mercredi 28 avril 2010

Dios y la monarquía (I) – Martin de Gallardon

Escribir en una bitácora como esta es más complicado de lo que parece, sobre todo si se trata de glosar asuntos de importancia, ya que es preciso presentar cada tema de un modo claro y conciso, muy resumido, omitiendo detalles, de forma que el lector sienta la necesidad de profundizar, si la materia le ha interesado.
La labor de los historiadores debería dividirse en dos partes principales, la recopilación de datos y su interpretación. Se trata de considerar cada periodo histórico, o la historia en su conjunto, como un gran rompecabezas del que, en primer lugar, es necesario recopilar todas las piezas, luego colocarlas correctamente y, finalmente, contemplar la imagen en su totalidad y proceder a su interpretación.
Si faltan piezas, casi con toda seguridad, la interpretación será equivocada.
Este es en parte el humilde cometido que me propongo ahora, tratar de aportar pistas sobre “piezas” de la historia que han caído en el olvido, normalmente de modo interesado, dando lugar a interpretaciones históricas demasiado encaminadas a bendecir el pensamiento único reinante en nuestros días.

Siento de todos modos la necesidad de retomar también en breve mi pequeña serie de exposiciones sobre la “Sainte Ampoule”, para tratar detalles como la constitución de la orden de los caballeros de la “Sainte Ampoule”, o la similitud con lo marcado en el Éxodo por Dios a Moisés, “Y harás de ello el aceite de la santa unción; superior ungüento, según el arte del perfumador, será el aceite de la unción santa”, “Y hablarás a los hijos de Israel, diciendo: Este será mi aceite de la santa unción por vuestras generaciones.”, el llanto tras la destrucción del templo, etc.

Sin embargo he decidido presentar antes a un nuevo personaje olvidado de la historia de la monarquía, Martin de Gallardon.

Muchísimas profecías a lo largo de la historia se han referido a la monarquía francesa, a su destrucción por la revolución, a su restauración y al íntimo vinculo existente entre estos asuntos y los de la Iglesia Católica y la Cristiandad. Tratar de estudiarlas es tarea ímproba que no corresponde a este lugar, pero si me gustaría contar una de las historias más interesantes al respecto, al hilo de lo ya relatado sobre la «Sainte Ampoule».

Se trata de la historia de un sencillo campesino de una aldea francesa llamada Gallardon, Thomas Martin (1783-1834), que ha pasado a la historia como Martin de Gallardon.
El 15 de enero de 1816, mientras se encontraba trabajando en el campo, este campesino tuvo una aparición que le encargaba avisar al entonces rey oficial de Francia, Luis XVIII (nieto de Luis XV, hermano menor de Luis XVI y mayor de Carlos X), del peligro en que se encontraba.
Luis XVIII había protagonizado la restauración borbónica, por segunda vez debido al regreso de Napoleón y su gobierno hasta la batalla de Waterloo, pero eso si, con una constitución y un parlamento bicameral.
Thomas Martin trató de olvidar la aparición, pero ésta se repitió hasta en veinticinco ocasiones, acabando por convencerse de que el misterioso personaje que le encargaba la misión no era otro que el Arcángel San Rafael.
Tras hablar con su párroco y ser internado en una institución a fin de dilucidar su capacidad mental, monseñor de Talleyrand-Périgord, capellán del rey, se ocupa de que sea recibido por el rey en las Tullerías el 2 de abril de 1816.

En el próximo “capítulo” de esta nueva serie trataré de profundizar un poco sobre la entrevista de Martin de Gallardon y Louis XVIII, de la que, según testigos directos, el rey salió llorando amarga y profundamente, convencido de la veracidad de lo revelado por el campesino que, según el monarca, habría mencionado asuntos que sólo Dios o el propio rey podían conocer.

Por supuesto, la historia de Martin de Gallardon no acaba aquí, ni mucho menos... Su papel en la caída de Carlos X y en la polémica sobre la muerte de Louis XVII es de muchísima importancia.

vendredi 23 avril 2010

Feliz día de San Jorge

No quiero perderme en elucubraciones sobre los datos históricos conocidos de San Jorge, los orígenes y la extensión de su leyenda, o sus múltiples patrocinios.

Mi esposa y yo decidimos bautizar a varios de nuestros hijos bajo la advocación de santos de los considerados «legendarios», como San Jorge, por su especialísimo significado y la importancia mantener, desde el inicio de sus vidas y en algo tan íntimamente unido a la esencia de la persona como el nombre propio, a nuestros hijos enraizados en la Tradición que por herencia les pertenece.

San Jorge, Santo Patrón del Reino de Aragón, es tradicionalmente ejemplo de virtud, en especial para los militares.
Su martirio y fundamentalmente el episodio del dragón, forman parte indisoluble de la esencia de la civilización, la única civilización que merece tal nombre, la nuestra, la cristiana.
El relato y la interpretación del episodio del dragón que personalmente más me gustan, muestran a San Jorge llegando a una ciudad en la que un dragón impide a sus habitantes acceder a la única fuente de agua de que disponen. Para poder acceder al agua, la población se ve obligada a ofrecer una víctima diaria a la bestia, a fin de distraerle.
San Jorge, montado en su caballo blanco y luciendo la cruz como divisa, mata al dragón, librando de la muerte a la princesa que se disponía al sacrificio y, como consecuencia, la ciudad abandona el paganismo y abraza la fe verdadera.
Sin duda San Jorge se nos muestra aquí como apóstol de Cristo, su caballo blanco es la Santa Madre Iglesia, el dragón es Satanás y la fuente de agua el propio Cristo.
Culmina el relato con la negativa del santo a aceptar en recompensa la mano de la princesa, ya que San Jorge es ejemplo tradicional de pureza y castidad, siendo su ejemplo muy apropiado a los militares, a fin de que “aprendan los que mandan tropas, a prevenir los desafueros de los soldados con las mujeres, para no hacerse reos de los pecados ajenos”.

