El sistema capitalista, impuesto tras la revolución francesa para destruir la sociedad estamental, aquella en la que cada cual sabía quién era y cuáles eran sus obligaciones con los demás, y sustituirla por la tiranía del dinero, la creación de "riqueza", la productividad, la rentabilidad y otras monstruosidades que confunden valor con precio, ha devorado al hombre moderno en una espiral maldita de autodestrucción.
El comunismo y el socialismo han sido únicamente la otra cara de la misma moneda. Materialismo histórico y otras filosofías degeneradas.
Como decía el Príncipe de Salina, Burt Lancaster, en esa obra maestra de Luchino Visconti que se llama "Il Gattopardo", un mundo de "leoni e giaguari" (leones y jaguares) fue sustituido por otro de "sciacalli e iene" (chacales e hienas).
El hombre de nuestros días está sometido a la esclavitud del consumo. Para que este sistema económico bastardo se sostenga, tiene que producir sin parar y alguien tiene que adquirir la producción. El símil mas claro es un ciclista, si deja de pedalear, a la larga se cae.
Por eso se nos explica que "necesitamos" un televisor más grande y más plano, un teléfono móvil más sofisticado, un ordenador portátil con conexiones más veloces, un coche con muchísimos artilugios...
Hay ejemplos absolutamente ridículos, como el horno microondas. Cada vez que mi mujer y yo declaramos no tener en nuestro hogar semejante cacharro, el interlocutor nos pregunta asombrado cómo calentamos la leche del desayuno. Cuando escucha que empleamos una cacerola, nos mira como si fuésemos esos tipos de las películas americanas que se visten de negro, llevan barba y viajan en carretas. El hecho de que se tarde exactamente el mismo tiempo en calentar la leche al fuego que en el microondas o que realmente la leche tenga un sabor diferente, le da exactamente igual, no usar el microondas es un atraso y punto.
Si supiese cuantas horas pasamos leyendo o conversando, cuando podríamos estar informándonos sobre el penúltimo ayuntamiento carnal de la prima de la consuegra de uno que conocía a otro que salio un día en la tele, no se lo creería. Mejor guardar el secreto.
En ocasiones, cuando mi familia y yo hemos cambiado de lugar de residencia, hemos vivido la experiencia de pasar un par de semanas en un apartamento casi vacío, por que el camión de la mudanza se lo había llevado todo ya. Entonces nos damos cuenta de lo poco que necesitamos realmente.
Mudarse y viajar, viajar de verdad, es siempre una experiencia enriquecedora, demuestra que no se tiene miedo al futuro, da la oportunidad de distinguir lo importante de lo superfluo, ayuda a desembarazarse de muchas cargas artificiales e inútiles... y sobre todo amplia el horizonte.
Siguiendo con el ejemplo de la cocina, aunque podríamos recorrer cualquier otra estancia de nuestros hogares para descubrir en cuántas estupideces malgastamos nuestra hacienda, no hay cosa más ridícula que esas cocinas llenas de artilugios inútiles como las maquinitas de café de moda que únicamente funcionan introduciéndoles unos espantosos botecitos de colores que, por supuesto, hay que comprarle al vendedor de la maquinita, o esos supuestos robots de cocina que sustituyen a la cocinera, qué pretenciosa estupidez, y que producen unos platos absolutamente deleznables, con todos los trozos de carne o verdura cortados geométricamente iguales, las texturas absolutamente uniformes y los sabores totalmente ausentes.
En mi casa, cuando nos sentamos a la mesa, siempre todos juntos, mi benjamín pronuncia la bendición y da gracias a Dios por los alimentos, yo, el pater familas, parto y distribuyo el pan con mis manos, mi esposa sirve la comida que ha cocinado ella misma de principio a fin, y tras llevarnos la primera cucharada a la boca, indefectiblemente, le dedicamos un merecidísimo aplauso.
1 commentaire:
Totalmente de acuerdo, punto por punto. Y, como Vd. dice: los libros que me interesan se publicaron en otra época.
Gracias por sus escritos. Es un gusto leerlo.
Saludos en Cristo Rey.
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