Ayer por la tarde, al llegar a casa, abrí una carta que el banco me enviaba con una especie de folleto de propaganda de los que suelo tirar al contenedor de papel, que uno está concienciado con el planeta, la ecología y todo eso, normalmente sin perder ni un minuto en leer el contenido.
Vamos, lo mismo que hago con la pobre sudamericana que, con persistencia inagotable, me llama todas las tardes a eso de siete para que me cambie de proveedor de telefonía e Internet, a la que un día de estos voy a invitar a cenar en casa porque ya es como de la familia.
Pero ayer debía estar algo tontorrón y se me ocurrió leer el folleto del banco. En resumen la institución bancaria que se embolsa mi salario cada primero de mes, era tan gentil de activarme un servicio de alertas al teléfono móvil, sin necesidad de que yo me molestase en autorizarlo, servicio que sería gratuito hasta después del verano.
Uno que tiene estudios, rápidamente llegó a la conclusión de que si el servicio era gratuito hasta el final del verano, con posterioridad dejaría de serlo. Inmediatamente agarré el teléfono y marqué el que se especificaba en el folleto para consultas o reclamaciones.
El educado agente comercial que me atendió y que volvió a contarme las excelencias del servicio ofertado, sin poder especificarme el precio del servicio después del periodo gratuito, no supo qué contestar cuando le expliqué que dar por sentado que yo deseaba obtener el servicio, aunque los primeros meses fuese gratis, sin preguntarme, era claramente una mala práctica comercial, que hacía peligrar gravemente mi ya de por sí escasa confianza en la institución bancaria de marras.
Como no era cuestión de darle un cursillo al pobre telefonista distinguido, sencillamente me di de baja de la generosa oferta y le deseé muy buenas tardes.
Ya hace años cancelé mi cuenta corriente en otro banco y retiré mi dinero en la ventanilla, ante la mirada atónita del cajero que no alcanzaba a entender mi indignación.
En resumen, lo que había pasado era que el banco en cuestión me había pasado al cobro la primera mensualidad de un seguro de automóvil ventajosísimo al parecer, debido a que me habían mandado la correspondiente publicidad a mi domicilio, que debió ir al cubo de la basura sin leer, y yo no les había comunicado que no deseaba el seguro. Ni les había comunicado que no lo quería, ni qué coche tenía o si tenía alguno en absoluto, ni tan siquiera si tenía permiso de conducir. Y el pobre cajero aún me decía que era una práctica habitual, oído lo cual cancelé como digo la cuenta y retiré todo el efectivo de modo inmediato.
Sin duda la conclusión más inmediata de todo esto, aparte de que la honestidad es una virtud desconocida en el mundillo de la economía, es que vienen tiempos aún peores que los actuales, y los bancos intentan volver a cobrar por todo. (Imagínense si cada vez que emplean al cabo del día una tarjeta de débito, crédito o lo que sea, les llega un mensajito al teléfono móvil, “smartphone” para los telespectadores de Intereconomía, con un coste, pongamos por caso, de algunos céntimos de euro).
Por otra parte la anécdota es significativa para comprender la cacareada “crisis económica” que hace que empresas multinacionales, cuasi-monopolios y bancos con beneficios exorbitantes, reparto de primas y todo eso, aumenten los precios y despidan a la mitad de sus asalariados para recortar gastos; que administraciones públicas en bancarrota promocionen eventos pseudo-culturales con ingentes cantidades de dinero mientras recortan las prestaciones a sus administrados y aumentan del modo más encubierto y sibilino posible la presión fiscal; que los políticos salgan con que los salarios no pueden revisarse con la inflación y tienen que vincularse a la productividad, mientras las sesiones del Congreso de los Diputados se reducen de tres a dos a la semana sin influencia alguna en los honorarios de los diputados; y finalmente, para no aburrir, que el todopoderoso estado central nos aconseje organizar nuestra futura jubilación, que llegará a los 67, 80 o ya veremos cuántos años de edad, mediante la suscripción de un plan de pensiones privado, pero eso sí, sin dejar de detraernos del salario cantidades cada vez mayores de dinero en concepto de pensiones.
Y es significativa decía, por que la crisis que padecemos algunos, los de siempre, no es económica, es crisis de confianza. Ya nadie se fía de nadie, y como esos papelitos de colores que llevamos en la cartera para pagar en el supermercado, dejaron hace años de ser pagarés avalados por las reservas de oro del emisor, actualmente tienen el mismo valor que los del Palé, que es como se llamaba el “Monopoly” cuando en las monedas ponía que Francisco Franco era el Caudillo de España por la Gracia de Dios, que sin duda era verdad a tenor del mundialmente conocido y admirado milagro económico español, que convirtió las alpargatas de los españoles en seiscientos (unos coches que se podían aparcar en cualquier sitio, que gastaban menos gasolina que un mechero y cuyas revisiones costaban menos que una ronda de cañas en el bar del barrio, lo digo por los jóvenes que no saben de qué estoy hablando) y nos autoabasteció de electricidad generada por centrales hidroeléctricas, por presas y pantanos vamos, que eso sí que es una energía inagotable, ecológica y alternativa, y no esos horribles e ineficaces molinillos gigantescos y esas anti-estéticas explanadas llenas de placas solares fotovoltaicas.
El otro día, paseando por la madrileña calle de Toledo, la que sale de la Plaza Mayor, vi una cola de gente esperando una media de una hora para entrar a comprar en una tienda, ¿adivinan de qué?, de alpargatas. Será cosa de las modas, será el retorno a las soluciones tradicionales para la canícula española, será lo que ustedes quieran, pero como símbolo da que pensar, ¿no les parece?
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