Estoy
leyendo un libro de Max Gallo titulado “Louis XIV, Le Roi-Soleil”, que me
regalaron en edición de bolsillo por la compra de otros dos, en un rato libre
que tuve en mi última visita a nuestros vecinos del norte de los Pirineos.
Por más que
sea una parte de la historia bastante conocida, la lectura resulta apasionante.
El enfrentamiento, secular desde aquellos dos gigantes que fueron Carlos I y François
I, de las dos monarquías católicas, tan parecidas y a la vez tan diferentes, la
labor de la esposa de Louis XIII de Francia y madre de Louis XIV, Ana de
Austria, hija de Felipe III y hermana de Felipe IV, y finalmente la Paz de los
Pirineos y el matrimonio del Rey Sol con María Teresa de Austria, hija de
Felipe IV, que unirá definitivamente los destinos de España y Francia bajo la
flor de lis borbónica…
Y
precisamente mi reflexión de hoy empieza con una cita del Cardenal Giulio Mazzarini, primer ministro en la primera etapa del reinado de Louis
XIV, continuando la tarea que el Cardenal Richelieu ejerciera con Louis XIII.
Para convencer a Louis XIV de la necesidad de su matrimonio con la infanta
María Teresa, en beneficio de las dos naciones que encabezan la Cristiandad, y
para disuadirle de la peregrina idea de desposar a Maria Mancini, la sobrina
del Cardenal, de la que el monarca se había “encaprichado”, il cardinale Giulio Raimondo Mazarino nos
deja esta impagable cita:
"Dieu
a établi les rois pour veiller au bien, à la sûreté et au repos de leurs
sujets, et non pas pour sacrifier ce bien-là à leurs passions particuliers
[...] C'est pourquoi je vous supplie de considérer quelles bénédictions vous
pourriez attendre de Dieu et des hommes si, pour cela, nous devions recommencer
la plus sanglante guerre qu'on ait jamais vue. " - " Souvenez-vous de
ce que j'ai eu l'honneur de vous dire plusieurs fois lorsque vous m'avez
demandé le chemin qu'il fallait tenir pour être un grand roi : qu'il fallait
commencer par faire les derniers efforts, afin de n'être pas dominé d'aucune
passion ; car, quand ce malheur arrive, quelque bonne volonté qu'on ait, on est
hors d'état de faire ce qu'il faut. " - " Je vous conjure, pour votre
gloire, pour votre honneur, pour le service de Dieu, pour le bien de votre
royaume et pour tout ce qui vous peut le plus toucher, de faire généreusement
force sur vous. "
Quedémonos con la primera frase,
“Dios ha establecido a los reyes para velar por el bien, la seguridad y el
descanso de sus súbditos, y no para sacrificar estos bienes a sus pasiones
particulares”.
Y efectivamente Louis XIV puso fin a
su relación con la sobrina de su primer ministro y contrajo el matrimonio que
pondría fin a la guerra con España, para el mayor bien de los súbditos de ambos
reinos y la mayor gloria de la Cristiandad, en cumplimiento de sus juramentos
profesados al ser consagrado en Reims con el óleo de la “Sainte Ampoule”.
Normalmente cierro mi libro al salir
del metro, y aún con la mente en el siglo XVII, me doy de bruces con los
repartidores de la prensa gratuita del siglo XXI, y con noticias como la
repugnante “actitud poco honesta” del marido de la hija del aquel que se sienta
en el trono de España, cuya hermana está divorciada y cuyo hermano, nombrado
Príncipe de Asturias, está casado con una divorciada de pasado moralmente más
que dudoso.
Qué lejos y olvidadas suenan hoy las
palabras del Cardenal, “Por ello os suplico que consideréis, qué bendiciones
podréis esperar de Dios y de los hombres si, por esta causa (un matrimonio
equivocado), nos vemos obligados a recomenzar la guerra más sangrienta jamás
vista. Acordaos de aquello que he tenido el honor de deciros cada vez que me
preguntasteis el camino a seguir para ser un gran rey: que es necesario empezar
por emprender hasta el último esfuerzo a fin de no dejarse dominar por pasión
alguna, puesto que, cuando llega esta desgracia, sea cual sea nuestra voluntad,
no nos permiten hacer lo que es debido. Os conjuro, por vuestra gloria, por
vuestro honor, por el servicio de Dios, por el bien de vuestro reino y por
cuanto pueda importaros más, que os dominéis con todas vuestras fuerzas”.
