Como la vida de un hombre casado es su familia, muchos de mis comentarios en esta bitácora comienzan con una referencia a mi esposa o a alguno de mis hijos.
No recuerdo qué tarde de la semana pasada, mi hija la mediana me recordó que ya había pasado algún tiempo desde la última vez que pasamos por el confesionario. Supongo que el motivo eran los remordimientos por la última “trastada” o travesura, o algún otro “pecadillo” propio de sus diez añitos.
La cuestión es que le prometí que no pasaría de este domingo, que pasásemos todos por el saludable sacramento del perdón.
Una vez completado el proceso, examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia, el alivio y la alegría de saberme en Gracia de Dios, me hace ver las cosas desde una perspectiva más positiva.
Por eso, a pesar de que la lectura de la prensa esta mañana ha estado a punto de volver a arrastrarme a la desesperación, hoy en vez de criticar y dolerme por los tiempos que nos tocan vivir, me siento con ganas de dar gracias al Cielo por las poderosísimas armas que nos concede en la lucha y el sencillo y eficaz plan de combate que nos presenta.
Ciertamente que a mis pobres hijos, incluso en la escuela católica a la que asisten, les intentan inocular a diario errores graves y desviaciones peligrosas. Pero no tienen nada que hacer frente a la claridad de ideas y valores que reciben en casa desde que nacieron.
Para ello nada más fácil que liberarse de cobardías, miedos y vergüenzas, y hablar con los hijos abiertamente y en toda ocasión, de lo bueno y de lo malo, de la verdad y de las mentiras, de lo que creemos y de lo que no lograrán hacernos creer.
Por supuesto, para que la educación de sus frutos, se debe ser consecuente con lo que se predica, pues los niños no perdonan la falta de coherencia. Y hacen bien.
Otra de las razones de mi buen humor de hoy han sido las dos misas del fin de semana, la del domingo y la de Todos los Santos. Por lo visto, a pesar del mal tiempo, mucha gente ha aprovechado para viajar, y entre ellos los guitarristas del coro de mi parroquia. ¡Qué Dios me perdone por la falta de caridad! Pero… ¡qué maravilla es rezar el padrenuestro de verdad y no el de “Simon&Garfunkel”, o poder recogerse en oración después de comulgar sin la sensación de estar en un “tablao” flamenco!
Como me dijo mi hijo al salir de la iglesia, sólo hubiese faltado que a nadie le sonara el móvil para que la misa fuera casi perfecta. Salvando las distancias con una misa tradicional tridentina en latín como Dios manda, añado yo.
Ayer el mayor nos preguntó a su madre y mí para qué servía rezar por los difuntos. De nuevo le explicamos el significado del Purgatorio y lo comprendió perfectamente. Repasamos juntos la lista de los difuntos de la familia que él conoció en vida y sin duda hoy tendrán de su parte una oración. Acordamos además que llegado el día, rezaría y ofrecería misas por las almas de sus padres y sólo pidió a cambio que cuando llegásemos al Cielo, fuéramos nosotros lo que intercediéramos por él.
Y los políticos pretenden adoctrinarlo, ¡van listos!
1 commentaire:
Buenos días.
Tan sólo agradecerle por esta entrada que ha escrito. Particularmente cuando veo testimonios de familias católicas, especialmente cuando salen esos niños que parecen que son los que cambiarán el mundo, me lleno de alegría.
En Cristo y María.
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