El “día del santo” es, contrariamente a la costumbre actual, de mucha más importancia tradicional que el cumpleaños, y así debe ser.

Muchas felicidades por tanto a mi hijo Jorge, y a todos los "Jorges". Y muchos éxitos a la Sociedad Deportiva Huesca, con mi enhorabuena por su estupenda y valiente segunda equipación.

mercredi 21 avril 2010

Banalidades, pero menos.

Dice mi mujer que este "blog" está empezando a ser algo "aburrido" y seguro que tiene razón, ya que mi mujer siempre tiene razón, faltaría más. Así que hoy he decidido ocuparme de un asunto banal, aunque sin desaprovechar la oportunidad de darle un toque literario e histórico.
Aparte de un buen croissant francés recién hecho, ese maravilloso bollo de hojaldre de origen austríaco, por algo bollería se dice en francés "viennoiserie", lo que más me gusta para desayunar son la madalenas.
Las madalenas, o magdalenas, tienen su propia historia, del mismo modo que el croissant tiene la suya, que lo hace nacer del final del segundo sitio otomano de la ciudad de Viena en 1683, cuando los turcos, que intentaban un ataque sorpresa amparándose en la oscuridad de la noche, se ven sorprendidos por los panaderos, que tienen la universal costumbre de trabajar de noche, cuya alarma daría al traste con las aviesas intenciones otomanas y por ello los panaderos vieneses inventaron, en conmemoración del evento, este bollo en forma de media luna, que acabaría siendo un símbolo de identidad francesa tras su exitosa introducción en Paris. Aunque los de mantequilla, mis preferidos a despecho del colesterol, son alargados.

Las madalenas de las que hablo, las originales, no son redondas ni cuadradas, ni se parecen demasiado a lo que acostumbramos a consumir en España. Las madalenas han de ser ovales y asemejarse por su parte inferior a una vieira o "Concha de Santiago".

Su origen, si hemos de creer a Dumas en su "Gran Diccionario de la Cocina", está en la localidad de Commercy, en el departamento de Meuse en Lorena, y deben su nombre a Madeleine Paumier, criada de Mme. Perrotin de Baumont, quien alrededor de 1755, las preparaba para Stanislas Leszczyński, rey de Polonia y luego duque de Lorena.

Stanislas Leszczyński recibió el Ducado de Lorena al refugiarse en Francia, tras la Guerra de Sucesión Austriaca, reintegrándose de nuevo Lorena a Francia tras su muerte.
Cuenta la leyenda que, en medio de una cena, el cocinero abandonó su puesto tras una discusión doméstica sin haber elaborado los postres, y que Madeleine Paumier se ofreció a preparar unos dulces según una receta casera familiar. Fueron los dulces del agrado del duque, y decidió bautizarlos "madeleines" en honor a la criada.

No hace falta decir que Madeleine Paumier se llamaba Madeleine en honor a Santa María Madalena, María de Magdala, una de las figuras más apasionantes y complicadas del Nuevo Testamento, sobre la que tanto se ha escrito, entre otras cosas muchas estupideces.
Magdala es una localidad costera del Mar de Galilea, hay que ver las vueltas que ha acabado dando el gentilicio.

Pero aun falta por llegar el hecho literario que ha dado su plena universalidad a las madalenas. Fue la pluma de Marcel Proust, ese personaje extraño, depresivo, obsesionado por la muerte y por su condición de "invertido", que curiosamente es el modo en que él mismo se refiere a los homosexuales en sus libros, la que nos regalase esa deliciosa descripción de la recuperación de un recuerdo, inalcanzable racionalmente, a través del sabor de un pedazo de madalena empapado en té en una cucharilla.
El pasaje pertenece al libro "Por el camino de Swann" (Du côté de chez Swann) primero de los siete que componen "En busca del tiempo perdido" (A la recherche du temps perdu).
Sobre la razón de su forma de vieira, se cuenta que las madalenas se ofrecían en este modo a los peregrinos del Camino de Santiago.
No puedo resistirme a incluir el fragmento de Proust sobre las madalenas. El que no sepa francés, que acepte mis humildes disculpas y, si es posible, que se lea la edición en castellano, aunque no es lo mismo, traduttore, traditore, ya se sabe.

PS: A ver si hay suerte y mi santa esposa me hace madalenas para desayunar.

