Hoy quiero recordar una pequeña anécdota histórica, que al tratarse de Carlos I Rey de España y Carlos V Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, no es tan pequeña.
La anécdota, histórica por otra parte, ilustra muy bien una época y modo de gobernar en el que, al hombre más poderoso del mundo, al Emperador, al Rey de las Españas, ni se le pasaba por la cabeza saltarse norma alguna que un obispo católico hubiese dictado en su diócesis.
El que pase por Valladolid, puede visitar la Plaza de San Pablo que, presidida por una estatua de Felipe II, está rodeada por la sede de la Capitanía General, hoy Cuarta Subinspección General del Ejército, que es el Palacio Real de Valladolid, así como por el Palacio de Pimentel y la majestuosa Iglesia de San Pablo.
Resumiendo el hecho, la cuestión es que la reina había dado a luz al que sería Felipe II, el hijo de Carlos I, en el Palacio de Pimentel que está enfrente del Palacio Real, al no estar acabado al parecer el pabellón correspondiente en el propio Palacio Real.
La norma eclesiástica marcaba que cada niño debía ser bautizado en la parroquia correspondiente a la calle por la que se le sacase de casa la primera vez, y la puerta del Palacio de Pimentel da a una calle a la que le correspondía la parroquia de San Martín, pero los monarcas deseaban bautizar a su hijo en la de San Pablo.
¿Qué hizo Carlos I de España y V de Alemania?¿Convenció al obispo de que modificase la norma o hiciese una excepción? ¿Simplemente se saltó la norma a la torera? Eso sería lo "de esperar" en nuestros días ¿no?
Pues el Emperador Carlos simplemente ordenó que sacasen al niño por una ventana de palacio que diese a la plaza y a la que correspondiese la parroquia de San Pablo. Y punto.
“El que tenga oídos, que oiga” San Mateo 13, 9.
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