«Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?» (Juan 18, 10-11)
Me cuesta escribir el más mínimo comentario durante la Semana Santa. Mientras conmemoramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, no me siento digno de comentar nada.
Es tiempo de arrepentimiento y penitencia, de silencio y oración. Es tiempo también de vivir, compartir y enseñar las tradiciones, y para los padres de familia es esta última una obligación capital.
Las palmas y ramos el Domingo de Ramos, recorrer las estaciones el Jueves Santo, Santos Oficios, Procesiones, Vigilia Pascual…
También podemos encontrar momentos de lectura, y precisamente leyendo el último libro de Benedicto XVI sobre Jesús de Nazaret, he encontrado un detalle sobre el que abrir una pequeña reflexión.
Se trata de la figura de San Pedro en la Pasión. Su negativa inicial al lavatorio de los pies, su empleo de la espada contra el criado del sumo sacerdote y las negaciones.
En realidad, como explica el Santo Padre en el libro, todo está muy relacionado, y su actitud en las dos primeras ocasiones le llevará a la tercera.
Pedro no puede aceptar la humildad de Cristo, no puede entender que el Maestro se rebaje frente al discípulo, no entiende que el Mesías sufra la suerte de un criminal.
Tampoco a mí, y nos pasa a muchos hoy en día, tampoco a nosotros nos es fácil aceptar que Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios Padre Todopoderoso, sea objeto a diario de burlas, afrentas y ultrajes, y sentimos la íntima necesidad de desenvainar la espada.
Pedro no entendía que el Mesías debía llegar a la Gloria por el sufrimiento.
Nosotros, y yo el primero, olvidamos también a menudo sus palabras: «Si el mundo os odia, sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia. Acordaos de la palabra que os he dicho: no es el siervo más que su señor. Si me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán. Si han guardado mi doctrina, también guardarán la vuestra. Pero os harán todas estas cosas a causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado.» (Juan 15, 18-21)
¿Seremos capaces de beber el mismo cáliz?
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