El programa nuclear
iraní supone un cambio en las relaciones de poder entre sunitas
(tradicionalmente dominantes) y chiitas.
Pese a que Pakistán (sunita) disponga
de armamento nuclear, su rivalidad con la India y su carácter no árabe
neutraliza en parte el papel del arsenal nuclear paquistaní en ese conflicto
religioso.
Un Irán nuclear
estaría al abrigo de una intervención militar extranjera, gozando de una gran
independencia en política exterior: podría apoyar impunemente a las comunidades
chiitas existentes en muchos países musulmanes (Arabia Saudí, Yemen, Bahréin,
Qatar, Siria, Líbano, Afganistán…) y podría dar un mayor apoyo a Hizbolá en sus
acciones contra Israel, lo que aumentaría el prestigio iraní (y chiita) en el
conjunto del mundo musulmán.
La disuasión nuclear permitiría a Irán emprender
una política antinorteamericana más agresiva, desde el apoyo a grupos
terroristas antioccidentales hasta la difusión de tecnología nuclear a posibles
enemigos de Estados Unidos. Esta situación desencadenaría probablemente
procesos de nuclearización en Egipto, Arabia Saudí y (posiblemente) Turquía, y
supondría un golpe enorme a la no proliferación.
Siria no es chiita:
incluso con los alauitas, son una escasa minoría. Solo el laicismo del régimen
permite que el resto de las minorías (y la parte moderada de la mayoría sunita)
apoye al régimen, que sería insostenible sin ese apoyo.
La alianza entre el
Irán de los ayatolás y la Siria de El-Assad tiene razones puramente
pragmáticas:
Siria necesita el
apoyo económico de Irán, y el apoyo político ruso y chino en su enfrentamiento
con el islam sunita; e Irán necesita a Siria para mantener su apoyo a Hizbolá
en el Líbano, para aislar a los sunitas de Irak (para que pueda imponerse la
mayoría chiita iraquí) y para controlar una de las vías de salida del petróleo
del Golfo alternativas al Estrecho de Ormuz.
Un gobierno sunita
en Siria mitigaría el declive de la influencia de la minoría sunita en Irak,
reduciendo el creciente carácter chiita del gobierno de Al-Maliki y la
influencia de Irán sobre él (en rápido aumento tras la salida de las tropas
estadounidenses), otro factor que incrementa la presión de Occidente para
derrocar a El-Assad. Hoy, con una Siria proiraní, la minoría sunita iraquí
queda aislada del resto del islam sunita y difícilmente puede ejercer
influencia política alguna, ni plantear ningún tipo de resistencia ante la
mayoría chiita.
Pese a sus
diferencias con Teherán, el gobierno de Al-Maliki difícilmente puede resistir
la presión iraní estando rodeado por la Siria de El-Assad e Irán.
En este escenario,
un tercio del petróleo del Golfo queda en manos chiitas (4,2 millones de
barriles por día (bpd) de Irán y 2,4 de Irak). En cambio, si Siria permitiese
que los árabes sunitas apoyasen a sus correligionarios iraquíes, la influencia
sunita en Irak aumentaría (reduciendo la de Irán), y el gobierno chiita de
Al-Maliki podría mantener una cierta independencia con respecto a Teherán (para
Irak la exportación de crudo es imprescindible para su economía).
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