Il y avait déjà bien des années que, de Combray, tout ce qui n’était pas le théâtre et le drame de mon coucher n’existait plus pour moi, quand un jour d’hiver, comme je rentrais à la maison, ma mère, voyant que j’avais froid, me proposa de me faire prendre, contre mon habitude, un peu de thé. Je refusai d’abord et, je ne sais pourquoi, me ravisai. Elle envoya chercher un de ces gâteaux courts et dodus appelés Petites Madeleines qui semblaient avoir été moulées dans la valve rainurée d’une coquille de Saint-Jacques. Et bientôt, machinalement, accablé par la morne journée et la perspective d’un triste lendemain, je portai à mes lèvres une cuillerée du thé où j’avais laissé s’amollir un morceau de madeleine. Mais à l’instant même où la gorgée mêlée des miettes du gâteau toucha mon palais, je tressaillis, attentif à ce qui se passait d’extraordinaire en moi. Un plaisir délicieux m’avait envahi, isolé, sans la notion de sa cause. Il m’avait aussitôt rendu les vicissitudes de la vie indifférentes, ses désastres inoffensifs, sa brièveté illusoire, de la même façon qu’opère l’amour, en me remplissant d’une essence précieuse: ou plutôt cette essence n’était pas en moi, elle était moi. J’avais cessé de me sentir médiocre, contingent, mortel. D’où avait pu me venir cette puissante joie ? Je sentais qu’elle était liée au goût du thé et du gâteau, mais qu’elle le dépassait infiniment, ne devait pas être de même nature. D’où venait-elle ? Que signifiait-elle ? Où l’appréhender ? Je bois une seconde gorgée où je ne trouve rien de plus que dans la première, une troisième qui m’apporte un peu moins que la seconde. Il est temps que je m’arrête, la vertu du breuvage semble diminuer. Il est clair que la vérité que je cherche n’est pas en lui, mais en moi. Il l’y a éveillée, mais ne la connaît pas, et ne peut que répéter indéfiniment, avec de moins en moins de force, ce même témoignage que je ne sais pas interpréter et que je veux au moins pouvoir lui redemander et retrouver intact, à ma disposition, tout à l’heure, pour un éclaircissement décisif.
Je pose la tasse et me tourne vers mon esprit. C’est à lui de trouver la vérité. Mais comment ? Grave incertitude, toutes les fois que l’esprit se sent dépassé par lui-même ; quand lui, le chercheur, est tout ensemble le pays obscur où il doit chercher et où tout son bagage ne lui sera de rien. Chercher ? pas seulement : créer. Il est en face de quelque chose qui n’est pas encore et que seul il peut réaliser, puis faire entrer dans sa lumière.

Proust - Du coté de chez Swann - A la recherche du temps perdu

vendredi 16 avril 2010

El origen divino de la monarquía – (IV) El eterno retorno de “La Sainte Ampoule”

Es difícil encontrar datos claros sobre el devenir de esta importantísima reliquia tras la consagración de Carlos X. Un proceso verbal eclesiástico de 1906 nos relata de nuevo su salvaguarda, en el temor de posibles intentos de profanación, a raíz de la  llamada “ley de separación Iglesia-Estado”.

Varios libros, sobre todo el del Abad Jean Goy*, nos informan con profusión, aunque con ciertas lagunas, sobre la “Sainte Ampoule”.

Existe incluso la teoría, bastante extendida debo reconocer, de que la misión encomendada por Robespierre a Rhül en 1793 no era destruir la ampolla, si no conservarla con otros fines, y finalmente, tras pasar de generación en generación por su familia, habría sido restituida al propio De Gaulle, siendo presidente de la república.

Las referencias a Clovis en los discursos del general De Gaulle, frente a la pretensión de situar a Vercingetorix como referencia fundacional francesa, su teoría de que la trilogía Dios, Nación, Rey, se habría convertido naturalmente en Dios, Nación, Estado, o incluso el hecho de celebrar la misa de reconciliación franco–alemana con el canciller Adenauer en la catedral de Reims, unido al establecimiento de las normas presidencialistas de la nueva república francesa, que conceden al presidente poderes que podrían considerarse de monarca absoluto, alimentan esta hipótesis.

La mejor conclusión, y no es mia, a estos humildes comentarios es... que la “Sainte Ampoule” se encuentra en las manos convenientes, y su contenido está listo para ser empleado a la hora que la Divina Providencia establezca, para la Consagración del Soberano que varias, numerosas y serias profecías anuncian


* Jean Goy, La Sainte Ampoule au Sacre des Rois de France, Reims 1994

mercredi 14 avril 2010

Con un inmenso dolor

Hace dos semanas un diario mallorquín publicaba la siguiente noticia:

Las Celadoras del Culto Eucarístico se fusionan con una congregación de la Península

El día 11 se integrarán en las Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada

La Congregación de las Hermanas Celadoras del Culto Eucarístico desaparecerá como tal el próximo 11 de abril, día en que se integrará en la de las Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada, una congregación mucho más amplia (unas 500 religiosas), de origen granadino y extendida por todo el mundo, pero que no tiene presencia en Balears.
La congregación fue fundada en 1902 por el sacerdote Miguel Maura (hermano del político conservador Antoni Maura), y se han dedicado a la elaboración de las formas para la comunión -algo que continuarán haciendo-, ornamentos, ropa de altar y ropa para misiones.
En estos momentos, las Celadoras del Culto Eucarístico tienen tres casas, en Madrid, Barcelona y Palma, que es la casa madre y en la que residen 9 de las 29 religiosas que integran la congregación.
La falta de vocaciones nuevas y la alta edad media de las religiosas (unos 70 años) son la razón de esta fusión. «Llegados a esta situación, la Santa sede pide que se busque la fusión con una congregación de fines similares», explica Sor Victoria, la superiora. Y así lo hicieron, encontraron a las Misioneras del Santísimo Sacramento «con las que compartimos el núcleo del carisma, por lo que cambiaremos el hábito negro por el gris y el nombre, pero la vida no nos cambiará tanto».
«Actualmente se producen una media de tres fusiones diarias en el mundo, pero en Mallorca hacía mucho tiempo que no se daba ninguna», apunta Sor Victoria,
Esta fusión se materializará en la casa fundacional el 11 de abril mediante una misa presidida por el obispo y en la que se procederá a la lectura del decreto de fusión.

