Hoy las lecturas de la Santa Misa han sido especialmente reveladoras. Sin duda Dios Nuestro Señor interviene siempre en nuestros miserables debates con voz alta y clara. Sólo hace falta querer escucharle.
Tras leer la reflexión que ayer publicaba Astigarraga en Núcleo de la Lealtad sobre la responsabilidad personal de Juan Carlos de Borbón en la sanción, promulgación y orden de inmediata publicación de la ley del aborto, oír en el Salmo “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?” me ha resultado reconfortante.
Debo reconocer que también me reconforta un poco el hecho de que Joaquín Manuel Montero, teniente de alcalde de Paradas (Sevilla), haya solicitado la baja como militante del PSOE, después de que se aprobara en el Senado la citada ley del aborto impulsada por el Gobierno. “Hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.
Pero sin duda la carta de San Pablo a los Filipenses ha sido reveladora. “Hay muchos que andan como enemigos de la Cruz de Cristo: su paradero la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a cosas terrenas. Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del Cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo.”
El Evangelio, sublime como siempre. La Transfiguración.
Pedro, Juan y Santiago representando a toda la humanidad y, como dijo San Ambrosio, Padre de la Iglesia, Moisés representa la Ley y Elías la Profecía, junto al Verbo, Nuestro Señor Jesucristo.
San Agustín, otro Padre de la Iglesia, nos recuerda que, si bien Pedro pide tres tiendas, sólo puede haber una, ya que tras la resurrección, la Ley o la Profecía ya no sirven, desaparecen, solo queda el Verbo.
En palabras de otro de los Padres de la Iglesia, San Jerónimo, “Pedro te equivocas… no busques tres tiendas, sólo hay una, la del evangelio que recapitula la ley y los profetas”.
Que tampoco nosotros intentemos dividir lo que solamente puede ser uno.