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Aunque no tenemos costumbre de hacer regalos de fin de curso, el mayor suele pedir casi siempre lo mismo cuando los resultados del curso son satisfactorios, ir a los toros.
Casualmente ayer domingo había buen cartel en la plaza de León, Fandi, Ponce y Padilla, así que me faltó tiempo para sacar entradas y disponerme a pasar una tarde espectacular padre-hijo.
La tarde efectivamente fue espectacular, no haré la crónica taurina, que se la dejo a los expertos, pero como apasionados del arte de la tauromaquia lo que podemos decir, mi hijo y yo, es que no existe un espectáculo que se pueda comparar a éste.
Como es imposible imaginar que el que haya visto corridas como la de ayer no se enamore para siempre del toreo, y más siendo español, suponemos que los “antitaurinos” nunca han presenciado una tarde de toros en la plaza.
No se puede pedir más, arte, belleza, riesgo, valor, entrega, lucha, hombría de bien, virilidad, sangre, arena…
Las mejores cosas de la vida, las de verdad, la Verdad con mayúsculas, son las cosas que no pueden razonarse, que no entran en los límites de la lógica, las que se conocen con el alma.
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