Cuando regresas a España después de vivir unos años en otro país hay algunas cosillas a las que tienes que volver a acostumbrarte, como los horarios, las comidas, hablar siempre a gritos…
Resido de nuevo en suelo patrio desde hace nueve meses y ya me han destrozado la ventanilla del coche intentándomelo robar y unos atracadores me propinaron un zurriagazo de cuidado con una barra de hierro, que aún me duele, en un supermercado (y eso que vivo en un “buen barrio”).
Una de las costumbres que he tenido que “adaptar” al volver son las compras por Internet, a las que somos muy aficionados en mi casa, ya que la ropa, que es lo que solemos comprar, sale bastante más barata y nos evita malgastar las tardes de tienda en tienda. Los libros nuevos en castellano he optado por encargárselos a la librería del barrio, que no me cobra gastos de envío, limitando internet para los usados o los publicados en otros idiomas.
Y no es que el ancho de banda y la calidad de la línea sean aquí una porquería, que lo son, y encima la conexión mucho más cara, que lo es, el problema es el “factor humano”, en concreto el portero de mi bloque de pisos, un comunista mal encarado que considera que recoger mis paquetes no forma parte de sus obligaciones, y el servicio postal, que sólo reparte por las mañanas, cuando no hay nadie en casa, y no vuelve a pasar por la tarde, dejándome un aviso para que recoja los envíos en la oficina de correos, que está a varios kilómetros de casa, en una zona donde, ¿cómo no?, es imposible aparcar.
Otro día hablaré de mi vecino, al que parece que le cuesta un esfuerzo sobrehumano dar los buenos días, por si alguien pensaba recomendarme que le pidiese apoyo a él.
No soy un tipo quejica, y cuando tengo un problema lo soluciono como puedo y punto. Sigo comprando por Internet, y doy la dirección de mi cuñada, que vive muy cerquita, para recibirlos, ya que su portera es una señora encantadora que tiene el portal como una patena y pasa el resto de la jornada en la portería haciendo punto, saludando con cortesía y cordialidad, y no tiene ningún problema político-psiquiátrico en guardarme los paquetes hasta que paso a recogerlos.
Pero ayer me pasó algo muy curioso. El cartero llamó al telefonillo del portero automático a eso de las seis de la tarde, cuando lógicamente estábamos todos en casa. “Le traigo un envío” dijo, “¿tengo que bajar?” le pregunté obediente y sumiso, “no hace falta, ya subo yo”.
Por supuesto no me traía un encargo adquirido por Internet. Me traía una multa del ayuntamiento por exceso de velocidad en un túnel de la M-30, en el que el máximo permitido eran 70 Km/h y me habían hecho una preciosa foto, que me adjuntaban a la comunicación, circulando a la peligrosísima y temeraria velocidad de 76 Km/h.
Por si la ironía no fuese suficiente, pagué la multa de inmediato, para que el importe de ¡cien euros! se redujese a cincuenta ¡por internet! El servicio telemático del ayuntamiento funcionó a la primera con una eficacia impresionante y Gallardón ya ha reducido un poquito la deuda del “consistorio madrileño”.
En resumen, para hacerme pagar multas el servicio de correos no tiene inconveniente en mandarme al cartero a mi domicilio en un horario en el que es más que probable encontrar alguien en casa, pero si quiero comprar algo por internet lo tengo que recoger en ventanilla ¡faltaría más!
Y las multas y los impuestos se pueden abonar por internet, pero para empadronarse hay que pedir cita previa y perder la mañana. Igual que tengo que perder la mañana para recoger la tarjetas de crédito del banco en el mostrador cuando caducan, ya que por supuesto también las trae el cartero por las mañanas cuando no hay nadie en casa y el banco sólo abre por las mañanas. Aunque pueda parecer increíble, en otros países europeos los bancos abren en el mismo horario comercial que las tiendas, ¡qué cosa más rara! ¡qué absurdo deseo es esperar que la institución que se embolsa mi sueldo y el de mi santa esposa cada fin de mes me facilite las gestiones compatibilizando sus horarios con los míos!
Bueno, al menos aquí luce casi siempre el sol y, aunque no puedo bajar al parque que hay detrás de casa con los niños, ya que está plagado de cacas de perro y el ayuntamiento no puede pagarle el sueldo a un jardinero ni a un barrendero o vigilante, siempre nos queda subirnos al coche, que ya le he cambiado la ventanilla y he aspirado los mil millones de cristalitos del interior, pagar un parking en el centro, que a más de un euro por hora me sale más económico que cinco billetes de autobús de ida y cinco de vuelta, “¿familia numerosa? ¿a mí qué me cuenta usted? ¡el billete cuesta un euro por persona!”, e irnos al Retiro con la mitad de la población indígena de América del Sur, que me parece fenomenal y de hecho yo los considero tan españoles como a los de Sevilla, Bilbao, Barcelona o Santiago de Compostela, pero... ¿no los habían masacrado a todos entre Hernán Cortés y Pizarro?
2 commentaires:
Bien traída esa última pregunta, compartiendo también la apreciación sobre su españolidad.
Ay, la portera haciendo punto en la portería... ¡Qué grandes recuerdos!
Te aseguro Gonzalo que me encanta verles disfrutando en el Retiro, con sus facciones tan precolombinas. Me hace sentirme orgulloso de la universalidad hispánica, y despreciar aún más las estupideces "indigenistas".
Tienes razón también respecto a la portera de mi cuñada. Es una imagen auténticamente entrañable. Y además, como digo, el perfecto complemento para las nuevas tecnologías.
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