No hace mucho publiqué en esta bitácora una nota sobre la Beata María de los Ángeles Ginard Marti, que sufrió heroico martirio en 1936 a manos de las sacrílegas hordas rojas. Sinceramente, desde lo más profundo de mi corazón, puedo decir que la lectura de la noticia de la desaparición de la Orden de las Hermanas Celadoras del Culto Eucarístico, fundada por el presbítero, en proceso de beatificación, Miguel Maura Montaner, hermano del famoso político que fuera cinco veces Presidente del Consejo de Ministros de España, me ha producido un inmenso dolor.

Y sin duda mi dolor no puede comparase a la daga que atraviesa hoy el corazón de las 29 hermanas que, tras una larga e intensa vida consagrada al Sagrado Culto de la Eucaristía, se ven obligadas a cambiar sus tradicionales y queridísimos hábitos negros de autenticas monjas, e incluso su tradicional crucifijo, por unos nuevos hábitos y ornamentos, también dignos de respeto y admiración, pero que les son extraños, ajenos, distintos...

Una labor como la de las Celadoras del Culto Eucarístico, que por un lado elaboran las formas destinadas a la consagración, con un cuidado y esmero propios de quien sabe que se está ocupando de preparar una morada terrenal al Cuerpo de Cristo, permaneciendo en constante oración durante el proceso, y que además rinden permanente adoración reparadora al Santísimo Sacramento en sus capillas, aparte de otras importantísimas funciones, no puede ser “medida” en términos cuantitativos como si se tratase de la gestión de personal de una empresa comercial. Es mi humilde opinión.

Personalmente, saber que existen religiosas orando por la humanidad desde la soledad de sus conventos, dos, tres, las que sean, siempre me ha resultado consolador en la batalla diaria por permanecer incontaminado en medio de un mundo tan hostil como el actual. Y todo lo referente al Milagro de la Eucaristía, me resulta extremadamente necesario, sobre todo cuando me veo obligado a ver en lo que se ha convertido la celebración de las misas dominicales en la mayoría de las parroquias católicas, con gente como los “kikos” campando por sus fueros.

Ciertamente sufrimos una grave crisis de vocaciones, y es nuestro deber orar pidiendo al Señor que envíe mas obreros a la mies, y siempre resulta mas atractiva para un joven una congregación dedicada a labores sociales concretas, como la sanidad o la educación, que el ingreso en una autentica orden monacal, masculina o femenina, donde de algún modo siga resonando la antigua regla de San Benito “ora et labora”.

Pero ¡cuánta falta nos hacen los conventos Dios mío! ¡Qué necesaria le es a la humanidad la oración y el recogimiento!

Lejos de mi enfrentarme a las decisiones de la Santa Madre Iglesia o rebelarme contra la Voluntad Divina, pero el dolor por esta pérdida es muy grande, inmenso.

Nota final: el enlace a la página de las Hermanas Celadoras del Culto Eucarístico ya no funciona. Pero no lo voy a quitar.

Su convento en Madrid seguirá estando abierto, gracias a Dios, en la calle Blanca de Navarra, 9. Creo que este sábado se procede oficialmente a oficiar la fusión de las órdenes.

lundi 12 avril 2010

Viajes, literatura, historia...

Recuerdo que una vez mi madre, después de que mis hijos y yo le relatásemos brevemente uno de nuestros viajes, me preguntó cómo hacíamos para descubrir tantos lugares e historias interesantes de los que ella, que es aficionada a los libros y tiene una excelente educación, no había oído hablar nunca.
Ciertamente un viaje empieza mucho antes de salir de casa con el equipaje a cuestas. En el instante mismo en que la idea de visitar un lugar se pasa por nuestra cabeza, el viaje ya ha comenzado. Los preparativos materiales y espirituales se entrelazan; por una parte se empieza a pensar en el tiempo necesario, cuanto más mejor, en la estación del año más adecuada, el medio de transporte y el alojamiento, y todo el resto de detalles materiales, y al mismo tiempo se va repasando la historia del sitio, sus monumentos o lugares de interés, la literatura o incluso el cine...
Ciertas reglas se deben respetar siempre. No se trata, por ejemplo, de apuntar el viaje en nuestro haber como las muescas en el revólver de un vaquero de las viejas películas del oeste americano, no se puede visitar Roma o Paris en un día, y menos aun pretender «verlo todo».
Un viaje ha de ser ante todo placentero. Vale más emplear una hora en descansar tomando un café y charlando, que ir corriendo de un lado a otro para que nadie pueda decirnos a la vuelta que no hemos visto tal o cual rincón de la ciudad o del país, que él vio en cinco minutos o alguien le ha dicho que lo había hecho.
Muchas veces un buen libro nos muestra mucho más de un sitio de lo que podamos aprender en un viaje. De hecho en ocasiones podemos ahorrarnos el viaje simplemente leyendo.
Cuánta gente no habrá pasado por Baden-Baden sin reparar en la casa en la que Dostoievski, tras visitar el famoso casino, escribió "El jugador".
Hay muchas otras recomendaciones y precauciones a la hora de viajar, como el abuso ridículo de las cámaras de fotos o video, la adaptación a los horarios, usos y costumbres locales o la dignidad en el atuendo. En definitiva es algo difícil de aprender que exige un gran espíritu crítico, virtud poco extendida en nuestros días.
Por supuesto, nunca me he alegrado más de haber estudiado y dominar más de tres idiomas civilizados, que a la hora de viajar.

