Como comenté hace unos días, entre mis lecturas de verano he incluido este año el famoso panfleto de Chateaubriand “De Buonaparte y de los Borbones”.
Lo estoy leyendo en la reciente edición publicada por la editorial Acantilado, que ha sido un auténtico descubrimiento. Ardo en deseos de adquirir alguna de las múltiples obras de Zweig que incluyen en su catálogo.
El panfleto de Chateaubriand resulta de una actualidad increíble, pese a tener aproximadamente doscientos años. Su manera de presentar las virtudes de la Tradición frente a los vicios horrendos de las revoluciones, y su excelente descripción de tiranos y dictadores sedientos de sangre como Napoleón, en cuya descripción a veces nos parece estar viendo a Hitler o a Stalin, de los que el pequeño usurpador corso fue el claro precedente, como la revolución francesa lo fue de la bolchevique, frente a la serenidad, el cumplimiento del deber y el amor a la Patria y a su pueblo de los monarcas cristianos legítimos, resumen magistralmente toda una teoría de la historia, veraz, auténtica y clarividente, cuya lectura por los jóvenes estudiantes podría desarrollar en ellos un espíritu crítico frente a las falacias que componen los manuales oficiales actualmente en vigor en escuelas, institutos y universidades.
Resultaría tal vez entonces posible que muchos se replanteasen las patrañas que les han contado como dogmas de obligada aceptación sobre Luis XVI, ese gran Rey de Francia sobre el que tantas mentiras se han escrito para justificar el baño de sangre criminal y terrorífico de los asesinos de las guillotinas.
Tal vez algunos empezaran entonces a mirar con otros ojos esas engañosas trampas como los “derechos humanos”, “la democracia”, “el derecho internacional humanitario” y tantas otras sandeces con que los masónicos dueños actuales del planeta han intentado suplantar los sagrados principios de gobierno de la Tradición Católica.
En un orden de cosas menos universal, si es que algo puede ser español sin ser a la vez universal, nuestra visión de Francia, tan emponzoñada por los crímenes napoleónicos, podría aclarase al descubrir el rechazo que estos actos causaron en la verdadera Francia.
En palabras del Vizconde de Chateaubriand:
“Cada nación tiene sus peculiares vicios, y no son los de los Franceses la alevosía, la ingratitud y el encono. La muerte del duque de Enghien, la tortura y el asesinato de Pichegru, la guerra de España y la cautividad del Papa, anuncian en Buonaparte su cuna extranjera. Aunque abrumados con las cadenas que en nuestros hombros cargaban, no menos compasivos con la desgracia que amantes de la gloria, lloramos al duque de Enghien, a Pichegru, a Georges y a Moreau; tributamos nuestra admiración a Zaragoza, y nuestro respetuoso homenaje a un Pontífice cargado de grilletes. El que robó sus Estados al venerable sacerdote que había puesto en su frente la corona; el que tuvo la osadía de poner en Fontainebleau la mano en el Sumo Pontífice, y arrastrar por sus canas al padre de las fieles, creyendo acaso alcanzar un nuevo triunfo, no sabía que le quedaba al heredero de Jesucristo el cetro de caña, y la corona de espinas que tarde o temprano vencen el poderío de los perversos.
Vendrá tiempo , según espero , que declaren con un acto solemne los Franceses libres que no han sido cómplices de estos horrores tiránicos , que el asesinato del duque de Enghien , la cautividad del Papa y la guerra de España son acciones impías , sacrílegas , odiosas , y más que todo anti-francesas, y que toda su ignominia recae en la cabeza de un extranjero.”
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