La última entrada publicada en « El Brigante », sobre la Sagrada Comunión y las condiciones precisas para su recepción, es sencillamente brillante. Y lo es por su sencillez, por eso que en España conocemos como “llamar al pan, pan, y al vino, vino”, expresión muy apropiada si hablamos precisamente de las especies del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.
El artículo original al que se refiere la entrada contiene además una referencia final que quisiera destacar hoy aquí.
Se trata de señalar un error presente en aquello que se ha dado en llamar el Catolicismo Tradicional o Tradicionalista, de cuyas posturas y planteamientos yo mismo me siento muy cercano, más que cercano podría decir, sin que ello me desvíe un ápice de la obediencia a la Santa Madre Iglesia, acogiéndome siempre, en caso de duda, a su infalible Magisterio.
Y de ese problema trata la parte final del artículo, que trato de traducir para los que no dominen el francés:
“Una de las facetas de la herejía jansenita fue confundir la condición con el resultado. Los enemigos de Jesucristo y su Iglesia pretendían que es necesario ser santo para comulgar, siendo que la santidad es fruto de la Santa Comunión: no es producto de nuestro esfuerzo (aunque sea necesario), si no la acción de Jesucristo infinitamente santo presente en el Sacramento.
Un error similar e igualmente nefasto circula hoy en día en los medios llamados tradicionales: consiste en afirmar que la conformidad con la Tradición de la Iglesia es condición previa a la infalibilidad del Magisterio, siendo que dicha conformidad es el resultado de la infalibilidad. Este error forjado para escapar a la lógica de la fe es mucho más grave que un simple desprecio: hace vano el Magisterio de la Iglesia, imposibilita el conocimiento cierto de la Revelación Divina, destruye la fe sin la que resulta imposible agradar a Dios.”
El artículo sin duda debe movernos a reflexión para que nuestras posturas de fidelidad absoluta a la única fe verdadera no nos lleven, por orgullo, falta de caridad o rebeldía, a alejarnos de nuestra Santa Madre Iglesia, la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo, impidiéndonos ser aquello que precisamente luchamos por seguir siendo frente a viento y marea, Católicos.
Termino traduciendo el párrafo final:
“Lejos de estos dos errores devastadores, atémonos a Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre. En la Santa Iglesia y por ella, Él nos concede estos dos regalos que manifiestan su bondad infinita: la virtud de la fe, por la que nos ilumina con la Verdad eterna; la Santa Comunión, por la que anticipa en nuestras almas la Vida Eterna, y nos da los medios para perseverar.”
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