samedi 3 avril 2010

El origen divino de la monarquía - (I) "La Sainte Ampoule"


En mi comentario del pasado jueves sobre la descripción del Reino de Francia que nos ofrece Joan Blaeu en su Atlas Maior, ya mencioné la preeminencia universalmente aceptada de los reyes de Francia sobre el resto de monarcas católicos.

Creo que profundizar un poco en este tema puede arrojar mucha luz sobre el destino de la Cristiandad.

Comenzaré por el hecho histórico que da lugar a la aceptación de la mencionada preeminencia.

Éste no es otro que el bautizo de Clovis, conocido en lengua castellana como Clodoveo I, rey de los francos del 481 al 511. No entraré en detalles sobre la conversión al catolicismo de este bárbaro arriano, ni sobre la influencia de su esposa y del obispo de Reims, Saint Remi (San Remigio) que sería el que finalmente le bautizase en su catedral junto a 3000 de sus guerreros. Muchos libros de historia tratan el tema.

La similitud con la conversión de San Hermenegildo y su hermano Recaredo, nuestro primer rey católico, gracias a San Leandro de Sevilla, es más que evidente.

La cuestión es que Clovis se convirtió así en el primer Rey de Francia, y desde entonces todos los reyes franceses fueron consagrados en la catedral de Reims. Al menos hasta Carlos X.

El primer rey, tras Clodoveo, consagrado en Reims fue Luis el Piadoso en 816. Los treinta reyes que van desde Enrique I en 1027 hasta Carlos X en 1825, recibieron la Santa Unción en Reims, con tres excepciones, Luis VI el grande, consagrado en Orléans, Enrique IV en Chartres y Luis XVIII que no fue consagrado, según muchos, debido a las dudas sobre la muerte de Luis XVII, que también llevarían al propio Carlos X a dudar de su propia legitimidad.

Pero el hecho sobre el que quiero centrar mi atención es el siguiente: durante el bautizo de Clovis, según cuentan las crónicas y toda la Cristiandad dio siempre por cierto y probado, San Remi se dio cuenta de que le faltaba el óleo sagrado y, a causa de la multitud agolpada para tan magno acontecimiento, era imposible pedir a nadie que fuese a buscarlo. Entonces el santo obispo de Reims levantó los ojos al cielo y comenzó a rezar en silencio hasta que una paloma apareció portando en el pico una pequeña ampolla llena del santo crisma.

Esta ampolla, que los franceses conocen, o conocían, como “la Sainte Ampoule”, se conservó hasta la revolución francesa en la catedral de Reims y, como digo, se empleó para consagrar a los monarcas franceses durante trece siglos. La cantidad de óleo contenido en este sagrado recipiente, no disminuía por su empleo, haciéndolo sin embargo cuando la salud del monarca se resentía.

Este claro signo del origen divino del poder de los monarcas galos, unido al poder que tenían tras su consagración para curar a los enfermos de escrófula, proceso infeccioso que afecta a los ganglios linfáticos, con la imposición de sus reales manos, les concedió siempre el primer puesto entre los reyes cristianos.

Mucho habría que hablar sobre la influencia que la “Sainte Ampoule” ha tenido en la historia de Francia, incluso en tiempos muy recientes, y tal vez me anime a hacerlo.

De momento me atrevo únicamente a plantear que precisamente por ser el de Francia, de entre todos los monarcas cristianos, aquel cuyo poder provenía más clara y explícitamente de Dios, es posible que los enemigos de la humanidad decidieran centrar sus ataques, la revolución francesa, precisamente en este Santo Reino, provocando posteriormente la caída de todos los demás, cual castillo de naipes.

4 commentaires:

Barandán a dit…

Feliz y Santa Pascua de Resurrección. Esta entrada me ha encantado, Un Chouan.

La hipótesis con la que culmina Vd. su artículo es más que posible, es más que probable. Es algo que, después de lo leído, a mí personalmente, no me deja dudas.

Un saludo en Cristo Rey.

