“Ustedes tienen por padre al demonio y quieren cumplir los deseos de su padre. Desde el comienzo él fue homicida y no tiene nada que ver con la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente, habla conforme a lo que es, porque es mentiroso y padre de la mentira.” Juan 8, 44.
Y de eso se trata, de la sarta de mentiras que conforman la “versión oficial” de eso que llaman, no se sabe bien porqué, la transición española.
Como cada año por estas fechas, a finales de febrero, todo el mundo tiene ganas de contarte su versión del 23 de febrero de 1981. Y este año además de los reportajes televisivos y los artículos en la prensa, en vez del bodrio infumable de mini-serie de televisión del año pasado, nos castigan con una película de cine.
Sinceramente estoy hasta la coronilla de los panegíricos a Gutiérrez Mellado, el facineroso que trabajó para los dos bandos entre 1936 y 1939, a Adolfo Suárez, el sinvergüenza oportunista que no tenía inconveniente en vestir indignamente camisa azul cuando le convenía, y sobre todo del falso y repugnante “ni está, ni se le espera”. Mentiras y nada más que mentiras.
Nada, absolutamente nada de lo que se presenta en las versiones oficiales, ocurrió como nos cuentan.
El gobierno, las cúpulas de los principales partidos políticos, la de la policía… y por supuesto la “jefatura del estado”, estaban bastante más que “al corriente” de todo, desde mucho antes del principio.
Basta contemplar la prosperidad y los éxitos de que han disfrutado desde entonces los verdaderos “implicados” en el asunto, para reconocer el pago de su silencio. Y aún hay muchos otros detalles, meridianamente claros para cualquier observador medianamente imparcial.
Otra cosa son las víctimas como el Teniente Coronel Tejero Molina, por citar al más destacado.
Y no se trata de un hecho aislado. El mismo papel de peón de ajedrez jugó García Juliá en ese ajuste de cuentas entre comunistas, en el que Santiago Carrillo y sus secuaces, como Cristina Almeida, por ejemplo, que luego tuvo la sangre fría y la desfachatez de ser abogada en el juicio, se quitaron de en medio a los elementos más molestos del PCE, “estalinistas” poco proclives a aceptar el eurocomunismo, que hubiesen roto la unidad del partido ante la cercana legalización.
Poco después Carrillo lideraría el legalizado PCE, aceptando la monarquía y la bandera roja y gualda, vivir para ver.
Para el común de los mortales se trata de la “matanza de Atocha” en la que un grupo de “extrema derecha” asesinó a unos honrados abogados laboralistas. Una obra maestra de la tergiversación y la ocultación de pruebas.
Por no hablar de lo de Montejurra.
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