Cuento todo esto para compartir aquí una curiosa experiencia viajera que me ha venido a la mente estos días charlando con amigos. Hace algunos años visité Bohemia con mi familia. Nos alojamos unos días en una casita de una aldea perdida en la campiña checa, y desde allí visitamos la región.
Varias tardes acabamos la jornada paseando por Praga, y en una de ellas decidí comprar una edición de “La metamorfosis” en una librería dedicada a Kafka en la plaza de la Ciudad Vieja. Aquella noche en el salón de la casa, con la chimenea encendida, volví a sentir ese escalofrío que la célebre obra de Kafka produce siempre en el lector apasionado. Ni que decir tiene que guardo ese librito como uno de mis tesoros más preciados, en un lugar de honor de mi biblioteca.
La cuestión es que la plaza donde compré el libro, está presidida por un grupo escultórico dedicado a Juan Hus, él que dio nombre a los Husitas y terminó sus días en la hoguera, a resultas del concilio de Constanza.
Mucho habíamos leído y hablado sobre los husitas bohemios, y de hecho una de nuestras visitas más interesantes fue a la ciudad de Tábor. No pretendo ahora contar estos episodios que se pueden consultar en los libros de historia. La cuestión es que no le habíamos dado mucha importancia a las circunstancias de la muerte Juan Hus.

Pasado algún tiempo, bastante tiempo, en otro viaje inolvidable, pasamos por Constanza, Konstanz para los alemanes. Atraídos por el lago que los alemanes llaman Bodensee, paseamos por sus orillas, visitamos la isla Mainau, la isla de las flores, y entre otras cosas, nos acercamos a las impresionantes cataratas del Rhin.
Paseando por el puerto de Constanza, nos llamó la atención la estatua giratoria, convertida en símbolo de la ciudad, que representa a una meretriz, cuestión sobre la que la estatua no deja duda alguna, sosteniendo en una mano a un príncipe y en la otra a un obispo. Al leer la inscripción del pedestal sentí la alegría del reencuentro con un viejo conocido, Honoré de Balzac.
La estatua representa a la protagonista de la obra “La bella Imperia”, incluida en la recopilación de cuentos de Balzac titulada “Les cent contes drolatiques”, que constituyeron un escándalo a su publicación en los años treinta del siglo XIX.
El cuento, que se lee en unos minutos, constituye una crítica feroz de la degeneración moral del clero en la época del Gran Cisma de Occidente, con tres papas simultáneos, entre ellos el famoso aragonés Pedro Martínez de Luna.
En este clima moral se decidió la muerte de Juan Hus, del que Juan Pablo II dijera el 17 de diciembre de 1999 “...siento el deber de expresar mi profunda pena por la cruel muerte infligida a Jan Hus y por la consiguiente herida, fuente de conflictos y divisiones, que se abrió de ese modo en la mente y en el corazón del pueblo bohemo...”

Hay quien cree ver una contradicción entre el Balzac que escribiera en el “avant-propos” de “La Comedia Humana”, que da nombre a mi bitácora, “...escribo para loar dos verdades eternas: la Religión y la Monarquía, dos necesidades que proclaman los acontecimientos contemporáneos y, hacia las cuales, todo escritor con sentido común debe intentar dirigir nuestro país...”, y el que redactó una critica tan terrible hacia el clero católico.
En mi opinión no hay contradicción alguna entre defender la fe y denunciar a los que la destruyen incluso desde dentro del seno de la Santa Madre Iglesia. Y me parece un tema de mucha actualidad.

PS: El siguiente articulito de mi humilde serie sobre “La Sainte Ampoule” estará terminado en breve, espero.

jeudi 8 avril 2010

El origen divino de la monarquía – (III) La Restauración

El 11 de junio de 1819, la “Sainte Ampoule” sale de la sombra. Llega la restauración y, el arzobispo de Reims preside una sesión solemne en la que, una vez que los Borbones han regresado a Francia del exilio, trayendo la paz a Francia y a la Santa Madre Iglesia, aquellos que la habían custodiado se dan a conocer.
Juran ante Dios y las autoridades eclesiásticas, decir toda la verdad, y entregan los diferentes elementos en su posesión.

Luis XVIII no fue consagrado. Según los “survivantistes”, aquellos que creían que Luis XVII no murió en la prisión del Temple y que su tío sabía de su existencia y la de su legítima descendencia, el monarca temía ser victima de la cólera divina, amenazado por visiones místicas. Según otras versiones Luis XVIII, aquejado de gota, no hubiese podido seguir el antiguo ritual de consagración, inalterado durante trece siglos, con sus múltiples postraciones.

Su hermano y sucesor, Carlos X, recibió la Sagrada Unción el 29 de mayo de 1825. Para la ocasión se construyó un nuevo relicario.

