vendredi 18 juin 2010

Siempre en camino

El común de los mortales en la Europa actual, al llegar el estío, tiene por «un derecho humano fundamental», partir una o dos semanas lejos de su residencia invernal, en general con la finalidad de malgastar su tiempo tendido en la arena de una playa más o menos contaminada, quemarse al sol a riesgo de contraer un cáncer, y principalmente emplear sus neuronas aún menos que de costumbre.

Por mi parte, cuando emprendo un viaje, rara vez regreso al punto de partida.

Eso es lo que me dispongo a hacer en los próximos días, empezar un nuevo viaje en el que mi familia y yo volveremos a cambiar de ciudad y de nación, aunque esta vez no de continente, una vez finalizado el proyecto que nos trajo al que ha sido nuestro domicilio en los últimos tiempos.

No será un viaje al uso de la modernidad, de esos en los que más que desplazamiento casi se podría hablar de «teletransporte». Lo haremos a nuestro estilo, disfrutando del trayecto, con etapas, escogiendo el itinerario más largo y enriquecedor posible.

Puede que a lo largo del viaje tenga tiempo y posibilidades técnicas para escribir en esta bitácora, o no. En cualquier caso, cuando lleguemos a nuestro destino y nos instalemos, retomaré las riendas de «La Comedia Humana», con el rearme moral e intelectual que espero obtener del viaje y de las lecturas que me llevo.

Un fuerte abrazo a todos los lectores y colaboradores.

mercredi 16 juin 2010

Bloomsday

James Joyce no es precisamente un ejemplo de moralidad, virtudes o claridad de ideas. Claro que no.

Pero sin duda ocupa un puesto relevante en la historia de la literatura y su Ulysses resulta imprescindible para el que quiera comprender el siglo XX.

Leerlo es una tarea de envergadura, precisamente por su originalidad literaria, los diferentes estilos presentes capítulo a capítulo, y sobre todo por sus «monólogos interiores».

A muchísimos «progres» «intelectualoides» se les llena la bocaza hablando del Ulysses de Joyce, sin haber sido capaces de pasar del primer capítulo, cuando no sin haber tenido jamás entre sus manos el libro.

Pero el que sabe escoger sus lecturas, el que no se concede descanso alguno en el estudio, para el siempre necesario fortalecimiento del espíritu, fundamentalmente a través de los clásicos, no desdeña aquellos autores que, situándose por diferentes motivos lejos de la tradición, constituyen presentaciones de aspectos de la realidad que van conformando poco a poco una imagen completa de la situación humana en la historia.

Hoy 16 de junio, muchos de esos que no han leído Ulysses de James Joyce, celebrarán más o menos profundamente, el famoso «bloomsday», rememorando los pasos del protagonista de la obra, el judío irlandés Leopold Bloom, en Dublín ese mismo día del año.

A algunos más les valdría dejar los riñones de cerdo del desayuno, y empezar a preocuparse del «doomsday».

Tal vez sea una buena ocasión para que aquellos que no lo hayan hecho, o hayan abandonado anteriores intentos, retomen el libro.

O aprovechando aquello de que el Pisuerga pasa por Valladolid, también puede ser un buen día para empezar «El hombre sin atributos» de Musil, otra obra fundamental para entender la pléyade de ideologías que envenenaron el siglo XX.

Curiosamente yo nunca olvido el «bloomsday», ya que, por casualidad, es el cumpleaños de una de las personas más importantes de mi vida, mi padre.

Felicidades papá.

mardi 15 juin 2010

San Juan Gualberto

Ya que he puesto esta bitácora bajo la protección espiritual de San Juan Gualberto, cuya festividad se celebra el 12 de julio, creo que es mi obligación al menos dedicarle una breve reseña:

Este religioso benedictino del siglo XI, nació en Florencia, de familia muy rica y su único hermano fue asesinado. Era heredero de una gran fortuna y su padre deseaba que ocupara altos puestos en el gobierno.

Un Viernes Santo iba este santo por un camino rodeado de varios militares amigos suyos, y de pronto se encontró en un callejón al asesino de su hermano. El enemigo no tenía a donde huir, y Juan dispuso matarlo allí mismo. El asesino se arrodilló, puso sus brazos en cruz y le dijo: "Juan, hoy es Viernes Santo. Por Cristo que murió por nosotros en la cruz, perdóname la vida". Al ver Gualberto aquellos brazos en cruz, se acordó de Cristo crucificado. Se bajó de su caballo. Abrazó a su enemigo y le dijo: "Por amor a Cristo, te perdono".

Siguió su camino y al llegar a la próxima iglesia se arrodilló ante la imagen de Cristo crucificado y le pareció que Jesús inclinaba la cabeza y le decía: "Gracias Juan".

Desde aquel día su vida cambió por completo. En premio de su buena acción, Jesús le concedió la vocación, y Juan dejó sus uniformes militares y sus armas y se fue al convento de los monjes benedictinos de su ciudad a pedir que lo admitieran como religioso. Su padre se opuso totalmente y exigió al superior del convento que le devolvieran a Juan inmediatamente. Pero al ver al antiguo guerrero convertido en sencillo y piadoso monje se echó a llorar, y dándole su bendición se retiró.

