vendredi 16 décembre 2011

O tempora, o mores (III)


Estoy leyendo un libro de Max Gallo titulado “Louis XIV, Le Roi-Soleil”, que me regalaron en edición de bolsillo por la compra de otros dos, en un rato libre que tuve en mi última visita a nuestros vecinos del norte de los Pirineos.
Por más que sea una parte de la historia bastante conocida, la lectura resulta apasionante. El enfrentamiento, secular desde aquellos dos gigantes que fueron Carlos I y François I, de las dos monarquías católicas, tan parecidas y a la vez tan diferentes, la labor de la esposa de Louis XIII de Francia y madre de Louis XIV, Ana de Austria, hija de Felipe III y hermana de Felipe IV, y finalmente la Paz de los Pirineos y el matrimonio del Rey Sol con María Teresa de Austria, hija de Felipe IV, que unirá definitivamente los destinos de España y Francia bajo la flor de lis borbónica…
Y precisamente mi reflexión de hoy empieza con una cita del Cardenal Giulio Mazzarini, primer ministro en la primera etapa del reinado de Louis XIV, continuando la tarea que el Cardenal Richelieu ejerciera con Louis XIII. Para convencer a Louis XIV de la necesidad de su matrimonio con la infanta María Teresa, en beneficio de las dos naciones que encabezan la Cristiandad, y para disuadirle de la peregrina idea de desposar a Maria Mancini, la sobrina del Cardenal, de la que el monarca se había “encaprichado”, il cardinale Giulio Raimondo Mazarino nos deja esta impagable cita:
"Dieu a établi les rois pour veiller au bien, à la sûreté et au repos de leurs sujets, et non pas pour sacrifier ce bien-là à leurs passions particuliers [...] C'est pourquoi je vous supplie de considérer quelles bénédictions vous pourriez attendre de Dieu et des hommes si, pour cela, nous devions recommencer la plus sanglante guerre qu'on ait jamais vue. " - " Souvenez-vous de ce que j'ai eu l'honneur de vous dire plusieurs fois lorsque vous m'avez demandé le chemin qu'il fallait tenir pour être un grand roi : qu'il fallait commencer par faire les derniers efforts, afin de n'être pas dominé d'aucune passion ; car, quand ce malheur arrive, quelque bonne volonté qu'on ait, on est hors d'état de faire ce qu'il faut. " - " Je vous conjure, pour votre gloire, pour votre honneur, pour le service de Dieu, pour le bien de votre royaume et pour tout ce qui vous peut le plus toucher, de faire généreusement force sur vous. "
Quedémonos con la primera frase, “Dios ha establecido a los reyes para velar por el bien, la seguridad y el descanso de sus súbditos, y no para sacrificar estos bienes a sus pasiones particulares”.
Y efectivamente Louis XIV puso fin a su relación con la sobrina de su primer ministro y contrajo el matrimonio que pondría fin a la guerra con España, para el mayor bien de los súbditos de ambos reinos y la mayor gloria de la Cristiandad, en cumplimiento de sus juramentos profesados al ser consagrado en Reims con el óleo de la “Sainte Ampoule”.
Normalmente cierro mi libro al salir del metro, y aún con la mente en el siglo XVII, me doy de bruces con los repartidores de la prensa gratuita del siglo XXI, y con noticias como la repugnante “actitud poco honesta” del marido de la hija del aquel que se sienta en el trono de España, cuya hermana está divorciada y cuyo hermano, nombrado Príncipe de Asturias, está casado con una divorciada de pasado moralmente más que dudoso.
Qué lejos y olvidadas suenan hoy las palabras del Cardenal, “Por ello os suplico que consideréis, qué bendiciones podréis esperar de Dios y de los hombres si, por esta causa (un matrimonio equivocado), nos vemos obligados a recomenzar la guerra más sangrienta jamás vista. Acordaos de aquello que he tenido el honor de deciros cada vez que me preguntasteis el camino a seguir para ser un gran rey: que es necesario empezar por emprender hasta el último esfuerzo a fin de no dejarse dominar por pasión alguna, puesto que, cuando llega esta desgracia, sea cual sea nuestra voluntad, no nos permiten hacer lo que es debido. Os conjuro, por vuestra gloria, por vuestro honor, por el servicio de Dios, por el bien de vuestro reino y por cuanto pueda importaros más, que os dominéis con todas vuestras fuerzas”.
