lundi 28 février 2011

Mentiras y nada más que mentiras

Ustedes tienen por padre al demonio y quieren cumplir los deseos de su padre. Desde el comienzo él fue homicida y no tiene nada que ver con la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente, habla conforme a lo que es, porque es mentiroso y padre de la mentira.” Juan 8, 44.

Y de eso se trata, de la sarta de mentiras que conforman la “versión oficial” de eso que llaman, no se sabe bien porqué, la transición española.

Como cada año por estas fechas, a finales de febrero, todo el mundo tiene ganas de contarte su versión del 23 de febrero de 1981. Y este año además de los reportajes televisivos y los artículos en la prensa, en vez del bodrio infumable de mini-serie de televisión del año pasado, nos castigan con una película de cine.

Sinceramente estoy hasta la coronilla de los panegíricos a Gutiérrez Mellado, el facineroso que trabajó para los dos bandos entre 1936 y 1939, a Adolfo Suárez, el sinvergüenza oportunista que no tenía inconveniente en vestir indignamente camisa azul cuando le convenía, y sobre todo del falso y repugnante “ni está, ni se le espera”. Mentiras y nada más que mentiras.

Nada, absolutamente nada de lo que se presenta en las versiones oficiales, ocurrió como nos cuentan.

El gobierno, las cúpulas de los principales partidos políticos, la de la policía… y por supuesto la “jefatura del estado”, estaban bastante más que “al corriente” de todo, desde mucho antes del principio.

Basta contemplar la prosperidad y los éxitos de que han disfrutado desde entonces los verdaderos “implicados” en el asunto, para reconocer el pago de su silencio. Y aún hay muchos otros detalles, meridianamente claros para cualquier observador medianamente imparcial.

Otra cosa son las víctimas como el Teniente Coronel Tejero Molina, por citar al más destacado.

Y no se trata de un hecho aislado. El mismo papel de peón de ajedrez jugó García Juliá en ese ajuste de cuentas entre comunistas, en el que Santiago Carrillo y sus secuaces, como Cristina Almeida, por ejemplo, que luego tuvo la sangre fría y la desfachatez de ser abogada en el juicio, se quitaron de en medio a los elementos más molestos del PCE, “estalinistas” poco proclives a aceptar el eurocomunismo, que hubiesen roto la unidad del partido ante la cercana legalización.

Poco después Carrillo lideraría el legalizado PCE, aceptando la monarquía y la bandera roja y gualda, vivir para ver.

Para el común de los mortales se trata de la “matanza de Atocha” en la que un grupo de “extrema derecha” asesinó a unos honrados abogados laboralistas. Una obra maestra de la tergiversación y la ocultación de pruebas.

Por no hablar de lo de Montejurra.

vendredi 18 février 2011

Santo Tomás, el apóstol de los tiempos modernos

A aquellos a quienes el mundo actual nos produce un profundo rechazo, a la par que un serio temor por el futuro de la humanidad, nos es muy necesario conocerlo desde una perspectiva crítica, prestando muchísima atención a sus fundamentos filosóficos. Igualmente debemos estudiar los fundamentos de nuestras ideas y creencias.

El mundo actual, la sociedad, la cultura y la política en que vivimos, es tributaria de la Ilustración, Kant, Hegel y más recientemente la Escuela de Frankfurt.

Por otra parte, como sabemos bien, para nuestra desgracia, existen diferentes posiciones en el seno de la Santa Madre Iglesia, sin dejar de ser sus defensores, en teoría, católicos practicantes.

Por un lado hay una escuela minoritaria que podríamos denominar neo-tomista, que trata de completar y actualizar el lenguaje del pensamiento de Santo Tomás.

Y la otra escuela es la del personalismo, una filosofía que intenta conjuntar la doctrina cristiana con las aportaciones de la modernidad, a través de la Ilustración. No es un pensamiento muy homogéneo, aunque comparten denominación autores que van desde Emmanuel Mounier hasta Karol Wojtyla.

Ambas son posiciones generalmente católicas aunque hay personalistas que no lo son. A riesgo de simplificar el debate, recordando que el personalismo tiene un muy amplio arco de posiciones, puede decirse que el neotomismo es una postura basada en la búsqueda de la verdad por sí misma con fundamento en la metafísica, mientras que el personalismo pone el énfasis en el aprovechamiento de las ideas que han enriquecido la historia más reciente de la filosofía, más cercanas a la persona humana, teniendo en cuenta el discurrir de la modernidad.