En aquellos tiempos, el peor defecto que había en la Iglesia era la Simonía, es decir, algunos compraban los altos cargos, y así llegaban a dirigir la Santa Iglesia algunos hombres indignos. En el convento de Florencia, donde estaba Juan, se murió el superior, uno de los monjes fue con el obispo y con dinero hizo que lo nombraran superior a él. También el obispo había comprado su cargo.

Gualberto no pudo soportar esta indignidad y se retiró de aquel convento con otros monjes y antes de salir de la ciudad, declaró públicamente en la plaza principal que el superior del convento y el obispo merecían ser destituidos porque habían cometido el pecado de simonía. Más tarde logró que los destituyeran.

Se fue a un sitio muy apartado y silencioso, llamado Valleumbroso y allá fundó un monasterio de mojes benedictinos que se propusieron cumplir exactamente todo lo que San Benito había recomendado a sus monjes. El monasterio llegó a ser muy famoso y le llegaron vocaciones de todas partes. Con los mejores religiosos de su nuevo convento fue fundando varios monasterios más y así logró difundir por muchas partes de Italia las buenas costumbres, y fue atacando sin misericordia la simonía y las costumbres corrompidas. Las gentes sentían gran veneración por él.

Después de haber logrado que muchas personas abandonaran sus vicios y se convirtieran y que muchos sacerdotes empezara a llevar una vida santa, y gozando del enorme aprecio del Papa y de numerosos obispos, murió el 12 de julio de 1073, dejando muchos monasterios de religiosos que trataban de imitarlo en sus virtudes y llegaron a gran santidad.

Que su ejemplo sea de gran provecho para nuestras almas.

Simonía: (De Simón el Mago, Hechos de los Apóstoles, Hechos 8:9-24). Compra o venta deliberada de cosas espirituales, como los sacramentos y sacramentales, o temporales inseparablemente anejas a las espirituales, como las prebendas y beneficios eclesiásticos.

vendredi 11 juin 2010

Max Gallo: "soy creyente"

En el prólogo al libro sobre San Martín, “El manto del soldado”, Max Gallo nos relata la experiencia del día que decidió escribir esta trilogía.

Nada puede compararse a su lectura directa en francés, pero trataré de resumirlo.
Aquella tarde estaba invitado al bautizo del hijo de uno de sus viejos amigos, en la iglesia cercana a su antiguo domicilio.

Como él mismo nos cuenta, si alguien hace años les hubiese dicho al grupo de amigos que se reunía allí para la ocasión, que su reencuentro se produciría con ocasión de una ceremonia religiosa, jamás lo hubiesen creído.

Ellos que estaban convencidos de que la religión católica pertenecía al pasado y que no tenía lugar alguno en el porvenir del mundo moderno, jamás.

Y sin embargo, Max Gallo recuerda que fue en el apartamento cercano a la iglesia en la que se encontraba, en el que recibió la noticia del suicidio de su hija de dieciséis años. Aquella hija fruto de un “embarazo no deseado”, embarazo que la madre y él pensaron seriamente en “interrumpir”, cosa que no hicieron, en parte por las dificultades que en aquella época suponía, y fundamentalmente por la repugnancia que les producía la acción, incluso a ellos que nada tenían que ver con la moral católica tradicional.

En aquel momento de su vida, al recibir la terrible noticia, la culpa cayó sobre él como una losa. Su negativa a bautizar a aquella hija que ahora estaba muerta, no le dejaba respirar.

Bajó a la iglesia (la de la foto), se arrodilló y comenzó a rezar las oraciones que no había vuelto a decir desde la infancia.

La herida no se cerró jamás, y la idea de que Dios se había llevado a su hija, porque sus padres no habían deseado lo suficiente su nacimiento para hacerla feliz y además se habían negado a bautizarla, sigue resonando en su cabeza.

Absorto en sus recuerdos, en las escaleras exteriores de la iglesia, vio llegar a sus amigos, que parecían encontrarse incómodos por tener que asistir públicamente a un bautizo católico en una iglesia “pública”. Una de ellos, tras confesar que jamás había asistido a un bautizo, le preguntó si pensaba entrar o esperar fuera el fin de la ceremonia, sin duda con la intención de permanecer fuera ella también. Cuando Max Gallo le contestó, “entraré, yo soy creyente”, su amiga no pudo disimular la sorpresa.

En aquel sábado 20 de octubre de 2001, evocando la “profecía” de Malraux según la cual el siglo XXI sería espiritual o sencillamente no sería, recordó a los amigos que no estarían presentes en aquel bautizo, ya que habían sido devorados por la modernidad. Alguno se había suicidado, otro había sido asesinado, otro se había vuelto loco…

Un rato antes, el dominico que se preparaba a oficiar la ceremonia, le había dicho a Max Gallo que era lector de sus obras, y que veía con claridad su búsqueda de la plenitud, de la unidad. Le sugirió que diese el paso definitivo que le llevaría al tramo final del camino, escribiendo sobre los fundamentos cristianos de Francia, San Martín, el bautismo de Clovis y San Bernardo. Las tres columnas de la fe francesa.

