samedi 20 septembre 2014

Más sociedad, menos estado (III)

... Nadie puede decir con certeza cuál habría sido el desarrollo occidental y, por lo tanto, de las instituciones autónomas si tres factores nuevos no se hubiesen intercalado en la historia de Occidente. Después de la evolución orgánica desde la caída del Imperio Romano hasta el siglo XV (mil años), esta red de instituciones autónomas y libres murió de repente. Más bien tres factores asesinaron los organismos representativos de la antigua cristiandad y así produjeron la crisis perpetua dentro de la cual el Occidente ha venido a dar durante cuatro siglos.
Estos tres factores fueron:
1) El nacimiento del Estado absoluto. Primeramente de hecho en Francia con el absolutismo borbónico y con la teoría de Juan Bodino.
2) El nacimiento del capitalismo liberal respaldado por el Calvinismo protestante.
3) La Revolución Industrial.
Si queremos localizar el papel potencial de los Cuerpos Intermedios en la sociedad actual tendremos que darnos cuenta del daño enorme hecho a la cristiandad por estas tres causas.
En primer lugar el nacimiento del Estado absoluto. El crecimiento del poder real en Francia, primeramente, y luego en todo el continente hizo desaparecer a todas las instituciones sobre las cuales ya he hablado. Quedaron unas momias de gremios, universidades, fueros y de los demás organismos de los que ya he hablado. Momias desangradas y despojadas de vida propia. El Estado centralizaba no solamente todo el poder, sino que toda la autoridad dentro de ella. Así, destrozando toda la autonomía de la sociedad, reduciéndola a un terreno enorme administrado desde la capital. Reduciéndola a un desierto enorme sin vitalidad propia.
Lo que empezó el absolutismo borbónico, la Revolución Francesa y liberal lo continuaron. Las regiones, primeramente en Francia, luego en España y en todo el mundo latino perdieron sus antiguos fueros y se redujeron a meras entidades administradas. Los gremios o desaparecieron o se marchitaron hasta llegar a ser reliquias pintorescas de una edad ya muerta.
El Estado liberal simplemente se apoderó de las Universidades en un robo gigantesco. Los bienes municipales pasaron al Estado para terminar en las manos de una clase nueva de burgueses. Lo que pasó era un levantamiento en masa de los ricos nuevos contra los pobres. Así defraudada y desilusionada, la nueva masa amorfa llegó a ser la víctima de la propaganda marxista.
En segundo lugar, el capitalismo liberal nació en Inglaterra y en Holanda, hasta cierto punto en Francia, Italia y más tarde en España y la América hispánica. El capitalismo liberal es la consecuencia directa del calvinismo protestante. Calvino había predicado que la gran masa de los hombres está predestinada al infierno. Dios señala a los pocos salvados, un puñado de santos, a través de unos signos o símbolos. Los calvinistas interpretaban a su maestro en un sentido capitalista, a saber: los santos son los hombres que han obtenido un éxito material en la vida. Por eso, el capitalismo, ya nacido en Europa antes, recibió la escuela que necesitaba para desarrollarse. Sellaba con una aprobación carismática, mesiánica, la nueva burguesía, aliada con el Estado absoluto nuevo, concentraba en todo lo posible la riqueza del continente en sus manos. Este dinamismo liberal y calvinista se compaginaba perfectamente con lo que el Estado absoluto estaba haciendo. Todo trabajaba en unión para que la antigua estructuración de la sociedad desapareciera.
Si Inglaterra hoy en día es un país de parques preciosos, y lo es, se debe al hecho de que estos parques habían sido las tierras de campesinos libres en el pasado, ahora convertidos en jardines y en campos de caza para una nueva clase que simplemente robó el país de sus antiguos dueños.
En España, por poner otro ejemplo, la cuarta parte de la tierra pasó en un año, en el siglo XIX, de la Iglesia y de los Municipios a las manos del liberalismo nuevo. Me refiero a la famosa desamortización de Mendizábal, masón.
