Un número tremendo de españoles, que va en aumento, sufre graves penurias económicas, faltándoles a muchos hasta lo más esencial para vivir, mientras un grupo reducido de estafadores corruptos son cada más escandalosamente ricos y el tercer grupo en discordia, los que aún disponen de medios sobrados de subsistencia, vive ajeno al sufrimiento de los unos y la depravación de los otros.
La política, como no puede ser de otra manera en un sistema de gobierno basado en la mentira y el engaño, es un lodazal de corrupción donde, desde el jefe del estado hasta el último cargo electo, todos están manchados, no ya con la sospecha, si no con hechos más que probados.
En este lamentable estado de cosas, todos campan por sus respetos, sin que nadie vele por el cumplimiento de ley alguna, y cualquier caciquillo de tres al cuarto declara república independiente a su provincia, y el gobierno de la nación mira para otro lado esperando a que escampe.
La mayoría del pueblo vive felizmente drogado con mil y un placeres terrenales, que el sistema proporciona como derechos inalienables, ajenos a cualquier asunto que no sea comprar el último artilugio electrónico, la última prenda de vestir de ínfima calidad a precio astronómico pero con diseños estrafalarios y mil colorines, los resultados de los partidos de fútbol y los tejemanejes de las empresas futbolísticas o la repugnante vida sexual de cualquier titiritero.
Abandonada la religión y las virtudes morales y cívicas, cualquier charlatán espabilado puede hipnotizar a todos los incautos que quiera.
Sin embargo es difícil creer que no quede absolutamente nada de los milenios de civilización y cultura que nuestra Patria lleva a sus espaldas. Y efectivamente algo queda. Quedan aún gentes con la mente despejada, firmes en sus convicciones, cultas, rectas y honradas, y absolutamente desesperadas.
El gran problema es que estas gentes no están unidas, y no saben cómo unirse para tratar de poner freno a esta debacle.
Sí que es cierto que muchos, más de los que pudiera parecer, se entregan a la mayor de todas las virtudes humanas, la caridad cristiana, y dedican su tiempo y sus recursos a socorrer a la muchedumbre de víctimas de esta catástrofe llamada democracia liberal. Pero incluso confiando infinitamente en Nuestro Señor Jesucristo y en su Divina Providencia, se hace desesperanzadoramente evidente lo inabarcable de la labor, que crece y crece sin que se ponga remedio a sus causas.
Los que optan por una labor política directa se enfrentan a la multitud de proyectos voluntaristas, con fundamentos más o menos sólidos, que provocan más división precisamente allí donde pretenden generar unidad. El baile de siglas es grande.
Todos de acuerdo en la necesidad de transformar el sistema político y social, en la perentoria necesidad de restablecimiento del imperio de la ley y el orden, cada cual discurre un modelo posible, un proyecto de reforma o qué se yo.
Y es que un edificio se ha de empezar a construir por los cimientos, sin los que cualquier construcción se desmorona al instante.
De nada sirve luchar contra leyes injustas o inhumanas, si la lucha no tiene fundamentos en que basar la fortaleza de los combatientes.
¿Y cuál es el mejor fundamento que podemos encontrar? Evidentemente Nuestro Señor Jesucristo, pues como dijo San Pedro: “Él es la piedra rechazada por vosotros los constructores, que ha venido a ser piedra angular. En ningún otro hay salvación, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos.” (Hech 4,11-12)
No discutiré ahora sobre la evidencia de que la religión Católica es la única verdadera, ya que durante siglos se encargaron los sabios de llegar a esta conclusión, y el que hoy sea puesto en duda o negado, no es más que la prueba manifiesta de la ignorancia mayoritaria impuesta por el modernismo.
Para todo hombre de corazón limpio es una evidencia que no precisa de explicación alguna.
Que sólo abrazando la fe verdadera ha logrado España unidad, prosperidad y grandeza es algo que cualquiera puede leer en los libros de historia, siempre que no se empeñe en acomodar la ciencia histórica a sus prejuicios ideológicos.
Pero es también una conclusión de la historia que la unidad de la Patria, fundamentada en la unidad de credo religioso, debe configurarse en torno a una figura concreta, el Rey.
La Monarquía es sencillamente el único sistema político que puede permitir a la sociedad regirse según los fundamentos cristianos. Cualquier experimento en otro sentido ha fracasado y fracasará sin remedio.
Por eso es preciso aunar todas las voluntades en torno al legítimo Rey de España, legítimo por origen y por ejercicio, y sin este requisito todos los esfuerzos por salvar la Patria y a los españoles serán tristemente inútiles.
De nada serviría incluso un alzamiento armado, una rebelión militar contra el poder corrupto, sin un verdadero Rey a la cabeza.
Pero es absolutamente necesario que todos los grandes hombres implicados en los diferentes proyectos de regeneración y salvación de la Patria, que no son pocos, den muestra de su grandeza renunciando a plantear liderazgos excluyentes o proyectos políticos sin auténtica capacidad de integración, y pongan sus esfuerzos al servicio de la única causa posible, la de la restauración de la Monarquía Tradicional Católica de las Españas.
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