Así como Santo Tomás utilizó la metafísica de Aristóteles para, sobre ella, construir una visión compatible con la doctrina, el personalismo pretende hacer la misma labor incorporando a los filósofos de la modernidad al pensamiento cristiano.

Sin duda nuestro sitio está con Santo Tomás, que elaboró una síntesis completa de un sistema de valores universal, sancionado por la Iglesia.

Siguiendo mi estilo de siempre, me basaré en un francés, Jacques Maritain, el filósofo nacido en 1882 en París y fallecido en 1973 en Toulouse, que habiendo nacido en el seno de una familia protestante se convirtió al catolicismo, siendo León Bloy su padrino de bautismo. Maritain es uno de los grandes estudiosos divulgadores de la escolástica tomista.

Fue él el que en la celebración del sexto centenario de la canonización de Santo Tomás, en Aviñón, donde el papa Juan XXII lo había canonizado el 18 de julio de 1323, afirmó que «su doctrina aparece como la única poseedora de energías harto poderosas y suficientemente puras como para obrar con eficacia (...) sobre el universo entero de la cultura, para restablecer en el orden a la inteligencia humana y, con la gracia de Dios, conducir así por los senderos de la Verdad al mundo que agoniza por falta de conocer».

Precisó seguidamente, en su conferencia, que «el mal, que sufren los tiempos modernos, es ante todo, un mal de la inteligencia; comenzó por la inteligencia y ahora ha llegado hasta las más profundas raíces de la inteligencia ¿Por qué admirarnos si el mundo aparece como envuelto por las tinieblas? Si tu ojo estuviere malo, todo tu cuerpo estará entenebrecido (Mt 6, 23) (...) En el comienzo de todos nuestros desórdenes, podemos apreciar, por de pronto y ante todo, una ruptura de las normas supremas de la inteligencia. La responsabilidad de los filósofos es aquí inmensa».

Los principales síntomas de este mal son tres. El primero, de orden racional:

«La inteligencia cree afirmar su poder negando y rechazando, tras la teología, la metafísica como ciencia, renunciando a conocer la Causa primera y las realidades inmateriales y alimentando una duda, más o menos refinada, que hiere a la vez la percepción de los sentidos y los principios de la razón, es decir, aquello mismo de que depende nuestro conocimiento. Este presuntuoso hundimiento del conocer humano se puede calificar con una sola palabra: agnosticismo».

El segundo es de orden religioso:

La inteligencia «rechaza el orden sobrenatural que considera imposible, y esa negación se extiende a toda la vida de la gracia. Digámoslo con una sola palabra: naturalismo».

El tercero, moral, porque:

«la inteligencia se deja seducir por el espejismo de una concepción mítica de la naturaleza humana que atribuye a esta naturaleza las condiciones propias del espíritu puro y que la supone, en cada uno de nosotros, tan pura y tan íntegra como lo es en el ángel su propia naturaleza; de ahí que nos reivindique, con el completo dominio sobre la naturaleza, esa autonomía superior, esa plenitud de propia suficiencia (...) Esto es lo que, dando a la palabra su pleno sentido metafísico, se puede llamar individualismo; y que fuera más exacto calificar de angelismo».

Advierte Maritain que «los males que estamos sufriendo han penetrado de tal manera en la substancia humana, han causado destrucciones tan generales, que todos los medios defensivos, todos los apoyos extrínsecos, debidos, ante todo, a la estructura social, a las instituciones, al orden moral de la familia y de la ciudad –y de los que tanto la verdad como las más altas adquisiciones de la cultura tienen entre los hombres, tan apremiante necesidad–, se encuentran si no destruidos, al menos quebrantados. Todo cuanto era firme se halla comprometido, “las montañas se mueven y saltan”. El hombre está solo frente al océano del ser y de los trascendentales. Lo cual es, para la naturaleza humana, una situación anormal y tan peligrosa como posible. Pero en todo caso es la mejor prueba de que, en adelante, todo depende de la restauración de la inteligencia».

