La Fiesta de los Mártires de la Tradición que estos días, 10 de marzo, celebramos tiene, de siempre, una doble referencia: a los mártires sangrientos del sentido estricto, a los nuevos y heridos en combate, en atentados y reyertas, y a los que sin derramamiento de sangre han sufrido en el discurrir de sus vidas notables quebrantos económicos y sociales por propagar y defender ideas y posturas católicas, antilaicistas y patrióticas.
Estas dos referencias han coincidido siempre, pero en distinta cuantía y proporción según las épocas. Los derramamientos de sangre acarrean, además, pérdidas económicas y retraimiento social. Y las distintas ideologías producen, además, dolores de cabeza y trastornos psicosomáticos y adelgazamiento. Los enemigos del Carlismo se han esforzado en presentarlo como un movimiento principalmente guerrero, con mártires cruentos, pero de esto llena sólo una parte menor de su historia cuajada en mucha mayor extensión de disputas ideológicas. En el día de hoy hay mucho más derramamiento de tinta, saliva, sudor y lágrimas que de sangre. Hay más mártires incruentos que cruentos debido a los cambios sociales. Aumenta en proporciones patológicas el número de funcionarios y el de empleados respecto de los profesionales liberales, artesanales y autónomos.
En el mundo laboral cerrado de los escalafones militares y de la Administración, y en el de las grandes empresas, cada vez mayores, se ha impuesto la moda de que el ascenso o la promoción, como se llama en la vida laboral civil, se alcance cada vez menos simplemente por antigüedad o por algún otro parámetro sencillo, y la designación clásica es reemplazada por una “evaluación” compleja de circunstancias que a veces se llaman “méritos” entre los cuales pesan, y no poco, aunque sutilmente, posturas y actividades ideológicas de todas clases y también religioso políticas.
Todos los funcionarios saben que para su ascenso o promoción es peligroso “significarse”. Es peligroso ser “sal de la tierra” o “luz del mundo”. Por un no perder esta condición evangélica, por no callar, se está engrosando silenciosamente un batallón de nuevos Mártires de la Tradición. Algunos sufren mucho a veces parcialmente de manera visible, para que aprendan los que miran, y siempre muchos más, en silencio.
Correlativamente, los nuevos perseguidores de los confesores ya no son los asesinos clásicos sucios y desarrapados, de lenguaje soez y blasfemo, sino “ejecutivos” gastados en el vestir, corteses y de pocas palabras y algunos con un cierto aire demócrata cristiano; escuchan a los tradicionalistas con una sonrisita recortada con aire de superioridad y de perdonavidas, y les someten a un toreo elegante suave y eficaz. ¡Cuántos católicos tradicionalistas son sutilmente postergados así, sin explicaciones, lo cual acentúa la humillación y el sufrimiento, por su oposición a la laicidad y al laicismo positivo, por oponerse a las sectas y exaltar la confesionalidad católica del Estado!
Acentúa el carácter novedoso de esta nueva forma de persecución incruenta que los nuevos perseguidores cuentan con un arsenal de cacharritos electrónicos, siempre “de la última generación”, que les permiten acceder al fondo de la intimidad de sus víctimas y descubrir en él rendijas por donde destilar su veneno. Las pocas veces que manifiestan su pensamiento lo hacen a favor del mal menor, de la separación de la Iglesia y del Estado y a favor de otras “tradiciones religiosas”.
Pero ante ellos, sus nuevas víctimas, los nuevos Mártires de la Tradición, siguen, valientes, pensando, como los ya consagrados por la historia, que “Ante Dios nunca serás héroe anónimo”.
Manuel de SANTA CRUZ
Siempre p’alante, nº 713, 1.3.2014, p. 3
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