En tercer lugar, estalló una revolución industrial. Si esa revolución se hubiera desarrollado a través de la estructuración católica de la cristiandad antigua, viviríamos en un mundo radicalmente diferente hoy. La máquina es un instrumento, ¿verdad?, nada más. Pudiera haber evolucionado en aras de un perfeccionamiento del empresario pequeño así como del grande. La Revolución Industrial pudiera haber encajado dentro de una sociedad no capitalista-liberal; pero nunca debernos olvidar que el liberalismo ya se había apoderado del Continente europeo antes del comienzo de la revolución industrial a fines del siglo XVIII.
Por eso la clase liberal-capitalista-calvinista y masónica en gran parte, pudo apoderarse de la técnica nueva en aras de sus propias metas. Decir que una sociedad llena de proletarios es el precio que tuvimos que pagar para el progreso técnico es simplemente una mentira.
Ahora bien, la Iglesia Católica lanzó su doctrina social sobre el papel imprescindible de los Cuerpos Intermedios en el siglo pasado, empezando con León XIII. En la Edad Media el contenido de esta doctrina era menos doctrina que vida, como ya hemos dicho, pero la formulación nueva de la misma realidad tuvo que tener en cuenta la existencia del Estado moderno. Lo que la filosofía política y social de la Iglesia exige, en una palabra, es que el Estado devuelva a la sociedad lo que el mismo Estado robó de ella a través de cuatro siglos de latrocinio, ni más ni menos.
Por eso, la doctrina papal encuentra su cetro dorado en el principio de la subsidiariedad. Este principio, la espina dorsal de la doctrina social de la Iglesia, tal y como aquella doctrina se ha desarrollado a través de las Encíclicas, aparece en Cuadragésimo Anno como el más importante principio de la filosofía social.
Se puede formular la idea central de subsidiariedad en estas palabras: Todo lo que pertenece a una sociedad o grupo inferior debe ser ejecutado por el grupo en cuestión, a menos que éste no pueda hacerlo. En tal caso, la sociedad inferior precisa de la ayuda de la sociedad inmediatamente superior a ella. Lo que se aplica a la familia en cuanto a sus relaciones con las sociedades superiores, a ella se aplica también dentro de la misma familia. El padre no debe asumir las responsabilidades de la madre, a no ser que ella no esté en condiciones para desempeñarlas. Los padres no deben asumir las responsabilidades de sus hijos, siempre que ellos tengan la madurez necesaria para llevarlas a cabo.
Este principio contiene dos componentes: por un lado la libertad, por el otro lado la solidaridad.
A la libertad pertenece la primera parte del principio. El grupo superior debe abstenerse de hacer lo que el inferior puede hacer libremente. Una intervención aquí haría que la voluntad y la responsabilidad, condiciones para el ejercicio de la libertad, se marchitasen. Tal intervención reduciría al hombre al nivel de un esclavo. A la solidaridad, la segunda parte del principio, pertenece lo positivo, el grupo superior debe intervenir cuando el inferior no puede hacer lo que por naturaleza le atañe.
Para poner un ejemplo: una sociedad que permitiese que el hombre muriese en la calle por no tener trabajo, pecaría gravemente contra la justicia, pero esta solidaridad de hombres y grupos no se restringe a una incapacidad, incluye también lo que pertenece por naturaleza a un grupo. Por ejemplo: no es propio de la familia defender la ciudad, donde tiene su casa y sus bienes, este trabajo pertenece a un organismo superior; el Ayuntamiento; pero, ojo aquí, el principio no tiene nada que ver con una eficacia puramente técnica. A menudo un organismo superior puede hacer el trabajo o cumplir con el deber de un organismo inferior mejor que él. Esto no tiene importancia alguna, según la doctrina de subsidiariedad; si lo tuviera caeríamos en una tecnocracia fría. Con tal de que el organismo inferior pueda desempeñar su papel aun con menos eficacia técnica, el organismo superior no debe de intervenir en absoluto. Como el gran pensador católico inglés, Chesterton escribió: "Hay muchos hombres que podrían organizar mi casa mejor que yo, pero eso no quita ni mi libertad ni responsabilidad para con mi propia casa."
En una palabra, el principio de la subsidiariedad no tiene nada que ver con la eficacia técnica sino con la libertad y con la solidaridad ...

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