Debido a las dudas suscitadas sobre la autenticidad de la reliquia y la validez del acto de consagración real, se publicaron diversos artículos en el “Moniteur”, nombre del boletín oficial francés durante el siglo XIX, sobre el proceso de reconstitución.

Moniteur du 26 mai 1825:
"Le 6 octobre 1793, la Sainte-Ampoule qui , depuis quatorze siècles, était en vénération dans l'église de Reims, et servait au sacre de nos Rois, fut brisée par un commissaire de la Convention, sur le piédestal de la statue de Louis XV ; mais les sacrilèges espérances de l'impiété furent trompées. Des mains fidèles parvinrent à recueillir des fragments de la Sainte-Ampoule, et une partie du baume qu'elle renfermait. Le fait est constaté par un procès-verbal authentique déposé au greffe du tribunal de Reims. Le dimanche 22, jour de la fête de la Pentecôte, Mgr l'archevêque de Reims a réuni dans une chapelle de cette ville, le clergé de la métropole avec les principales autorités, et les personnes qui ont contribué à la conservation des parcelles de la précieuse relique, pour procéder, en leur présence, à la transfusion de ces parcelles dans du Saint-Chrême que renferme une fiole nouvelle. Ajoutant à l'authenticité des actes antérieurs, un procès-verbal circonstancié de cette cérémonie a été dressé en double minute. L'une demeurera déposée dans les archives de l'archevêché de Reims, et l'autre, dans le magnifique reliquaire en vermeil, présent digne de la munificence royale, qui sera, aussitôt que l'état de l'édifice le permettra, remis dans le tombeau de Saint Remy, pour faire partie, comme par le passé, du trésor de cette église. Six copies du procès-verbal seront adressées, savoir : quatre aux prélats suffragants, l'une au tribunal de Reims, et la sixième à la mairie de cette ville."

De este modo Carlos X fue consagrado según el antiguo ritual, con el mismo Crisma que se empleó con la mayoría de sus predecesores en el trono de Francia desde Clovis y - a pesar del sarcasmo de los impíos – procedió al ritual de imposición de manos a enfermos de escrófula, el “toucher des écrouelles” con varias sanaciones probadas.

Extracto de artículo del hermano Maximilien-Marie
de la Asociación « Refuge Notre-Dame de Compassion »

dimanche 4 avril 2010

El origen divino de la monarquía – (II) La revolución

El antiguo relicario que contenía la Santa Ampolla, no salía de la abadía de Reims más que para las ceremonias de consagración reales. Únicamente cuando Luis XI solicitó tenerla en su lecho de muerte, la “Sainte Ampoule” abandonó Reims por un motivo distinto.

Llegado el tiempo del gran desgarro revolucionario, entre las primeras medidas de la asamblea, la más urgente fue la prohibición de la profesión monástica, declarada ilegal, la nacionalización de los bienes eclesiásticos y la dispersión de las congregaciones religiosas.

La abadía de Reims no fue una excepción y sus monjes fueron por tanto perseguidos. La iglesia de la abadía fue transformada en parroquia y confiada a un sacerdote doblegado al juramento constitucional.

Los monjes partieron, pero la Ampolla Santa se quedó junto a las reliquias de Saint Remi.

El cura constitucional, en octubre de 1793, se llamaba Jules-Armand Seraine, y si bien había prestado el juramento cismático, no era por completo una mala persona.

En los primeros días de octubre de 1793, La Convención envía a uno de sus miembros más radicales a destruir la “Sainte Ampoule”. El día 6, el nuevo abad Seraine, en conocimiento de la situación, decide extraer el contenido y esconder el precioso Crisma en espera de tiempos más propicios. Para ello se sirve de la ayuda del oficial municipal Philippe Hourelle.

El 7 de octubre, Philippe Rhül, que así se llamaba el revolucionario enviado por la Convención, destruye la ampolla a los pies de la estatua de Luis XV en la plaza Real, rebautizada Nacional.

Louis Champagne Prévoteau recupera discretamente algunas esquirlas de cristal y los restos de bálsamo que en ellas encuentra.

Después, veinticinco oscuros años de silencio caen sobre Francia ...

Extracto de artículo del hermano Maximilien-Marie,
de la Asociación « Refuge Notre-Dame de Compassion »

samedi 3 avril 2010

El origen divino de la monarquía - (I) "La Sainte Ampoule"


En mi comentario del pasado jueves sobre la descripción del Reino de Francia que nos ofrece Joan Blaeu en su Atlas Maior, ya mencioné la preeminencia universalmente aceptada de los reyes de Francia sobre el resto de monarcas católicos.

Creo que profundizar un poco en este tema puede arrojar mucha luz sobre el destino de la Cristiandad.

Comenzaré por el hecho histórico que da lugar a la aceptación de la mencionada preeminencia.

Éste no es otro que el bautizo de Clovis, conocido en lengua castellana como Clodoveo I, rey de los francos del 481 al 511. No entraré en detalles sobre la conversión al catolicismo de este bárbaro arriano, ni sobre la influencia de su esposa y del obispo de Reims, Saint Remi (San Remigio) que sería el que finalmente le bautizase en su catedral junto a 3000 de sus guerreros. Muchos libros de historia tratan el tema.

La similitud con la conversión de San Hermenegildo y su hermano Recaredo, nuestro primer rey católico, gracias a San Leandro de Sevilla, es más que evidente.

La cuestión es que Clovis se convirtió así en el primer Rey de Francia, y desde entonces todos los reyes franceses fueron consagrados en la catedral de Reims. Al menos hasta Carlos X.

