... Por eso deberíamos
estimarnos afortunados cada vez que se nos ofrece la posibilidad de oír una
Santa Misa, y no echarnos atrás ante cualquier sacrificio para no perderla,
especialmente los días de precepto (domingos y festivos) en los que la
obligación de participar en la Santa Misa es grave, y que, por tanto, el que no
va comete pecado mortal. Pensemos en Santa María Goretti, quien para ir a Misa
los domingos recorría a pie, entre ida y vuelta, ¡24 kilómetros! Pensemos en
Santina Campana que se iba a Misa teniendo una fiebre altísima.
Pensemos en San
Maximiliano Mª Kolbe que celebraba la Santa Misa en unas condiciones de salud
tan impresionantes que hacía falta que lo sostuviera un Hermano en el altar
para que no se cayese. Y ¿cuántas veces San Pío de Pietrelcina celebró la Misa
preso de la fiebre y sangrando?
Y si las
enfermedades impedían a los santos tomar parte en la Santa Misa, al menos se
unían espiritualmente a los sacerdotes celebrantes en todas las iglesias de la
tierra. Así lo hizo Santa Bernardita cuando tuvo que estar clavada al lecho
durante mucho tiempo. Decía a sus hermanas: “La Misas se celebran perpetuamente
en uno u otro sitio del mundo; yo me uno a todas estas Misas, sobre todo
durante las noches que paso sin coger el sueño”.
En nuestra vida de
cada día debemos preferir la Santa Misa a cualquier otra cosa buena, porque
como dice San Bernardo: “Se obtiene más mérito oyendo devotamente una Santa
Misa que distribuyendo a los pobres toda la sustancia propia y andando de
peregrinación por toda la tierra”. Y no puede ser de otra manera porque no
puede haber ninguna cosa en el mundo que pueda tener el valor infinito de una
Santa Misa. “El martirio no es nada –decía el Santo Cura de Ars– en comparación
con la Misa, porque el martirio es el sacrificio del hombre a Dios, mientras
que la Misa es ¡el sacrificio de Dios por el hombre!”.
Tanto más debemos
preferir la Santa Misa a las diversiones en las que se pierde el tiempo sin
ninguna ventaja para el alma. San Luis IX, rey de Francia, oía varias Misas
todos los días. Algún ministro se quejó de eso diciendo que podía dedicar ese
tiempo en asuntos del reino. El santo rey le dijo: “Si emplease el doble de
tiempo en diversiones y en la caza, nadie tendría nada que criticar”.
Seamos generosos y
hagamos voluntariamente algún sacrificio para no perder un bien tan grande. San
Agustín decía a sus cristianos: “Todos los pasos que da uno para ir a oír la
Santa Misa, los va contando un Ángel, y Dios concederá un premio incomparable
en esta vida y en la eternidad”. Y el Santo Cura de Ars añade: “¡Qué feliz se
siente el Ángel de la Guarda que acompaña a un alma a la Santa Misa!”.
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