Sinceramente, fallar tan
estrepitosamente en los tres matrimonios de sus tres vástagos, me hace sospechar de la existencia de un plan preestablecido para acabar de lo poco que queda de la institución
monárquica en España, que es tanto como decir en el mundo.
Y claro, los primeros en tomar
posiciones son sus enemigos seculares, los parlamentarios, herederos de
aquellos ingleses que encabezados por Cromwell decapitaron a Charles I, cuya
esposa, por cierto, era hermana de Louis XIII y cuya hija acabaría casándose
con el hermano de Louis XIV, o de aquellos regicidas franceses que lo hicieran
con Louis XVI, cuyas últimas palabras fueron de perdón para sus verdugos, como
corresponde a un discípulo de Nuestro Señor Jesucristo.
Pío VI, en su famoso discurso
"Quare lacrimae", conmovido por el bárbaro asesinato de Louis XVI, ya
dijo que: "Abolida la superior forma del gobierno monárquico se constituyó
al público poder desde el pueblo, que no se rige por razón alguna ni se deja
guiar por la prudencia; juzga por opiniones no por verdades; es inconstante y
fácilmente embaucado; dócilmente incitado a cualquier perversidad; ingrato,
arrogante, cruel; capaz de regodearse en lo sangriento, y gozar en la matanza y
el luto".
También hoy el parlamento español
cuenta con asesinos entre sus miembros, siete de los cuales disimulan su
pertenencia a una organización con la sangre de un millar de víctimas chorreando
en sus manos criminales, empleando indignamente el nombre del Castillo de Maya,
Amaiur en lengua vascuence, en el que los partidarios de Enrique II de Navarra (*), entre
los que se contaban dos hermanos de San Francisco Javier, defendieron con honor
y heroísmo su reino frente a las tropas de Castilla y Aragón, reinos ya de
Carlos I, el emperador Calos V, formadas en gran parte ¡qué ironía! por guipuzcoanos,
alaveses y vizcaínos (de los casi 30.000 soldados del ejército imperial que
combatían en Navarra, unos 7.000 eran hombres del Condestable de Castilla, unos
4.000 fueron aportados por el navarro Conde de Lerín, y unos 5.000 llegaron de
los territorios de Vizcaya, Álava y Guipúzcoa).
Y aquel que se hace aún llamar rey, que,
o bien es descendiente de Manuel Godoy, presunto padre del infante Francisco de
Paula (el masón conocido como Hermano Dracón), que tal como cuenta en sus diarios Elizabeth Vassal, la famosa Lady Holland, tenía un "indecente parecido" con su presunto progenitor, o bien lo es del capitán Puigmoltó,
amante de la desafortunada esposa del hijo maricón del mencionado miembro de la
masonería (que en su noche de bodas llevaba más encajes que su ninfómana esposa), el responsable, sólo en 2010, según hemos sabido hace unos días, de
la muerte de 113.000 de sus súbditos, descuartizados salvajemente en el vientre
de sus madres antes de nacer, recibe a los asesinos en su palacio,
cordialmente, y acepta dar traslado de sus viles maquinaciones.
O tempora, o mores!
(*) Sé que me pongo
muy pesado con la historia, pero no me resisto a recordar que tras los fallidos
intentos de recuperar la Alta Navarra, lo que conocemos hoy como Navarra en
España, Enrique II continuó reinando en la Baja Navarra, al norte de los
Pirineos, y su nieto acabaría siendo, mira tú por donde, el primer Borbón Rey de
Francia (su madre, la reina Juana II de
Navarra, se había casado con Antoine de Bourbon), y en concreto fue el rey más
querido por los franceses, Henri IV, el de “Paris vaut bien une messe”, el abuelo
del Rey Sol (que a su vez lo fue de Felipe V de España), cuyo amor por sus súbditos se resume en la frase «Un pollo en las
ollas de todos los campesinos, todos los domingos», al que dedicaron la conocida
marcha “Vive Henri IV” que acabo siendo el himno francés (nada que ver con la
Marsellesa, claro está). Por eso los reyes de Francia, lo son “de Francia y
Navarra”.
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