Cuando, durante la ceremonia, Max Gallo escuchó al sacerdote explicar un sermón de San Bernardo que parecía estar personalmente referido a él mismo, sin poder ni querer evitarlo, su rostro se llenó de lágrimas.

Después, cuando todos se marcharon, el dominico y Max Gallo pasaron varias horas hablando, o quizás en confesión, y finalmente ambos se arrodillaron frente al altar.

Seguramente, termina, "fue la primera vez que rezaba de verdad desde la muerte de mi hija".

PS: Dudo mucho que lleguemos a leer en breve algo así de la pluma de ningún "intelectual" español. Lástima.

mercredi 9 juin 2010

Evangelizar Europa

Hace unos días, conversando con un sacerdote francés sobre el tema de la necesaria nueva evangelización de Europa, me comentó una diferencia fundamental entre el caso español y el francés.

Tanto en Francia como en España, gran parte de la misión se centra en aquellos que a lo largo de su vida han abandonado la Iglesia Católica, y que, en su mayoría, aún “se pasan” para solicitar el matrimonio o pedir el bautismo o la primera comunión, que suele ser la última, para sus hijos. Resulta absolutamente necesario que la Iglesia, los párrocos, los catequistas… ofrezcan con valentía a estas “ovejas perdidas”, no sólo lo que solicitan, si no también y fundamentalmente, oportunidades para retomar el camino de la fe, catequesis de adultos, cursillos no sólo prematrimoniales…
Es una tarea inmensa, pero absolutamente necesaria, así como una obligación para los que nos llamamos Católicos, Apostólicos y Romanos. Ciertamente el futuro de la humanidad está nuestra manos, y sin duda, al final se nos exigirán responsabilidades por parte del único tribunal de justicia que verdaderamente merece llamarse así.

La diferencia en el caso francés reside en otro grupo de personas, ya más de una generación, que mi amigo el sacerdote francés calificaba de “territorio absolutamente virgen en religión”. Se trata de personas de 30 o 40 años, que no han tenido jamás contacto alguno con la fe. A lo sumo, me comentaba el sacerdote, recuerdan vagamente que su abuela tenía un crucifijo en la habitación y acostumbraba a santiguarse y acudir a la iglesia.

Otro signo más de esta situación, de la que España empieza a no estar muy lejana, me lo relataba otro amigo francés hace unos meses. La profesora de historia de una de sus hijas, comentó en clase con toda naturalidad, que en la Edad Media, la gente acostumbraba a acudir a misa cada domingo y se confesaban con frecuencia. Cuando la hija de mi amigo levantó la mano y dijo que ella y su familia acudían a misa cada domingo y fiesta de guardar y tenían la costumbre de no dejar pasar mucho tiempo entre cada confesión, la sorpresa de la profesora fue mayúscula.

Pero, si bien venimos de una época desoladora, la esperanza empieza a abrirse camino, como no puede ser de otra manera cuando hablamos de las “cosas” de Dios.

La inmensa mayoría de eso que pomposamente llamamos “los intelectuales”, denominación que, por supuesto, casi supone de entrada ser de izquierdas, retuercen todos sus argumentos lo que sea necesario con tal de no aceptar la verdad cuando la tienen delante de las narices.

Pero de vez en cuando aparece alguien capaz de decir en voz alta, “estaba equivocado”, cuando, por el camino que sea, llega a la conclusión y el convencimiento de que fuera de la Tradición de la Santa Madre Iglesia, ni hay salvación, ni hay esperanza.

Todos los caminos llevan a Roma, pero muchos abandonan voluntariamente el camino en cuanto empiezan a divisar a lo lejos la plaza de San Pedro.

Cuento esto porque, a pesar de que dije que los guardaba para el verano, ayer no pude evitar abrir el primer libro de la trilogía “Los Cristianos” de Max Gallo, titulado en francés “Le manteau du soldat”, sobre San Martin.

He intentado saber si están publicados en castellano, pero parece que no. Y es una verdadera lástima.

Max Gallo es el historiador francés contemporáneo por excelencia. Sus obras recorren con pasión la historia de Francia, y a través de ellas, se puede percibir esa evolución intelectual que le va llevando a la verdad a través del estudio y el análisis minucioso.

Es cierto, me dirán muchos, que sus incursiones en la historia española del siglo XX no han sido siempre muy afortunadas, aunque tampoco se pueden calificar de extremistas o radicales. A lo sumo de mal informadas, como el 90% de las versiones puramente españolas.

Zapatero a tus zapatos (perdón por usar el término que nos recuerda a aquel que preferimos no mencionar) y Max Gallo lo que conoce es la historia de Francia.

Abrir un libro por primera vez es una de esas sensaciones a las que jamás podría renunciar.

Normalmente, si el prólogo es demasiado largo, acostumbro a dejarlo para más adelante y comienzo directamente por la primera página del libro propiamente dicho. Sobre todo cuando el prólogo está firmado por alguien diferente al autor.

