Juaristi y el carlismo
Sr. Director: El ABC del pasado domingo 29 publica un artículo de Jon Juaristi titulado "Carlismos", donde analiza las actividades políticas de don Carlos Hugo de Borbón y le proporciona post mortem los consejos culinarios que le hubieran llevado a ocupar un sabroso puesto en la transición. Aplaude Juaristi su designio de aprovechar la masa del pueblo carlista y la elevada temperatura del horno durante el franquismo decadente, para cocinar un buen pastel con crema de socialismo, fina capa de regionalismo y churretón de progresismo por encima. Lamenta, sin embargo, que no supiera aprovechar esos sabrosos elementos en tan excelente ocasión y que equivocara el aderezo, poniendo el insípido legitimismo y la foránea especia autogestionaria, en lugar de añadir una pizca de inspiración cristiana, una brizna de democratismo y un sí es no es de sindicalismo, que es lo debería haber hecho.
El artículo, además de ofrecer un visión sintética del fracasado partido carlista y de su líder, pone de manifiesto la experiencia del articulista en la escuela de repostería política cuyo exponente autóctono más conspicuo fue Martínez de la Rosa, con razón apodado "rosita la pastelera". Tanto don Carlos Hugo como Jon han aprovechado los ingredientes de su despensa de manera similar. El uno, bajo excusa de aggiornamento, usó la autoridad que la legitimidad de cuna le deparó, para intentar el transvase ideológico del carlismo hacia su personal mejunje ideológico, lo cual sólo produjo escisiones y defecciones entre los carlistas. El pueblo carlista, mucho más crítico de lo que se piensa, le fue abandonando y él se quedó a solas con unos corifeos reclutados fuera del tradicionalismo. El fracaso acompañó a su deslealtad, por no decir traición, y así será recordado por la historia. El otro, con la excusa de sucesivas conversiones personales, ha empleado sus talentos para buscar el éxito a lo largo de todo el espectro político: desde ETA, a la que sirvió de correveidile con el falso carlismo, hasta el PP madrileño, pasando por el comunismo, el socialismo, el judaísmo y de qué se yo cuántos ismos más. Colmada de honores y prebendas, su vida no pasará, sin embargo, a historia alguna, a no ser que algún literato le dé por contarla y le granjee un merecido lugar junto al buscón don Pablos, a Guzmán de Alfarache y a Gil de Blas de Santillana.
Salvadas las distancias, ambos han confundido la técnica del gatuperio, para procurarse poder y honores con el noble arte del político. La política, enmarcada desde Aristóteles en la ética, debiera acomodar prudentemente a las circunstancias cambiantes de España los principios del saber político que nos ha legado el occidente cristiano. Legado que une al propio Estagirita con San Agustín y Santo Tomás y a los maestros de la escolástica española postrenacentista con los pensadores carlistas, que lo recogieron y enraizaron en las costumbres españolas.
Uno y otro no sólo aparentan desconocer todo eso, sino que se han mostrado incapaces de concebir doctrina alguna a la que servir, para bien de la comunidad, sin convertirla en objeto de chalaneo para otros fines. Los carlistas tenemos que agradecer las despectivas palabras de Juaristi hacia nosotros. Primero, porque otra cosa nos hubiera sonado a insulto, y, segundo, porque evidencia ese gusanillo de intranquilidad que sigue produciendo el carlismo. No tanto por nosotros mismos, que ahora estamos empequeñecidos (menos de lo que Juaristi cree), sino porque la doctrina carlista tiene tanta vitalidad intrínseca que ya tenemos por costumbre ver su esquela en los periódicos sin inmutarnos.
Profesor José Miguel Gambra
Jefe de la Secretaría Política de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón
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