de buena voluntad a no aceptar engaño alguno al respecto, también las leyes de legalización del divorcio merecen nuestro más absoluto rechazo.
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