Pero ayer, no sé porqué, empecé a leer el prólogo, que firma el propio Max Gallo. Poco a poco empecé a quedar subyugado por lo que allí se relataba en primera persona. Intentando explicar la razón que le había llevado a escribir esta trilogía, lo que realmente presentaba el autor, era su vida misma como camino de conversión. Una conversión moderna, de nuestra época, a la que Max Gallo llega después de una vida de espaldas a Dios, y cuyo punto de inflexión es una tragedia personal que acaba por derrumbar un edificio que se sostenía sobre pilares de barro.

Leer ese prólogo, escrito por el paladín del republicanismo laico radical, comunista, socialista, portavoz del gobierno Mitterand, el moderno biógrafo de Robespierre y Napoleón, De Gaulle y Victor Hugo, debió ser sin duda un tremendo aldabonazo en las conciencias de los franceses. El libro se publicó en 2002.

Mañana, o pasado mañana, trataré de resumirlo en castellano.

mardi 8 juin 2010

La Flor de Lis

Existen diferentes explicaciones sobre el origen y el significado de este emblema heráldico, único símbolo auténtico de Francia y de sus reyes, y presente allí donde reine un heredero de Clovis, ya sea Merovingio, Carolingio, Capeto, Valois, Orleáns o Borbón, del mismo modo que la Cruz de Borgoña está presente en todos y cada uno de los escudos de armas de unidades militares españolas, y desde luego en la Bandera que, hace muchos años, yo besé al jurar fidelidad a la Patria.

Existe cierta confusión sobre el hecho de que la Flor de Lis se componga de tres hojas y que su número sea asimismo de tres flores en cada escudo. La primera tentación es pensar directamente en la Santísima Trinidad.

El emblema de Clovis, antes de adoptar las flores de lis, se componía, según las crónicas, de tres lunas en cuarto creciente, “croissants”, que otros identifican con tres ranas.

Un ángel se encargaría de comunicar a un eremita bajo la protección de Santa Clotilde, esposa de Clovis, el deseo de Dios de cambiar el emblema por un campo azul repleto de flores de lis.

La primera batalla ganada por Clovis con su nuevo emblema, tuvo lugar en la actual localidad de Conflans Saincte Honorine, acabando exactamente a las afueras de la ciudad, en la montaña donde se alzaba y se alza la torre de Montjoye.

De ahí el tradicional grito de guerra francés, al que posteriormente se le añadiría la invocación a San Dionisio, quedando “Montjoye Sainct Denis!”. Algo así como nuestro “¡Santiago y cierra España!” de las Navas de Tolosa.

El historiador benedictino Guillaume de Nangis, en su “Chronique des rois de France et de Vies de Saint Louis et de ses frères, Philippe le Hardi et Robert”, explica el simbolismo de la flor de lys, asignando a la hoja central, la mayor, la Fe, y a las otras dos la Sabiduría y la Caballería, destinadas a gobernar y defender la Fe, centro indiscutible del Reino.
Cuando las tres virtudes dejen de estar unidas, el Reino “caerá destruido en desolación”.

Fue finalmente Carlos V de Francia quien fijase el número de tres flores de lys en el blasón, que tradicionalmente se componía como hemos dicho de múltiples flores, en honor, ahora si, de la Santísima Trinidad, representando asimismo a la Sagrada Familia, así como el triángulo simbólico revelado a la venerable Philomène de Sainte Colombe, es decir Cristo, la Santísima Virgen y San Miguel Arcángel, los tres grandes vencedores de Lucifer.

Ahora vendrán los estudiosos de la heráldica a enmendarme la plana. La cuestión es que la Flor de Lys es el emblema universal de la Monarquía Católica Tradicional, y por ende de la verdadera libertad del ser humano.

lundi 7 juin 2010

Estad alerta

Leer la prensa cada mañana ha sido siempre, en mi familia, una actividad de alto riesgo cardíaco.

Últimamente siento cada vez más fuerte la tentación de abandonar esta costumbre, para evitar seguir poniendo a prueba mi, a Dios gracias, fuerte constitución y excelente estado de salud.

Pero no. Necesitamos conocer lo más posible los movimientos del enemigo y la evolución de la situación. Aunque tengamos que soportar cosas como la repugnante portada que incluyo en esta entrada. (Sin embargo Juan Manuel de Prada vuelve a estar brillante hoy en ABC, al respecto de la "milagrosa" y cacareada reforma laboral).

http://www.abc.es/20100607/opinion-firmas/viva-reforma-laboral-20100607.html

Esto se acaba. Los intentos desesperados del monstruo para mantenerse en pie podrán prolongar la agonía del sistema y sin duda seguirán causando víctimas.

Los que sabíamos desde el primer momento que un mundo organizado a espaldas de Dios nos llevaría al desastre, debemos ahora permanecer fuertes, perseverar y estar preparados. Como siempre, no sabemos “el día ni la hora”.

Recuerdo que en 1978, cuando el referéndum de la constitución, le pregunté a mi madre al respecto, y ella me contestó que no tenía duda alguna sobre su obligación de votar en contra de una ley fundamental del estado que no mencionaba a Dios en ningún artículo.

El final puede llegar en un futuro próximo o retrasarse algún tiempo. Por eso es fundamental, no solamente profundizar en nuestras convicciones, si no también transmitirlas correctamente a la siguiente generación.

