En primer lugar quiero expresar mi apoyo total a las campañas como la de Cruz de San Andrés en defensa de nuestros hermanos en la Fe perseguidos y martirizados por causa de Nuestro Señor Jesucristo, en Siria, en Egipto, y en tantos lugares asolados por el Islam a orillas del mar Mediterráneo, el Mare Nostrum, centro de la Tierra, de donde han surgido la única civilización que merece tal nombre y la única religión verdadera.
Pero nuestra oposición al uso de la fuerza militar en defensa de intereses ilegítimos debe diferenciarse con claridad de otras “oposiciones selectivas a la guerra” de todos conocidas, que sólo se “preocupan” de los conflictos cuando el gobierno no es lo suficientemente “progre”.
Por eso he decidido dedicar unas entradas al conocimiento de la realidad del problema en Siria, con todas sus vertientes, entre las que claramente el petróleo ocupa un lugar destacado, junto a la guerra civil musulmana entre chiitas y sunitas, en la que la barbarie del Islam se muestra aún más salvaje que contra el cristianismo, los intereses del Estado de Israel, el programa nuclear iraní, o la difícil retirada americana de Irak.
Conozcamos el asunto en profundidad para dejar sin argumentos a quienes nos tilden de idealistas trasnochados o fanáticos religiosos, de modo que nuestra defensa de la Verdad con mayúsculas sea lo más firme y sólida posible.
Como no pretendo hacer una crónica de guerra con las últimas noticias del frente, no me preocupa el que los acontecimientos se vayan sucediendo mientras voy redactando estas entradas, ya que el problema de fondo será el mismo, sin que puedan producirse cambios profundos a corto plazo.
Aparentemente, el conflicto sirio es un episodio más de ese cataclismo que los horteras modernos, esos que creen que no se puede manipular facebook o twiter, llaman “la Primavera Árabe”.
Sin embargo, aun con elementos comunes, como el carácter "dinástico" del régimen sirio, similar al de Mubarak en Egipto o al de Gadafi en Libia, el apoyo de los países árabes sunitas a los opositores, el predominio de facciones islamistas sunitas entre los rebeldes; las imágenes de la represión violenta del Gobierno —cortesía de Al Jazeera y Al Arabiyya, que no conviene olvidar nunca quién nos “facilita la información”—, y las exigencias de una intervención exterior para “proteger a la población”, el caso sirio tiene rasgos particulares que lo diferencian de Túnez, Libia o Egipto.
El conflicto sirio está íntimamente ligado con el desarrollo del programa nuclear iraní y con los intentos de Israel, de eso que llamamos Occidente y de los países árabes sunitas de impedir que Irán obtenga armamento nuclear. Esta relación se basa en que la principal baza iraní para impedir una acción armada de Occidente es el cierre al tráfico marítimo del Estrecho de Ormuz, que podría ser mitigado desviando el petróleo del Golfo Pérsico hacia el Mediterráneo a través de los oleoductos sirios. Si Siria apoya a Irán, el impacto del cierre del Estrecho de Ormuz es difícilmente evitable; mientras que si Siria permite el uso de sus oleoductos, el impacto sería mucho menor. Igualmente una Siria sunita permitiría a los árabes apoyar a sus correligionarios iraquíes, limitando la influencia iraní sobre el Gobierno iraquí…
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