Los efectos
saludables que produce además cada Sacrificio de la Misa en las almas de los
que participan en ella son admirables; obtiene el arrepentimiento y el perdón
de las culpas, disminuye la pena temporal debida por los pecados, debilita el
imperio de Satanás y los ardores de la concupiscencia, consolida los vínculos
de la incorporación a Cristo, preserva de los peligros y desgracias, abrevia la
duración del Purgatorio, procura un grado mayor de gloria en el Cielo. San
Lorenzo Justiniano dice: “Ninguna lengua humana puede enumerar los favores que
tienen su origen en el sacrificio de la Misa: El pecador se reconcilia con
Dios, el justo se hace más justo, se cancelan las culpas, se aniquilan los
vicios, se alimentan las virtudes y los méritos, y se rebaten las insidias
diabólicas”. Por eso San Leonardo de Puerto Mauricio no paraba de exhortar a
las multitudes que le escuchaban: “Oh pueblo engañado ¿qué haces? ¿Por qué no
corres a la iglesia a oír todas las misas que puedas? ¿Por qué no imitas a los
ángeles que cuando se celebra la Misa bajan en escuadrones desde el Cielo y se
quedan en torno a nuestros altares, en adoración, para interceder por
nosotros?”.
Si es verdad que
todos tenemos necesidad de tener gracias para esta vida y para la otra, con
nada se pueden obtener como con la Santa Misa. San Felipe Neri decía: “Con la
oración pedimos a Dios las gracias; en la Santa Misa le obligamos a dárnoslas”.
La oración hecha durante la Santa Misa implica a todo nuestro sacerdocio, bien
sea el ministerial exclusivo del sacerdote, bien sea el común a todos los
fieles. En la Santa Misa, nuestra plegaria va unida con la plegaria sacrificada
de Jesús que se inmola por nosotros.
Especialmente
durante el Canon, que es el corazón de la Misa, la plegaria de todos nosotros
se convierte en la plegaria de Jesús presente entre nosotros. Los dos momentos
del Canon Romano en los que se puede recordar a los vivos y a los difuntos son
los momentos de oro de nuestra súplica: Podemos rezar por nuestras necesidades,
podemos encomendar a las personas queridas, vivas y difuntas, precisamente en
los instantes supremos de la Pasión y Muerte de Jesús entre las manos del
sacerdote.
Aprovechémonos con
delicadeza; los santos tenían mucha, y cuando se encomendaban a la plegaria de
los sacerdotes les pedían que los recordasen sobre todo en el Canon.
En particular, en
la hora de la muerte, las misas oídas devotamente serán nuestro mayor consuelo
y esperanza; y una Misa oída durante la vida será más saludable que muchas
misas oídas por otros a favor nuestro cuando hayamos muerto. San José
Cottolengo garantiza una muerte santa a quien participa frecuentemente en la
Santa Misa. También San Juan Bosco considera un signo de predestinación oír
muchas Misas. “Estate segura –dijo Jesús a Santa Gertrudis– de que yo mandaré
tantos de mis santos cuantas hayan sido las Misas bien oídas por quien oye
devotamente la Santa Misa para protegerle y ayudarle en los últimos instantes
de su vida”.
¡Qué consolador es
esto! Tenía razón el Santo Cura de Ars al decir: “Si conociéramos el valor del
Santo Sacrificio de la Misa, ¡cuánto mayor celo pondríamos en oírla!”.
Y San Pedro Julián
Eymard exhortaba así: “Entérate, oh cristiano, de que la Misa es el acto más
santo de nuestra Religión; tú no podrías hacer nada más glorioso para Dios ni
más provechoso para tu alma que oírla piadosamente y con la mayor frecuencia
posible”.
Continuará…
1 commentaire:
"una Misa oída durante la vida será más saludable que muchas misas oídas por otros a favor nuestro cuando hayamos muerto"
Que bien explicado en tan pocas palabras.
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