El final de una época tan aciaga como ésta, es motivo de esperanza. No desesperemos, confiemos en la Divina Providencia y preparémonos para construir el futuro sobre los sólidos pilares de Tradición.

---------------------

Incluso algún jefe de estado de la república “laica” por excelencia, llegó a la conclusión de que era necesario tener claro quiénes somos y de dónde venimos, a pesar de los pesares:

"Pour moi, l'histoire de France commence avec Clovis, choisi comme roi de France par la tribu des Francs, qui donnèrent leur nom à la France. Avant Clovis, nous avons la préhistoire gallo-romaine et gauloise. L'élément décisif pour moi, c'est que Clovis fut le premier roi à être baptisé chrétien. Mon pays est un pays chrétien et je commence à compter l'histoire de France à partir de l'accession d'un roi chrétien qui porte le nom des Francs".

Général de Gaulle


PS: Entre los libros que me esperan para este verano, está la trilogía de Max Gallo sobre los fundamentos cristianos de Francia, “El manto del soldado” sobre San Martín, “El bautismo del Rey” sobre Clodoveo y “La cruzada del monje” sobre San Bernardo.
También Max Gallo, que procedía de la izquierda más radical, como verdadero hombre de letras y pensamiento, llegó hace tiempo a la conclusión de que dar la espalda a la Tradición era un suicidio.

samedi 5 juin 2010

Patria

No digo yo que algún escritor no busque inspiración en alguna bitácora como ésta.

Me parece estupendo. Mis reflexiones están aquí para ser compartidas. Y si alguien con habilidades literarias muy por encima de las mías, es capaz de darles una forma brillante y transmitirlas a una audiencia muchísmo mayor, misión cumplida.

Muchísimas gracias señor De Prada, no podría estar más de acuerdo con usted. Yo vengo muchos años pensando y, sobre todo, diciendo lo mismo. Punto por punto.

Militares sin patria

JUAN MANUEL DE PRADA

¿Para qué existen los militares? Para defender la patria hasta la entrega de la propia vida, si fuera preciso. Y, puesto que la patria es la «tierra de los padres», hemos de concluir que los militares mueren por la tierra y por los padres. Morir por un pedazo de tierra -por extenso o fértil que sea- es algo ridículo, tan ridículo como hacerlo por cualquier otra posesión material, sólo comprensible en quienes están enfermos de avaricia; y como, además, la patria no es tierra que se reparta por partes alícuotas entre sus oriundos, sino que sólo les pertenece en un sentido ideal, tal sacrificio se tornaría doblemente ridículo... si no fuera porque hay algo más. Morir por los padres es obligación de la sangre, si los padres están vivos (y obligación del honor, si están muertos y su memoria es ultrajada); pero morir por los padres de un señor de Cuenca o Albacete a quien no conocemos de nada es algo igual de ridículo que morir por un pedazo de tierra sobre el que no poseemos título de propiedad alguno... si no fuera porque hay algo más. Y ese «algo más» es lo que hace que la defensa de la patria hasta la entrega de la propia vida no sea una tarea ridícula, sino admirable y heroica. ¿Y qué es ese «algo más», se preguntarán las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan?

Pues ese algo más es la conciencia de una misión común, que sólo proporciona el sentido religioso. El amor a la tierra de nuestros padres sólo es posible cuando admitimos que estamos ligados en una misión común con nuestros antepasados; una misión que recibimos, heredada a través de la sangre y la tradición, y que da sentido a nuestra vida a lo largo de sucesivas generaciones. Pero este sentido de dependencia a una misión común sólo se explica si aceptamos su naturaleza religiosa: los pueblos se vinculan a la tierra cuando la perciben como una heredad recibida del cielo; y se vinculan a los otros pobladores de esa tierra y a sus antepasados cuando entre ellos surge la conciencia de una Paternidad común. El aglutinante que une a los hombres con la tierra que pueblan, y con los hombres que previamente la poblaron, es siempre de naturaleza religiosa en su origen; y aunque es cierto que luego el patriotismo adquiere expresiones no estrictamente religiosas, no es menos cierto que, a medida que el aglutinante religioso originario se adultera o esclerotiza, el patriotismo se torna cada vez más pomposo y vacío, más aspaventero y presuntuoso. Y cuando ese aglutinante se extirpa, el patriotismo deviene un sinsentido; ante lo cual, los gobernantes que promueven esa extirpación tienen que inventarse paparruchas del tipo de aquel «patriotismo constitucional» con que nos apedrearon hace algún tiempo; paparruchas que, llegada la hora de la verdad, se revelan hueras, chirles y hebenes. Porque nadie muere -salvo que lo obliguen o lo compren- defendiendo ordenanzas o directrices ministeriales; nadie muere -salvo que lo obliguen o lo compren- defendiendo la democracia ni el sistema métrico decimal.