El primer rey, tras Clodoveo, consagrado en Reims fue Luis el Piadoso en 816. Los treinta reyes que van desde Enrique I en 1027 hasta Carlos X en 1825, recibieron la Santa Unción en Reims, con tres excepciones, Luis VI el grande, consagrado en Orléans, Enrique IV en Chartres y Luis XVIII que no fue consagrado, según muchos, debido a las dudas sobre la muerte de Luis XVII, que también llevarían al propio Carlos X a dudar de su propia legitimidad.

Pero el hecho sobre el que quiero centrar mi atención es el siguiente: durante el bautizo de Clovis, según cuentan las crónicas y toda la Cristiandad dio siempre por cierto y probado, San Remi se dio cuenta de que le faltaba el óleo sagrado y, a causa de la multitud agolpada para tan magno acontecimiento, era imposible pedir a nadie que fuese a buscarlo. Entonces el santo obispo de Reims levantó los ojos al cielo y comenzó a rezar en silencio hasta que una paloma apareció portando en el pico una pequeña ampolla llena del santo crisma.

Esta ampolla, que los franceses conocen, o conocían, como “la Sainte Ampoule”, se conservó hasta la revolución francesa en la catedral de Reims y, como digo, se empleó para consagrar a los monarcas franceses durante trece siglos. La cantidad de óleo contenido en este sagrado recipiente, no disminuía por su empleo, haciéndolo sin embargo cuando la salud del monarca se resentía.

Este claro signo del origen divino del poder de los monarcas galos, unido al poder que tenían tras su consagración para curar a los enfermos de escrófula, proceso infeccioso que afecta a los ganglios linfáticos, con la imposición de sus reales manos, les concedió siempre el primer puesto entre los reyes cristianos.

Mucho habría que hablar sobre la influencia que la “Sainte Ampoule” ha tenido en la historia de Francia, incluso en tiempos muy recientes, y tal vez me anime a hacerlo.

De momento me atrevo únicamente a plantear que precisamente por ser el de Francia, de entre todos los monarcas cristianos, aquel cuyo poder provenía más clara y explícitamente de Dios, es posible que los enemigos de la humanidad decidieran centrar sus ataques, la revolución francesa, precisamente en este Santo Reino, provocando posteriormente la caída de todos los demás, cual castillo de naipes.

vendredi 2 avril 2010

Viernes Santo de la Pasión del Señor

Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Doctrina de los Sacramentos:


• En este día, en que "ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo", la Iglesia, meditando sobre la Pasión de su Señor y Esposo y adorando la Cruz, conmemora su nacimiento del costado de Cristo dormido en la Cruz e intercede por la salvación de todo el mundo.

• La Iglesia, siguiendo una antiquísima tradición, en este día no celebra la Eucaristía; la sagrada Comunión se distribuye a los fieles solamente durante la celebración de la Pasión del Señor; sin embargo, los enfermos que no pueden participar a dicha celebración pueden recibirla a cualquier hora del día.

• El Viernes de la Pasión del Señor es un día de penitencia obligatorio para toda la Iglesia por medio de la abstinencia y el ayuno.

• Está prohibido celebrar en este día cualquier sacramento, a excepción de la Penitencia y de la Unción de los enfermos. Las exequias han de celebrarse sin canto, sin órgano y sin tocar las campanas.

• Se recomienda que en este día, se celebre en las iglesias el Oficio de lectura y las Laudes, con participación de los fieles (cf. n. 40).

• La celebración de la Pasión del Señor ha de tener lugar después del mediodía, cerca de las tres (h. 15). Por razones pastorales puede elegirse otra hora más conveniente para que los fieles puedan reunirse más fácilmente: por ejemplo desde el mediodía hasta el atardecer, pero nunca después de las nueve de la noche (h. 21).

• El orden de la acción litúrgica de la Pasión del Señor (liturgia de la Palabra, adoración de la Cruz, y sagrada Comunión), que proviene de la antigua tradición de la Iglesia, ha de ser conservado con toda fidelidad, sin que nadie pueda arrogarse el derecho de introducir cambios.

• El sacerdote y los ministros se dirigen en silencio al altar sin canto alguno. Si hay que decir algunas palabras de introducción, debe hacerse antes de la entrada de los ministros.

• El sacerdote y los ministros, hecha la debida reverencia al altar, se postran rostro en tierra; esta postración, que es un rito propio de este día, se ha de conservar diligentemente por cuanto significa tanto la humillación "del hombre terreno", cuanto la tristeza y el dolor de la Iglesia.

• Los fieles durante el ingreso de los ministros están de pie, y después se arrodillan y oran en silencio.

• Las lecturas han de ser leídas por entero. El salmo responsorial y el canto que precede el Evangelio, cántense como de costumbre. La historia de la Pasión del Señor según San Juan se canta o se proclama del mismo modo que se ha hecho en el domingo anterior (cf. n. 33). Después de la lectura de la Pasión hágase la homilía y al final de la misma los fieles pueden ser invitados a que permanezcan en oración silenciosa durante un breve espacio de tiempo.