Unknown a dit…

Feliz Pascua de Resurrección.
El tema es apasionante se lo aseguro. Los revolucionarios se apresuraron a intentar destruir la Ampolla Santa, pero al parecer se pudo conservar. Posteriormente ha vuelto a aparecer en determinadas ocasiones graves de la historia francesa, con consecuencias sorprendentes. Incluso el general De Gaulle tuvo su especial relación con este objeto sagrado.
Se trata de un asunto especialmente querido para el legitimismo galo.
Dios actúa en nuestra historia de un modo directo, a mi no me cabe duda.
Un cordial saludo en Cristo Rey.

Barandán a dit…

Querido amigo: Cuente, cuando Vd. pueda y tenga a bien, lo que refiere sobre De Gaulle y la Santa Ampolla. Como siempre, será un placer leerlo.

En cuanto a la acción directa de Dios, pienso lo mismo: aunque se sirva de causas segudas, eso no quita que se manifieste en la Historia:

http://librodehorasyhoradelibros.blogspot.com/2009/05/pentecostes-accion-del-espiritu-santo.html

Un cordial saludo en Cristo Rey.

Firmus et Rusticus a dit…

Varias veces me he preguntado como ha sido compatible esta predilección por el rey de Francia con la institución del Imperio (germánico) en 800 a.D. Compatible, quiero decir, teniendo en cuenta la vocación imperial que siempre ha tenido espiritualmente nuestra civilización Romana y Católica (Papado+Imperio, y no Papado+Pluralidad de Reinos). Ahora me doy cuenta que este honor conferido a Clodoveo es una preparación, si se me permite la licencia, para la dignidad imperial, que aparece como un puesto que está destinado a ocupar (esto es, obviando la realidad del imperio del Este, pues una pluralidad de emperadores ha de plantear tanta controversia dentro de este esquema "teo-político" como una pluralidad de papas). Si luego Francia y el Imperio germánico pierden la unidad que tuvieron con Carlomagno, es por cosa de los hombres.

Y en esos días de confusión de títulos de predilección como defensor de la Cristiandad, ya aparecen las Españas que, careciendo de títulos (más allá del "Católico" de sus reyes, que me parece más bien pobre comparado con el imperial y el de "hijo mayor de la Iglesia"), asumen la dirección de esta defensa "por los hechos".

Y ahora caigo en que esta desunión en nuestro "destino de civilización" no se ha remediado desde entonces, salvo con la intentona de Napoleón de utilizar los rasgos exteriores de esta vocación de unidad para su designio destructor. Pues ya veo que no es coincidencia que Napoleón, francés, se erigiera en emperador, en una ceremonia a la que asistía el Papa (menos que voluntariamente), y que poco más tarde el Sacro Imperio Romano fuera destruído por él. La coronación como rey de Italia con la corona de hierro de Lombardía no hacen más que añadir evidencia. Así, el dominio continental europeo que ambicionó adquiere "justificación" histórica, y lo que es esencialmente dominación puramente militar por un país que ya había abrazado de lleno la idea revolucionaria del estado-nación, se cubre con el disfraz de la universalidad cristiana del antiguo Imperio.

Esta farsa de Napoleón me lleva a pensar que, si bien por una parte no hay que abandonarse al lirismo político que puedan inspirar las reflexiones sobre nuestros "destinos de civilización" (que culminan en la Cristiandad), y hay que dar a los móviles terrenales y humanas ambiciones todo el peso que merecen históricamente, no por eso deja de haber un fundamento Divino en esta misión de universalidad, y es evidente que cuando se usurpan sus rasgos exteriores sin asumir su verdadero significado (como Napoleón) estos no dejan de ser artificio.

P.D. Después de hacer estas elucubraciones tan peregrinas y farragosas, tengo que hacer una cura en salud y hacer una protestación como una catedral, más que lo normal, pues entro en un terreno donde meter la pata es de lo más facil. ¡Cuidado, sólo son primeras impresiones!