Para remediar este mal intelectual y sus consecuencias hay que tener presente, en primer lugar, que «nada inferior a la inteligencia puede remediar ese mal que la aqueja y que vino por ella; al contrario, la inteligencia misma es quien lo debe subsanar. Si no se salva la inteligencia, no se salvará nada». De manera que «ante todo la Verdad; “la verdad os hará libres” (Jn 8, 32). Desgraciados de nosotros si no llegamos a comprender que ahora, como en los días de la creación del mundo, el Verbo es el principio de las obras de Dios».

En segundo lugar, que «Santo Tomás es, ante todo y particularmente, el apóstol de la inteligencia (...), razón por la que debemos considerarle como el apóstol de los tiempos modernos». Por consiguiente, «el tomismo –y es ésta la (...) razón por la que Santo Tomás debe ser llamado el apóstol de los tiempos modernos– es el único que puede librar la inteligencia de los tres errores señalados al principio».

Debe también tenerse, en cuenta, en tercer lugar, que, «Apóstol de la inteligencia, doctor de la verdad, restaurador del orden intelectual, Santo Tomás no escribió para el siglo XIII, sino para nuestro tiempo. Su tiempo es el tiempo del espíritu que domina los siglos. Sostengo que es un autor contemporáneo, el más actual de todos los pensadores».

Para los que quieran profundizar, el mejor consejo es “Id a Tomás”:

mercredi 2 février 2011

Una familia de verdad

El programa de Juan Manuel de Prada en el canal Intereconomía, “Lágrimas en la lluvia”, que recupera el formato “cine-forum” de tan grato recuerdo, está consiguiendo reconciliarnos con el medio a muchos que, ya hace tiempo, decidimos no volver a ver ningún programa de televisión, hartos de que la oferta de cientos de canales se limitase a informativos ideologizados y exhibiciones impúdicas de la degradación humana.

El título por sí mismo, la frase de aquel personaje de “Blade Runner”, es bastante evocador, y los temas y contertulios, y sobre todo el ambiente de verdadera libertad para decir lo que realmente se piensa, cuando se piensa realmente, hacen del programa un pequeño oasis semanal en este desierto de mediocridad en el que nos vemos forzados a habitar.

Solamente le encuentro un defecto, y es su horario de emisión, si bien no demasiado tardío para las costumbres del español actual, si lo es en exceso para alguien tan poco noctámbulo como yo, que me encanta acostarme temprano, dormir y descansar lo suficiente, y levantarme con las primeras luces del día, sobre todo los días que no son lectivos, para aprovechar cada minuto de la jornada.

Siempre me queda ver la grabación en Internet claro está.

El tema de la pasada semana era sencillamente la familia, la institución familiar que dicen los eruditos. Y ciertamente es la estructura básica de la humanidad y merece ser considerada como la institución humana por excelencia, cuando no la única que merece tal consideración.

Y la familia, no lo olvidemos, es por definición el matrimonio monógamo entre seres humanos de distinto sexo, rodeado de los hijos a que de lugar la unión conyugal.

Es eso y ninguna otra cosa. Dos hombres o dos mujeres que viven juntos no son ni pueden ser una familia. Una mujer o un hombre solos que acogen, adoptan, o de cualquier otro modo se constituyen en guardianes de niños, no son una familia. Incluso diría que un matrimonio sin hijos, por el motivo que sea, no llega a ser propiamente una familia.

Y el fundamento de la familia es la indisolubilidad del matrimonio. Si no existe el vínculo inseparable, la familia se desestabiliza, pierde su consistencia, deja de dar seguridad a sus componentes, y queda incapacitada para cumplir su función humana, personal y social.

Un vínculo conyugal susceptible de ser cancelado, no constituye un vínculo en sentido estricto, pasando a ser un mero acuerdo de asociación, válido únicamente mientras las “partes contratantes” lo consideren beneficioso para sus fines personales.

Por eso es cierta la afirmación vertida en el programa de Juan Manuel de Prada el pasado viernes, que ha causado cierta perplejidad, que los matrimonios civiles en España no existen como tales, y en realidad están todos divorciados. Digo están, y no estamos, por que mi esposa y yo nos casamos en una catedral gótica católica, en presencia de un sacerdote, delante de Dios y de la Santa Madre Iglesia, con votos eternos de Santo Matrimonio.

Gracias a la vigencia del Concordato de España con la Santa Sede, no nos fue necesario acudir al simulacro civil de matrimonio, al tener plena validez administrativa el matrimonio católico ante el estado español.

