El 3 de febrero de 1875 tuvo lugar en Lácar una gran ofensiva de las leales tropas defensoras del Rey legítimo y la Tradición de las Españas, conocidos como Carlistas, contra el ejército liberal del Norte que terminó con la victoria total del ejército Carlista.
La Batalla se libró en el mismo pueblo de Lácar y murieron más de 1.000 soldados entre carlistas y liberales. La Batalla se fraguó en el Concejo de Alloz desde donde el ejército Carlista atacó al liberal que en ese momento estaban comiendo en la plaza del pueblo de Lácar, acompañados por música. Fue un ataque sorpresa que llevó a la victoria sin paliativos.
El ejercito liberal huyó hacía Lorca, donde en el Monte Esquinza, en la Ermita de San Cristóbal estaba apostado su mando y donde la noche anterior pernoctó el que se hacía llamar rey de España, Alfonso, usando el numeral doce.
Crónica de la Batalla de Lácar: Las cuatro columnas Carlistas estaban dispuestas con propósitos de acometer con furor a la vanguardia liberal que mandaba el General Primo de Rivera en Lácar y Lorca. Del mismo modo y con el mismo colosal estruendo que si una montaña se derrumbase, cayó sobre la brigada Bergés, el empuje de unos combatientes frenéticos; fue un rumor lejano; después un retumbar, y por último un ciclón, cuyas violentísimas ráfagas derribaron en un santiamén las resistencias alfonsinas.
Los 12 batallones de D. Carlos mandados por Mediry, corrían hacia Lácar con alocado empeño, leones y no hombres semejaban, lanzándose sobre el campo liberal con denuedo desconocido, soldados y pertrechos quedaron por las heredades y por los caminos.
Cundió el pánico en los batallones de D. Alfonso y el desconcierto trocóse en ligera fuga, que por momentos acrecentaba el temor colectivo; era brioso el acuchillar de los Carlistas, cuyas masas de bermejas boinas eran, al avanzar con huracanado ímpetu, como sanguinosa inundación, siendo Lacar tomado a la bayoneta.
Huían los liberales en derrota, arrollados por aquellos combatientes que eran hijos de quienes contestaban: “¡A la muerte!”, cuando les preguntaban al atacar a Bilbao en la guerra de Cabrera y Zumalacárregui: “¡Adonde vais, bárbaros navarros!”. Media hora bastó. Sembrada de muertos aparecía la campiña, lúgubre y desolada en las postreras horas, millares de bajas y de fusiles, tres piezas de artillería y enorme botín quedó en manos de las tropas de D. Carlos.
Como al mismo tiempo el General Carlista atacó desde Estella a Villatuerta, viose D. Alfonso a punto de ser copado, teniendo que huir a Oteiza.
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