jeudi 22 mars 2012

Música

Hace tiempo que me apetecía escribir sobre música, una de mis grandes pasiones, y uno de los asuntos más complicados de expresar con palabras, ya que la música constituye por sí misma un lenguaje, una forma de expresión y de comunicación, y “traducir” este lenguaje al lenguaje común, hablado o escrito, resulta una tarea casi imposible.

Únicamente pretendo compartir unas humildes ideas al respecto, y mi propia experiencia “sentimental” o “sensorial” con la música, que en definitiva, como no podía ser de otro modo, resulta fundamentalmente espiritual.

De entrada debo acotar el tema. Cuando hablo de música no me refiero al “pop”, “rock&roll”, “jazz”, etc. Y tampoco al “flamenco” ni otros sonidos folclóricos de aquí o allá. Y no estoy diciendo que no me gusten, que las deteste o las desprecie, en absoluto. Personalmente me encantan determinados tipos de folclore musical, y otros no, y me agradan determinadas canciones modernas o ligeras, otras no tanto y algunas, porque no decirlo, me horrorizan.

Pero cuando hablo de música, de lenguaje musical propiamente dicho, me refiero, para concretar y aunque me dejo muchísimos autores en el tintero, fundamentalmente a Bach (1685-1750), Händel (1685-1759), Haydn (1732-1809), Mozart (1756-1791), Beethoven (1770-1827), Schubert (1797-1828), Chopin (1810-1849) o Tchaikovsky (1840-1893). Insisto en que no es ni mucho menos una relación exhaustiva, y que sencillamente trato de expresar de qué estoy hablando cuando me refiero a la música. Y he incluido las fechas porque son muy significativas.

Por supuesto tengo que hacer referencia aparte a una música muy especial, el gregoriano. Es como digo un caso aparte, porque no se trata de lenguaje musical propiamente dicho, que me perdonen los entendidos, ya que en esta ocasión la música está subordinada a la letra de un modo absoluto. Lo fundamental del gregoriano es la oración que se expresa con palabras, y eso hace que el canto gregoriano tenga unas características musicales muy concretas, que lo diferencian de cualquier otra expresión musical, y lo convierten en la única música verdaderamente adecuada para la liturgia católica. La introducción o adaptación de otras músicas en la Santa Misa, por ejemplo, es absolutamente contraproducente precisamente por eso, porque la música en la liturgia es una humilde servidora de la oración hablada, cantada en este caso.

De hecho, para ser justos, para que una música distinta del gregoriano pueda ser considerada “sacra”, debe haber estado compuesta específicamente con la finalidad de expresar musicalmente una oración, y estoy pensando en la Misa en si menor de Bach, la Misa en do menor de Mozart, y oratorios como La Creación de Haydn y, sobre todo, El Mesías de Händel.

Pero no era de esto de lo que pretendía hablar (también sería interesantísimo hablar de la “música militar” o la música en la guerra, pero en otra ocasión). Lo que pretendía expresar es que mi “melomanía” se basa en una serie de ideas que quiero compartir.

La primera es que la música es un lenguaje capaz de expresar lo inefable, todo lo que corresponde al espíritu. Quiero decir que no se trata de algo que proporcione un determinado placer sensual, sino más bien un modo de expresar y transmitir cuestiones que no pertenecen estrictamente a “este mundo”, cuestiones que percibimos únicamente de un modo parcial, pero que sentimos más reales que la propia realidad sensorial.

Otra idea clave es que la música, tal y como la he acotado al principio, “música culta”, “música clásica” o cualquier otra denominación que queramos darle, es algo propio y absolutamente exclusivo de eso que llamamos Europa o más ampliamente Occidente o la Civilización Occidental. Y es precisamente uno de los argumentos fundamentales para determinar que esta civilización, la occidental, es la única que merece tal nombre, civilización.

Como consecuencia de estas dos primeras ideas clave, se deduce que para sumergirse en la música, para tratar de comprender lo que el lenguaje musical nos transmite, no basta con ir a escuchar un concierto ni mucho menos una grabación. Es necesario profundizar, estudiar, o al menos conocer los fundamentos del lenguaje musical.