Y como he dicho en otras ocasiones, mi visión personal de la indisolubilidad del matrimonio, va más allá del conocido “hasta que la muerte los separe”. Nuestro Señor Jesucristo venció ya a la muerte, y por eso lo que Dios une, no sólo no pueden separarlo los hombres, tampoco la muerte tiene poder suficiente.

Mi esposa será mi esposa por la eternidad, y ni aún en el terrible caso de que uno de los dos falleciese antes que el otro, le sería lícito al superviviente volver a contraer matrimonio con un tercero.

No quieren decir sin embargo mis reflexiones de los párrafos anteriores que el matrimonio sea una obra completa y terminada en el momento de su constitución. Y por supuesto no se fundamenta en el “amor romántico”, el enamoramiento, la atracción física o los sentimientos pasajeros.

El matrimonio es un proyecto vital y personal fundamental. Su base es el firme compromiso de hacer de la felicidad y el bien de los otros miembros de la familia el primero de los deberes ineludibles del contrayente. Muy por encima de sus propias aspiraciones, por legítimas que sean.

Para mí no hay ni habrá nunca nada que supere en importancia, y a lo que en consecuencia dedique mayor esfuerzo, que a la felicidad de mi esposa e hijos, su protección, sostenimiento y apoyo. Y por encima de todo, la salvación de sus almas inmortales.

Sólo un matrimonio así constituido puede proporcionar al ser humano su plena realización. Sólo un matrimonio así constituido puede servir a los hijos para formarse de un modo plenamente correcto, encontrando en sus padres ejemplo, consejo y dedicación sin límites ni condiciones. Sólo así pueden los padres sentirse parte integrante de la historia, a través de un linaje, como hijos y padres, continuadores y transmisores de una Tradición, inmortales eternamente a través de su descendencia.

Y del mismo modo, sólo matrimonios verdaderos como establece la Santa Madre Iglesia, pueden constituir sociedades sanas y prósperas, capaces de resistir los ataques deshumanizantes de plagas como el liberalismo, el socialismo, el laicismo, el relativismo… que tanto daño han hecho a la humanidad en general y cada hombre en particular.

Por eso igual que debemos luchar frontalmente contra leyes criminales como las de legalización del aborto, en cuya crueldad monstruosa es fácil encontrar argumentos para convencer a los hombres de buena voluntad a no aceptar engaño alguno al respecto, también las leyes de legalización del divorcio merecen nuestro más absoluto rechazo.

mardi 1 février 2011

Memoria histórica de verdad

Ayer tuve un día especialmente duro y, después de cenar y acostar a los niños, no me quedaban fuerzas ni para abrir uno de los libros que tengo a medias de leer.

A mi mujer le sucedía lo mismo, por lo que decidimos ponernos una película en la televisión.

Opté por “La Rafle”, que tenía grabada desde hacía unos meses, en su versión original en francés. Aunque no estoy seguro, creo que no se ha estrenado en España.

Como ya hablé de la película en esta bitácora cuando se estrenó en Francia, no insistiré en su importancia, pero si en un par de detalles.

El tema fundamental de la película es la colaboración de las autoridades y la policía francesas en la deportación de judíos con destino a campos de exterminio durante la ocupación alemana.

En una escena en la que Adolfo Hitler conversa sobre el tema con uno de sus subordinados, el líder de la Alemania nacionalsocialista afirma que “la cuestión judía” está resultando sorprendentemente mucho más sencilla de tratar con los franceses, que con españoles e italianos.

Mientras tacha a los “latinos” de sentimentales, y por ello inferiores a los germanos, afirma que en concreto Francisco Franco se niega a colaborar en este asunto, defendiendo con firmeza a cada judío.

Una interesante escena, que supongo bien documentada en una película caracterizada por su respeto a los hechos históricos, y que unida al antisemitismo de nuestras actuales autoridades políticas, supongo que impedirá o restringirá la distribución de este largometraje en nuestra Patria.

La película no escatima crudeza en la descripción de los hechos y, como señalé cuando se estrenó, ha provocado una verdadera ola de “memoria histórica” entre los galos.

A mi mujer, que bañada en lágrimas no hacía más que preguntarme si realmente aquello sucedió, le costaba, igual que a mí, imaginar que algo semejante hubiese sucedido en París.