Siempre me ha apasionado la buena literatura. La filosofía también ha sido otra de mis pasiones. La física y las matemáticas me encantan. Pero si una materia de estudio me ha resultado fundamental, ha sido sin duda la historia.
Concretamente, durante muchos años, la historia de la republica romana llego a obsesionarme. Y no es para menos. Si se enlaza correctamente con sus antecedentes, la Grecia clásica, y se estudia su prolongación en el tiempo, el Imperio, sobre todo Augusto y, tras los tristemente famosos Calígula o Nerón, esos tres nombres inmortales nacidos en nuestra tierra, Trajano, Adriano y Marco Aurelio, la Roma republicana aparece ante nosotros como el centro histórico de la civilización, nuestra civilización, la única civilización que merece ese nombre.
Los Graco, Mario, Sila, Catón, Pompeyo, Cicerón, Cesar... uno no puede evitar la nostalgia histórica al compararlos con nuestros mezquinos y mediocres gobernantes actuales.
Pero lo que me impulsa hoy a escribir no es el modelo republicano romano, tan diferente de lo que hoy entendemos por republica, si no la aterradora semejanza del mundo actual con eso que hemos dado en llamar la caída del Imperio Romano.
Sé que no es una idea original, no puede serlo, los parecidos son tan evidentes que a nadie se le escapan. Quiero decir a nadie con criterio, claro está. El común de los mortales no puede ver más allá de sus narices, el mundial de fútbol o cosas así.
No pretendo presentar un profundo y sesudo estudio histórico, con aspectos económicos, políticos, militares, sociales o morales. Pretendo únicamente exponer ciertas pistas y posibles conclusiones.
Los romanos del Bajo Imperio ya no se sentían orgullosos de ser romanos, ya no se sentían moralmente superiores y guardianes de la civilización. Habían olvidado la gloria de su historia. Habían renunciado a su misión.
Los bárbaros se paseaban a sus anchas por el Imperio. Sus costumbres repugnaban a los verdaderos romanos, pero eran ya un mal “necesario”, mano de obra, soldados, cotizantes, votos... ¿Empieza a sonarnos? Los bárbaros de hoy también nos repugnan, es natural, son bárbaros, humillan a sus mujeres con crueldad, las cubren de la cabeza a los pies, su religión exalta el terrorismo...
Pero los bárbaros no son el problema. La civilización se destruye a si misma.
Los gobernantes se dedicaban a lo mismo que los de ahora, pan y circo, subvenciones y fútbol. Su falta de visión, sus mezquinos intereses, preocupados únicamente por mantener el apoyo popular a base de un insostenible “estado de bienestar” en el que no trabajar resulta rentable, hundieron la floreciente economía romana.
Los pueblos vacios y el campo abandonado, ¿quién quiere trabajar la tierra con el hundimiento de los precios pagados a los productores? Las ciudades abarrotadas de masas de “parados” reclamando dinero al estado. Crisis económicas cada vez más graves, provocadas por las cada vez más erróneas medidas de los gobiernos, que se centran en las consecuencias sin atacar las causas.
El estado, en su afán por controlarlo todo, ahoga a la sociedad y, como explica con claridad Ortega y Gasset en “La rebelión de las masas”, la herramienta de control y gobierno de la que se había dotado la sociedad, se convierte en su mayor enemigo.
Se juega imprudentemente con el valor de la moneda, sin respaldo en la economía real. Se marcan por ley precios máximos, tipos de interés, según las necesidades de los políticos, destruyendo el mercado natural.
Finalmente, igual los últimos emperadores romanos que nuestros gobiernos actuales, aumentan la presión fiscal sobre las clases medias, el núcleo de la sociedad, para mantenerse en el poder a toda costa, sin ninguna visión de futuro ni preocupación por el pueblo.
Muchas otras circunstancias son análogas hoy en día al final de Roma. De las más evidentes, en mi opinión, es la renuncia de los ciudadanos romanos al honor de servir en los ejércitos de Roma, fin del servicio militar, nutriendo sus filas con mercenarios, ejército profesional.
¿Cómo pudo llegar el Imperio Romano a la situación en que se encontraba en el 476 DC? ¿Cómo hemos llegado nosotros a ésto? Todas las respuestas están en los libros de historia.
Lo cierto es que una nueva Edad Media se cierne sobre nuestro mundo.
En la que sobrevino a la caída de Roma, una institución, la Santa Madre Iglesia, Católica, Apostólica y Romana, fue capaz de conservar la civilización romana entre los muros de sus monasterios, protegida, integrada y sublimada por el Cristianismo, y finalmente logró civilizar a aquellos bárbaros que se repartieron los restos de aquel imperio autodestruido.
En la que sobrevino a la caída de Roma, una institución, la Santa Madre Iglesia, Católica, Apostólica y Romana, fue capaz de conservar la civilización romana entre los muros de sus monasterios, protegida, integrada y sublimada por el Cristianismo, y finalmente logró civilizar a aquellos bárbaros que se repartieron los restos de aquel imperio autodestruido.
¿Qué pasará esta vez?
2 commentaires:
Qué barbaridad. Qué cosas encuentra uno por Internet. Patético.
Muchas gracias por su amable aportación, mi valiente, anónimo, gentil, dialogante y extremadamente argumentativo lector.
Si tiene más ideas que aportar no dude en hacerlo.
Reciba un cordialísimo saludo.
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