Sinceramente, fallar tan estrepitosamente en los tres matrimonios de sus tres vástagos, me hace sospechar de la existencia de un plan preestablecido para acabar de lo poco que queda de la institución monárquica en España, que es tanto como decir en el mundo.
Y claro, los primeros en tomar posiciones son sus enemigos seculares, los parlamentarios, herederos de aquellos ingleses que encabezados por Cromwell decapitaron a Charles I, cuya esposa, por cierto, era hermana de Louis XIII y cuya hija acabaría casándose con el hermano de Louis XIV, o de aquellos regicidas franceses que lo hicieran con Louis XVI, cuyas últimas palabras fueron de perdón para sus verdugos, como corresponde a un discípulo de Nuestro Señor Jesucristo.
Pío VI, en su famoso discurso "Quare lacrimae", conmovido por el bárbaro asesinato de Louis XVI, ya dijo que: "Abolida la superior forma del gobierno monárquico se constituyó al público poder desde el pueblo, que no se rige por razón alguna ni se deja guiar por la prudencia; juzga por opiniones no por verdades; es inconstante y fácilmente embaucado; dócilmente incitado a cualquier perversidad; ingrato, arrogante, cruel; capaz de regodearse en lo sangriento, y gozar en la matanza y el luto".
También hoy el parlamento español cuenta con asesinos entre sus miembros, siete de los cuales disimulan su pertenencia a una organización con la sangre de un millar de víctimas chorreando en sus manos criminales, empleando indignamente el nombre del Castillo de Maya, Amaiur en lengua vascuence, en el que los partidarios de Enrique II de Navarra (*), entre los que se contaban dos hermanos de San Francisco Javier, defendieron con honor y heroísmo su reino frente a las tropas de Castilla y Aragón, reinos ya de Carlos I, el emperador Calos V, formadas en gran parte ¡qué ironía! por guipuzcoanos, alaveses y vizcaínos (de los casi 30.000 soldados del ejército imperial que combatían en Navarra, unos 7.000 eran hombres del Condestable de Castilla, unos 4.000 fueron aportados por el navarro Conde de Lerín, y unos 5.000 llegaron de los territorios de Vizcaya, Álava y Guipúzcoa).
Y aquel que se hace aún llamar rey, que, o bien es descendiente de Manuel Godoy, presunto padre del infante Francisco de Paula (el masón conocido como Hermano Dracón), que tal como cuenta en sus diarios Elizabeth Vassal, la famosa Lady Holland, tenía un "indecente parecido" con su presunto progenitor, o bien lo es del capitán Puigmoltó, amante de la desafortunada esposa del hijo maricón del mencionado miembro de la masonería (que en su noche de bodas llevaba más encajes que su ninfómana esposa), el responsable, sólo en 2010, según hemos sabido hace unos días, de la muerte de 113.000 de sus súbditos, descuartizados salvajemente en el vientre de sus madres antes de nacer, recibe a los asesinos en su palacio, cordialmente, y acepta dar traslado de sus viles maquinaciones.

O tempora, o mores!

(*) Sé que me pongo muy pesado con la historia, pero no me resisto a recordar que tras los fallidos intentos de recuperar la Alta Navarra, lo que conocemos hoy como Navarra en España, Enrique II continuó reinando en la Baja Navarra, al norte de los Pirineos, y su nieto acabaría siendo, mira tú por donde, el primer Borbón Rey de Francia (su madre, la reina  Juana II de Navarra, se había casado con Antoine de Bourbon), y en concreto fue el rey más querido por los franceses, Henri IV, el de “Paris vaut bien une messe”, el abuelo del Rey Sol (que a su vez lo fue de Felipe V de España), cuyo amor por sus súbditos se resume en la frase «Un pollo en las ollas de todos los campesinos, todos los domingos», al que dedicaron la conocida marcha “Vive Henri IV” que acabo siendo el himno francés (nada que ver con la Marsellesa, claro está). Por eso los reyes de Francia, lo son “de Francia y Navarra”.

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