Desligar el amor a la patria de ese «algo más» aglutinante es tanto como cegar las fuentes o arrancar las raíces de ese amor, que inevitablemente termina agostándose, hasta que finalmente fenece y se pudre. Y a un militar al que le arrebatan ese aglutinante ofrecer la vida en defensa de su patria termina, tarde o temprano, antojándosele algo ridículo. Podrá convertirse en carne de cañón -si le obligan a morir- o en mercenario -si lo compran-, pero nunca más será un verdadero militar, porque ha dejado de tener conciencia de la misión común que justificaba su existencia. Así se puede llegar a constituir un ejército sin ideal, desgajado de la tradición que le da sentido, una burocracia de ganapanes en la que se entremezclan mercenarios y carne de cañón, sin otra misión que el cumplimiento de tal o cual directriz ministerial. Así se convierte al ejército en una patulea de tristes esclavos.
 
Diario ABC, 5 de junio de 2010

jeudi 3 juin 2010

Venga a nosotros tu Reino

Al reflexionar sobre esta petición acerca del Reino de Dios, recordaremos lo que hemos considerado antes acerca de la expresión «Reino de Dios». Con esta petición reconocemos en primer lugar la primacía de Dios: donde Él no está, nada puede ser bueno. Donde no se ve a Dios, el hombre decae y decae también el mundo.

En este sentido, el Señor nos dice: «Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura» (Mt 6,33). Con estas palabras se establece un orden de prioridades para el obrar humano, para nuestra actitud en la vida diaria.

En modo alguno se nos promete un mundo utópico en el caso de que seamos devotos y de algún modo deseosos del Reino de Dios. No se nos presenta automáticamente un mundo que funciona como lo propuso la utopía de la sociedad sin clases, en la que todo debía salir bien sólo porque no existía la propiedad privada.

Jesús no nos da recetas tan simples, pero establece - como se ha dicho - una prioridad determinante para todo: «Reino de Dios» quiere decir «soberanía de Dios», y eso significa asumir su voluntad como criterio.

Esa voluntad crea justicia, lo que implica que reconocemos a Dios su derecho y en él encontramos el criterio para medir el derecho entre los hombres.

El orden de prioridades que Jesús nos indica aquí nos recuerda el relato veterotestamentario de la primera oración de Salomón tras ser entronizado. En él se narra que el Señor se apareció al joven rey en sueños, asegurándole que le concedería lo que le pidiera. ¡Un tema clásico en los sueños de la humanidad! ¿Qué pidió Salomón? «Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el bien y el mal» (1 R 3, 9). Dios lo alaba porque no ha pedido –como hubiera sido más natural- riqueza, bienes, honores o la muerte de sus enemigos, ni siquiera una vida más larga (cf. 2 Cr 1, 11), sino algo verdaderamente esencial: un corazón dócil, la capacidad de distinguir entre el bien y el mal. Y por eso Salomón recibió también todo lo demás como añadidura.

Con la petición «venga tu reino» (¡no el nuestro!), el Señor nos quiere llevar precisamente a este modo de orar y de establecer las prioridades de nuestro obrar.

Lo primero y esencial es un corazón dócil, para que sea Dios quien reine y no nosotros. El Reino de Dios llega a través del corazón que escucha. Ése es su camino. Y por eso nosotros hemos de rezar siempre.

A partir del encuentro con Cristo esta petición asume un valor aún más profundo, se hace aún más concreta.

Hemos visto que Jesús es el Reino de Dios en persona; donde Él está, está el «Reino de Dios». Así, la petición de un corazón dócil se ha convertido en petición de la comunión con Jesucristo, la petición de que cada vez seamos más «uno» con Él (d. Ga 3, 28). Es la petición del seguimiento verdadero, que se convierte en comunión y nos hace un solo cuerpo con Él. Reinhold Schneider lo ha expresado de modo penetrante: «La vida en este reino es la continuación de la vida de Cristo en los suyos; en el corazón que ya no es alimentado por la fuerza vital de Cristo se acaba el reino; en el corazón tocado y transformado por esa fuerza, comienza... Las raíces del árbol que no se puede arrancar buscan penetrar en cada corazón. El reino es uno; subsiste sólo por el Señor, que es su vida, su fuerza, su centro... » (pp. 31s). Rezar por el Reino de Dios significa decir a Jesús: ¡Déjanos ser tuyos, Señor! Empápanos, vive en nosotros; reúne en tu cuerpo a la humanidad dispersa para que en ti todo quede sometido a Dios y Tú puedas entregar el universo al Padre, para que «Dios sea todo para todos» (l CA 15,28).

JESUS DE NAZARET

de RATZINGER, JOSEPH
BENEDICTO XVI

mercredi 2 juin 2010

La misión divina (II) El pacto de Tolbiac

Uno de los pequeños grandes tesoros que guardo en mi biblioteca es una edición de “La Mission Divine de la France” del marqués de la Franquerie, chambelán de varios papas, donde pueden leerse cosas como el capítulo que paso a traducir:

Tres grandes Santos de Francia participaron en la Conversión de Clovis: San Rémi, del que hablaremos más adelante, Santa Clotilde que, por su ejemplo, tuvo una gran influencia sobre su esposo el Rey, y la Patrona de Paris(*), amiga de la reina, Santa Geneviève, que 30 años antes había salvado la ciudad de las hordas de Atila (451) y que evitó la hambruna cuando, todavía bajo dominación romana, fue asediada por Clovis, cuya conversión ella misma preparaba desde el reinado de Childéric, sin éxito a pesar de su gran influencia, para atraer a este príncipe a la luz de la fe.

