Todo parece indicar que sí, pero ya veremos.
No perdamos de
vista de qué estamos hablando. No caigamos en las trampas dialécticas de
siempre. No hablamos de invasión ni de independencia, no hablamos de derechos
humanos, tampoco de autodeterminación ni otras zarandajas modernistas. No.
¿Alguien se acuerda
de la brigada ligera? Media legua, media
legua, por el Valle de la Muerte cabalgaron los seiscientos…
La Guerra de
Crimea, 1853-1856. Una guerra de religión, tengámoslo presente. El turco, que
ocupa Constantinopla desde aquella triste fecha del 29 de mayo de 1453, erigido
en árbitro entre cristianos. Rusia defiende a los Ortodoxos y Francia a los
Católicos.
Rusia, tras haber
contribuido a la defensa de Europa frente a las oleadas revolucionarias del
XIX, espera algo de lealtad cristiana, pero finalmente Inglaterra, siempre
Inglaterra, arrastra a Francia a la guerra en apoyo del turco y en contra de
Rusia.
Proteger sus
intereses comerciales y evitar que Rusia pueda emplear el mediterráneo está
para la pérfida Albión por encima de cualquier otra consideración.
¿Y que nos jugamos
hoy en Crimea? Absolutamente todo.
Hagamos cuentas y
reflexionemos un poco. Sabemos qué defienden los gobiernos de los Estados
Unidos de América y el Reino Unido, con su corte de plañideras y esclavos
europeos.
Sabemos que la
cadena que nos esclaviza se llama deuda, Banco Mundial y FMI, etc.
Sabemos que
nuestros gobiernos seguirán aplicándonos el látigo mientras así lo exijan sus
amos. Sin piedad, sin esperanza.
Y sabemos que todo
el poder del monstruo que controla el mundo, con su entramado criminal de
instituciones financieras en las que no existe el más mínimo atisbo de control
exterior o democracia de ningún tipo y mediante la férrea dirección de sus
redes internacionales de medios de comunicación, todo su poder se asienta sobre
barro. Mejor dicho sobre papel, el de los billetes de dólar, moneda que no
tiene en nuestros días el más mínimo valor real.
Nadie que haya
desafiado al dólar ha sobrevivido. Oriente es un reguero de víctimas mortales
del dólar, y África, y Asia también.
Pero en Rusia
corren nuevos tiempos. Alguien ha logrado unir de nuevo a Rusia. El oso ruso
despierta y su fuerza parece mayor que nunca.
Su fuerza, no nos
equivoquemos, es fundamentalmente moral. Firmeza en la defensa de los
principios. Civilización cristiana.
Y la fortaleza
interna en combinación con la fortaleza natural de la mayor de las naciones de
la tierra no es algo que pase desapercibido.
Desde finales del
año pasado la Rusia Cristiana Ortodoxa y la atea y relativista Unión Europea se
disputan Ucrania. ¿Alguien sigue creyendo en los movimientos populares después
de la “primavera árabe”?
Y ahora, con el
legítimo presidente ucraniano exiliado en Rusia, los esclavos del dólar creían
haber consumado la invasión económica en su desesperado proceso de expansión
tras haber dejado ya Occidente esquilmado y como un erial.
Pero las invasiones
imperialistas modernas pueden aún ser desafiadas con las armas clásicas, con
fuerza y con determinación.
Estemos atentos.
Y rezando.
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