lundi 4 février 2013

Rodeado de ladrones

Así como suena, sin más, es como me siento hoy. Y empiezo a estar cansado.

Sé quién soy y lo que soy. Y sé que lo he elegido libremente, sin que nadie me obligase. Y soy feliz así, no lo niego. Pero a pesar de que me acuesto cada noche junto a mi mujer con esa sensación de calma interior que sólo puede dar una conciencia bien formada, estrictamente examinada sin descanso, y forjada en las duras decisiones de la vida, a pesar de ello el cansancio empieza a hacer mella en mi alma.

No soy un santo, aunque no deje de intentarlo, y no estoy libre de pecado, bien lo sabe Dios, pero siempre he ajustado mi existencia a las sólidas y firmes normas de un caballero cristiano, sin tomar nunca más de lo que por derecho me correspondía, haciendo honor a mis deudas y confiando sin más garatías en la palabra del que me pedía prestado, sin gastar más de lo que podía pagar y pasando las malas rachas con dignidad y las buenas con moderación.

No sé si siempre lo he conseguido, pero en mis decisiones he tratado de obrar con justicia, y las más de las veces con caridad cristiana, prefiriendo ser engañado muchas veces a arriesgarme a faltar a la virtud una sola vez con un necesitado.

Por profundo convencimiento interno, he sido leal con muchos que no merecían el cargo que ostentaban, y nunca me ha importado recibir desagradecimiento y olvido como pago.

Pero por más que mi mayor recompensa en este mundo siga siendo el pasearme con la cabeza alta y el pecho erguido por donde paso, mirando fijo a los ojos a quien se atreve a increparme, y pisando con orgullo a cada paso, es duro vivir rodeado de ladrones cuando se es un caballero.

Y no son los titulares de los periódicos, que leo cada vez lo menos posible, con sus crónicas sobre la podredumbre moral de los gobernantes de la Patria, los que están empezando a dejarme exhausto. No, eso hace tiempo que lo doy por hecho.

Esa falta de decencia y moralidad que invade las Españas y el mundo entero, llega ya a contaminar con sus efluvios pestilentes todos los rincones, y se hace imposible no sentir nauseas.

Y de nuevo no son los casos de corrupción y falta de principios que salen a la luz pública, de canallas y sinvergüenzas de todo tipo y condición, los que están consiguiendo que me cueste conciliar el sueño, tal vez porque aún estos no me tocan demasiado próximos.

Pero cuando te traiciona por dinero un compañero, cuando otro camarada no cumple su palabra, cuando se hace necesario hablar en voz queda en los lugares donde antes se respiraba confianza y lealtad, entonces resulta difícil respirar.

Son tiempos difíciles, y es ahora cuando se pone a prueba el temple del acero de las almas.

Un caballero puede salir de casa con la camisa raída, la chaqueta zurcida y los zapatos remendados. Puede pasar hambre en casa y salir de paseo aseado y con la cabeza alta. Todo antes de no hacer honor a una deuda o tocar un céntimo que no le pertenezca.

Es cierto que uno puede llegar a sentirse tonto cuando todos a su alrededor se entregan al pillaje sin remordimientos, mientras tu permaneces fiel a tus principios sin esperar reconocimiento o recompensa alguna.

Siempre es mejor parecer tonto que ser un ladrón.

Ahora ya estoy seguro de lo que siempre he sospechado. Que moriré tan pobre como he vivido. No dejaré herencia, pero tampoco deudas. A mis hijos y nietos les legaré el orgullo de poder hablar de mí sin avergonzarse, ni más ni menos.

Necesitaba escribirlo, porque estoy cada día más cansado. Perdonadme si hoy mis palabras parecen tristes o derrotistas.

Pero la esperanza ha de rendirse a veces a la realidad. Quedan ya muy pocos caballeros. ¡Qué demonios! ¡Quedamos muy pocos caballeros! Y es necesario ser conscientes cuando sigamos intentando hacer pactos entre caballeros o fiarnos de la palabra de un hombre de honor. Porque cada vez es más probable que aquel con quien tratamos no sea ni lo uno ni lo otro.

Por tu parte, te apretarás la cintura, te alzarás y les dirás todo lo que yo te mande. No desmayes ante ellos, y no te haré yo desmayar delante de ellos; pues, por mi parte, mira que hoy te he convertido en plaza fuerte, en pilar de hierro, en muralla de bronce frente a toda esta tierra, así se trate de los reyes de Judá como de sus jefes, de sus sacerdotes o del pueblo de la tierra. Te harán la guerra, mas no podrán contigo, pues contigo estoy yo - oráculo de Yahveh - para salvarte.” Jeremías 1: 17-19.