Santa Geneviève que quería reconstruir un templo magnífico en honor de San Denis.

Todas las piezas de la historia de Francia encajan perfectamente. Se diría que un enlace místico une a todos los enviados de Dios para su salvación milagrosa, San Denis, que estuvo tan cerca de la madre del Salvador, y Santa María Magdalena, inspiraron el culto mariano en la tierra de los francos, y la Santísima Virgen, en agradecimiento, ha mostrado su predilección hacia ellos con sus múltiples apariciones.

Santa Geneviève revivificó el culto a San Denis, Santa Juana de Arco, que Dios hizo nacer en Domrémi (literalmente la Casa de Rémi), renovó el pacto de Clovis y San Rémi, y depositó en homenaje sus armas en la abadía de San Denis… Como si cada uno de ellos hubiese querido dejar claro al pueblo francés, que eran tan sólo constructores de un mismo edificio, que no hacían si no continuar la obra de sus predecesores en la misión divina, y siempre por la voluntad del Todopoderoso.

A punto de sucumbir bajo las fuerzas enemigas en Tolbiac, Clovis invocó al Dios de Clotilde, Cristo, y le prometió convertirse al catolicismo si vencía. Y obtuvo una milagrosa victoria sobre los alamanes.

Es durante la exaltación de su sobrenatural victoria cuando dictó, en un alarde de fe y de reconocimiento, el magnífico decreto, vibrante de entusiasmo y de amor, que ofrece a Francia para siempre, mientras exista, al Reino de Jesucristo, exigiendo que fuera emplazado como ley constitucional del Reino de los Francos, la Ley Sálica, que completarían sus sucesores y que entre otras cosas dice:

“La nación de los Francos, ilustre, teniendo a Dios por fundador, fuerte en armas, firme en los tratados de paz, audaz, ágil y ruda en el combate, recién convertida a la fe católica y libre de herejía.

Estaba aún bajo unas creencias bárbaras.

Pero con la inspiración de Dios, buscó la llave de la ciencia, según la naturaleza de sus cualidades, deseando la justicia, guardando la piedad.

Entonces se dictó la Ley Sálica por los jefes de esta nación.

Ya que con la ayuda de Dios, Clodoveo el velloso, el bello, el ilustre Rey de los Francos, recibió el primero el bautismo católico, todo lo considerado no conveniente en este pacto fue corregido con claridad por los ilustres reyes Clodoveo, Childerico y Clotario.
Y así se redactó este decreto:

¡Viva Cristo que ama a los Francos!

¡Qué El guarde su Reino y llene a sus jefes con la luz de su gracia!

¡Qué El proteja los ejércitos!

¡Qué El les muestre los signos que atestigüen su fe, su gozo, la paz y la felicidad!

¡Qué Nuestro Señor Jesucristo conduzca por el camino de la piedad a sus gobernantes!

Por que esta nación es aquella que, pequeña en número, pero brava y fuerte, sacudió el pesado yugo de los romanos y, tras reconocer la santidad del bautismo, adorna los cuerpos de los santos mártires que Roma consumió con fuego, mutiló con hierro o hizo despedazar por las bestias…”

He aquí la primera Constitución de Francia, que reposa sobre el Evangelio.

Por eso Francia tuvo el honor de ser la primera nación que no fundó su civilización sobre verdades filosóficas o de carácter mágico o sobre falsas religiones, tampoco sobre verdades discutibles, si no sobre la Verdad total, integral, universal, sobre el catolicismo, que significa “la religión universal”.

Para construir el Reino, empleó la piedra angular de la Iglesia, el mismo Cristo.

Por ello, el verdadero universalismo francés es el del Evangelio, no el del Talmud o el libre pensamiento, no el de la sinagoga de Jerusalén o el templo de la rue Cadet en Paris (centro del francmasón Gran Oriente de Francia), o de la iglesia de Ginebra (calvinista).

¿Cómo brillará la llama de la Verdad Católica si falta su portador?

(*) A su muerte en 512, Santa Geneviève había sido inhumada, por orden de la reina Santa Clotilde, junto a los miembros de la familia real. Todos los soberanos franceses veneraron la memoria de la Patrona de Paris. Muchos enriquecieron y embellecieron su tumba. En 1757, Louis XV hizo construir, por Soufflot, una nueva basílica de planificación grandiosa, para reemplazar la vieja iglesia merovingia.
La revolución, (esa empresa satánica según Pío IX), la hizo quemar públicamente y lanzó al Sena en noviembre de 1793 las reliquias de Santa Geneviève. Se envió el relicario a la Casa de la Moneda y un decreto de la Convención transformó la basílica en Panteón para “grandes hombres”, uno de los primeros en descansar en la iglesia profanada fue el mismo Marat.
El gobierno de la restauración devolvió la basílica al culto de Santa Geneviève y, en 1885, la tercera república volvió a transformarla en panteón en el que, junto a Voltaire y Rousseau, descansa Zola, el pornógrafo, el corazón de Gambetta, cómplice de Bismarck, y las cenizas de Jaurés, el mal francés.

mardi 1 juin 2010

La misión divina (I)

Ellos a lo suyo. No contentos con prohibir que los cadetes de la Academia de Infantería de Toledo rindan los honores reglamentarios al Santísimo Sacramento y negarles el derecho a desfilar con su bandera, el gobierno prohíbe también a La Legión que rinda honores a su Cristo de la Buena Muerte.

