El domingo pasado, como suele ser habitual en él, Jon Juaristi confundía y mezclaba, en un artículo del ABC, conceptos que no alcanza a entender o que se niega a aceptar, tergiversando la tozuda realidad, cada vez más evidente, para tratar de obtener la cuadratura del círculo, intentando ofrecer un panegírico de Carlos Hugo de Borbón y Parma a los lectores dominicales del diario, que en su mayoría ignoran de quién se trata.
Acierta sin duda el articulista al cifrar la fortaleza del carlismo en la defensa de la Tradición (“ese complejo armónico que sus gentes llamaban tradición”), y en cierto modo al destacar la necesaria unidad de estado y religión, la coherencia entre lo privado y lo público, cuando se lucha para que Cristo reine en los corazones y en las naciones.
Después acomete una defensa teórica del devenir del malogrado príncipe, en una argumentación que no resiste el más somero análisis, achacando finalmente a la mala suerte lo que ni siquiera él es capaz de justificar en modo alguno.
Con todo debemos agradecerle al señor Juaristi la publicidad no solicitada que hace en su artículo a “los grupos residuales del carlismo, todos ellos extraparlamentarios y sin recursos económicos, como tantos que pueblan la blogosfera”. A lo mejor a algunos lectores aburridos y curiosos del ABC se les ocurre buscarnos en la red y, con suerte, alguno llega a darse cuenta de aún en el siglo XXI se puede pensar con claridad y vivir en coherencia con lo que se piensa y se cree, sin engañar ni engañarse.
En otro orden de cosas, después de unos meses de cambios, mudanzas y viajes, mi familia y yo estamos casi instalados en nuestra nueva residencia, y una nueva etapa de nuestras vidas acaba de empezar.
Dudé qué libro leer tras cerrar la última página del libro de Max Gallo sobre San Bernardo, “La cruzada del monje”, que tan magistralmente presenta la vida del que podría ser considerado realmente como el fundador de la orden del Císter, aunque de facto no lo fuese. Posiblemente dedique también una entrada en esta bitácora al epílogo del libro, que lo es de la trilogía de la que he hablado en anteriores ocasiones, ya que cierra con brillantez el prólogo que presenté hace unos meses.
Finalmente, aunque me tentó y me hice con un ejemplar de “La promesa del alba” de Romain Gary, que se menciona en la película de Gérard Depardieu de la que hablé hace poco y que he visto que ha llegado a los cines de España en versión doblada al castellano, haciendo honor al título de mi bitácora, me decidí por “Le Père Goriot”, traducido al castellano como “El padre Goriot” o “El tío Goriot”, sin duda la forma más recomendable de sumergirse en “La Comédie humaine”, el gran universo novelesco de Balzac en el que se encierra tanta sabiduría sobre el ser humano de ayer, hoy y siempre.
Como era previsible, el tiempo que dedico diariamente a su lectura es uno de los mejores momentos de la jornada.
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