“La sociedad humana, venerables hermanos y queridos hijos, tiene que ser considerada, ante todo, como una realidad de orden principalmente espiritual: que impulse a los hombres, iluminados por la verdad, a comunicarse entre sí los más diversos conocimientos; a defender sus derechos y cumplir sus deberes; a desear los bienes del espíritu; a disfrutar en común del justo placer de la belleza en todas sus manifestaciones; a sentirse inclinados continuamente a compartir con los demás lo mejor de sí mismos; a asimilar con afán, en provecho propio, los bienes espirituales del prójimo. Todos estos valores informan y, al mismo tiempo, dirigen las manifestaciones de la cultura, de la economía, de la convivencia social, del progreso y del orden político, del ordenamiento jurídico y, finalmente, de cuantos elementos constituyen la expresión externa de la comunidad humana en su incesante desarrollo.”
PACEM IN TERRIS
CARTA ENCÍCLICA DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
“Sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad.”
Como dice a este respecto el Catecismo de la Iglesia Católica: “La inversión de los medios y de los fines, lo que lleva a dar valor de fin último a lo que sólo es medio para alcanzarlo, o a considerar las personas como puros medios para un fin, engendra estructuras injustas que “hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana, conforme a los mandamientos del Legislador Divino” (Pío XII, Mensaje radiofónico, 1 junio 1941).”
Porque no se trata de paliar las terribles consecuencias de la política social autodestructiva que padecemos. Se trata de buscar sus causas últimas, de localizar el foco de la enfermedad y erradicarlo.
He leído el último articulito en The Wall Street Journal de José María Alfredo Aznar López, el antiguo falangista radical que llegó a ser el cuarto presidente del gobierno de la “democracia juancarlista”, hijo del propagandista de Falange Manuel Aznar Gómez Acedo y nieto de Manuel Aznar Zubigaray, que se afilió también a Falange Española durante el Alzamiento Nacional de 1936, tras haber pertenecido al Partido Nacionalista Vasco (PNV). Sin comentarios. En realidad es absurdo atacar a alguien por cambiar de opinión, cuando lo criticable es no tratar a lo largo de toda la vida de mejorar nuestros puntos de vista a través del estudio, la reflexión, el diálogo…
Lamentablemente sospecho que en la mayoría de los casos, aunque aparentemente las ideas “evolucionen”, lejos de encontrarnos con émulos de San Agustín, lo que vemos se parece más al famoso chiste gallego:
“Santiago le dice a su amigo Pepiño: lo tuyo no tiene nombre rapaz. Primero fuiste radical, después te afiliaste al socialismo de Casares, más tarde estabas en la derecha de Calvo Sotelo, cuando el Alzamiento asegurabas ser falangista, y ahora te hiciste del PSOE. ¡Pepiño! ¡Tú cambias continuamente de idea! No lo creas (contestó Pepiño), mi idea de siempre es ser concejal…”
Nada que objetar a lo expuesto por el presidente de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales en la gaceta oficial del liberalismo capitalista radical (añadiría judeo-masónico pero hoy estoy especialmente sosegado). Sin duda es cierto que la situación de nuestra Patria es desesperada y exige perentoriamente medidas drásticas.
Pero no es ese el problema. Y un cambio de gobierno, con ser necesario, no lo solucionará. La respuesta a la pregunta del título de su artículo, “What’s wrong with Spain?”, no se encuentra en lo expuesto en su contenido.
Incluso leyendo entre líneas sus criticas al desarrollo de la estructura del estado, el análisis es corto y timorato. Con ser un grave problema, el sistema político no es la raíz del problema, si no tan sólo su primera manifestación.
El mejor sistema teóricamente posible, sería inútil en manos de hombres que no estuvieran convencidos de lo que Su Santidad Juan XXIII nos decía en el párrafo con el que empieza esta entrada.
Por eso sinceramente creo que es tiempo de rasgar los corazones y no las vestiduras.
Hoy más que nunca es hora de redoblar esfuerzos en pro del Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo, de no escatimar esfuerzos en nuestra reivindicación de una sociedad fundamentada en los valores de nuestra Tradición, la única y verdadera tabla de salvación en este naufragio.
Por supuesto que luchamos por un Estado Católico Confesional, que nadie se avergüence de decirlo en voz alta y clara. Por supuesto que queremos un Rey que gobierne por la Gracia de Dios, cuya única meta sea la felicidad de sus súbditos y la mayor Gloria de Dios y de su Iglesia. Por supuesto que queremos una sociedad gobernada por sus instituciones propias, tradicionales y naturales, con gobernantes movidos por el deber y la responsabilidad, sin temor a encuestas, opiniones “públicas” interesadas o réditos electorales a corto plazo.
Sabemos que la lucha será dura y la espera larga, no nos importa. El futuro nos pertenece.
Como reza también el Catecismo de la Santa Madre Iglesia: “El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de los poderes del mal (cf. 2 Ts 2, 7), a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras no [...] haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios" (LG 48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1 Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12) cuando suplican: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 20; cf. 1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).”
“Cristo afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel (cf. Hch 1, 6-7) que, según los profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a todos los hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hch 1, 8), pero es también un tiempo marcado todavía por la "tribulación" (1 Co 7, 26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la Iglesia (cf. 1 P 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días (1 Jn 2, 18; 4, 3; 1 Tm 4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf. Mt 25, 1-13; Mc 13, 33-37).”