Es lo que pasa cuando olvidamos quiénes somos, de dónde venimos y, sobre todo, cuál es nuestra misión.

Así que nosotros a lo nuestro: ya he presentado alguna vez en esta bitácora mi convencimiento de que la Revolución Francesa fue organizada por los enemigos de la humanidad precisamente en el Reino de Francia, debido a la claridad con que los franceses percibían su misión divina. Misión que, por otra parte, era exactamente la misma de la Monarquía Hispánica, promover la Cristiandad y asegurar el triunfo del Reino de Cristo en el mundo.
El salmo “Non fecit taliter omni nationi” lo sentían dirigido a ellos personalmente.

La primacía que el Rey de Francia reclamaba no respondía al nacionalismo intransigente al que estamos acostumbrados hoy. Estaba fundado en el convencimiento de que el triunfo del Reino Universal de Cristo era la única garantía para la paz y la prosperidad universales, en la caridad y el amor en este mundo y la beatitud eterna para la que son creados los hombres.

La solemne declaración del Santo Padre, Gregorio IX a San Luis rey de Francia, estaba grabada a fuego en el corazón de los franceses: “Así, Dios escogió Francia antes de todas las naciones de la tierra para la protección de la Fe católica y la defensa de la libertad religiosa. Por este motivo, EL REINO DE FRANCIA ES EL REINO DE DIOS; LOS ENEMIGOS DE FRANCIA SON LOS ENEMIGOS DE CRISTO”.

Esta alianza eterna de Francia con Dios, hacía que los franceses se sintiesen sucesores del pueblo judío para cumplir en la era cristiana la misión que a ellos les fue encomendada bajo el Antiguo Testamento. “Gesta Dei per Francos”.

Hasta tal punto se identificaba ser católico con ser francés, que todos los católicos, ya fuesen españoles, ingleses o italianos, etc., eran designados con el nombre genérico de Francos.

La historia de Francia se interpretaba de este modo desde la más remota antigüedad, empezando por las palabras de Estrabón sobre la Galia: “Nadie puede dudar al contemplar esta obra de la providencia, que la disposición de este país es intencionada y no debida al azar.”

Sabían que la Misión Divina de Francia les haría siempre objeto de los asaltos furiosos del infierno, y sabían que precisamente por ello habían recibido del Altísimo el mejor protector, el primero de los Ángeles, el jefe de las milicias celestiales, el vencedor de Satán, San Miguel, que así se lo había asegurado a Santa Juana de Arco.

Que la Verónica de la Pasión de Cristo y el mismo Longinos, el de la lanza, fueran galos, de lo que nadie en Francia dudaba, que el evangelio llegase a la Galia con María Magdalena, Marta y Lázaro, que la misma Virgen Santísima escogiera suelo francés para enterrar a su madre Santa Ana, y que, según el Martiriologio Romano, el papa San Clemente enviase a San Dionisio, Saint Denys de l’Aéropage, convertido por San Pablo y acompañante de la Virgen en sus últimos momentos, para instalarse en Lutecia, donde moriría decapitado en la Colina de Marte, llamada después Mons Martyrum, es decir Montmartre, eran unos cuantos de los muchos signos divinos que mantenían a Francia, antes de que llegaran estos terribles tiempos de sangre y revolución, fiel a la misión encomendada.

Igual que Francia es la “fille ainée de l’Eglise” (hija mayor de la Iglesia), esta España que ahora le niega a Dios sus honores, fue también un día la defensora de la Cristiandad, la evangelizadora del nuevo mundo, tierra de María…

Por eso, por ejemplo, cuando Carlos I de España aceptó el trono imperial, no lo hizo para ganar nuevos reinos, “pues le sobran los heredados que son más y mejores que los de ningún rey; aceptó el Imperio para cumplir las muy trabajosas obligaciones que implica, para desviar los grandes males que amenazan la religión cristiana y acometer la empresa contra los infieles enemigos de la Santa Fe Católica, en la cual entiende, con la ayuda de Dios, emplear su real persona” arzobispo Pedro Ruiz de la Mota.

Por eso el cronista nos relata que el emperador Carlos V, tras la dieta de Worms: “Como descendiente de los cristianísimos Emperadores de la noble nación alemana, de los Reyes Católicos de España, de los archiduques de Austria y de los duques de Borgoña, se declaró resuelto a administrar su cargo de defensor de la Iglesia Católica, de la Fe Católica, y de los sagrados usos ordenamientos y costumbres, y a proceder contra Lutero por manifiesto hereje”.

Por eso el concilio de Trento fue una obra española, al convertirse Carlos I de España, Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico, en su paladín, sin otra pretensión que la de defender la ortodoxia en la Santa madre Iglesia y unir a todos los pueblos bajo el signo de la Cruz.

Sólo cuando hay una misión que cumplir se puede mirar al futuro.