No quiero decir que únicamente los alumnos de un conservatorio sean capaces de apreciar la buena música, ni mucho menos. En el conservatorio se aprende a ser músico, que es otra cosa. Se trata de ser capaces de “recibir” el mensaje, no de “emitirlo”.

Y aquí también me gustaría apuntar un par de cosas. La primera que no todos los alumnos de un conservatorio son músicos del mismo modo o en el mismo grado, igual que un médico no es lo mismo que una enfermera o un auxiliar de clínica. En general debemos distinguir entre los intérpretes, incluso intérpretes virtuosos, y aquellos otros que son capaces de ver más allá en el lenguaje musical, estudiosos y compositores. De nuevo pido perdón a los profesionales por mis explicaciones simplistas.

La segunda cuestión que no me resisto a mencionar respecto a la educación musical tiene relación con España. El sistema educativo español es tan demencialmente absurdo, es tan nefasto, que reformarlo no sirve de nada, como sabemos por experiencia, y se hace imperativamente necesario refundarlo desde cero. El sistema educativo actual, que no se diferencia sustancialmente de ninguno de los anteriores sistemas educativos nacionales, ocupa, yo diría invade, una cantidad de tiempo tan inmensa de la vida de los niños españoles, que los incapacita para aprender nada. Los niños están prisioneros en la escuela, donde además se les prohíbe pensar, encadenándolos a temarios y libros de texto absurdos, y salen de ella cada día, o bien tan atontados que son incapaces de reaccionar o tan cargados de tareas y deberes sin sentido, que caen fácilmente en la desesperación.

En este contexto, tratar de introducir en un niño normal una correcta educación musical académica, resulta absolutamente imposible.

Como decía, conviene profundizar un poco en conceptos como melodía, armonía o ritmo, y la armonía es precisamente lo que diferencia a la verdadera música, la de nuestra civilización, del resto de “músicas” de una inferioridad expresiva patente. El tono, intensidad, timbre y duración de cada nota o grupo de notas, son conceptos que debemos tener más o menos claros y presentes al escuchar una composición musical.

Reparar sobre el empleo de la melodía, su ornamentación y acompañamiento, la réplica o el rubato en Chopin, por ejemplo, nos hace escuchar su música de un modo totalmente diferente. Y tal vez entender que las emisoras de radio de Polonia no dejasen de emitir su música durante la invasión alemana de 1939, a pesar de que el compositor polaco prefiriera vivir mucho más tiempo en París que en su patria natal.

Y ya voy terminando. Cuando nos acercamos a la música con verdadero interés, con esfuerzo, con la mente abierta y culturalmente preparada, es cuando podemos empezar a darnos cuenta de lo que la música significa para un hombre culto y cómo forma parte integrante y fundamental de eso que llamamos civilización, de un modo superior a otras expresiones artísticas, sólo comparable a la literatura de calidad.

Que nadie entienda que considero a la pintura o la escultura una suerte de “artes menores”, Dios me libre. Sólo digo que la música eleva el espíritu de un modo más directo, al tratarse de un lenguaje de lo inefable, más separado de la realidad mundana y sensorial que otras expresiones artísticas.

No sé si he sido capaz de expresar lo que quería decir, sólo sé que esta mañana, por circunstancias que no vienen al caso, he tenido que conducir mi choche un rato largo, y asqueado por lo que escuchaba en la radio, he pulsado la tecla del reproductor de discos y ha empezado a sonar la sinfonía inacabada de Schubert. De pronto todo el mundo a mi alrededor se ha transformado, nada era igual. Y la música sublime del compositor austríaco del siglo XIX me decía infinitamente mucho más sobre la realidad que todos los charlatanes de los programas “informativos” de la radio. De entre todas las teorías sobre la sinfonía inacabada, no me pregunten por qué, yo estoy convencido de que Schubert no compuso más movimientos después de haber terminado los dos primeros, sencillamente porque no era necesario. Lo que tenía que decir, estaba dicho.

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