• La oración universal ha de hacerse según el texto y la forma establecida por la tradición, con toda la amplitud de las intenciones, que expresan el valor universal de la Pasión de Cristo, clavado en la Cruz para la salvación de todo el mundo. En una grave necesidad pública, el Ordinario del lugar puede permitir o mandar que se añada alguna intención especial. De entre las oraciones que se proponen en el Misal, el sacerdote puede escoger aquellas que se acomoden mejor a las condiciones del lugar, pero de tal modo que se mantenga el orden de las intenciones que se propone para la oración universal.

• En la ostensión de la Cruz úsese una cruz suficiente grande y bella. De las dos formas que se proponen en el Misal para mostrar la Cruz, elíjase la que se juzgue más apropiada. Este rito ha de hacerse con un esplendor digno de la gloria del misterio de nuestra salvación; tanto la invitación al mostrar la Cruz como la respuesta del pueblo hágase con canto, y no se omita el silencio de reverencia que sigue a cada una de las postraciones, mientras el sacerdote celebrante, permaneciendo de pie, muestra elevada la Cruz.

• Cada uno de los presentes del clero y del pueblo se acercará a la Cruz para adorarla; dado que la adoración personal de la Cruz es un elemento muy importante de esta celebración, y únicamente en el caso de una extraordinaria presencia de fieles, se utilizará el modo de la adoración hecha por todos a la vez.

• Úsese una única cruz para la adoración tal como lo requiere la verdad del signo. Durante la adoración de la Cruz cántense las antífonas, los "improperios" y el himno, que evocan con lirismo la historia de la salvación, o bien otros cantos adecuados (cf. n.42).

• El sacerdote canta la invitación al "Padre nuestro", que es cantado por toda la asamblea. No se da el signo de paz. La comunión se desarrolla tal como está descrito en el Misal.

• Durante la comunión se puede cantar el salmo 21, u otro canto apropiado. Terminada la distribución de la comunión, el píxide o copón se lleva a un lugar preparado de la iglesia.

• Terminada la celebración se despoja el altar, dejando la Cruz con cuatro candelabros. Dispóngase en la iglesia un lugar adecuado (por ejemplo la capilla donde se colocó la reserva de la eucaristía el Jueves Santo), para colocar allí la Cruz, a fin de que los fieles puedan adorarla, besarla y permanecer en oración y meditación.

• Los ejercicios de piedad, como son el "Via Crucis", las procesiones de la Pasión y el recuerdo de los dolores de la Santísima Virgen María en modo alguno pueden ser descuidados, dada su importancia pastoral. Los textos y los cantos utilizados, en los mismos han de responder al espíritu de la liturgia del día. Los horarios de estos ejercicios piadosos han de regularse con el horario de la celebración litúrgica de tal manera que aparezca claro que la acción litúrgica por su misma naturaleza está por encima de los ejercicios piadosos.

jeudi 1 avril 2010

Atlas Maior

Ayer, antes de entrar de lleno en los días más intensos de la Semana Santa, me concedí el inmenso placer de leer la descripción del Reino de Francia de Joan Blaeu, el famoso cartógrafo holandés del siglo XVII, incluido en la edición de su magnífico Atlas Maior, reeditado hace unos años por la editorial alemana Taschen.
Esta reedición del "Theatrum Orbis Terrarum, sive Atlas Novus in quo Tabulæ et Descriptiones Omnium Regionum", que Taschen ha publicado en seis volúmenes, basado en la edición en color de la Biblioteca Nacional de Viena, constituye un verdadero tesoro que se puede adquirir actualmente en diversas páginas de internet a un precio más que razonable.
En el volumen titulado "Gallia" se incluye el texto que menciono. Su descripción de la monarquía francesa y la sociedad absolutista, ya que el atlas es de 1665, es absolutamente deliciosa.

Supongo que la frase en que Joan Blaeu afirma que la monarquía francesa es a las monarquías católicas lo que el sol a las estrellas, cuyo brillo eclipsa la luz de todas las demás, sería muy del agrado de Luis XIV.
Su exaltación del poder real, concedido al Rey por Dios mismo y no sometido a influencia humana alguna, ilustrado con toda suerte de magníficas descripciones, sus bien merecidos títulos de Muy Católica Majestad o Hija Primogénita de la Iglesia y Defensora de la Santa Sede, etc, su defensa contra los que quisieran ver en el poder de las asambleas, parlamentos o ayuntamientos una posible concesión democrática o un control del poder real, dando múltiples ejemplos de su papel meramente consultivo y su poder otorgado, son dignos de leer con detenimiento.
La descripción de los Estados Generales y la sociedad estamental, Rey, Clero, Nobleza y Tercer Estado, que comienza con la rotunda afirmación de que los hombres no nacen para ser iguales y que cada cual debe cumplir su función en beneficio del conjunto, ya sea dirigiendo y mandando, protegiendo la sociedad con las armas o la oración, o por supuesto alimentándola, de nuevo me reafirma en la necesidad de huir en lo posible de interpretaciones o sesudos estudios modernistas, y acudir directamente a las fuentes.

Otros detalles del libro lo hacen especialmente interesante, como son, entre otros, la inclusión en los mapas del tradicional escudo capeto francés con las tres flores de lis doradas sobre fondo azul, siempre acompañado de las cadenas sobre rojo del Reino de Navarra, o las menciones a España, sobre todo la que dice que la preeminencia secular de los reyes de Francia sobre cualesquiera otros de la Cristiandad, solamente se ve contestada a partir de nuestro monarca Felipe II, hijo del emperador Carlos V.

Estoy deseando que me llegue el volumen "Hispania, Portugallia, America Et Africa".