Siria y Arabia Saudí mantienen varios enfrentamientos: en territorio sirio, donde Arabia Saudí desearía ver un gobierno sunita; en el Líbano, donde el actual gobierno (pro-sirio) expulsó del poder al anterior (pro-saudí); y en Palestina, donde Hamás amenaza la estabilidad de una Autoridad Palestina sostenida por Arabia Saudita. A esto se une la importancia del apoyo sirio para el éxito del programa nuclear iraní, una amenaza para el predominio sunita en el seno del islam.
Egipto solía ser otro adversario de El-Assad: el giro proislamista del país y la amenaza que supone un Irán nuclear alinearon las posiciones egipcias y saudíes en el conflicto.
Por su parte, Qatar es sunita y teme a un cercano Irán dotado de la impunidad derivada de la posesión del arma nuclear. La principal arma de Qatar es Al-Jazeera, una poderosísima herramienta de conformación de la opinión pública musulmana y occidental (como he señalado, la mayoría de la información recibida en Occidente sobre la Primavera Árabe viene de Al-Jazeera).
Por su parte, Turquía mantiene una posición ambivalente: el islamismo sunita de Erdogán y la amenaza iraní inclinan a Turquía a apoyar a la oposición siria, pero el riesgo de una descomposición interna que beneficiase a la minoría kurda hace que Turquía intente un cambio político lo más controlado posible.
Occidente en general y, sobre todo, Israel tienen que elegir entre dos males: un Estado islamista radical sunita en Siria, o un Irán nuclear. De estos dos males, Israel y Occidente han optado por una Siria sunita o (improbablemente) "democrática". En ambos escenarios es necesario el derrocamiento de El-Assad.
En el marco del conflicto palestino, la caída de El-Assad traería una enorme disminución de la capacidad operativa de Hizbolá, que favorecería a Israel. En cuanto a Hamás (sunita) ha realizado un «cambio de alianzas», renegando de su antiguo protector sirio para intentar ganarse el apoyo saudí, en detrimento de la Autoridad Nacional Palestina: Hamás apoya ahora a la oposición siria.
Pese a su interés, ni Estados Unidos ni Europa disponen de fuerzas ni voluntad para ejecutar una operación terrestre en Siria. Sí apoyarían una fuerza de paz «regional» (ya propuesta por la Liga Árabe) que podría recibir apoyo aéreo, logístico o de inteligencia por parte de Occidente.
Rusia entiende el conflicto como una diferencia entre países musulmanes, que compromete a Irán, un socio estratégico para Rusia. Además, una carrera de armamentos en la zona detraería recursos con los que apoyar la expansión del islamismo radical sunita (del que Rusia es un objetivo preferente), al tiempo que Rusia sería uno de los beneficiarios de los posibles contratos de venta de armamento generados por ella.
Por su parte, China necesita continuar con un crecimiento económico sostenido en el que basa su legitimidad su sistema político: precisa petróleo barato y que la economía mundial se recupere para que pueda absorber sus exportaciones.
Un bombardeo israelí o norteamericano de las instalaciones nucleares iraníes (que sería probable, si cae El-Assad y fuera posible sacar el petróleo iraquí y kuwaití por los oleoductos sirios hacia el Mediterráneo) es contrario a los intereses chinos: encarecería el petróleo y agravaría la crisis mundial. Incluso si el petróleo del Golfo pudiera salir al mercado por los oleoductos sirios, las rutas de suministro que unen China con el Golfo pasan necesariamente por el Estrecho de Ormuz, la posible zona de conflicto con Irán.
Ni China ni Rusia se sienten especialmente amenazadas por el chiismo (que ven como un contrapeso al radicalismo sunita) y, además, no desean que Estados Unidos adquiera más influencia en una zona crítica del mundo (como ocurriría si son capaces de destruir el programa nuclear iraní).
Por otra parte, ni China ni Rusia aprueban la aplicación occidental de la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sobre Libia: a su amparo, británicos, franceses y norteamericanos ejecutaron una operación orientada a derrocar a Gadafi, excediendo ampliamente los límites fijados (la resolución estaba prevista para proteger a la población civil, y, en ningún caso, contemplaba la caída del régimen libio). Vista la experiencia, es poco probable que ni China ni Rusia vayan a firmar ninguna resolución que pudiera permitir otra interpretación "ampliada".
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