En el prólogo al libro sobre San Martín, “El manto del soldado”, Max Gallo nos relata la experiencia del día que decidió escribir esta trilogía.
Nada puede compararse a su lectura directa en francés, pero trataré de resumirlo.
Nada puede compararse a su lectura directa en francés, pero trataré de resumirlo.
Aquella tarde estaba invitado al bautizo del hijo de uno de sus viejos amigos, en la iglesia cercana a su antiguo domicilio.
Como él mismo nos cuenta, si alguien hace años les hubiese dicho al grupo de amigos que se reunía allí para la ocasión, que su reencuentro se produciría con ocasión de una ceremonia religiosa, jamás lo hubiesen creído.
Ellos que estaban convencidos de que la religión católica pertenecía al pasado y que no tenía lugar alguno en el porvenir del mundo moderno, jamás.
Y sin embargo, Max Gallo recuerda que fue en el apartamento cercano a la iglesia en la que se encontraba, en el que recibió la noticia del suicidio de su hija de dieciséis años. Aquella hija fruto de un “embarazo no deseado”, embarazo que la madre y él pensaron seriamente en “interrumpir”, cosa que no hicieron, en parte por las dificultades que en aquella época suponía, y fundamentalmente por la repugnancia que les producía la acción, incluso a ellos que nada tenían que ver con la moral católica tradicional.
En aquel momento de su vida, al recibir la terrible noticia, la culpa cayó sobre él como una losa. Su negativa a bautizar a aquella hija que ahora estaba muerta, no le dejaba respirar.
Bajó a la iglesia (la de la foto), se arrodilló y comenzó a rezar las oraciones que no había vuelto a decir desde la infancia.
La herida no se cerró jamás, y la idea de que Dios se había llevado a su hija, porque sus padres no habían deseado lo suficiente su nacimiento para hacerla feliz y además se habían negado a bautizarla, sigue resonando en su cabeza.
Absorto en sus recuerdos, en las escaleras exteriores de la iglesia, vio llegar a sus amigos, que parecían encontrarse incómodos por tener que asistir públicamente a un bautizo católico en una iglesia “pública”. Una de ellos, tras confesar que jamás había asistido a un bautizo, le preguntó si pensaba entrar o esperar fuera el fin de la ceremonia, sin duda con la intención de permanecer fuera ella también. Cuando Max Gallo le contestó, “entraré, yo soy creyente”, su amiga no pudo disimular la sorpresa.
En aquel sábado 20 de octubre de 2001, evocando la “profecía” de Malraux según la cual el siglo XXI sería espiritual o sencillamente no sería, recordó a los amigos que no estarían presentes en aquel bautizo, ya que habían sido devorados por la modernidad. Alguno se había suicidado, otro había sido asesinado, otro se había vuelto loco…
Un rato antes, el dominico que se preparaba a oficiar la ceremonia, le había dicho a Max Gallo que era lector de sus obras, y que veía con claridad su búsqueda de la plenitud, de la unidad. Le sugirió que diese el paso definitivo que le llevaría al tramo final del camino, escribiendo sobre los fundamentos cristianos de Francia, San Martín, el bautismo de Clovis y San Bernardo. Las tres columnas de la fe francesa.
Cuando, durante la ceremonia, Max Gallo escuchó al sacerdote explicar un sermón de San Bernardo que parecía estar personalmente referido a él mismo, sin poder ni querer evitarlo, su rostro se llenó de lágrimas.
Después, cuando todos se marcharon, el dominico y Max Gallo pasaron varias horas hablando, o quizás en confesión, y finalmente ambos se arrodillaron frente al altar.
Seguramente, termina, "fue la primera vez que rezaba de verdad desde la muerte de mi hija".
PS: Dudo mucho que lleguemos a leer en breve algo así de la pluma de ningún "intelectual" español. Lástima.
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